Después de la cumbre de la OTAN: el “camino irreversible” hacia la guerra global
Algunos fuimos desde el principio escépticos sobre lo que se denominó “autonomía estratégica” de la Unión Europea. Nos temíamos que fuese una ocurrencia más de la “oficina de creación de imaginarios y demás fantasías narrativas” dirigida por el Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad José Borrell. Se dijo, hay que recordarlo hoy que están de salida, que la Comisión Europea presidida por la señora Von der Leyen era esencialmente geopolítica y que su tarea fundamental seria pensar y actuar como lo que debería ser la UE, a saber, una gran potencia en un mundo que cambia. En estos años, desde luego, ha habido mucha geopolítica, un conflicto militar de grandes dimensiones en el corazón de Europa y otro, duro y cruel, en el Oriente más próximo. Lo que nunca apareció fue eso de la “autonomía estratégica” que queda como una idea frustrada antes de nacer y material, como tantos, inventados para dar quehacer y financiación a los centros especializados en la infinita tarea de la construcción federal europea. La voladura, tantas veces anunciada, del Nord Stream-2 dejó zanjado definitivamente el asunto al modo norteamericano: la función creadora de la violencia organizada.
El Alto representante de la Unión descubrió un día que el mundo era una jungla y que a él le tocaba, como jardinero fiel, cuidar el vergel europeo. Se le olvidó, podría habérselo preguntado a su compañero Javier Solana, que el acta fundacional de la nueva OTAN que surgía de la disolución del Pacto de Varsovia y de la desintegración de la URSS fue el bombardeo inmisericorde, cruel e ilegal de Yugoslavia. Dicho de otra forma, la nueva Europa, su ampliación y sus políticas económicas y de seguridad nacieron bajo la dirección del autoproclamado vencedor de la Guerra Fría, es decir, la Administración norteamericana. De la “Casa común” europea quedó el recuerdo que dejan los sueños ingenuos incumplidos y los dirigentes exsoviéticos tuvieron que aprender, el primero Putin, que Rusia nunca sería reconocida como una gran potencia y –lo más significativo– que se iniciaba un Nuevo Orden Internacional cuyas reglas básicas imponían el poder único e ilimitado de los Estados Unidos.
Cumbre de la OTAN
El tono, retórica y puesta escena de la cumbre conmemorativa de 75 aniversario de la OTAN estuvo marcado por la alarmante senilidad de Biden y por la sombra omnipresente de Donald Trump. Zelensky, en un arranque de sinceridad, lo dijo con toda claridad: aquí estamos a la espera de lo que pase en noviembre, es decir, si gana o no Trump. No se equivocaba; y, además, ponía el acento en lo fundamental: la OTAN es un dispositivo estratégico de poder al servicio de los intereses norteamericanos definidos –en lo fundamental– por el inquilino de la Casa Blanca. Los aliados cuentan poco o nada y solo les queda esperar. Ante la previsible llegada de Trump, la Asamblea tomó decisiones, definió con más precisión a los enemigos y, sin complejos, apostó por convertir la guerra en Ucrania en un conflicto directo entre la OTAN y Rusia; el carácter limitado de la misma parece superado y ahora el conflicto deviene en global.
El dato más sobresaliente de esta cumbre de la OTAN, a mi juicio, es convertir a China en enemigo estratégico de la organización atlántica. Se dirá que esto ya estaba presente de alguna forma en el concepto estratégico de la Alianza, es verdad; lo nuevo es que ahora se convierte en operativa y en medio para una coordinación más directa con el AUKUS (acuerdo político-militar entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos), Nueva Zelanda y, lo más importante, con los dos grandes protectorados norteamericanos en la zona: Japón y Corea del Sur. China sentirá ahora con renovada fuerza la presión anglosajona, la disputa de espacios y aliados, así como una activación más resuelta del separatismo de Taiwán. El objetivo que consigue Biden es sobresaliente: desacoplar la economía de la Unión Europea de la de China, incrementar la guerra comercial, tecnológica, financiera entre las dos potencias hasta ahora interdependientes y, en muchos sentidos, complementarias. Y, evidente, acelerar la dependencia de la UE de los EE.UU.
