Todd, Mearsheimer y los perfiles estratégicos en la guerra de Ucrania

Todd, Mearsheimer y los perfiles estratégicos en la guerra de Ucrania

En un perspicaz artículo que puede encontrarse en la red1, el antropólogo francés Emmanuel Todd desarrolla algunas reflexiones sobre los acontecimientos ucranianos que deberían ser evaluadas por quienes tienen el poder de evitar que esta guerra nos conduzca al abismo.

Lo que sigue son los puntos cruciales de las reflexiones de Todd, con comentarios al margen del escritor, cuando no se indica lo contrario, teniendo en cuenta que las representaciones de la narrativa dominante no brotan de esa rama del lago Como como las montañas de Manzoni, siendo fabricadas en la mesa por quienes mueven los hilos de la manipulación, por interés o servilismo [2].

El citado antropólogo señala que al inicio del conflicto había dos postulados que los acontecimientos posteriores han desmentido: a) Ucrania no resistirá la presión militar rusa; b) Rusia será aplastada por las sanciones occidentales y su sistema productivo, comercial y financiero se pondrá de rodillas.

Inicialmente, el conflicto tenía una dimensión territorial, con un riesgo expansivo limitado, aunque las intenciones de la OTAN y Estados Unidos eran prefabricadas y tenían objetivos más amplios. A medida que pasaban los meses, el objetivo de Occidente emergía en su obviedad, la sangría de Rusia y por caída el debilitamiento de China. Al mismo tiempo, de una dimensión circunscrita la guerra pasó a ser mundial, aunque con características propias y una intensidad militar menor que antes.

Al comienzo de las hostilidades, los medios de comunicación ensalzaron la fuerza del bien armado y estructurado ejército ruso. Por otra parte, se insistió en que la economía rusa era fundamentalmente frágil y se hundiría bajo el peso de las sanciones. Ucrania, en esencia, habría sido abrumada militarmente, mientras que Rusia lo habría sido económicamente. En su lugar, las cartas se han dado la vuelta, una doble sorpresa que confirma lo arriesgado de cualquier predicción y la poca fiabilidad de la máquina manipuladora, cuando los destinatarios encuentran tiempo para profundizar.

Los analistas con pensamiento crítico -desde luego no los funcionarios políticos y mediáticos del sistema, ni los partidarios ideológicos- siguen convencidos de que Rusia prevalecerá, aunque no se pueda predecir la forma. Ucrania, sin embargo, no ha sido aplastada militarmente, a pesar de haber perdido (enero de 2023) el 16% de su territorio. Por otra parte, la economía se mantiene, no ha quebrado, el comercio con los países no occidentales es boyante y, desde la víspera de la guerra, el rublo ha ganado un 8% frente al dólar y un 18% frente al euro.

Militarmente, Occidente no quiere exponerse (lo hace con sangre y territorio ucranianos) para evitar represalias y escaladas, mientras proporciona financiación y armamento que mantiene a flote al Estado ucraniano y mata a soldados rusos. En Europa, la guerra daña la estructura industrial, provoca inflación y escasez de energía, agrava su irrelevancia y su sumisión al amo-aliado.

Según algunos, con esta operación militar especial Putin cometió un error sociohistórico, al haber revitalizado a la moribunda sociedad ucraniana. Hasta el comienzo de las hostilidades, Ucrania tenía el perfil de un país fallido y en decadencia. Desde el día de la independencia (24 de agosto de 1991), el país había perdido 15 millones de habitantes, aunque faltan cifras oficiales porque el censo está prohibido desde 2001, como reflejo de una élite a la que le gustaría borrar incluso la existencia de la minoría rusa o rusoparlante.

Según las evaluaciones iniciales del Kremlin, un país tan frágil en términos de identidad se habría derrumbado fácilmente, abriendo sus puertas de par en par a la santa madre Rusia, una vez que se hubiera librado de las bandas nacionalistas y para-nazis instaladas en su aparato político y militar. Pero no fue así. Por el contrario, el desarrollo de los acontecimientos validó la suposición de que una sociedad en caída libre como la ucraniana podía encontrar en la guerra un horizonte identitario que parecía perdido en la noche de los tiempos, apoyándose en recursos externos, financieros y militares. Incluso los rusos habían subestimado la fuerza del sentimiento nacionalista, así como el impacto de la ayuda occidental.

