Sobre Imperialismo

¿SIGUE SIENDO RELEVANTE LA CATEGORÍA DE IMPERIALISMO Y CUÁLES SON LOS PAÍSES IMPERIALISTAS?

El término imperialismo se asocia a los imperios más importantes del pasado como el romano o el persa. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, el término imperialismo resurgió para describir la nueva realidad mundial, caracterizada por la formación de diversos imperios referidos sobre todo a los estados de Europa Occidental. Por ello, el período comprendido entre la segunda mitad del siglo XIX y 1945, cuando se inició la descolonización, ha sido definido como la era de los imperios. El imperio más grande fue el británico, seguido del francés, español, portugués y holandés, que fueron los imperios más antiguos. Entre los últimos países en participar en la carrera por las colonias se encontraban Estados Unidos, Japón, Alemania, Bélgica e Italia.

El imperialismo moderno se diferencia del antiguo porque no sólo representa un expansionismo militar sino principalmente un expansionismo económico, basado en la conquista de territorios para ser explotados y utilizados económicamente, las colonias.

El imperialismo es una fase del desarrollo del capitalismo que caracteriza de manera peculiar la economía de los países imperialistas. Desde un punto de vista global, el imperialismo es un sistema basado en la división entre un centro metropolitano, los países imperialistas, y una periferia y una semiperiferia, ambas explotadas y oprimidas por el centro.

Dado que el proceso de descolonización comenzó después de 1945 y las antiguas colonias se convirtieron en estados independientes, ¿podemos todavía hablar de la existencia del imperialismo hoy? Creemos que sí, pero con algunas diferencias. Por lo tanto, el imperialismo sigue siendo una de las categorías más importantes de interpretación de la realidad.

Para analizar el imperialismo actual y definir los cambios respecto al de la primera mitad del siglo XX debemos partir de un texto que fue fundamental en la interpretación de la era de los imperios, El Imperialismo. Fase superior del capitalismo de Lenin.

Lenin escribió El Imperialismo en 1916, dos años después del inicio de la Primera Guerra Mundial, que ya había causado millones de muertes. Lenin describe al imperialismo como la causa del estallido de guerras –especialmente entre Inglaterra y Alemania– determinadas por el control imperialista de las colonias. Sin embargo, el imperialismo, para Lenin, no es sólo militarismo, es ante todo una fase del capitalismo, una fase avanzada que aparece una vez que los países individualmente han alcanzado un nivel de desarrollo capitalista alto.

Por lo tanto, como se indicó anteriormente, el militarismo y el expansionismo agresivo, así como la hostilidad mutua entre los estados imperialistas y la guerra mundial resultante, son una consecuencia de la economía capitalista. ¿Cuáles son las características de la economía capitalista en la fase imperialista? Los principales, según Lenin, son los cinco siguientes:

  1. La concentración de la producción y centralización del capital que conduce a la creación de monopolios que reemplazan la libre competencia.
  2. La fusión del capital bancario e industrial y la formación de capital financiero sobre la base de esta fusión.
  3. La gran importancia adquirida por la exportación de capitales frente a la exportación de bienes.
  4. El surgimiento de asociaciones monopolísticas internacionales de capitalistas que se reparten el mundo entre sí.
  5. La distribución completa de la Tierra entre las mayores potencias capitalistas.

 

Las fuentes de inspiración de Lenin: Hobson y Hilferding

La obra de Lenin se inspira en el trabajo de dos economistas. De ellos, el primero es John Atkinson Hobson, un liberal de izquierda, que escribió una obra fundamental en 1902, Imperialismo, en la que analizaba el imperialismo inglés en particular. La obra se divide en dos partes: la economía del imperialismo y la política del imperialismo.

Nos centraremos en la primera parte y en particular en el capítulo VI, «Las raíces económicas del imperialismo», porque como dice Hobson «De nada sirve atacar al imperialismo o al militarismo en su manifestación política si no se dirige el hacha a la raíz económica» del «árbol y si las clases que tienen interés en el imperialismo no se ven privadas de los excedentes de ingresos que buscan esta salida»1.