Ucrania ha merecido un tratamiento especial y en muchos sentidos, único. Tampoco en esto hay que engañarse demasiado. La Administración norteamericana sabe que Zelensky no ganará la guerra; el objetivo es otro: aumentar el desgaste militar, tecnológico y económico del gobierno de Putin, golpear objetivos estratégicos, incrementar aún más la muerte de civiles y minar la moral y determinación del pueblo ruso. Se trata de neutralizar, primero a Rusia, en paralelo presionar a China y, sobre todo, crear un bloque lo más unido posible que esté en condiciones de oponerse al trípode que está reorganizando a Eurasia: Irán, Rusia y China.
Lo que se vislumbra, más allá de la autorreferencial declaración final de la Asamblea, se podría resumir así: 1) La OTAN supervisará más estrechamente la dirección operativa y la conducción de la guerra. Nada se hará, en lo fundamental, sin la aprobación norteamericana; 2) La selección, la definición de los objetivos a golpear en Rusia serán decididos por la OTAN y coordinado el representante único de la organización político-militar; 3) La planificación de la defensa, en un sentido amplio, la política de personal, formación, entrenamiento y, sobre todo, el gasto serán estrictamente controlados por las autoridades de la Alianza; 4) El presupuesto militar de Ucrania y de los países miembros se incrementarán sustancialmente, llegando, como mínimo, a 40.000 millones de dólares para 2025. Se propiciará una mayor coordinación en la producción de armamentos, la interoperabilidad de los mismos y una mayor centralización en la toma de decisiones.
Zelensky
Diversos debates se han entrecruzado en la Asamblea. Los más significativos tienen que ver con la “profundidad “de los ataques con misiles en territorio ruso y sobre los F-16, su número, plazos de entrega y su ubicación. Zelensky ha intentado –su situación es cada vez más precaria– ir más allá de los acuerdos previos; el resultado, por ahora, ha sido los desmentidos de británicos y norteamericanos. El Reino Unido no autorizará ataques con misiles Storm Shadow en territorio ruso, así lo han señalado fuentes oficiales; tampoco permitirán los EEUU el uso de los misiles ATACMS más allá de las fronteras ucranianas. Esta posición ha sido reafirmada varias veces con fuerza, siempre con la coletilla de “si no cambian las circunstancias”. ¿Cuáles son estas? Que la ofensiva rusa se acelere y que el frente ucraniano colapse. La ambigüedad parece calculada.
Cosa distinta son los F-16. El gobierno ucraniano busca “milagros” armamentísticos que le permitan superar una situación político-militar cada vez más adversa. Por lo que sabemos, Ucrania recibirá 6 F-16 de sus socios occidentales y 20 más a final de año. Las dificultades son muchas, tiene que ver con los pilotos, con la logística de apoyo, con la cualidad y calidad de las pistas y, clave, su ubicación. El peligro es que los aviones sean detectados y destruidos por los misiles rusos en los propios hangares; hay otra posibilidad, defendida con fuerza por los polacos, que la ubicación sea en otros países de la Alianza. Por ahora, los norteamericanos dicen que su emplazamiento será en suelo ucraniano. Lo contrario significaría una escalada de grandes proporciones, cuyas consecuencias son fáciles de prever.
