Villa Diodati: el origen de nuestras pesadillas

El atípico 1815

En medio de las luchas emancipadoras de América Latina, el ocaso del imperio napoleónico y los últimos intentos británicos de mantener bajo su dominio a Norteamérica, el 5 y el 10 de abril de ese año entró en erupción el volcán Tambora, ubicado en Sumbawa, en las islas menores de la Sonda, hoy Indonesia, causando la muerte de más de 82.000 personas y la expulsión a la estratósfera de miles de toneladas de cenizas volcánicas, compuestos de gas sulfuro y dióxido de azufre. La capa formada por estos elementos rodeó el planeta y reflejó la luz solar, lo que produjo un cambio climático que redujo la temperatura mundial entre 0,4 y 0,7 °C, generando con ello un invierno volcánico. Al descender la temperatura del mundo, en los meses siguientes se produjeron fenómenos climáticos muy distintos a los usuales, lo que tuvo consecuencias catastróficas para la agricultura en América, Asia y Europa, donde la pérdida de las cosechas encareció los productos y generó disturbios derivados de la mayor hambruna del siglo XIX. Al mismo tiempo, las tormentas e incluso nevadas produjeron incontables muertos y desplazados en varias regiones del mundo.

Fue en estas circunstancias adversas que comenzó 1816. Paralelo a los espectaculares atardeceres rojos, naranjas y morados que pudieron apreciarse en algunas ciudades de Europa y que William Turner plasmó en sus famosos óleos, se vivieron heladas durante la primavera, en la culminación de un fenómeno climatológico en el que los fundamentalistas de la época vieron el signo inequívoco de un castigo divino y que hoy, a dos siglos de distancia, es considerado como la primera gran catástrofe climática mundial moderna.

Aunque suele atribuirse el verano que nunca llegó al invierno volcánico provocado por la erupción del Tambora, lo cierto es que se ha comprobado que ya desde finales del siglo XVIII comenzó un periodo de baja actividad solar, denominado Mínimo de Dalton, que se prolongó hasta 1830 y que contribuyó a la reducción de la temperatura global.

 

La Villa Diodati: Tertulias literarias con Lord Byron

En este contexto, en el mes de mayo se reunió un pequeño grupo cerca del Lago Leman, también conocido como Lago de Ginebra, para hospedarse en el Hotel d’Anglaterre, en Cologny, Suiza. El grupo estaba conformado por Percy Shelley, poeta, Mary Godwin, su amante, y Claire Clairmont, hermanastra de Mary. A los pocos días llegó Lord Byron acompañado de su médico personal, John Polidori. El propósito de la reunión era convivir y conocerse, en un ambiente de tertulia poética y librepensamiento. Lord Byron se enteró por un campesino que, en las proximidades del hotel, se encontraba la Villa Diodati, en la que al parecer se habían llegado a alojar Voltaire, Rousseau y el poeta John Milton, y que en esos momentos se hallaba abandonada. Lord Byron convenció a los demás de trasladarse al lugar para hospedarse. Aunque el clima era adverso, frío, tormentoso y oscuro, durante unos días pudieron hacer competiciones en barca, así como viajar para contemplar los glaciares y cascadas suizas.

Fue en esta temporada que Lord Byron escribió su poema Darkness, que comienza: “Tuve un sueño, que no era del todo un sueño. El brillante sol se había extinguido, y las estrellas erraban apagándose en el espacio eterno, sin rayos ni rumbo, y la tierra helada se balanceaba ciega y oscurecida en el aire sin luna”.

Discutieron sobre diversos temas, entre ellos, las investigaciones sobre la bioelectrogénesis de Luigi Galvani, quien sostenía la existencia de una corriente eléctrica en el impulso nervioso de los organismos, así como de los experimentos de Erasmus Darwin, quien afirmaba poder revivir anfibios muertos por medio de la conducción eléctrica. Lord Byron, alternando las discusiones con la lectura, llevaba consigo una antología en francés de cuentos alemanes de fantasmas, Phantasmagoriana, tras cuya lectura propuso al grupo que cada uno escribiera una historia de terror para después contarla a los demás.