En la base del imperialismo, Hobson sitúa la gran concentración de riqueza en manos de un pequeño número de capitanes de la industria. El espectacular aumento de sus ingresos –derivado de las enormes ganancias de sus negocios– no se ve contrarrestado por un aumento adecuado de su consumo. Gracias a esto, se crea un aumento sin precedentes del ahorro. Como resultado, la capacidad de producción excede la demanda del mercado interno y las actividades manufactureras se saturan de capital.

Por tanto, el ahorro no encuentra cabida ni en la compra de bienes ni en la inversión en actividades de producción industrial interna. La única solución podría ser la exportación de bienes y capitales a mercados extranjeros. Sin embargo, esto es imposible, porque los países más desarrollados han adoptado el proteccionismo, defendiendo su producción, especialmente de la competencia inglesa, con altos derechos de aduana. Esto hace que el proteccionismo empuje la expansión hacia países menos desarrollados y libres de aranceles como China, el Pacífico y América del Sur.

Otro aspecto muy importante en la expansión hacia los mercados periféricos es el control directo de los empresarios sobre la política, cuyo apoyo es necesario para emprender una política imperialista. Un nuevo impulso al imperialismo lo da el desarrollo de cárteles, es decir, acuerdos entre empresas para controlar el mercado interno mediante la definición de cuotas de producción y la fijación de precios. Los cárteles pretenden superar la libre competencia entre empresas y la consiguiente sobreproducción de bienes regulando la actividad productiva interna, lo que requiere una compensación mediante la apertura de los mercados exteriores.

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El imperialismo, concluye Hobson, es el esfuerzo de los grandes controladores del mercado interno por encontrar salidas que puedan absorber bienes y capitales que no pueden vender o utilizar en casa.

Hobson no sólo fue un economista, sino también un reformador social. Para él, el imperialismo y el militarismo resultante pueden superarse reduciendo el exceso de ahorro. Esto es posible mediante la redistribución de la riqueza. Si el excedente de ingresos de los propietarios se canalizara hacia salarios altos o hacia la comunidad, mediante un aumento de los impuestos a los ricos, de modo que se gastara en lugar de ahorrarse, ya no habría necesidad de luchar por los mercados extranjeros.

Las reformas sociales que Hobson esperaba son de dos tipos: las llevadas a cabo por el movimiento obrero (salarios, pensiones, subsidios) y las llevadas a cabo por un socialismo estatista. Por esta razón, según Hobson, el movimiento sindical y el socialismo son enemigos naturales del imperialismo.

La historia del siglo XX será responsable de refutar las esperanzas de Hobson sobre la vulnerabilidad del imperialismo: tanto el movimiento obrero británico como el Partido Laborista, en su mayoría, apoyarán su imperialismo nacional, especialmente cuando se trató de votar créditos de guerra en 1914. El propio Lenin desarrolló la categoría de aristocracia obrera para indicar aquella parte de la clase trabajadora que, beneficiándose de las súper-ganancias imperialistas, constituye la base social del revisionismo socialista.

La segunda obra en la que se inspira Lenin es El capital financiero de Rudolf Hilferding (1910), un líder marxista austríaco de la socialdemocracia alemana. Nos centraremos en la Parte V, “Por una economía política del capital financiero”, y en particular en el Capítulo XXII, “La exportación de capital y la lucha por el espacio económico”.

La categoría más importante que Lenin toma de Hilferding es la de capital financiero. El capital financiero es la nueva forma que adoptó el capital a principios del siglo XX. Consiste en la integración de los tres tipos de capital: comercial, bancario e industrial, los tres colocados bajo la dirección de las altas finanzas.

El capital financiero es, según Hilferding, el factor más importante para aumentar la importancia del espacio económico. La concentración de todo el capital monetario en los bancos conduce a la exportación planificada de capital, como exportación de valor destinado a generar plusvalía en el exterior. La exportación de capital al extranjero es a la vez una liberación de los límites del mercado interno y un factor para mitigar las crisis inherentes al capitalismo. El dominio indiscutible sobre los nuevos territorios coloniales es la herramienta para impedir la exportación de capital por parte de otros países.

También según Hilferding, el proteccionismo y los cárteles desempeñan un papel importante en el desarrollo del imperialismo en este período. El objetivo del proteccionismo y los cárteles es la supresión de la competencia. Es más fácil suprimir la competencia si partes del mercado mundial se incorporan al mercado nacional, es decir, si se lleva a cabo una política colonial. En resumen, los propósitos del capital financiero son tres: a) crear el mayor espacio económico posible; cerrar esta zona dentro de barreras aduaneras; c) hacer de esas regiones una zona de explotación exclusiva del capital nacional imperialista.