Cabe señalar que, entre los diversos protagonistas de la guerra, Rusia es el más fácil de comprender, y con razón. Todd coincide con el análisis del politólogo estadounidense de la escuela realista, John Mearsheimer, cuando observa que el ejército ucraniano ya era de facto un ejército de la OTAN (entrenado por estadounidenses, británicos y polacos mucho antes de 2014) incluso sin la pertenencia formal de Kiev al Bloque Atlántico. Un escenario que -como declaró Putin hasta el día antes del atentado- Rusia no toleraría. Los movimientos de Moscú son claros y están motivados por razones defensivas y preventivas. Sin embargo, Mearsheimer añade que las dificultades del ejército ruso no deben llevar al regocijo, ya que esta guerra tiene un valor existencial para Moscú. Si crece el sufrimiento, crece paralelamente la intensidad de su reacción y, por tanto, una posible escalada[3] incluso nuclear (riesgo sobre el que sobrevuelan distraídamente los temerarios generales/gobierno/fabricantes de armas estadounidenses, que maniobran tras el telón, mientras los países europeos se eclipsan bajo el velo de una humillante omertà): En caso de derrota, el ejército ruso procedería en primer lugar a la destrucción sistemática de las ciudades ucranianas, empezando por la capital, y después se plantearía ataques convencionales con misiles hipersónicos, tal vez incluso contra un país de la OTAN, hasta el uso de un artefacto nuclear táctico (ante el que EE.UU. difícilmente reaccionaría, para no arriesgarse a su vez a convertirse en objetivo de la contrarreacción rusa).

Este es un análisis que Todd considera correcto, aunque las reflexiones de Mearsheimer merecen un añadido: este conflicto tenía inicialmente características existenciales sólo para Moscú. Ahora también lo ha sido para Washington, aunque por motivos diferentes, aprisionando a los dos antagonistas en una espiral sin salida aparente. Rusia, como se ha señalado, no puede ser derrotada salvo desatando el Armagedón. Ahora, incluso la derrota de Ucrania Occidental sería percibida por Estados Unidos, que es su líder, como una herida existencial. Para Washington, el sufrimiento no implicaría sacrificios territoriales ni el riesgo de un cambio de régimen (como en Rusia), ya que la estructura del corporativismo estadounidense no se vería afectada de todos modos. Las consecuencias serían geoestratégicas. Si Rusia se impusiera, el icono de omnipotencia de la superpotencia atlántica se vería gravemente afectado, con repercusiones directas sobre su influencia en el mundo. Desde luego, Estados Unidos no tiene intención de renunciar a su estatus imperial unipolar -la única nación indispensable, B. Clinton, 1999- para volver a ser una nación normal y contribuir honestamente a resolver los problemas del mundo. Definitivamente no.

Por tanto, en caso de derrota de Ucrania, el sistema de poder estadounidense podría verse expuesto y quizás sentir el primer hundimiento de ese trono de privilegio en el que se asienta. La guerra no presenta una salida equilibrada para los dos bandos. El pastel se repartirá de forma desigual, con repercusiones imprevisibles en el resto del mundo.

Todd, Mearsheimer y los perfiles estratégicos en la guerra de Ucrania

John Mearsheimer

Según declaraciones oficiales, Francia y Alemania estaban convencidas de que Rusia nunca se atrevería a invadir Ucrania, mientras que estadounidenses, británicos y polacos trabajaban precisamente para que así fuera. No tenemos pruebas de ello, pero es presumible, reflexiona Todd, que los dos países no lo consideraran seriamente, aunque las recientes declaraciones (convenientemente tardías) de Hollande y Merkel (que dirigieron sus respectivos gobiernos en 2014) -de que los acuerdos de Minsk (que habrían sancionado la autonomía lingüística en el Donbass bajo soberanía ucraniana) eran solo una estratagema para ganar tiempo[4] y permitir a Ucrania armarse para un conflicto con Rusia- sugerirían lo contrario. En este sentido, resulta amargo constatar la fría violación del derecho internacional por parte de un país, Francia, miembro del Consejo de Seguridad de la ONU (CSNU) con derecho de veto, ya que los acuerdos de Minsk habían sido aprobados por la ONU mediante una resolución especial del CSNU[5]. Un sentimiento similar de desaprobación debería expresarse hacia Alemania, a la que le gusta presentarse como la campeona de la integridad moral y el respeto a la ley. Otro engaño flagrante.