La recuperación del triángulo de Weimar (Francia, Polonia, Alemania) como nuevo núcleo de poder de la UE le está dando un protagonismo especial a la República de Polonia. De hecho, se está convirtiendo en un actor esencial en el conflicto ucraniano y un aliado imprescindible de los EEUU. Ella representa como nadie “la Nueva Vieja Europa”, la buena, la firme, la anticomunista, la que quiere mano dura contra Rusia y la dispuesta siempre al enfrentamiento militar. Zbigniew Brzezinski la representó con objetivo claro, diáfano: derrotar a Rusia, desintegrarla como Estado y liquidar su civilización. El “Acuerdo de cooperación en materia de seguridad entre Ucrania y la Republica de Polonia” recientemente firmado por el liberal/europeísta primer ministro polaco Donald Tusk y Zelensky es mucho más de lo que dice el encabezamiento. Es tan completo y prolijo que no podemos analizarlo en este momento; baste con señalar, que, a mi juicio, estamos ante una operación de integración de Ucrania en el dispositivo de poder económico, tecnológico y militar de Polonia; es algo más – y más ambicioso– que la recuperación de viejas posesiones siempre reclamadas. Quizás habría que hablar de una anexión en proceso, aprovechando la desesperación del gobierno ucraniano y la excepcionalidad del momento.
Polonia está defendiendo abiertamente ser parte, indirecta por ahora, y directa en el futuro inmediato, del conflicto armado, es decir, propiciar la escalada y la guerra entre la OTAN y Rusia. Este es un acuerdo profundo en su clase política. En estos días andan empeñados en tres asuntos: 1) crear una “legión ucraniana” que sirva de cobertura al envío de militares polacos y demás “voluntarios” de los países aliados; 2) crear una zona de exclusión aérea en la parte occidental de Ucrania cuyo paraguas estratégico lo desplegarían las fuerzas militares polacas y 3) ubicar los F-16 entregados a Ucrania en territorio de la Alianza. Los tres, juntos o por separado, llevan directamente al agravamiento del conflicto. Se parte del supuesto previo de que Rusia no se atreverá a usar su armamento nuclear, es decir, las élites europeas pretenden jugar a la ruleta rusa con el presidente Putin. ¿Y los EE. UU? Lejos y viéndolas venir, como siempre.
Hay que reconocerle a Pedro Sánchez una capacidad infinita para el regate corto, para diferenciarse y seducir. Su aportación a la asamblea fue distinguida: reconocimiento del Estado palestino e insistencia sobre el flanco sur de la UE y de la OTAN. Su singular discurso estuvo dedicado a combatir el supuesto doble rasero entre el conflicto ucraniano y la política salvaje del gobierno israelí con la población palestina. Las aclamaciones han sido relevantes y su imagen progresista, realzada. Sin embargo, la realidad, una vez más, desmiente las declaraciones. El Reino de España mantiene unas relaciones óptimas en todos los ámbitos con el Estado de Israel; sobre todo como suministrador y comprador de armas de vigilancia y guerra que luego pueden ser usadas para masacrar a los habitantes de la franja de Gaza. Reivindicar, aquí y ahora un Estado para los palestinos a nada compromete cuando se está asesinando a miles de niños, mujeres, jóvenes y mayores inocentes. A nada. ¿No sería más efectivo suspender las relaciones diplomáticas y propiciar un boicot real de municiones, tecnología y armamento al Estado de Israel? En realidad, se perpetúa el doble rasero que se critica y no se tiene el coraje de enfrentarse a Biden.
Es un lugar común en la política europea hablar del flanco sur de la OTAN y de los problemas de África, en general y del enorme territorio subsahariano en particular. El Sahel como línea de fractura y territorio donde se dirimen conflictos más generales. En el centro, siempre en el centro, las enormes riquezas de un continente saqueado, condenado a la pobreza y con una inmensa desigualdad que ahora ve en esta transición hacia un mundo multipolar una nueva oportunidad para romper con el colonialismo, reconquistar la soberanía política y económica y avanzar hacia la justicia social. En esto también Pedro Sánchez se equivoca. Lo que él demanda lo están haciendo ya la OTAN y la Unión Europea, simplemente no cuentan con España ni con su gobierno. Marruecos es el Estado clave y es el que asume la dirección y control de una zona extremadamente importante por decisión de los EEUU. Lo demás, mala literatura y postureo.