De ahí la hostilidad mutua entre los países europeos y la aspiración de incorporar mercados extranjeros neutrales en lugar de países con un alto grado de desarrollo capitalista. Esta última afirmación de Hilferding se contradice con los objetivos de la Alemania “Guillermina” durante la Primera Guerra Mundial, que preveían la subordinación e incluso la anexión de partes de Bélgica y Francia que entró en contradicción el proyecto de Europa Central como una nueva zona económica junto a Estados Unidos, Rusia, el Impero Británico y el resto del mundo2. Y, sobre todo, con la política de la Alemania nazi que tenía como objetivo la subordinación semicolonial incluso de los países desarrollados de Europa occidental que logró conquistar.

El fin del libre comercio y del proteccionismo, según Hilferding, provoca la exacerbación de las contradicciones entre el desarrollo del capitalismo alemán y la relativa estrechez de su área de mercado, determinando una situación de conflicto entre Inglaterra y Alemania que empuja hacia una solución violenta, como de hecho ocurrió con la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Por eso el poder político es uno de los factores dominantes en la lucha económica. De ahí la importancia de reemplazar un Estado débil, como lo era en los inicios del liberalismo, por un Estado fuerte, capaz de llevar a cabo una política expansionista e incorporar nuevas colonias. La dominación del mundo es la máxima aspiración del estado nacional imperialista y la expansión incesante es una necesidad económica imperativa.

Además del Estado, Hilferding también profundiza en cuestiones políticas: la ideología imperialista es una ideología de raza o más bien de superioridad de las razas blancas que determina un ideal hegemónico oligárquico.

Para concluir este breve recorrido por el pensamiento de Hilferding, cabe señalar que el marxista austriaco también piensa en cómo superar el imperialismo. Sin embargo, se muestra escéptico ante la expansión del mercado interior en un contexto capitalista. De hecho, la ampliación del mercado interno a través de salarios altos determina la caída de la tasa de ganancia y por lo tanto la desaceleración del proceso de acumulación que, por un lado, resulta en una mayor reducción de la tasa de ganancia y, por otro, en el impulso de la capital hacia industrias manufactureras donde la competencia es máxima y la capacidad de cartelización es mínima.

El interés de los capitalistas es, por tanto, el de la ampliación del mercado pero no del interior sino del exterior. El interno debe permanecer estable incluso a través de los aranceles de los cárteles, que, a la larga, perjudican a los trabajadores y debilitan a los sindicatos.

La opinión de Hilferding sobre la superación del imperialismo no se basa, sin embargo, en el libre comercio sino en el socialismo. El imperialismo universaliza el impulso revolucionario inherente al capitalismo, universalizando los requisitos previos para la victoria del socialismo.

La función socializadora del capital financiero –la unificación del capital comercial, bancario e industrial– y el papel más fuerte del Estado determinan la posibilidad de que la clase trabajadora se apodere del capital mediante la conquista del Estado. Incluso en este caso, la Historia se ha encargado de refutar el determinismo de Hilferding, ya que la conquista electoral del poder político por la socialdemocracia durante la República de Weimar no condujo al socialismo sino, a la larga, al nazismo y a la Segunda Guerra Mundial, dado que el dominio del capital financiero sobre el Estado se mantuvo firme.

Por tanto, no basta con apoderarse del Estado mediante elecciones. La afirmación del socialismo, como precisó Lenin, pasa necesariamente por la destrucción del Estado del capital, caracterizado por la burocracia y el militarismo, y la construcción de un Estado socialista desde sus cimientos.

 

Las diferencias y similitudes entre el imperialismo pasado y el actual

Han pasado más de cien años desde que Lenin escribió «Imperialismo» y mientras tanto el capitalismo ha cambiado. Por tanto, debemos preguntarnos si lo que escribió Lenin sigue siendo válido. Para responder debemos preguntarnos cómo se caracteriza hoy el capital, especialmente en su dimensión internacional.

En primer lugar, debemos preguntarnos si las diferencias entre centro y periferia se han reducido. En este sentido, cabe señalar que la globalización coincidió con una era de re-equilibrio del desarrollo a favor de algunos países de la periferia que se definían como emergentes precisamente porque reducían la distancia que los separaba del centro.