Fue en este punto cuando los monstruos comenzaron a surgir: Claire Clairmont trató de escribir, pero tras desesperarse, abandonó la idea. Por su parte, Lord Byron escribió un fragmento que estaba basado en las leyendas balcánicas sobre vampiros que había escuchado en sus viajes, al que llamó “El entierro”, y que dejó inconcluso. Percy Shelley pensó dedicar su cuento a su hijo William, y escribió entonces una historia sobre un fantasma surgido de las cenizas y sombras amenazantes en el cuarto de un niño, dejándolo también inconcluso. Así pues, los más aventajados fueron Mary Godwin y John Polidori.

 

Mary Shelley y su monstruo

Mary Godwin, tratando de idear qué escribir, se sintió intimidada tanto por Percy Shelley como por Lord Byron, por ser ambos poetas. Fue entonces cuando comenzó a tener pesadillas, en las que soñaba con su madre muerta, o con su hijo recién nacido muriendo en sus brazos, sueños que involucraban consecuencias fatales para madre e hijo a partir del alumbramiento, fatalidad que culminaba con la imposibilidad de recuperar al ser amado después de la muerte.

Mary contó sus pesadillas a Percy, y empezó a escribir, recordando las conversaciones acerca de los experimentos galvánicos y la posibilidad de devolver la vida a la materia inerte a través de la energía eléctrica, así como las ideas del científico Andrew Crosse, a quien había conocido en diciembre de 1814 en una conferencia en la que defendió el uso de la electricidad para crear vida. Asimismo, recordó el mito griego de Prometeo, el titán que roba el fuego a los dioses para darlo a la humanidad y es castigado por ello; también “El Paraíso Perdido” de John Milton y obtuvo su idea genial a partir de la visión pesadillesca de un estudiante asustado arrodillado al lado de la criatura que creó.

En la introducción a su publicación de la obra en 1831, la propia Mary Godwin describió la visión que durante un sueño le inspiró:

Vi, con los ojos cerrados pero con una nítida imagen mental, al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida, y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural. Debía ser terrible, dado que sería inmensamente espantoso el efecto de cualquier humano para simular el extraordinario mecanismo del Creador del mundo”.

Preocupada más por las implicaciones morales del desarrollo científico y tecnológico que por el desarrollo en sí mismo, Mary Godwin ideó a un científico que busca crear vida para así vencer a la muerte por medio de la ciencia, empleando el poder de la electricidad para devolver la vida a los restos humanos que había unido en una sola forma humana: Victor Frankenstein y su creación habían nacido.

Fue así como, tras esa temporada en la Villa Diodati, Mary Godwin tomó el apellido Shelley al casarse a finales de ese año con Percy tras el suicidio de su primera esposa, y se dedicó a mejorar su obra y finalmente publicarla bajo el título Frankenstein o el Moderno Prometeo el 11 de marzo de 1818, reescribiéndola por completo en 1831.

Es indudable que la creación de Mary Shelley no sólo le valió un lugar en la literatura universal, sino que revolucionó al género del terror al hacer surgir la vida a partir de materia inerte, pero ya no por elementos mágicos o sobrenaturales, como en la leyenda alemana que Goethe plasmó en su Fausto, o como se describía en la tradición judía que más tarde Gustav Meyrink recogió en El Golem, sino a partir de la voluntad del ser humano empleando la ciencia y la técnica para crear vida artificial, logrando con ello vencer a las barreras que la naturaleza había tratado de imponer.

Aunque es imposible soslayar que, como siempre ocurre en la relación autor-obra, la creación de Mary Shelley se halla dotada de notables rasgos personales: El monstruo creado en la Villa Diodati representaría la propia orfandad de Mary Shelley al haber muerto su madre prematuramente, en tanto que la desatención y el rechazo de Victor Frankenstein hacia su creación sería equiparable a la propia relación conflictiva que Mary guardó con su padre, quien no estuvo de acuerdo con la relación que tenía con Percy, y se negó a auxiliarlos cuando atravesaron problemas económicos. Así, la creación de Shelley no solo nos llevó a cuestionarnos la viabilidad del uso de la ciencia y la técnica a partir de planteamientos bioéticos, tema que no ha perdido vigencia, sino que involucra una introspección a temores bastante humanos: La muerte y el propósito de una vida artificial.