Por otra parte, al haber sido aplastadas durante mucho tiempo por las estrategias de la OTAN y Estados Unidos, las dos naciones carecen de la libertad necesaria para gestionar los acontecimientos de forma independiente: el destino del conflicto (y sus repercusiones sistémicas) se encuentra, por tanto, en manos de la tetrapotencia Washington (OTAN)-Londres-Varsovia-Kiev: la primera dirige el baile, las demás no participan.

Todd señala a continuación que las reflexiones de Mearsheimer son menos convincentes en un punto, ya que como buen estadounidense sobrevalora a su país cuando explica que Estados Unidos también podría digerir esta derrota, después de las de Vietnam, Afganistán y, en cierta medida, Irak y Siria, y que por tanto -como se ha dicho- el conflicto de Ucrania sólo tiene valor existencial para Moscú, mientras que para Washington no sería más que un divertimento para llenar aún más los bolsillos de los fabricantes de armas, ya ricos de por sí. Las relaciones de poder cruciales, concluye Mearsheimer, ni siquiera se verían alteradas por esa eventual derrota. En su opinión, en esencia, el postulado de la geopolítica estadounidense se basa en el siguiente supuesto: Estados Unidos puede hacer lo que quiera porque está a salvo, geográficamente lejos de cualquier amenaza, protegido por dos océanos. Por lo tanto, nunca pasará nada, porque a los ojos del imperio nada es realmente existencial. Según Todd, esta afirmación es errónea, y sería un error que Estados Unidos (entendido aquí como el aparato militar-industrial y la cúspide corporativa, no los 330 millones de ciudadanos, aquejados de un analfabetismo político generalizado) persistiera en el autoengaño de la omnipresencia. Por el contrario, deberían cambiar de rumbo y tomar nota, entre otras cosas, de la solidez de la economía material rusa (gas, petróleo y materias primas indispensables para el mundo) y de la fragilidad de la inmaterial, fundada en parte demasiado en valores de papel.

Si Moscú se resistiera a la implantación de sanciones por parte de Occidente, generando beneficios también para el mundo emergente, cada vez más molesto por el coste de guerras occidentales que no le afectan, mientras lidia con otras prioridades (la lucha contra la pobreza y el subdesarrollo), y si la economía europea también saliera estructuralmente deteriorada del conflicto, la capacidad de Estados Unidos para controlar la moneda y las finanzas se vería dramáticamente afectada. Con la dificultad de sostener una economía de papel y un enorme déficit comercial, Estados Unidos podría enfrentarse al comienzo de un declive económico/político/militar, mientras que el mundo vería el auge de una creciente multipolaridad. El terreno perdido por uno sería ganado por el otro, en un trágico juego de suma cero. En semejante escenario, chinos, indios y saudíes, entre otros, apenas disimulan su exultación.

Putin y el pasado

Puede que se haya sobrestimado al ejército ruso, pero sigue siendo sólido y está bien equipado. Putin, en cambio, puede contar con más. La década de 1990 fue una época de dificultades incalculables. Con la presidencia de Putin, uno de los pocos colaboradores no corruptos con los que pudo contar Yeltsin, el país volvió a la estabilidad y el crecimiento, recuperando la seguridad y la prosperidad. Las tasas de suicidio y homicidio han descendido, al igual que la mortalidad infantil, ahora por debajo de la de Estados Unidos. En las mentes y prácticas de la gente, Putin encarna este camino hacia la recuperación. No faltan personas en el país que juzgan equivocada la elección de la guerra, pero la mayoría coincide con el presidente en que esta operación militar especial es un conflicto defensivo. Además, la resistencia del sistema económico aumenta la confianza en que puede hacer frente bien al Occidente colectivo, es decir, Estados Unidos y los vasallos europeos.

Los rusos, señala Todd, sienten respeto por el pueblo y el ejército ucranianos, cuya resistencia tiene una sencilla explicación: son tan valientes como los rusos, ¡nunca unos occidentales lucharían tan bien! Putin aspira a la victoria, pero también a mantener la estabilidad social. Rusia lucha con la vista puesta en el principio del ahorro, de los hombres ante todo, porque el país se enfrenta a un dramático declive demográfico, con una fecundidad por mujer de 1,5 hijos (2,1 es el mínimo para que la población no descienda). Si la guerra va a durar cinco años, una duración normal para un conflicto mundial, hay que preservar al máximo la vida de los soldados, futuros suegros. Sorprende que al gobierno ucraniano esto le importe menos, enviando a los soldados al borde del abismo con poca consideración: la retirada rusa a Jerson, tras las de Jarkiv y Kiev, ciudades no estratégicas, también se explica por esta lógica.

