© James Ferguson
El 15 de septiembre, el presidente Biden y los primeros ministros británico y australiano, Johnson y Morrison, anunciaron la creación del AUKUS (acrónimo de los tres países), un acuerdo de cooperación y defensa para la gran región que agrupa a los océanos Índico y Pacífico. El pacto prevé la asistencia norteamericana y británica para dotar de submarinos de propulsión nuclear a Australia, que se construirán en Adelaida, y de recursos de inteligencia artificial, tecnología cibernética y cuántica, con el objetivo oficial de «garantizar la paz y la estabilidad» en esa región, pero con el inconfesado y evidente fin de que Canberra se convierta con esos nuevos submarinos nucleares en espía y policía de las costas y mares chinos.
El AUKUS es un paso más en el despliegue militar norteamericano en Asia, definido en la presidencia de Obama, y que ha seguido desarrollándose con Trump y ahora Biden. El acuerdo, que sorprendió en París, complica las relaciones del trío anglosajón con Francia, y sobre todo con China, y lanza un peligroso aviso al mundo. El acuerdo implica la cancelación del contrato firmado por Canberra con Francia, con la empresa Naval Group, que tenía previsto construir doce submarinos convencionales para la flota australiana por valor de 66.000 millones de dólares. La tradicional doblez de Washington, incluso con sus aliados, se puso de manifiesto en la cumbre del G-7 en Corwall, donde se ultimaron los detalles del pacto, sin prevenir al presidente francés, Macron, que estaba presente en la reunión. No podía extrañar después que Jen-Ives Le Drian, ministro de Exteriores francés, calificase la decisión de Australia de «verdadera puñalada por la espalda» y de «desprecio», que afectará duramente a los trabajadores de la empresa francesa. Pese a que Francia cargaba las tintas contra Australia, es consciente de que el gestor y responsable del acuerdo es Washington. A su vez, China denunció el AUKUS y el acuerdo para construir nuevos submarinos nucleares como una provocación y que precipitaría la «carrera de armamentos».
Las señales de alarma son muchas. A la ruptura del acuerdo australiano con París, se une la caótica retirada de Afganistán realizada por Washington sin consultar a sus aliados de la OTAN, aunque los había forzado veinte años atrás a implicarse en la ocupación y la guerra afgana con el envío de tropas y con su colaboración en el gasto militar. La completa marginación de los Estados mayores europeos, incluso de la fiel Gran Bretaña, que ignoraban los detalles de la retirada, hizo aumentar la preocupación de los aliados europeos, que se vieron forzados a improvisar la evacuación de sus fuerzas de Afganistán en medio del caos.
Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea
París, que ha llamado a consultas a sus embajadores en Washington y Canberra, presidirá la Unión Europea durante el primer semestre de 2022 y ultima una propuesta, a iniciativa de Macron, para presentar ante la cumbre de primavera de la OTAN en Madrid un nuevo «concepto estratégico» de la alianza militar atlántica. La idea de un cuerpo militar europeo dentro de la OTAN viene de lejos, pero cuenta con muchos enemigos. El socialdemócrata noruego Stoltenberg, secretario general de la OTAN, que apoyó las exigencias de Trump para que los aliados europeos de la OTAN incrementasen sus presupuestos de defensa y su implicación en las guerras norteamericanas, se opone a la creación de organismos y de una «fuerza de respuesta rápida» de la Unión Europea. Aunque la creación de esa fuerza lleva discutiéndose desde hace años en Bruselas, y la reunión de ministros de Defensa europeos en septiembre en Kranj, Eslovenia, reactivó la propuesta de crear un cuerpo europeo de acción rápida compuesto por cinco mil militares, la dependencia de Washington de muchos países europeos, el temor a contrariar a Estados Unidos y la presión de los más fervientes atlantistas, complica extraordinariamente que esa propuesta se abra paso.
Stoltenberg viene lanzando alertas sobre el peligro de que la Unión Europea «haga la competencia a la OTAN», e insiste en la tesis norteamericana de que la OTAN, Estados Unidos y la Unión Europea deben centrarse en hacer frente a «agresiva política expansionista de Rusia y de China». Stoltenberg hace abstracción de que todas las guerras de los últimos veinte años han sido iniciadas por Estados Unidos, e ignora deliberadamente que tanto Moscú como Pekín solo están reaccionando al peligroso y masivo despliegue de fuerzas norteamericanas ante las fronteras europeas de Rusia y en el Mar de China meridional, estrecho de Taiwán y en toda la región del Pacífico. La habitual palabrería de Stoltenberg y de los responsables del Pentágono y del Departamento de Estado norteamericano no puede ocultar que es Estados Unidos quien está aumentando y llevando fuerzas militares a las fronteras europeas de Rusia y a los mares chinos, y que, por el contrario, ni Moscú ni Pekín, desarrollan operativos en las costas estadounidenses o en sus países vecinos.
Además del nuevo AUKUS, Estados Unidos mantiene el QUAD en la región del Indo-Pacífico, con el que pretende implicar a Japón y la India, además de Australia, en su peligroso plan de «contención» de China. Washington afirma que sus iniciativas, el envío de portaviones al Mar de China meridional, los innecesarios patrullajes en la región y el constante paso de sus barcos de guerra por el estrecho de Taiwán, pretenden «asegurar la libertad de navegación», pese a que la hipocresía estadounidense llega al extremo de que ni siquiera ha ratificado la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar, que es el principal tratado multilateral que regula el derecho internacional en los océanos y mares del planeta.
La lógica del nuevo acuerdo del trío anglosajón se encuentra en su nueva doctrina militar, donde establece que China y Rusia son enemigos, y mientras procura deshacerse de la carga de Oriente Medio, intentando preservar su presencia militar y su influencia política en la región. Siguiendo la estela de Trump, Biden continúa el agresivo despliegue de las fuerzas norteamericanas en Asia, en el Índico y el Pacífico, aumentando el gasto: el presupuesto militar estadounidense para 2022 es de 778.000 millones de dólares, triplicando el de China y multiplicando por diez el de Rusia. Culminando el aventurero desprecio por los intereses de otros países, Estados Unidos, que gasta más de 2.000 millones de dólares diarios en sus ejércitos, lanza alertas sobre el peligro de «ruptura del equilibrio internacional» porque considera que el mundo debe permanecer bajo su hegemonía. Tres días después de que Biden, Johnson y Morrison, anunciasen al mundo la creación del AUKUS, donde Australia ejercerá de policía para vigilar a China con los nuevos submarinos nucleares, la U. S. Navy informaba de que había llevado a cabo en las costas de Florida las pruebas de misiles Trident II D5LE desde el submarino USS Wyoming. El Trident II es un misil balístico intercontinental desplegado en submarinos (SLBM). Era otro aviso más a Pekín y Moscú.