Trump y su administración está reaccionando al problema del coronavirus en la forma habitual. Como siempre, los responsables de la situación son sus enemigos internos y externos; dentro de los primeros y a falta de un rival de talla (Joe Biden es el mejor contrincante que podría desear Trump) la oposición al magnate la lideran las ciudades controladas por los demócratas. Los alcaldes enfurecieron a Trump; primero al proclamar a sus ciudades como refugios seguros para los inmigrantes en situación irregular, ahora al exigir medidas más eficaces desde el ejecutivo para el control de la epidemia, que parece desbocada. Entre otras cosas pretenden que Trump obligue, por Ley, a las grandes industrias como Ford o General Motors a producir material médico. El presidente en cambio es partidario de apelar al “patriotismo” de esas firmas. El presidente republicano está afianzando un relato negacionista y pro-economía con el que mucha gente, curiosamente, puede comulgar. La incapacidad del personaje, sus cambios continuos de parecer (los tweets se suceden a la misma velocidad que se contradicen) dibujan a un presidente desbordado, señalan a un presidente incoherente, que un día quiere impone en el G-7 la idea de que el virus es chino, y acto seguido debe ceder frente al Presidente de ese país y esperar que China ayude a salir de la pandemia a EEUU, pero, y sin solución de continuidad, promulga una ley de apoyo militar a Taiwán, la denominada “Ley de Iniciativa de Protección y Mejora Internacional de los Aliados de Taiwán”, enfureciendo a Pekín. Este país es el mayor productor del mundo de máscaras y medicamentos que se necesitan con urgencia; al llamar “virus Wuhan” o “virus chino” consiguió que China le negara la venta de esos productos. Fue necesaria una llamada telefónica de Trump a Xi Jinping para solucionar ese problema, además de que los diarios estadounidenses cesaran en su campaña de difamación contra Pekín. Como si no fuera poco, enfadó a la cancillera Merkel al intentar comprar los derechos exclusivos por 1.000 millones de dólares de una posible patente de vacuna en exclusiva para los EEUU. Trump olvidó a los aliados europeos (tal vez sería más propio llamarlos vasallos) y Pompeo acabó amenazando a Italia por aceptar medicamentos y médicos cubanos y rusos. Las imágenes de las columnas militares rusas entrando en Roma quedarán en la memoria colectiva de todos los italianos y europeos durante años. Queda patente que mientras Rusia, China y Cuba ayudan a más de 80 países, EEUU solo persigue aumentar el sufrimiento y Europa ve como la tan cacareada Unión Europea solo ha sido un sueño (o pesadilla según se mire) del que ahora tendremos que despertar. ¡Cuánta razón teníamos cuando hablábamos de la Europa de los mercaderes! La imagen de algunos ayuntamientos italianos izando la bandera roja en lugar de la europea, que yacía pisoteada en el suelo, se hará icónica en todo el mundo. Es una imagen muy poderosa.
El comportamiento de EEUU no solo es errático e impredecible sino que desde el punto de vista de sus intereses objetivos es contraproducente. EEUU vive un momento de enorme confusión, no hay una política global reconocible, más allá de una defensa de las actuales posiciones y un repliegue interno. Se anuncia, la pandemia y sus consecuencias lo evidenciarán, un gran retroceso geopolítico.
Trump utiliza la política exterior como cortina de humo frente a una realidad interior que se complica. Se ha dado la orden de movilizar las reservas de la Guardia Nacional por si es necesario imponer el orden. Una sociedad con más de 300 millones de armas repartidas en manos de la población representa un peligro potencial. Pronto la desesperación se enseñoreará de las calles de Norteamérica. El precio por ser atendidos y curados del Covid-19 supera los 30.000 dólares para personas que no dispongan de seguro médico (unos 27 millones de personas en EEUU); existe otra bolsa de 11 millones de indocumentados; otros 42.000.000, aunque tienen cobertura médica, ésta no cubre la pandemia y tendrán que desembolsar miles de dólares suplementarios para poder ser atendidos. Diarios “serios” recogían el miedo a un auténtico genocidio, que se producirá entre los sectores más deprimidos de la sociedad. Antes de la epidemia, entre los centenares de miles de indigentes que sobreviven en el paraíso de la abundancia un 30% padecía graves problemas pulmonares. Es un colectivo que proveerá de miles de muertos al macabro contador del coronavirus.