El gobierno de Moscú no oculta su deseo de que se agoten las economías europeas, frágiles, expuestas a la energía y dirigidas por gobiernos no soberanos. Por tanto, la estrategia rusa es inteligible porque se basa en una lógica racional, aunque dura, por utilizar el adjetivo de Todd, mientras que las incógnitas residen en otra parte. Según algunos críticos, Moscú no tendría razón al calificar el conflicto ucraniano de guerra defensiva, ya que ningún país ha intentado invadir Rusia. Sin embargo, según Todd, un vistazo al mapa del mundo pone de manifiesto el cerco al que se enfrenta la Federación. Bases militares, despliegue de misiles, buques, submarinos nato-estadounidenses, todo converge en territorio ruso, un asedio que comenzó mucho antes del 24 de febrero de 2022. Mientras que las trincheras de los dos ejércitos en guerra se encuentran a 8400 kilómetros de Washington, sólo están a 130 kilómetros de la frontera rusa.

La dimensión global

El 75% de los Estados miembros de la ONU no aplican las sanciones del Occidente liderado por Estados Unidos (lo que representa 6.500 millones de personas los primeros, 1.500 millones los segundos). Los medios de comunicación occidentales son trágicamente divertidos, además de entretenidos, cuando señalan el aislamiento de Rusia en la escena internacional.

Jaishankar, ex ministro indio de Asuntos Exteriores (en su libro The India Way), publicado poco antes de febrero de 2022, cree que el enfrentamiento China-EEUU, ante la debilidad de este último, dará más espacio a países como India y otros, pero no a los europeos. Muchos países han tomado nota del declive, aunque relativo, de Estados Unidos, pero no Europa y Japón. Esto es así, reflexiona Todd, porque un reflejo del retroceso imperial es la necesidad de estrechar el cerco sobre los países colonia. En El gran tablero de ajedrez, Brzezinski recorre las etapas de la formación del imperio americano al final de la Segunda Guerra Mundial, con la derrota/conquista de Alemania y Japón, que desde entonces se han convertido en protectorados (éstos tienen gobiernos formalmente autónomos, a diferencia de las colonias, que en cambio están dirigidas por gobernadores designados). Los primeros en perder autonomía fueron los británicos y los australianos (e incluso antes los canadienses). Dentro de la anglosfera, el enredo funcional es tal que sus élites políticas, mediáticas y académicas están ahora integradas en el universo de valores estadounidense. El continente europeo está parcialmente protegido por las lenguas nacionales, pero su cesión de soberanía ha sido profunda y, en las condiciones actuales, es irreversible. Hace tan sólo unos años, al evaluar la inoportunidad de la guerra de Irak, Chirac, Schröder y Putin pudieron celebrar ruedas de prensa conjuntas, expresándose críticamente. Tal escenario es ahora ciencia ficción.

Algunos analistas señalan que el PIB (Producto Interior Bruto) de Rusia es inferior al de España, por lo que se sobreestima su poder económico y su capacidad de resistencia. También en este sentido, señala Todd, la guerra es un gran detector. El PIB combinado de Rusia y Bielorrusia es sólo el 3,3% del de los países occidentales (EE.UU., Anglosfera, Europa, Japón, Corea del Sur), por tanto incomparable sobre el papel. Esto plantea la cuestión de cómo puede Rusia hacer frente a un conflicto tan pesado sin dejar de producir armas sofisticadas y sin reducir el bienestar de sus ciudadanos. La explicación reside en la estructura material de la economía rusa, cuya naturaleza queda ensombrecida por la narrativa occidental. El PIB es una medida ficticia de la producción. Si se resta del de Estados Unidos el enorme gasto en sanidad, la riqueza producida por los abogados, el coste de las cárceles (las más abarrotadas del mundo), los servicios pagados con papel moneda, el producto de 20.000 académicos-economistas con sueldos de 120.000 dólares, resulta evidente que gran parte del PIB estadounidense es sólo vapor de agua.

