Podemos es un objeto político controvertido. Casi perturbador. Se parece a aquellos equipos que, centrados únicamente en ganar, son juzgados solo por sus resultados. Ser eficaces, seducir, conquistar votos, convertirse en mayoritarios ha sido su obsesión hasta ahora. Ante buenos resultados, se le considera un invento brillante. Resultados inferiores a los esperados hacen aflorar dudas, dudas radicales, y desconfianzas.
Podemos quiere ganar, por tanto se le pide que gane. Nació para un Blitzkrieg: una guerra relámpago, una incursión “tremenda” y victoriosa. Una estrategia que tenía una fecha límite: las elecciones generales. No se ha conseguido el objetivo. El ciclo electoral se ha cerrado.
Toda la reflexión del partido estaba limitada a afrontar esta fase. No existe por ahora un Plan B: un partido de oposición no ha sido aún pensado. Frente a la ciclotimia de los juicios sobre esta formación, es adecuado partir de dos premisas. La primera consiste en que un partido nacido hace dos años, claramente situado a la izquierda de los socialistas, ha logrado estabilizar un bloque electoral del 20%. Por lo tanto, hablar de un fracaso sería ridículo. Podemos sigue siendo una intuición extremadamente eficaz, que en un país como Italia, donde la izquierda y los movimientos se encuentran en las condiciones en que se encuentran, debe ser estudiada.
La segunda premisa es que cuando los resultados son inferiores a las expectativas, no siempre las responsabilidades son subjetivas. También pueden existir límites objetivos para la expansión de un proyecto político alternativo, sobre todo cuando éste ha sido concebido en tiempos muy rápidos. Puede ser que en España el 20% fuese un techo que no era posible romper aún. Los cambios percibidos como radicales se afirman en situaciones radicales (como en Grecia o en América Latina). El estado español y los partidos españoles históricos no están en descomposición.
Las élites internas son compactas. La economía no se ha desmoronado. La crisis social es profunda y extensa pero no trágica. En cualquier caso, hace falta tiempo. Casi nunca se gana al primer intento. Y en todas las sociedades existe una resistencia antropológica a los cambios, que solo el tiempo puede socavar. Desde este punto de vista, la estrategia del Blitzkrieg presentaba tal vez tres elementos de debilidad (detectables, obviamente, solo en base a los resultados): era una hipótesis fundada en la idea de una crisis vertical de la hegemonía del bipartidismo español, que no tiene la entidad imaginada; se pensaba que la potencia de comunicación podía suplir la ausencia de un enraizamiento territorial, que en cambio el PP y el PSOE muestran tener aún (de modo en gran parte clientelar); aquella criatura mitológica que es el “español medio” (en la que Podemos basa su comunicación) está menos dispuesta al cambio de lo que se imaginaba.
Además, en la campaña electoral de Unidos Podemos pueden haberse cometido algunos errores. La campaña se ha diseñado por completo a partir de la convicción (demoscópica) de estar firmemente situados en la segunda posición, por delante del PSOE y a pocos puntos del PP. El adversario te define. Hace falta ver cuánto te dejas definir. Unidos Podemos se ha dejado definir por las encuestas y por la “campaña del miedo” de los adversarios, que han asociado constantemente la victoria de Unidos Podemos a la instauración de un régimen bolivariano.
Unidos Podemos ha configurado su mensaje bajo estos factores, permitiendo que oscurecieran la idea del cambio y de la novedad. Ha jugado defensivamente por una parte para proteger el resultado virtual de la segunda posición, por otra para tranquilizar sobre el hecho de ser buenos chicos, el partido patriótico de la ley y el orden, que trae solo algo de cambio. El mensaje diseñado por este doble movimiento ha resultado quizá demasiado autocontenido, poco claro, no suficientemente capaz de contrarrestar el discurso agresivo del PP y el PSOE. Un discurso repetitivo, simplificado, a base de eslogans, a veces (como desde dentro indica Monedero) incluso un poco vacío, basado en símbolos ultra-pop como el corazón y la sonrisa. Quienes han ganado, como Syriza y las izquierdas latinoamericanas, han atacado frontalmente al centroizquierda liberal. Podemos ha tocado una música melosa.
Segundo aspecto. Los discursos de Podemos y de Izquierda Unida no se han armonizado. IU hacía un discurso tradicional de transformación social. Podemos un discurso de patriotismo progresista. No ha sido una sinfonía, sino la yuxtaposición de dos lógicas distintas, que deben haber confundido a una parte del electorado. Los primeros indicios postelectorales parecen relacionar el millón de votos perdidos por Podemos-IU con un crecimiento de la abstención en sus filas, señal de una movilización insuficiente del electorado. Tercer aspecto. Unidos Podemos ha diseñado una campaña de polarización entre ella misma y el PP. Esto ha movilizado tanto al electorado del PP (aterrorizado con Podemos) como al del PSOE (tocado en su orgullo).
Cuarto aspecto. Por el marco teórico en que se sitúa, Podemos parecía convencido de que el Discurso (las palabras, la comunicación, los mensajes verbales y estéticos lanzados en la TV y en las redes sociales) podía sustituir a la presencia social. El partido no estrecha alianzas con los organismos sociales. No toma iniciativas concretas dirigidas a grupos específicos. Por poner un ejemplo, su problema principal en esta campaña era el voto de las personas mayores. Para afrontarlo, ha pensado que bastaría con hablar de los mayores, en lugar de emprender iniciativas públicas con realidad social que pudieran no hablar de ese mundo, sino enlazar directamente con ese mundo. No existen iniciativas públicas de Podemos con asociaciones, movimientos, organizaciones sociales. El fracaso del Blitzkrieg demuestra que el Discurso y los medios no lo pueden todo (aún). En estos dos años Podemos ha hablado y escenificado, agotando su actividad en las campañas electorales y en la comunicación. ¿Puede ser que no baste con ello? La sociedad continúa teniendo, afortunadamente, una dimensión material, una viscosidad no absorbible en la liquidez mediática.
Tal vez el plan B pueda empezar desde aquí. La alianza Podemos-IU parece resistir el golpe por ahora. Pero lo específico de la situación española, que la hace tan interesante y peculiar, es el ciclo movilización social-innovación política-éxito electoral. ¿Y si la situación de gran incertidumbre que se abre en España devolviera el péndulo a la primera casilla? La oposición también puede ser saludable. Un regreso a la movilización social, apoyada por quien es ahora una gran izquierda política organizada podría volver a abrir la partida, ampliando luego el terreno del conflicto político. De España pueden llegar otras sorpresas en los próximos meses. Y en Italia es cada vez más útil y necesario tomar apuntes de ello.
Artículo publicado originalmente en Il Manifesto
Libros de algunos protagonistas de este artículo publicados en El Viejo Topo :