El país emergente más importante es China, que durante décadas ha experimentado un impetuoso crecimiento del PIB hasta convertirse en la segunda economía más grande del mundo. Pese a ello, el nivel de desigualdad entre los países del centro y la mayoría de los periféricos es aún mayor que el que se podía observar a principios del siglo XX. Esto confirma que la era del imperialismo está lejos de terminar, incluso si hay países como China y el resto de los BRICS (Brasil, Rusia, India, Sudáfrica) que están intentando, con diferentes resultados, emanciparse de la subordinación al centro imperialista, representado por Estados Unidos, Europa Occidental y Japón.

En cuanto a la forma que adopta el imperialismo, ya no es lo que era. La razón radica en los cambios en el mercado y las empresas. A principios del siglo XX, los mercados en los que operaba el capital eran nacionales y las empresas, incluso las grandes, eran empresas nacionales. Además, los mercados estaban protegidos por elevados derechos de aduana para defender las industrias locales. Y las colonias formaban parte de esta perspectiva de defensa aduanera, porque eran extensiones de los mercados nacionales.

De ahí la existencia de un imperialismo formal, basado en la gestión directa y administrativa de la periferia, que quedaba reducida al estatus de colonia. Por eso Lenin en el punto número cinco de las características del imperialismo citó «la distribución completa de la tierra entre las mayores potencias capitalistas».

Hoy ya no hay colonias ni una división completa del territorio entre las potencias imperialistas, y el imperialismo es de tipo informal. Ya no existe un dominio administrativo directo sino indirecto, sobre todo financiero y económico. El aspecto militar sigue existiendo pero se expresa de otra manera, como veremos más adelante.

Otro elemento diferencial es la fuerte reducción de las barreras aduaneras y del proteccionismo, que fue de la mano de la eliminación de colonias. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la potencia hegemónica, Estados Unidos, sentó las bases para la reconstrucción del mercado mundial, en el que el flujo de bienes y capitales era libre.

La globalización ha acentuado este rasgo, determinando el crecimiento del comercio internacional y la libre circulación de capitales y, en particular, de inversiones productivas entre los países del centro a la periferia.

Las empresas también han cambiado. En el pasado la concentración y centralización del capital condujo a la creación de monopolios y cárteles a nivel nacional. Y aunque hoy en día todavía existen sectores monopolísticos, pero lo más frecuente es que prevalezca el oligopolio. Las empresas más importantes ya no operan sólo a nivel nacional. De hecho, el mercado nacional suele ser uno de los menos importantes para las empresas.

Las empresas contemporáneas son multinacionales, es decir, que tienen su cabecera en un país y su producción repartida por todo el mundo, o transnacionales con cabeceras, además de producción, repartidas por todo el mundo. Aunque persiste una tendencia hacia el monopolio y la superación de la competencia, el aspecto dominante es el de la competencia, a nivel del mercado mundial, entre empresas multinacionales y transnacionales.

La dominación económica la ejercen las multinacionales sobre los países subordinados donde se ubica la producción normalmente con bajo valor agregado o de donde se importan materias primas de bajo costo.

El del capital es un proceso dialéctico y oscila entre tendencias hacia el proteccionismo y hacia el liberalismo. De hecho, Trump en su campaña electoral prometió la introducción de nuevos derechos de aduana sobre todos los productos procedentes de la UE y China, sin exceptuar a Canadá y México. Se introducirán aranceles aduaneros «automáticos» del 10% al 20% sobre todos los bienes que entren a Estados Unidos, con picos de hasta el 60% para los que lleguen desde China. Es significativo que Trump proponga que las empresas que quieran exportar bienes deben construir plantas de producción en Estados Unidos.

Las palabras de Trump significan una división dentro del capital estadounidense, entre sectores industriales que necesitan protección y sectores todavía vinculados a las ventajas de la globalización. Pero las palabras de Trump también significan una actitud diferente hacia los aliados europeos, cuya base de producción, ya penalizada por los elevados costes energéticos debido a la guerra en Ucrania, podría reducirse aún más, a favor de los EE.UU., con la transferencia de producciones para eludir los derechos de aduana.