Todd, Mearsheimer y los perfiles estratégicos en la guerra de Ucrania

Emmanuel Todd

La guerra de Ucrania nos obliga a examinar más de cerca la economía real, según la cual la verdadera riqueza de una nación es su capacidad de producir. Según este postulado, la economía rusa es más sólida que nunca. En 2014, se adoptaron las primeras sanciones serias contra Rusia. Desde entonces, la producción de trigo ha pasado de 40 millones de toneladas a 90 en 2020. En Estados Unidos, gracias a las políticas neoliberales, la producción de trigo se redujo de 80 a 40 millones de toneladas de 1980 a 2020. Rusia también se ha convertido en el mayor exportador de centrales nucleares. En 2007, según los estadounidenses, Rusia se encontraba en tal estado de deterioro que incluso su fuerza militar y nuclear se vería profundamente afectada. En la actualidad, Moscú dispone de misiles hipersónicos, incluso nucleares, más potentes que los estadounidenses y muestra una extraordinaria capacidad de crecimiento y adaptación. Cuando uno quiere burlarse de las economías centralizadas, hace hincapié en su rigidez, y cuando quiere glorificar el capitalismo, alaba su flexibilidad. Bien. Para que un sistema económico sea flexible, se necesitan mecanismos de mercado, financieros y monetarios adecuados. Pero antes se necesita mano de obra y cualificación. La población de Estados Unidos es más del doble que la de Rusia (2,2 veces el grupo de edad de los estudiantes). Sin embargo, con porcentajes comparables de jóvenes en la enseñanza superior, en Estados Unidos el 7% estudia ingeniería, en Rusia el 25%. Con 2,2 veces menos estudiantes, los rusos forman un 30% más de ingenieros. Estados Unidos intenta atraer a estudiantes extranjeros, en su mayoría indios o chinos, un número que, sin embargo, está disminuyendo. Uno de los dilemas paradójicos de su economía se refiere a la competencia estratégica con la República Popular China, que se aborda importando profesionales cualificados precisamente de China. En cuanto a Rusia, reproduce el modelo chino a este respecto, ya que los sectores fundamentales de su economía están controlados por el Estado, que mantiene así a raya la omnipresencia del corporativismo internacional (y, por tanto, estadounidense-céntrico). En esencia, Putin acepta las reglas del mercado, pero se reserva el derecho de intervención del Estado para garantizar los intereses colectivos y, por tanto, también, en lo que se refiere a la guerra, la formación profesional de los trabajadores indispensables para el desarrollo industrial, civil y militar del país.

Algunos en Rusia creen que V. Putin ha hecho un mal uso de los recursos disponibles, porque la economía seguiría siendo débil y dependiente del exterior. De ser así, la guerra ni siquiera habría empezado, explica Todd. En todo caso, lo que hace incierto el resultado del conflicto es la relación entre la tecnología militar avanzada y la producción en masa. Ciertamente, Estados Unidos dispone de armas sofisticadas, que son las que permiten al ejército ucraniano resistir. Sin embargo, en una guerra de desgaste que implica vastos recursos humanos y materiales, la diferencia se medirá por la mayor disponibilidad de armamento de medio alcance. En la actual globalización basada en el beneficio a cualquier precio, Occidente ha deslocalizado muchas actividades industriales, incluidas las militares o las relacionadas con la seguridad. Por lo tanto, el resultado de la guerra dependerá de la capacidad de producir armamento en cantidades constantes y elevadas.

Epílogo

En Occidente, el conflicto se presenta también como una batalla por la defensa de valores políticos (democracia frente a autocracia), mientras que para Rusia, y en otros lugares, tiene un significado antropológico además de geopolítico. Rusia se formó sobre estructuras y valores centrados en el comunitarismo y la familia, que aún perviven, aunque de forma moderna. El patriotismo ruso surge del subconsciente de una nación que se identifica con la estructura familiar predominantemente patriarcal, en la que el género masculino desempeña un papel central. Le cuesta adherirse a las innovaciones de género aceptadas en Occidente (la Duma ha aprobado una legislación muy restrictiva al respecto). Aunque desde el punto de vista de la tolerancia sociológica se trata de una postura cuestionable, el 75% del planeta comparte esta centralidad patri-lineal y, por tanto, simpatiza con las posiciones rusas. Para los no occidentales, Rusia expresa valores conservadores pero tranquilizadores.

