Tres despachos sobre Mitteleuropa II

Alarmas en Europa Central hoy

Vida y muerte. Es curioso cómo pensando en la suerte de la Europa Central un país en particular –Ucrania– parece darle y quitarle la vida a la vez. Situada a la mitad del camino entre el Bizancio y el Occidente. Pegada de dos mitades (la oriental moldeada por Rusia y la occidental hecha por Polonia y Austria-Hungría). Para unos Ucrania es hoy el principal –¿el último?– lugar donde hablar de su identidad y extensión aún importa. Según Y. Andrujóvych –el autor ucranio que junto con el polaco A. Stasiuk escribe Mi Europa (2000), un tomo de ensayos sobre las modernas encarnaciones del mito centroeuropeo– ésta es la última frontera de la Europa Central kunderiana (goo.gl/FLNRQw). Para Kundera era un concepto aspiracional (ir al Occidente). Después de que Polonia o Hungría cumplen esta aspiración, la frontera se mueve. Ahora es turno de Ucrania. Al final: su parte occidental –al menos– ya estuvo allí. Para otros, la misma crisis en Ucrania (desde 2013) y la falta de unidad regional frente a ella–con los polacos queriendo ir casi casi a la guerra con Rusia y los checos o los eslovacos no tanto (goo.gl/rTmVxm)– demuestra que “no hay tal cosa que la ‘Europa Central’” (sic): las divisiones entre Rusia y el resto del continente tienen que ser redibujadas y proyectos regionales repensados. Es cierto: desde su fundación el Grupo Visegrád (goo.gl/E7H555) es una risa. Pero la base de la unidad aquí, incluso de la misma existencia centroeuropea, es insoportablemente estrecha (el antirrusismo). Encima, el retorno a la centenaria idea de Intermarium (goo.gl/Bw9YQf), una “ Mitteleuropaimperial polaca” (sic), pregonado por la derecha soberanista y neoautoritaria de Varsovia muy al estilo de los 20/30 cuando la política wilsoniana de fortalecer a los pequeños nacionalismos fragmenta la región poniéndosela en una bandeja a Hitler y Stalin, lo hunde aún más en un mar de ilusiones e insignificancia (traicionando de paso las antes celebradas aspiraciones ucranias: hoy en la región Bruselas ya suena igual de feo que Moscú).

El (mal) ejemplo. Z. Bauman discutiendo en 2011 la cuestión ¿qué nos enseña la Europa Central?(goo.gl/r1Ljua) empieza justamente por allí. Recuerda el fracaso del modelo post-Versalles impuesto con arrogancia e ignorancia por W. Wilson (goo.gl/P3gKLA). Recuerda las justas críticas de la misma H. Arendt: “los cinturones de poblaciones mixtas en Balcanes y Europa Central no sirven para regirse por la regla ‘ein Volk, ein Reich’”. Ya sabemos cómo acaba esta historia. Mal. Pero cuando pasa a la actualidad las cosas empiezan a complicarse. Hablando de la crisis de la UE y enfatizando que el futuro político de Europa dependerá de la suerte de su cultura, apunta a la región como un modelo y una esperanza: “su experiencia en ‘ser diverso’ (sic), algo que el resto del continente ya sabía, pero que por la crisis falla, será su salvación”. ¿De dónde esta convicción? De Kundera, Milosz, Konrád. De toda una tradición literaria/intelectual de los 80 en la que Europa Central no sólo es parte integral del Occidente –temporalmente dominada por la URSS–, sino la verdadera portadora de sus valores (sic). Para Kundera –uno de los más perspicaces sociólogos, según Bauman–, Europa ya hace cuatro décadas está en una crisis identitaria. No ve la tragediade los países centroeuropeos. No ve su potencial sanatorio (una versión de esta narrativa surge luego en referencia a Ucrania y la Europa de hoy). El problema con esta visión –aparte de que todo modelo kunderiano es demasiado limpio (algo que por ejemplo Stasiuk, a su vez uno de los mejores observadores de la modernidad según Bauman, enturbia en sus libros)– es que… la realidad lo contradice. A pocos años las esperanzas de Bauman perecen en llamas del odio antirrefugiados que estalla por toda la Europa Central. La región en vez de salvar a la UE, le da la espalda. La acusa de peligrar su singularidad. De ser “permisiva con la ‘amenaza musulmana’”.

Las ausencias. Uno de los fundamentos de la existencia de Mitteleuropa, un pegamento que junta aquel espacio cultural y geográfico es el elemento judío (E. Traverso, El final de la modernidad judía, p. 43-47). Su casi completa desaparición –el Holocausto, las erupciones del antisemitismo post-1945– es el fin de la entidad tal como la conocemos (véase: parte I). Antes, su presencia permea en la cultura y en el mito: la figura del judío errante es irrevocablemente vinculada con Mitteleuropa (p. 43). Incluso la Europa Central de la lengua alemana” (vide: K. Jaspers) es en muchos aspectos una creación judía: son ellos que cimentan la unidad del mundo que desborda las fronteras y penetra las culturas eslavas, bálticas, balcánicas, italianas… (p. 45). Uno de sus máximos exponentes es J. Roth nacido en Galitzia en el lejano este del Imperio austro-húngaro, históricamente parte de Polonia, hoy Ucrania. Según un protagonista de una de las novelas de B. Hrabal es allí, en la última estación de trenes del estilo imperial, donde empieza la Europa Central (La soledad ruidosa, 1976). La literatura de Roth es emanación pura de Mitteleuropa. Sus folletines y crónicas de viajes por la región su retrato inigualable (The hotel years,2016). Una vez T. Mann con soberbia –“¡‘su’ idioma alemán en manos de este vagabundo oriental/judío/eslavo!”– dice de él: la embriagada Europa del Centro. Miro las fotos del autor de La marcha Radetzky (cara roja, hinchada), miro al espejo, pienso en mis bisabuelos galitzianos polaco-alemanes y me quedo con él.

Coda. Para Andrujóvych –cuyos ancestros también son de Galitzia–, la esencia geográfica, histórica y sicológica de la región “es el miedo que oscila entre sonar dos alarmas: ‘¡vienen los alemanes!’ y ‘¡vienen los rusos!’” (Mi Europa…, p. 16).

¿Y qué alarmas están sonando hoy?

¡Vienen los refugiados!(aunque vino apenas un puñado y no van a venir más).

¡Vienen los unioneuropeistas!(ayer la región fue Occidente secuestrado por Oriente [URSS]; hoy parece Oriente secuestrado por Occidente [UE]).

¡Vienen los rusos! (aunque en su regreso a “lo verdadero –eslavo, magiaro– de ellos” Varsovia, Budapest o Praga emulan tal cual a Moscú).

La historia no fue benévola con la Europa Central. Pero causada por ella histeria colectiva debe tomarse como lo que es: un trauma para superar; no una forma de hacer política.

*Periodista polaco

Artículo publicado originalmente en La Jornada

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