Lo que hemos planteado son las principales diferencias entre el imperialismo de la época de Lenin y el actual. Sin embargo, el texto de Lenin aún mantiene su vigencia porque los aspectos más característicos del imperialismo siguen vigentes. El primer aspecto y el más importante reside en el hecho que hoy, como hace cien años, el capital se caracteriza por una sobreproducción de bienes y una sobreacumulación de capital que determina una tendencia a la baja de la tasa de ganancia.

Por este motivo existe una tendencia de las empresas a expandirse en el extranjero, tanto en los países avanzados, donde hay mercados más ricos, como en los países periféricos, donde la tasa de ganancia es mayor. Esta tendencia se expresa no sólo a través de la exportación de bienes sino, sobre todo, como ya señalaron Hilferding y Lenin, a través de la exportación de capital, que puede adoptar dos formas: inversiones de cartera e inversiones directas en el extranjero. Las inversiones de cartera son inversiones a corto plazo, generalmente en instrumentos financieros; las inversiones extranjeras directas (IED) son productivas y a largo plazo. La IED es de dos tipos: la nueva, que implica la construcción de plantas industriales desde cero, y las fusiones y adquisiciones, cuyo objetivo es controlar o participar en empresas extranjeras ya existentes. La IED a su vez se divide en inversiones salientes (outward), de un solo país hacia países extranjeros, e inversiones entrantes del exterior (inward) hacia un solo país.

Nos centraremos en el volumen de IED en el exterior porque representa mejor la permanencia de la tendencia hacia la prevalencia de las exportaciones de capital. En primer lugar, hay que señalar que los países centrales de las metrópolis imperialistas, en particular los del G7 (Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Canadá, Japón), presentan un stock mucho mayor de IED en el exterior como porcentaje de su PIB que el de los países BRICS emergentes y, sobre todo, que el de los países periféricos. Además, tienen un stock de IED saliente mayor que el de IED entrante, con excepción de EE.UU. y el Reino Unido que, dada su naturaleza de centros económicos y financieros globales, atraen numerosos capitales del exterior.

De cara a 2023, entre los países del G7 mencionamos a EE.UU. con salidas de IED equivalentes al 34,49% del PIB y entradas de IED equivalentes al 46,87% del PIB, Francia con el 53,87% y el 33,35%, Alemania con el 48,85% y el 25,29% y Japón con el 50,92%. % y 5,89%.

En lo que respecta a los BRICS, el stock de IED saliente es menor como porcentaje del PIB no sólo en comparación con el G7 sino también con la IED entrante, con la excepción de Sudáfrica, que alberga importantes multinacionales anglosajonas. El más importante de los BRICS, China, tiene un stock de IED en el exterior sobre el PIB del 16,4% y del 20,60% en el interior, Rusia del 13,02% y 14,05%, Brasil del 17,08% y 46,57%. Como ejemplo de país periférico, citamos a Túnez, de fuerte propiedad de capital francés e italiano, con un stock de salida de IED del 2,88% y de entrada del 79,07%3.

Otro aspecto que se confirma respecto del análisis de Lenin es el parasitismo como característica específica del imperialismo. Los países imperialistas tienden a importar mucho más de lo que exportan, habiendo transferido una parte sustancial de sus industrias y manufacturas a países periféricos y emergentes. Esto significa que estos países producen menos de lo que consumen.

Las deudas comerciales de los países imperialistas más importantes del G7 son muy elevadas (a excepción de Alemania y, en menor medida, Italia, que tienen superávits comerciales), a pesar de que las monedas imperialistas (dólar, euro, libra y yen) están sobrevaloradas para permitir comprar en la periferia a precios bajos y vender a la periferia a precios altos.

Además, las deudas comerciales se combinan con deudas públicas muy elevadas. En 2023, Francia registró una deuda comercial de 137,6 mil millones de dólares4 y una deuda pública del 110% del PIB, el Reino Unido de 270,5 mil millones y el 100% y Japón de 68,5 mil millones y el 250%. Pero el país imperialista que exhibe el carácter parásito en mayor grado es Estados Unidos, que tiene una enorme doble deuda. Su deuda comercial en 2023 alcanzó los 1.152 mil millones de dólares, mientras que la deuda pública se situó en 30 billones de dólares, equivalente al 122,3% del PIB.