En términos geopolíticos, la disponibilidad de energía, el poder militar, la producción industrial y armamentística, etc., cuentan mucho. Sin embargo, debe combinarse con la dimensión ideológica y cultural, el poder blando. La URSS fue un formidable imán de protección política, militar e ideológica, que influyó en numerosos países, entre ellos occidentales, italianos, franceses, chinos, vietnamitas, sudamericanos, etc. Sin embargo, el comunismo suscitaba oposición en el mundo musulmán por su ateísmo e inspiraba poca simpatía en un país como la India (aparte de Bengala Occidental y Kerala), que debería haberse sentido atraído por el imán socialista. Aquí, en comparación, la Rusia actual, heredera del Estado soviético, parecería disponer de armas de seducción más eficaces, porque se ha reposicionado como una gran potencia anticolonialista, pero al mismo tiempo patriarcal y conservadora.

Los estadounidenses acusan a Arabia Saudí de traición porque se opone a aumentar la disponibilidad de petróleo que ha disminuido debido al conflicto, poniéndose de hecho del lado de Moscú. De hecho, los saudíes ven en la Rusia actual no sólo intereses comunes, sino también la posibilidad de compartir valores conservadores. En última instancia, la guerra de Ucrania aceleró la aparición de una multipolaridad tanto político-económica como cultural. Ha abierto el camino a yuxtaposiciones antropológicas entre naciones resistentes al imperio unipolar, con repercusiones que ahora son apenas inteligibles, pero que ensancharán aún más el abismo de un Occidente destinado a dejar de ser el corazón del mundo.

Notas
[1]  Véase Topo express de 26 de enero 2023.
[2] https://www.lantidiplomatico.it/dettnews-alberto_bradanini__come_opera_la_macchina_della_propaganda/39602_48347/
[3] Konstantin Gavrilov, jefe de la delegación rusa en las negociaciones de Viena sobre seguridad militar y control de armamentos, declaró a la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa): «Sabemos que los tanques Leopard 2, así como los vehículos blindados de combate Bradley y Marder, pueden utilizar proyectiles de uranio empobrecido que pueden contaminar el suelo, tal y como ocurrió en Yugoslavia e Irak. Si se suministrara a Kiev este tipo de munición para su uso en vehículos militares pesados occidentales, lo consideraríamos un ataque «nuclear sucio» contra Rusia, con todas las consecuencias. El gobierno estadounidense y la OTAN han almacenado municiones de berilio y uranio empobrecido en Europa. El cañón M-242 montado en el Bradley, que según Voice of America llegará pronto a Ucrania, utiliza munición de uranio empobrecido (DU), al igual que los tanques Challenger británicos. El uranio empobrecido se ha utilizado en Afganistán e Irak, en municiones para aviones, tanques y vehículos de combate,[3] según informan los Veteranos de Irak contra la Guerra. Durante la invasión de ese país, el gobierno estadounidense autorizó el uso de munición de uranio empobrecido incluso en zonas civiles. El grupo pacifista neerlandés Pax obtuvo las coordenadas de los emplazamientos iraquíes en los que aviones y tanques estadounidenses habían descargado 10.000 balas de uranio empobrecido sólo en 2003″ (The Guardian, 2014). Si se intenta verificar esta información en el sitio web de IKV Pax Christi, una página advierte de que el sitio es peligroso y podría estar pirateado. En otras palabras, las noticias sobre la IU en Irak y Afganistán, incluidas las noticias sobre graves daños a la salud de las personas y malformaciones neonatales, no pueden ser de dominio público. Gavrilov, el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, y el presidente de la Duma, Viacheslav Volodin, han señalado que la entrega de misiles de largo alcance a Ucrania provocará un desastre mundial y medidas de represalia por parte de Moscú con el uso de armas más potentes. En palabras de Gavrilov, Moscú tomará duras represalias si el gobierno estadounidense persiste en entregar a Kiev misiles de largo alcance y municiones de uranio empobrecido, que Rusia considera bombas nucleares sucias.
[4] https://contropiano.org/news/internazionale-news/2022/12/11/angela-merkel-ricordi-e-bugie-sugli-accordi-di-minsk-0155287
[5] https://press.un.org/en/2015/sc11785.doc.htm

Fuente: l’Antidiplomatico.

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