¿Ha ganado Trump las elecciones gracias a las clases populares? La clase obrera, los parados, la clase media y la pequeña burguesía empobrecida están en el centro de los comentarios postelectorales. ¿Son ellos los protagonistas del acontecimiento-shock de las presidenciales norteamericanas? Para los medios de comunicación, tanto en Estados Unidos como en Europa, sí. Se trata de una revuelta de las capas más bajas de la sociedad contra el binomio vieja política-Wall Street representado por Clinton.
¿Es así? Lo primero que puede decirse es que nos encontramos ante un terreno muy accidentado, en el que el riesgo de manipular los datos de la realidad es alto. Los grandes medios de comunicación, tanto aquí como al otro lado del Atlántico, dividen siempre la representación en dos partes. Antes de las elecciones, describen a Trump y al “populismo” en las formas más ignominiosas e interpretan el conflicto como una polarización entre civilización democrática y barbarie. Inmediatamente después, entonan el mea culpa, se lamentan de no haber comprendido el mundo, atribuyen por completo al pueblo los resultados de un proceso complejo y estratificado y sitúan a las clases populares en el centro del análisis del que las habían excluido antes totalmente. Si la política cambia es por mérito o por culpa de las clases populares. Así, de modo indirecto, medios de comunicación en manos del gran capital financiero (amos de todos los medios de información más importantes del planeta) desembocan en una comprensión de los conflictos políticos casi marxista. Eso sí, un marxismo vuelto del revés: en este caso a las clases populares se les atribuye siempre y solo la victoria de las derechas. Y si son radicales, xenófobas y fascistas, mejor.
De este modo se lanzan dos mensajes. Uno: cuando el pueblo vota y actúa, produce estos efectos. Dos: únicamente la derecha sabe conectar con el pueblo. La derecha es buena, hábil, comprende los estados de ánimo colectivos, usa bien la televisión, es genial con las redes sociales, sabe interpretar la realidad. En cambio, cuando el voto popular aparece como determinante en el ascenso de alguna izquierda –Sanders, Syriza, Podemos- la gente desaparece de nuevo del radar. La indulgencia mostrada por los medios con los Trump, Le Pen, Salvini (“debemos comprender el fenómeno”…) se convierte en pura oposición visceral hacia el pueblo y sus representantes.
Podemos preguntarnos dos cosas. Primera: el voto popular, ¿ha sido determinante en la victoria de Trump? No, esto por ahora no puede decirlo nadie, o solo andando a tientas. Como es sabido, los exit poll electorales (en base a los que por ahora solo puede hacerse un análisis de la composición social del voto) son tan fiables como las encuestas preelectorales. Es decir, casi nada. Pero si queremos dar por buenos los únicos datos que tenemos, los exit poll de la CNN, el cuadro que de ahí emerge es completamente distinto del que domina los comentarios postelectorales. La victoria de Trump es amplia entre las capas medio-altas. Entre quienes tienen ingresos inferiores a 30.000 euros, Clinton obtiene el 53% y Trump el 41%. Entre quienes reciben de 50 a 100.000 euros, Trump obtiene el 50% y Clinton el 46%. Entre los ricos (ingresos superiores a 100.000 euros) están casi a la par, aunque gana Trump: 48% contra 47% para Clinton.
Segunda pregunta. Se da por buena la identificación de Trump como figura anti-establishment. Trump ha sido sin duda un catalizador formidable de sentimientos anti-partidos y anti-clase política. Sobre estos sentimientos las clases populares pueden proyectar muy bien un odio de clase feroz hacia los privilegiados, hacia Wall Street y hacia las élites intelectuales. Pero no se pregunta: ¿hay relaciones entre Trump y las élites? Y si las hay, ¿cuáles son? Las élites no son “una cosa” sino un conjunto plural y en conflicto de grupos sociales. Estos pueden estar en conflicto entre ellos y en cada sector algunos componentes pueden estarlo con otros. ¿Qué relaciones existen entre el empresario Trump y las empresas de los sectores tradicionales? Dando por descontado que el mundo Clinton-Obama es el representante político de la economía digital (Twitter, Facebook, Amazon, etc…), ¿hay alguna relación entre Trump y el mundo de las empresas inmobiliarias, de infraestructuras, de la energía, de la industria pesada? ¿Y con segmentos del estado y del sistema político? El FBI ha sostenido a Trump casi abiertamente. O también, ¿qué pasó con los antiguos y silenciosos Neo-cons? ¿Apoyaron o no a algunas de las partes implicadas?
Lo que hoy está sobre todo en curso en Estados Unidos, Europa y otros lugares, es una rebelión de las élites. En los siglos XVIII y XIX, en la época de las revoluciones democráticas y nacionales, la burguesía en ascenso utilizaba al pueblo para afirmarse frente a las clases tradicionales. Una vez ganado este conflicto, se concentraba en reprimir al pueblo políticamente organizado. Las élites contemporáneas están haciendo lo mismo en esta fase de creciente rebelión electoral democrático-populista, que presenta una dimensión casi global y que rediseñará por completo las formas de la política y de las instituciones. El pueblo, y el populismo, se encuentran agitados y utilizados por las élites (y por tanto por los medios de comunicación y los analistas) de cara a rediseñar las instituciones en un sentido post-democrático o a-democrático. Por esto cuando vencen las derechas se sitúa al pueblo en el centro de la escena. La nueva configuración de las instituciones políticas debe legitimarse: la quiere el pueblo. Pero este pueblo es responsable a la vez del ascenso de los bárbaros. Es ignorante, incívico, peligroso. Así, una vez realizada la operación, se puede volver a golpearlo tranquilamente, con las élites de nuevo felizmente compactas.
Pero al mismo tiempo se ha ido creando una dinámica conflictiva y contradictoria, de resultados imprevisibles. Ya no se puede hacer política al margen de este magma.
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