Estados Unidos sostiene su doble deuda gracias al dólar, un «privilegio exorbitante», como lo definió el político francés Giscard d’Estaing. El dólar es la moneda comercial y de reserva del mundo, por lo que todos los demás países del mundo, especialmente aquellos con grandes superávits comerciales, tienden a comprar bonos gubernamentales en dólares, financiando así la economía estadounidense.

Desde que el dólar ya no era convertible en oro en 1971, Estados Unidos ha financiado su deuda comercial simplemente imprimiendo dólares. Además, el papel hegemónico del dólar significa que la política monetaria del país emisor, es decir, Estados Unidos, también determina la orientación de la política monetaria en todo el mundo.

En menor escala, Francia ha hecho algo similar: se ha sostenido hasta ahora gracias al franco CFA, que, vinculado al euro, drena recursos y riqueza de las antiguas colonias francesas en África. Pero son los EE.UU., como imperialismo hegemónico, quien ha hecho de su moneda un instrumento de presión global para obligar a otros estados a seguir sus directivas, hasta el punto que podríamos definir su imperialismo como «imperialismo monetario».

Por tanto, la característica que el imperialismo contemporáneo comparte con el de principios del siglo XX no es la libertad sino la dominación, basada no sólo en la coerción económica sino también en la fuerza militar. Estados Unidos tiene, con diferencia, las Fuerzas Armadas más poderosas del mundo, lo que le permite controlar todos los rincones del planeta con las llamadas «proyecciones de fuerza».

En particular, Estados Unidos, gracias a sus 11 portaaviones nucleares, controla los mares por donde viajan la mayoría de las mercancías y por cuyo fondo discurren los cables del 99% de las comunicaciones digitales, incluida Internet. Además, Estados Unidos tiene más de 700 bases militares repartidas por todo el mundo, que representan la versión estadounidense de las colonias, lo que permite el control estratégico del globo.

En 2023, el gasto militar estadounidense ascendió a 916 mil millones de dólares, más de tres veces el de China (296 mil millones) y nueve veces el de Rusia (109 mil millones)5 . El gasto militar del imperialismo occidental (EE.UU., Reino Unido, UE) asciende a 3,5 veces el de China y Rusia juntos. Una fuerza así no quedó sin uso en las décadas que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial.

Estados Unidos, solo o con la colaboración de otros estados imperialistas menores, ha emprendido una larga serie de golpes de Estado y guerras ilegales, es decir, sin autorización de la ONU, desde Irán en 1953 hasta Siria en 2014-2015, pasando por Cuba, Vietnam, Serbia y Afganistán, Irak, Ucrania y otros estados que no aceptaron la hegemonía estadounidense. De hecho, Estados Unidos es un país en estado de guerra casi permanente. Se confirma así la tendencia del imperialismo, ya destacada por Hilferding y Lenin, a dominar y utilizar la fuerza como herramienta para resolver disputas.

 

¿Existe hoy un conflicto interimperialista? ¿Se puede definir a Rusia y China como imperialistas?

La cuestión del uso de la fuerza se refiere a otra característica del imperialismo: la existencia de rivalidades entre estados imperialistas que conducen a guerras Inter-imperialistas como la Primera y, con algunas diferencias, la Segunda Guerra Mundial.

Lenin destacó que el capitalismo se caracteriza por el crecimiento desigual de las naciones. Los países capitalistas más maduros y hegemónicos, como el Reino Unido, se enfrentaban a un declive económico y al impetuoso crecimiento de competidores industriales como Alemania y Estados Unidos. En consecuencia, los equilibrios económicos de poder cambian y se encuentran en contradicción con los intereses políticos que, bajo la presión de las potencias imperialistas emergentes, deben modificarse. Como la vieja potencia hegemónica rechaza esta modificación, estalla la guerra precisamente Inter-imperialista, es decir, entre Estados imperialistas por la dominación mundial en los mercados de bienes y materias primas.

Hoy en día no nos enfrentamos a la perspectiva de una guerra inter-imperialista entre los viejos Estados imperialistas. Estados Unidos, Europa occidental, empezando por Francia y Alemania, y Japón, parecen interdependientes y conectados desde el punto de vista económico y unidos desde el punto de vista militar en la OTAN.

Esto no significa que estemos ante la formación de ese ultraimperialismo, es decir, de una alianza y división del mundo entre capitales, que el teórico socialdemócrata Karl Kautsky había teorizado hace más de un siglo y contra la cual Lenin había argumentado amargamente.

