¡Viejo Mictlantecuhtli, dios, libérame!

Frida Kahlo libérame

Mi cuerpo es un marasmo. Y ya no puedo escapar de él. Como el animal siente su muerte, yo siento la mía instalarse en mi vida, y tan fuerte que me quita toda posibilidad de luchar. No me creen, ¡me han visto luchar tanto! Y ya no me atrevo a creer que podría equivocarme, esos relámpagos se van haciendo raros.

Mi cuerpo va a dejarme, a mí, que he sido siempre su presa. Presa rebelde, pero presa. Sé que nos vamos a aniquilar mutuamente, y así la lucha no habrá dejado ningún vencedor. Vana y permanente ilusión de creer que el pensamiento, como sigue intacto, puede separarse de esa otra materia hecha de carne.

Ironía de la suerte: quisiera tener aún la capacidad de debatirme, de tirar puntapiés a ese olor a éter, a mi olor a alcohol, a todas esas medicinas, inertes partículas que se amontonan en sus cajitas —¡ah! son asépticas hasta en sus grafismos ¿y para qué?—, a mis pensamientos en desorden, al orden que se esfuerzan por poner en esta habitación. A los ceniceros. A las estrellas.

Las noches son largas. Cada minuto me asusta, y todo me duele, todo. Y los demás tienen una preocupación que yo quisiera ahorrarles. Pero ¿qué puede una ahorrarle a los demás cuando no ha podido evitarse nada a sí misma? El alba está siempre demasiado lejos. Ya no sé si la deseo o si lo que quiero es hundirme más profundamente en la noche. Sí, quizás sea mejor acabar.

La vida fue cruel al encarnizarse tanto conmigo. Hubiera debido repartir mejor sus naipes. Tuve un juego demasiado malo. Un tarot negro en el cuerpo.

La vida es cruel por haber inventado la memoria. Como los viejos que recuperan los matices de sus más antiguos recuerdos, al borde de la muerte mi memoria gravita alrededor del sol, y él la ilumina. Todo está presente, nada se ha perdido. Como una fuerza oculta que te impulsa para estimularte todavía: ante la evidencia de que no hay más futuro, el pasado se amplifica, sus raíces se fortalecen, todo en mí es rizosfera, los colores cristalizan sobre cada estrato, la más mínima imagen tiende a su absoluto, el corazón late en crescendo.

Pero pintar, pintar todo eso está hoy fuera de mi alcance.

¡Oh! ¡Doña Magdalena Carmen Frida Kahlo de Rivera, Su Majestad la cojita, cuarenta y siete años de este pleno verano mexicano, gastada hasta la urdimbre, el dolor abrumador como nunca, ahora estás en lo irreparable!

¡Viejo Mictlantecuhtli, dios, libérame!

 

Fuente: Diario de Frida Kahlo

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