Trump necesita, en esta situación, generar una distracción colectiva. En el exterior sus enemigos declarados son Venezuela, Siria, Rusia y especialmente Irán. La respuesta hacia ese enemigo la lideran el belicista Mike Pompeo y Robert C. O’Brien, el asesor de Seguridad Nacional. De nuevo el Secretario de Estado fantasea con una nueva guerra en Oriente Medio o Venezuela. El aumento de las sanciones contra esos países tendría como fin aumentar los sufrimientos de población y provocar una reacción negativa hacia los gobernantes.
De poco sirve el llamamiento del Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, pidiendo el fin de las sanciones económicas y un “alto el fuego global inmediato” para centrarse en la lucha contra Covid-19. Washington no quiere escuchar, la pandemia es una ventana de oportunidad para infringir más dolor a sus rivales. El FMI, que está aplicando condiciones durísimas a los países que solicitan créditos debido al problema de la epidemia, no está dispuesto en absoluto a proporcionar ninguna vía de financiación que ayude a paliar los efectos de la pandemia, en especial a Venezuela e Irán. Hace un mes Mike Pompeo anunciaba un incremento de las sanciones contra Irán para bloquearle las transferencias de dinero que le permitan comprar insumos médicos en el mercado internacional. En Siria, EEUU continúa alimentando la espiral de la guerra: el diario al Mayadeen se hacía eco, en su edición del 28 de marzo, de cómo EEUU presionaba a la ONU para que equipos bélicos, bajo el paraguas de la ayuda humanitaria de las ONGS, fueran admitidos en el campo de refugiados de Rukban, cerca de la frontera jordana. El gobierno sirio ha ofrecido en varias ocasiones crear corredores humanitarios, a lo que se han negado los grupos terroristas, en especial el grupo Maghawir Al-Thawra.
Por otra parte EEUU ya ha anunciado que, dado que sus fuerzas están siendo atacadas y que el gobierno iraquí no actúa, está dispuesto a incrementar las sanciones contra Irán e Irak. Dentro de un mes prohibirá la importación de electricidad y gas desde Irán (aproximadamente un tercio del total del consumo eléctrico iraquí). Será en ese momento, cuando la epidemia sea más dañina, cuando Trump querrá que los hospitales se apaguen.
Pero hay más, mucho más. El sector más belicista de la administración Trump, que en este caso no es el Pentágono sino Pompeo y O´Brien, presiona para provocar una guerra contra Irán en territorio de terceros. En este momento se diseñan planes de intervención directa en Irak contra las supuestas milicias iraníes. La semana pasada se filtraba que el Pentágono ordenaba la planificación de una escalada de guerra en Irak. El objetivo sería destruir a las milicias respaldadas por Irán que han amenazado con más ataques. Los generales no lo ven claro. Tanto el secretario de Defensa Mark T. Esper como Marx A Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto, no las tienen todas consigo. Son muy cautelosos. Todos saben que los presidentes pasan, que detrás de Trump vendrá otro. El militar que quiere progresar, incluso en la vida civil, sabe que su currículum son sus victorias. Un general derrotado es un general defenestrado, por tanto solo estarían de acuerdo cuando exista una razonable posibilidad de victoria o una orden taxativa.
Es un plan tan estúpido como loco. Kataib Hezbollah y otros grupos chiitas fueron la barrera protectora de Irak en la guerra contra el ISIS. Forman parte de los partidos políticos iraquíes y de sus fuerzas armadas. Tienen profundas raíces en la población porque son iraquíes, no extranjeros. La situación en el interior de Irak se complica por momentos. Francia, Italia, la República Checa… han comenzado a retirarse. Los acompaña Dinamarca, el Reino Unido está eliminando el 50% de sus fuerzas. España repatria a unos 200 soldados, más o menos la mitad del despliegue, solo quedan menos de 5.000 soldados estadounidenses, mientras que una guerra contra Kataib Hezbollah puede movilizar a cientos de miles de iraquíes para luchar contra la ocupación. Es una guerra que involucraría a Irán y que perdería EEUU. El miedo a ese fracaso es el freno de Trump en una época tan crítica como el período electoral y ante la pandemia que se extiende por el país. Pero por otra parte una acción de fuerza le permitiría recobrar la imagen de estadista decidido y fuerte que tanto gusta entre sus seguidores.
