Los signos de inquietud se multiplican: el pasado 22 de mayo, el diario Washington Post revelaba que el gobierno Trump había discutido la posibilidad de volver a realizar pruebas nucleares. Hace casi treinta años que las grandes potencias se abstienen de hacerlas. Estados Unidos hizo su último ensayo nuclear en Nevada, en 1992, y tanto Rusia como China se han abstenido también de hacerlos desde entonces. Aunque el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, CTBT, no está en vigor (firmado en 1996, lo hará cuando sea ratificado por cuarenta y cuatro países, entre los que faltan Estados Unidos y China) las grandes potencias han observado hasta hoy una moratoria de pruebas nucleares. Pero el CTBT está en peligro: Obama apoyaba ratificarlo, aunque no lo hizo, y el tratado recibió un golpe demoledor cuando el gobierno Trump mantuvo, en la doctrina nuclear aprobada en 2018, que no lo ratificaría.
Aunque Estados Unidos tiene la capacidad de realizar simulaciones informáticas de experimentos nucleares, los sectores más duros de Washington presionan para volver a realizarlos, aduciendo, pese a la falta de pruebas, que tanto Rusia como China hacen ensayos de baja intensidad, y que, además, una explosión atómica norteamericana forzaría a China a negociar, como si ese fuera el principal peligro y no la destrucción sistemática de los tratados internacionales que lleva a cabo Estados Unidos. China dispone de un arsenal nuclear mucho más reducido que los de Estados Unidos y Rusia, menor que el de Francia y similar al de Gran Bretaña. Sin embargo, sectores del Pentágono y del Departamento de Estado creen, con aplastante lógica, que la realización de pruebas nucleares norteamericanas abriría el camino a que otros países también lo hiciesen.
Para justificar la nueva postura estadounidense, el Departamento de Estado acusó en abril a China de realizar pruebas nucleares secretas en el desierto de Lop Nor, Xinjiang, violando el CTBT, aunque ninguna estación de control registró esas supuestas explosiones y Pekín negó con rotundidad su realización, manteniendo que la prohibición de ensayos es, de hecho, una obligación y una norma para todos los países del mundo. Estados Unidos acusó también a Rusia de hacer ensayos nucleares, y con relación al Tratado de Cielos Abiertos Mark Esper, jefe del Pentágono, afirmó que Rusia “hace trampas desde hace muchos años”, sin que tampoco aportase ninguna prueba.
Pese a las evidencias sobre la modernización de su arsenal atómico, el gobierno Trump sostiene que Estados Unidos no pretende fabricar nuevas armas nucleares, pero que lo hará si Moscú y Pekín no quieren negociar sus programas. Sin embargo, en febrero de 2020, Associated Press publicó las declaraciones de John Rood, subsecretario de Defensa para asuntos políticos, admitiendo que Estados Unidos incorporaba un misil con una ojiva nuclear de bajo rendimiento (W76-2) a los submarinos dotados de misiles balísticos Trident II. El hecho de que, al mismo tiempo, Estados Unidos haya abandonado el INF sin querer suscribir una moratoria o negociar un nuevo acuerdo, que haya abandonado el acuerdo nuclear con Irán, y que pretenda hacerlo también con el principal tratado de control nuclear, el START III, invalida los argumentos del Pentágono y la Casa Blanca, aunque Trump haga caso omiso de las evidencias.
Hay otros muchos signos inquietantes. Georgette Mosbacher, una empresaria a quien Trump nombró embajadora norteamericana en Varsovia, admitió la misma semana de la información del Washington Post que Estados Unidos estudia la posibilidad de instalar armamento nuclear en Polonia, que probablemente trasladaría desde Alemania, y Estados Unidos ya dispone de bombas nucleares en Alemania, Italia, Bélgica y Holanda, además de Turquía. Y el 29 de mayo, el ministerio de Defensa ruso informaba de que había detectado bombarderos estratégicos B-1B norteamericanos, que cuentan con armamento atómico, en el Mar Negro y en el Báltico. El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Lavrov, ha denunciado que Estados Unidos ignora todas las propuestas de Moscú para prorrogar el START III, en una calculada carrera para destruir sistemáticamente todos los acuerdos de control y desarme nuclear.
Mientras Trump ignora la mortandad de la pandemia y las heridas abiertas del racismo, el Pentágono quiere hacer de nuevo ensayos nucleares y, como si el mundo volviese a los años de delirio atómico de Forrestal y MacArthur, Estados Unidos fantasea con la hegemonía militar definitiva, pretendiendo imponer al planeta el desvarío y el veneno de su poder.
Fuente: Mundo Obrero digital.