En el destrozo de la izquierda de nuestro país que ya es tema de análisis y debates públicos, aunque los que así se califican no se den por enterados, ha sido definitiva la pérdida de la ética militante que mantuvieron los luchadores antifranquistas en España durante cuatro décadas, y que impulsó a miles de obreros, campesinos, intelectuales, científicos, mujeres, profesores, maestros, a enfrentarse al fascismo, al coste de la libertad y hasta jugarse la vida, como no se hizo en ningún país europeo.
Era aquella ética vikinga que desde mi más tierna infancia me inculcaron las mujeres de mi familia, supervivientes de la masacre que sufrieron en la guerra y la postguerra.
Un vikingo, en los lejanos tiempos medievales, es convertido al cristianismo por la piadosa y tenaz labor misionera de unos curas que a ello se dedicaban. Todo está preparado para bautizar al nuevo siervo de Cristo. Un momento antes de que el sacerdote llene la concha de agua de la pila bautismal, el nuevo converso detiene el gesto del misionero y pregunta, “¿Qué me pasará después de morir si ahora me bautiza?”, “Hijo”, replica el interpelado, “irás al Cielo. Te habrás ganado la salvación eterna, al lado de Dios y de los ángeles. Sentirás el gozo más profundo, la verdadera felicidad que nunca podrás vivir en la Tierra.”El vikingo vuelve a preguntar“: ¿Y mis compañeros, con los que he vivido y viajado y corrido mil peligros durante toda la vida, que será de ellos?” El misionero adopta la expresión triste y cariacontecida que merece su respuesta: “Ellos se quemarán en el fuego eterno del Infierno, con terribles sufrimientos para toda la eternidad.”
El vikingo se levanta del suelo donde estaba arrodillado y con el gesto de la mano le indica a su predicador que se aparte. “Entonces no quiero bautizarme. Yo iré con ellos hasta el Infierno”.
En esta fábula se contienen los principios que rigieron la lucha de los anarquistas y comunistas que mantuvieron su fidelidad a los principios revolucionarios por los que entregaron la vida. Hoy sería absolutamente ridículo que en las filas de los partidos políticos de izquierda se invocara semejante lealtad a sus militantes, aún sin el riesgo de acabar en el Infierno.
En esta democracia woke que disfrutamos ninguna organización política o social exige a sus asociados la lealtad vikinga. Ni aún a sus dirigentes que prometieron conquistar el Cielo. Porque ya se sabe que no lo aceptarán ni lo cumplirán, ni siquiera imaginan que se les pueda plantear semejante entrega a la causa.
En estos últimos años, después de la derrota de la URSS, han surgido en España varias agrupaciones y partidos que venían a cubrir el vacío que ha dejado la debilidad del antes único Partido Comunista de España. Unos se han reclamado de izquierda en declaraciones banales que no han tenido correlato en la práctica, y otros se han atrevido a afirmar que no eran de izquierda ni de derecha, con el objetivo de pescar al mayor número de seguidores. Pero ni unos ni otros han mantenido la unión más allá de unos pocos años. Algunos ni a tanto han llegado.
No haría ni un quinquenio que entre Iglesias y Errejón habían construido ese montaje woke de Podemos, cuando este segundo se separaba agriamente del primero, compañero de estudios desde la adolescencia, y no solo lo abandonaba sino que formaba su propio partido con el que competía en la áspera arena política y electoral.
La historia de la prestigiosa Yolanda Díaz es la de sus traiciones a quienes la acompañaron en los primeros tiempos: el PCE, Beirás, después el socio socialista, más tarde Iglesias, al que abrazaba con entusiasmo en público a los pocos días de haberle declarado amor y fidelidad a Izquierda Unida, y yo fui testiga de ello.
Cuando Iglesias previó el hundimiento de Podemos, abandonó el partido que él mismo había creado y hecho famoso, y dejó el encargo a Ione Belarra de mantener el rabioso enfrentamiento que había sostenido con el PSOE. Yolanda inventó esa perfomance de SUMAR, pretendiendo, según dijo, unir y captar a toda la izquierda. Profetizó que “el futuro iba a ser maravilloso”. La última información dice: “Sumar y Podemos acentúan sus diferencias un año después de romper”.
En la tarde del 5 de diciembre, víspera de celebrar el cumpleaños de la Constitución, el tema que entretenía el chismorreo del hemiciclo era la ruptura de Podemos con Sumar. Solo habían transcurrido cuatro meses de las elecciones generales que dieron a Podemos cinco diputados en un grupo de 31, lejos –como si hubiese pasado medio siglo– de los más cuarenta que habían tenido; sus dos ministras ya no formaban parte del nuevo gobierno y los reproches no habían hecho más que agudizarse. Un año después las relaciones personales siguen rotas y la estrategia política entre ambas fuerzas es la de la diferenciación.
Sumar trata de desmarcarse del PSOE y superar la dramática ruptura de Errejón, portavoz de la organización, que además de ser ingrato es un acosador sexual. El relato, aún resumido, de los desapegos, desprecios y críticas, las traiciones y abandonos de los que fueron amigos, cómplices y camaradas en un pasado aún muy cercano me produce un amargo malestar, por el recuerdo de todos mis familiares que dejaron la salud, la alegría y la vida en luchar por transformar el mundo, como pedía Marx.
La primera que vivió la experiencia de la traición y el desapego fui yo misma en la Transición que nos traía la nueva sociedad, cuando en el Colectivo Feminista unas cuantas necias nos expulsaron a Anna Estany, a mi hija y a mí del Colectivo que nosotras habíamos creado. Y después otras que hoy presumen de feministas, que tras su huida del Partido Feminista se han dedicado además de a perder el tiempo a desprestigiarme.
El nuevo mundo que estamos viviendo ha podrido a las tres últimas generaciones, que desean únicamente vivir felizmente en paz la vida woke que los posmodernos han organizado –y de esto no son solamente el Capitalismo y el Patriarcado los culpables como arguye Errejón–. Es inútil hacerles reproches a los que fingieron que asumían la lucha que yo encabezaba, para poco después recibir de ellos desplantes, insultos y maledicencia, tras dejar herida la organización que aseguraron defender, cumpliendo el proverbio español de “cría cuervos y te sacarán los ojos”.
Monedero dice que el único cemento de Sumar es el odio que tiene a Podemos, sin que se sepa cual es la causa. Pero en cuestiones de fidelidad, gratitud y ética, hoy no se puede preguntar por las causas, porque en la guerra política desencadenada en el seno de la izquierda, no rige ninguna de las normas éticas que mantuvieron nuestros héroes desde los tiempos de la Ilíada.
Ciertamente, no son sólo el Capitalismo y el Patriarcado los que han hundido a la izquierda. La realidad es que el gran inconveniente para hacerla renacer es que ya no quedan vikingos.
Fuente: elComún
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