Las contradicciones entre imperialismos persisten, por ejemplo si pensamos en el comercio entre Estados Unidos y la UE, y pueden incluso ampliarse si Trump introduce aranceles y debilita a la OTAN. Incluso persiste la competencia entre imperialismos por la conquista de materias primas y mercados de bienes, por ejemplo en África, como lo demuestra el renovado interés de los EEUU, por el continente negro, donde Francia, por el contrario, sufre graves reveses, en sus antiguas colonias.

Sin embargo, hay factores que, por el momento, impiden que las contradicciones interimperialistas se conviertan en un conflicto abierto. La primera es que el capital europeo está estrechamente integrado con el capital estadounidense, del que está sustancialmente subordinado, dependiendo de su defensa, tecnología y numerosas materias primas.

La segunda es que la UE no es un superestado sino una formación intergubernamental en la que los estados individuales son autónomos desde el punto de vista de las políticas fiscales y militares. Incluso en este frente hay tendencias opuestas que empujan hacia la integración militar y de política exterior, pero los resultados aún están lejos de llegar.

Además, la UE no tiene disuasión nuclear ni un asiento con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, con la excepción de Francia que, sin embargo, se muestra reacia a compartirlos con los demás Estados de la UE. Finalmente, y esta es la razón principal, la UE ha perdido muchas posiciones económicas en favor de los países emergentes y de China en particular, aproximadamente tanto como Estados Unidos.

De hecho, mientras que el PIB de China saltó del 3,6% del PIB mundial al 16,9% entre 2000 y 2023, Estados Unidos cayó del 30,3% al 26% y la UE del 21,5% al 17,5%6 . Por todo ello nos encontramos ante una realidad que podemos definir como «imperialismo occidental» que, a pesar de las contradicciones internas, se presentan unidos. Si, pero ¿contra quién?

Si hoy no existe un conflicto interimperialista explícito entre las viejas potencias, es decir, entre Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, ¿existen otros tipos de contradicciones entre países y áreas del mundo y son éstas de naturaleza interimperialista? Si existe un imperialismo occidental, ¿existe también un imperialismo oriental que se opone a él?

Este nuevo imperialismo, si existiera, debería basarse en Rusia y sobre todo en China, en torno a la cual se están formando alianzas como los BRICS+, que, sin embargo, son ante todo alianzas económicas y luego políticas. Actualmente no existe ninguna alianza militar que involucre a Rusia, China y otros países. La Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), que prevé alguna forma de cooperación en cuestiones de defensa, no puede compararse ni remotamente con la OTAN.

La contradicción entre los BRICS y el imperialismo occidental existe indudablemente, pero no concierne sólo a los BRICS sino a lo que los medios de comunicación llaman el Sur Global, que se opone al orden mundial tal como ha sido definido por Occidente. Por ejemplo, un factor de contestación muy importante del Sur Global es la hegemonía del dólar.

Además, los países del Sur Global piden la reforma de las instituciones creadas con los acuerdos de Bretton Woods, establecidos en 1945, que son la base de la hegemonía estadounidense y occidental: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, cuya gobernanza refleja el equilibrio del poder y las economías de la posguerra y no de las actuales.

La contradicción entre el imperialismo occidental y Rusia, China y otros países no puede llamarse interimperialista porque China y Rusia no son países imperialistas. La propia guerra entre Ucrania y Rusia no puede definirse como una guerra imperialista desde el punto de vista de Rusia.

Para Rusia se trata de una guerra de defensa nacional contra la expansión de la OTAN hacia el este, que amenaza directamente sus fronteras. En 1990, cuando la URSS se retiró de Alemania Oriental y se reunificó con Alemania Occidental, el Secretario de Estado estadounidense, James Baker, prometió a Gorbachov que la OTAN «no ampliaría su esfera de influencia ni un centímetro».

El ministro alemán de Asuntos Exteriores, Genscher, prometió lo mismo, declarando que «no habrá una extensión hacia el este del territorio ocupado por la OTAN, es decir, esta última no se acercará a las fronteras de la Unión Soviética». Sin embargo, en el período siguiente la OTAN incorporó a casi todos los países que forman parte de Europa del Este, incluidos los países que formaban parte del Pacto de Varsovia.