El ejército norteamericano tiene otro problema con el que lidiar, y que no es otro que el propio coronavirus. En este momento el portaviones USS Dwigth D. Eisenhower y el USS Harry S. Truman y sus flotas de escolta están posicionadas para un ataque conjunto con los B-52 apostados en Arabia Saudita. Las maniobras se celebran desde finales del mes pasado. El objetivo descrito es coordinar las alas de ataque conjunto de los dos navíos. Pero tienen un problema, dos de los navíos de apoyo y reserva, especialmente el portaviones USS Ronald Reagan y el USS Theodore Roosevelt, tendrán que ser puestos en cuarentena al haberse identificado cerca de 30 casos de infectados por coronavirus. La estrechez con la que conviven los 5.000 efectivos de un gran portaaviones es un buen caldo de cultivo, ideal para la expansión de la infección a todos los rincones.
El Departamento de Estado no solo mira a Irak, sino que cada vez más le preocupa el avance de las milicias yemeníes en su guerra contra su aliado (de momento) que no es otro que Arabia Saudita. Tanto es así que ha decidido reducir las ayudas a la atención médica en Yemen justo cuando hay más necesidad. De nuevo la pandemia utilizada como arma de guerra. Los funcionarios de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional informaron al The Washington Post que detenían la financiación a los programas de atención médica en el país. Lo que es más paradójico es que esta ayuda no procede de EEUU sino de países extranjeros, aunque está controlada por las agencias norteamericanas.
Pero el Departamento de Estado no tiene suficiente. Mike Pompeo renueva su asalto a Venezuela. Ahora acusa a Maduro y 14 personas más ofreciendo una recompensa por su captura. Los cargos según el Departamento de Justicia son los de corrupción y narcotráfico, entre otros. Según la justicia norteamericana Maduro y sus compinches contrabandean cocaína con los cárteles colombianos. Es tal el ansia del Secretario de Estado de EEUU por generar problemas a sus rivales que en múltiples ocasiones acaba haciendo el ridículo. Así, entre las personas perseguidas e incluidas en la lista, figura Clíver Antonio Alcalá Cordones (se ofrecen 10 millones de recompensa); el personaje fue general de las fuerzas armadas venezolanas. Destituido de su cargo en 2013 por Maduro huyó a Colombia, desde donde apoyó a Juan Guaidó como autoproclamado presidente de Venezuela. Temiendo su asesinato por algún sicario para cobrar la recompensa, reveló que estaba implicado en un intento de golpe de Estado contra Maduro bajo las órdenes y la financiación del propio Juan Guaidó. La idea era aprovechar el problema del coronavirus para introducir armas en Venezuela y realizar atentados. El 24 de marzo se incautó un cargamento de armas y material de guerra por valor de 500.000 dólares. Las armas cayeron en poder de la inteligencia venezolana. Clíver Antonio Alcalá, preocupado por su seguridad, afirmó a través de un video hecho público que se había reunido al menos en siete ocasiones con mercenarios norteamericanos. Leopoldo López, el otro gran opositor también implicado, estaba completamente al corriente de la operación. El apoyo prestado por la embajada de España en Caracas a la oposición venezolana aún está por dilucidar. Las declaraciones del exmilitar venezolano están arruinando el plan de Washington. El urdidor de esta idea no fue otro que el ya depuesto Elliott Abrams, que como sabemos tiene una rara habilidad para hacer el ridículo. El gobierno de EEUU y Donald Trump se muestran como lo que son, aliados que no son fiables y que actúan sin perspectiva estratégica más allá de la siguiente contienda electoral.
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