 

El vampiro

Por su parte, el “pobre” Polidori retomó “El entierro” y lo adaptó a su propia historia: Un joven británico llamado Aubrey conoce a Lord Ruthven, un frívolo excéntrico que pasa el tiempo en las fiestas londinenses y seduciendo mujeres. La historia se centra en la personalidad misteriosa de Lord Ruthven, las muertes trágicas que le rodean y su relación con la leyenda del vampiro que conoce Aubrey en su viaje a Grecia. El personaje de Lord Ruthven notoriamente se encuentra basado en la propia personalidad disoluta de Lord Byron, y refleja en cierta forma el desprecio que Polidori sentía por él. En esta historia, Lord Ruthven encarna a un vampiro de la alta sociedad, un hombre que se mantiene siempre joven, que es incapaz de morir y que es pura maldad. Nace así el ideal romántico del vampiro aristocrático y seductor.

Polidori, quien terminaría distanciado de Lord Byron, investigó sobre las leyendas vampíricas del folclore de Europa Oriental, y empleó el Tratado sobre los vampiros, de Augustin Dom Calmet, para mejorar su historia. El relato, llamado originalmente El Vampiro: El moderno Prometeo se publicaría el 1° de abril de 1819 en The New Monthly Magazine, atribuyéndose la historia a Lord Byron, pese a que éste último la rechazó y la criticó.

Es importante tener presente que Polidori no creó la noción del vampiro, puesto que, como sabemos, la figura del vampiro como un no muerto que se alimenta de la sangre de los vivos ya era conocida en los países eslavos, donde era parte de las leyendas propias de su folclore nacional. Aun así, no podemos ignorar que se trata de una figura presente en diversos lugares y épocas: Encontramos vestigios del vampiro en los Utukku mesopotámicos, esos seres portadores de enfermedades; en los jiang shi ciegos de la cultura china, que convierten a las personas en muertos vivientes a través de su mordedura; o en los gules árabes, esos espíritus demoníacos necrófagos. Estos antecedentes pudieron llevar a considerar al vampiro como el arquetipo de la sombra en la teoría de Jung, de acuerdo a la cual representaría el lado salvaje del ser humano en constante conflicto con las normas sociales y religiosas. Sin embargo, más allá de la universalidad de su figura arquetípica, lo cierto es que hasta la obra de Polidori, este ser no había tomado los matices y las formas con las que lo conocemos en la actualidad. Fue a partir de esta historia, y mayormente después de la obra de Bram Stoker, que concebimos al vampiro como un hombre elegante, refinado, seductor, con un pasado remoto que lo vincula a la nobleza, dotado de poderes sobrenaturales y de una maldad indescriptible.

La influencia de la historia de Polidori, quien se suicidaría en 1821, tan solo cinco años después de aquel año sin verano, se halla no solo en haber sido el creador del subgénero vampírico en la literatura, sino también en haber servido como fuente de inspiración para grandes relatos vampíricos posteriores: Berenice (1835) de Edgar Allan Poe, El viyi (1835) de Nikolai Gogol, La familia del vurdalak (1839) de Alexei Tolstoi, El Vampiro (1851) de Alejandro Dumas, Carmilla (1872) de Joseph Sheridan Le Fanu, y por supuesto, la trascendental Drácula, del irlandés Bram Stoker, publicada en 1897.

Fue así como, durante las noches frías y tormentosas de junio de 1816, durante el verano que nunca llegó, surgieron en la Villa Diodati dos de los monstruos literarios más importantes del género de terror, que serían base de innumerables obras, tanto literarias como cinematográficas, y que darían pie a un análisis mucho más profundo, que nos llevaría a considerar que tanto el vampiro como el monstruo de Frankenstein no son solo creaciones propias de la inventiva del escritor limitadas a éste, sino representaciones de temores universales que todos los seres humanos de alguna forma compartimos.

¿Qué inspiración mágica hubo durante aquellas noches en la Villa Diodati, que produjeron a dos de los más grandes monstruos que habitan nuestras pesadillas? 

Artículo publicado originalmente en democresia.es

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