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Una moneda al aire

Una moneda al aire

El 28 de mayo se celebraron elecciones municipales y autonómicas en casi toda España. Desde ese día no han faltado análisis y reflexiones profundas que abundan en las causas —igualmente profundas— de que los resultados hayan sido los que han sido y no otros diferentes. Es lo que hay después de una jornada electoral. Es como el horóscopo, pero al revés. Adivinamos el pasado. La sorpresa de la convocatoria que hizo Pedro Sánchez de elecciones generales para el 23 de julio desbarató los relojes políticos y sobre todo desbarató las juergas que el PP pensaba ir celebrando desde la misma noche del 28M hasta el próximo diciembre, cuando estaban anunciadas las elecciones generales. En este mes y medio que falta para la cita de julio el PP seguirá a lo suyo: inflarnos a mentiras. Anunciar la España rota en manos de terroristas. Los cuatro jinetes del Apocalipsis resumidos en uno: Pedro Sánchez. No saben otra. Con eso tienen bastante. A ver si finalmente tiene éxito la unión de las izquierdas. Y la celebración de las derechas aplazada desde la mañana del 29 de mayo se retrasa al menos durante los próximos cuatro años. Ojalá. Pero esta vez yo no quería escribir sobre todo eso. Esta vez quería escribir que después de la noche electoral del 28 de mayo descubrí —una vez más— que esta democracia nuestra tiene más goteras que las casas donde habita la pobreza.

Todo empezó al acabar el recuento de votos en mi pueblo de la Serranía valenciana. Es muy pequeño. No llegamos a los quinientos habitantes. Y viviendo aquí todos los días, más o menos la mitad. Hasta los años sesenta éramos en Gestalgar más de mil quinientos. La emigración lo vació porque la gente se quedaba en Francia o en las afueras de València. Estamos en el centro de la despoblación. Tanto hablar de esa despoblación. Que se vengan una temporada los predicadores de las soluciones mágicas y se enterarán de que lo que predican es un cuento de hadas. La noche del 28 de mayo fue en Gestalgar una sorpresa increíble. Aquí sólo se presentan PSOE y PP. Y quedaron empatados. Sí: los mismos votos, exactamente los mismos, para los dos partidos. Ni con la magia potagia se puede llegar a esos resultados. Nadie celebró esos resultados. Durante los días siguientes fuimos el pueblo más famoso de España y parte del extranjero. Todas las televisiones y las radios, los periódicos y las revistas, las redes, las conversaciones en las plazas de medio mundo: nos habíamos convertido en el pueblo con una estrella en el paseo de la fama. Esto era Hollywood. Y ahí seguimos. Los socialistas impugnaron un voto a su favor declarado nulo y siguen los recursos en contra de ese veredicto. Recursos que se pueden alargar hasta principios de julio. Pero la sorpresa no acababa ahí, en ese empate que parecía imposible. La sorpresa gorda de verdad —al menos para mí— fue cuando me enteré de que, si al final lo que vale es el empate, la victoria o la derrota de unos y otros se dilucidará lanzando una moneda al aire. O con algo parecido al juego de los chinos. No se rían, por favor. Les juro que es verdad lo que les acabo de contar. O moneda al aire o juego de los chinos. Increíble. Pero cierto.

Una democracia decente no debería permitir esa humillación. Esa vergüenza. Las ilusiones de la gente, las aspiraciones a que un pueblo sea una cosa u otra según quienes ganen o pierdan unas elecciones, esa emoción que en los pueblos pequeños viene de nuestros mayores porque aquí todos sabemos de dónde venimos y cuáles han sido nuestras herencias de dignidad o de vergüenza cuando les ponemos nombre y cara a quienes estuvieron antes que nosotros. Durante todos los días que ha durado la invasión mediática en Gestalgar no ha destacado la crítica a la ley electoral que permite ese disparate. O mejor: esa canallada. Hemos sido la risa. Estamos siendo la risa. Como si un club de la comedia de ínfima calidad hubiera montado carpa en la plaza del pueblo. ¿Ustedes se imaginan a Pedro Sánchez, Feijóo y Yolanda Díaz jugándose a los chinos o lanzando una moneda al aire la presidencia del gobierno? Pues la misma vergüenza, el mismo ridículo, la misma indecencia democrática sentimos en mi pequeño pueblo de la montaña. Lo único decente es que se repitan las elecciones. Nunca las urnas pueden ser sustituidas por un juego de azar, sea cual sea ese juego. Pero claro, quién se acuerda alguna vez de los pueblos pequeños que no aparecen en el mapa. Nadie. La pequeña ciudadanía no se merece nada. Ni siquiera una democracia de verdad, una democracia que no los avergüence, que no los humille, que no los convierta en el centro de un país que recibe lo que nos ha pasado en Gestalgar con una soberbia carcajada.

Cuando pienso en esa gente que defiende a machamartillo la calidad de nuestra democracia, me entran ganas de meterme a terrorista. Seguro que sesudos analistas y expertos en jurisprudencia electoral sabrán mucho más que yo de estos asuntos. Pero será difícil que me convenzan de que una moneda al aire o el juego de los chinos no sean, antes que la solución a un conflicto como el que acabo de contar, una auténtica y despreciable vergüenza democrática.

Fuente: Infolibre

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