«The Program (El ídolo)» muestra el ascenso y la caída de quien se consideró en su momento el mayor ciclista de todos los tiempos, Lance Armstrong, el heptacampeón del Tour de Francia que había estado haciendo trampas desde el principio. Gracias a una interpretación de envergadura por parte de su actor principal, el realizador Stephen Frears presenta un loable biopic que se contiene en exceso al preguntar cómo pudo ser que nadie viera la gran mentira.
Hace pocos días las páginas de los medios se hicieron eco de otro nuevo capítulo del proceso judicial de la llamada Operación Puerto, un ejemplo más de que muchas veces la visión ética de la sociedad y la justicia legal no comparten el mismo punto de vista en un tribunal, y que el espíritu esperpéntico de Valle-Inclán sigue bien vivo dentro del sistema judicial español. El doctor Eufemiano Fuentes, recientemente absuelto de cualquier delito contra la salud, fue el principal señalado al caer una red de dopaje en 2006. Ha sido un largo proceso legal de diez años, en el que nadie ha sido condenado por ningún delito, donde solo seis deportistas han sido sancionados por dopaje (entre ellos los ciclistas Jan Ullrich y Alejandro Valverde) y el cual deja, en su conclusión, más de doscientas bolsas de sangre de supuestos deportistas de élite que presuntamente utilizaban sustancias para aumentar su rendimiento físico, pruebas sumidas en una extraña entelequia legal ya que, si estos deportistas hubieran cometido delito alguno, éste ya habría prescrito a causa del largo proceso de diez años y revelar sus nombres ahora podría suponer un atentado contra su imagen y honor.
Otro nombre de la medicina que también ha saltado en estos últimos diez años a la luz pública con mucho revuelo ha sido el del doctor italiano Michele Ferrari, quien, a causa de las admisiones de Lance Armstrong y otros ciclistas, la USADA (Agencia Anti-Doping de Estados Unidos) le prohibió en 2012 la práctica de la medicina deportiva de por vida. Si en el caso de Eufemiano Fuentes y los misteriosos deportistas aún hay un velo de oscuridad y una falta de transparencia, en el caso de Armstrong y Ferrari muchos datos son públicos y «The Program» supone una interesante ventana tanto a la vida de un mito caído del deporte como al funcionamiento de unas prácticas dentro de un deporte demasiadas veces manchado por el dopaje.
El caso de Lance Amstrong, desde un punto de análisis narrativo, está realmente compuesto por dos historias. Por un lado se encuentra el hombre, el ciclista que quería ganar, el superador de adversidades que finalmente fue derribado de su pedestal. Un detalle interesante que cuenta la película es que Armstrong ya utilizaba sustancias como EPO, esteroides y otras antes de caer enfermo de cáncer. El haber padecido cáncer, su superación y llegar a ganar siete Tours de Francia es una de las mayores construcciones heroicas que se han visto en el deporte, aunque tras bastidores Armstrong fuera el instigador y principal beneficiario del dopaje sistemático de todo su equipo, el US Postal. La traición de Armstrong es más grave que la de otros ídolos que han caído a causa del dopaje. Sobre sus hombros descansaba la esperanza de muchos pacientes y de mucha gente que contribuyó a su fundación benéfica Live Strong. No era solo idolizado como deportista, lo era como ser humano que había conseguido superar una enfermedad mortal, y que había vuelto para conquistarse a sí mismo y al mundo.
La segunda trama narrativamente hablando que compone el caso Armstrong y «The Program» es el dopaje en sí, un mal casi sistémico en varios deportes y que tantas veces ha afectado al ciclismo. Otro pequeño detalle que se apunta en la película es que Armstrong no empieza a utilizar sustancias dopantes hasta que no se percata de que la carrera está amañada, que si quiere competir en igualdad de condiciones con los ganadores tiene que hacer lo mismo que ellos. Y el ciclo se perpetúa. Así Armstrong consiguió que el ciclismo se convirtiera en un deporte de masas, algo que benefició a muchos, incluyendo a los propios organismos de este deporte. La película, insinuando cierto encubrimiento pero sin revelar todo su posible alcance, pregunta qué tipo de relación hay entre este boom tanto mediático como económico y el hecho de que Armstrong nunca diera positivo. Al final, solo la insistencia de un periodista, David Walsh, fue lo que empezó a rasgar la imagen de perfección que proyectaba Lance Armstrong y llevó a descubrir unos hechos en los que nadie quería creer.
El realizador inglés Stephen Frears («La reina», «Las amistades peligrosas») intenta aunar estas dos tramas pero el peso del biopic es el que termina ganando. Es un resultado lógico, puesto que Frears aborda la película como una biografía sin querer tomar demasiados riesgos. Ben Foster («El tren de las 3:10», «Rampart»), con un gran parecido físico a Lance Armstrong, es la principal baza del filme y consigue levantar con una chispa especial cada escena en la que aparece. Foster es pura presencia, y logra dar coherencia y doble fondo a la imagen física y a la imagen pública de un hombre que se negaba a ser derrotado en ningún frente, quien bajo su afable sonrisa escondía una rabia contenida que transpira en cada plano de su rostro. La experiencia cinematográfica de Frears logra que varias escenas de ciclismo vibren, y que la película tenga argumentos propios para defenderse y superar a cintas sobre este mismo deportista, como el documental de 2013 «La mentira Armstrong», el cual ganó un Bafta. El filme resulta absorbente aunque el guión de John Hodge («Trainspotting») se mueva por terrenos conocidos.
El reparto lo completan un sólido grupo de actores, con Guillaume Canet interpretando al médico Ferrari, Jesse Plemons a su compañero de equipo Floyd Landis, Chris O’Dowd al reportero David Walsh, Lee Pace a su agente y Dustin Hoffman a un asegurador de riesgos financieros. Juntos acompañan como buenos compañeros de equipo a su corredor principal, Ben Foster, asistiendo en el ascenso y la caída del héroe, un arco narrativo que siempre funciona aunque se haya visto demasiadas veces.
En un metraje de hora y cuarenta, mucho se queda fuera por la necesidad de estructurar la narración. La vida personal de Armstrong apenas se ve y al Armstrong actual solo se le intuye en una corta frase antes de los títulos de crédito. Significativos detalles se han tenido que descartar, como el hecho de que Armstrong recibiera en el año 2000 el premio Príncipe de Asturias de deporte y que, tras la revelación de su dopaje, la organización del galardón decidiera no retirarle este reconocimiento, alegando que sus normas no lo contemplan. Otro ejemplo más de que, ante el dopaje, las respuestas de muchos organismos no poseen la contundencia que sería esperable. La película termina con la voz de Leonard Cohen diciendo que «todo el mundo sabe que la pelea estaba amañada». Lance Armstrong se había dopado durante una década sin que nadie descubriera o dijera nada sobre el amaño. Como dice el propio Armstrong, «todo era tan perfecto, durante tanto tiempo». Médicos, organizadores, ciclistas y público participamos de una forma u otra de la mentira y «The Program» pone a todos estos elementos en pantalla con sus implicaciones, sin amagar por completo el golpe que quiere dar pero sin tener la contundencia que podría haber poseído. Sin embargo, Ben Foster y su personificación de Armstrong eclipsan todo lo demás.
Ficha técnica:
Dirección: Stephen Frears.
Intérpretes: Ben Foster, Chris O’Dowd, Guillaume Canet, Jesse Plemons y Dustin Hoffman.
Año: 2015.
Duración: 103 min.
Idioma original: Inglés.