En 2008 Bush apoyó la propuesta de incluir a Georgia y Ucrania en la OTAN. En 2014, Estados Unidos favoreció un golpe de estado en Ucrania, derrocando al presidente que tenía buenas relaciones con Rusia. Tras el golpe de Estado en Ucrania, comenzó la guerra civil entre el nuevo gobierno pro occidental y la minoría rusoparlante de Donbass, que se prolonga durante diez años y ha provocado decenas de miles de muertes entre la población civil rusoparlante.

En 2021, se volvió a formular la intención de proceder a la entrada de Ucrania en la OTAN, lo que habría permitido a esta última desplegar en las fronteras de Rusia misiles nucleares capaces de llegar a Moscú en pocos minutos, haciendo ineficaz la disuasión nuclear rusa. La intervención de Rusia en Ucrania en 2022 fue, por tanto, una respuesta a una grave amenaza y, por tanto, tiene como objetivo defender la posición estratégica de Rusia frente a una OTAN cada vez más agresiva y apoyar, después de diez años de conflicto, a las poblaciones de habla rusa de Donbass.

Pero, independientemente de la naturaleza de la guerra de Rusia en Ucrania, ¿puede definirse a esta última como imperialista? El imperialismo representa una fase de alto desarrollo de las fuerzas productivas, característica de los países capitalistas avanzados que buscan una salida para los excedentes de bienes y capitales. Rusia no tiene tales condiciones. En primer lugar, no presenta un desarrollo adecuado de las fuerzas productivas, al carecer de una manufactura extensiva y de vanguardia.

La posición de Rusia en la división internacional está en las posiciones más bajas, ya que se centra casi exclusivamente en la producción y exportación de materias primas de las que es muy rica. El único sector manufacturero avanzado y grande es el sector militar, que, de hecho, exporta parte de su producción. Rusia no es un país rico, como lo son los países imperialistas, sino un país de ingresos medios, que es incapaz de alcanzar a los países del centro imperialista. Sus exportaciones de capital son bajas en comparación con las de los países imperialistas.

Además, Rusia no tiene ningún interés en la exportación de capital y en el expansionismo económico-militar, en primer lugar porque no tiene una manufactura real y, en segundo lugar, porque obtiene sus recursos de la exportación de materias primas, gracias a lo cual crea un superávit comercial sustancial. Rusia, por lo tanto, no tiene ningún interés en explotar los países periféricos para obtener materias primas o exportar bienes o invertir allí el exceso de capital. Rusia es ciertamente un país capitalista pero económicamente subordinado, aunque tiene un Estado fuerte. Este Estado, sin embargo, ejerce su fuerza sobre todo a nivel defensivo contra el imperialismo occidental en Ucrania, como lo había hecho anteriormente en Georgia y Siria. El objetivo del imperialismo occidental, de hecho, es debilitar a Rusia, tal vez fragmentándola aún más, para controlar sus riquezas minerales y las de Asia Central y privar a China de un aliado fuerte.

Llegamos así a otra cuestión importante: si China es un país capitalista y si, en caso afirmativo, ha alcanzado la etapa del imperialismo. En China hay ciertamente empresas privadas y capitalistas, pero las empresas públicas adquieren mayor importancia y sobre todo hay control por parte del Estado y, a través de él, del Partido Comunista sobre el conjunto de la economía. Por ejemplo, es fundamental que, a diferencia de los países plenamente capitalistas e imperialistas, el movimiento de capitales no sea libre sino bajo el estricto control del Estado. La interpretación de la formación económico-social china remite a la concepción del socialismo. Esto, de hecho, representa una fase muy larga en la que elementos capitalistas permanecen junto a elementos de socialización de la producción, que son más específicamente socialistas. Por lo tanto, China es un país socialista, pero, como reconocen los propios teóricos marxistas chinos, se encuentra en una etapa inicial del socialismo. El socialismo chino se define como «socialismo con características chinas» o como «socialismo de mercado», en el que el mercado juega un papel importante7 .

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La fase de transición del capitalismo al socialismo en curso en China se caracteriza por una lucha por la hegemonía entre tendencias hacia el capitalismo y hacia el socialismo maduro. Sin embargo, por las razones que hemos dicho, China no puede definirse como un país imperialista también porque los movimientos de capital están controlados por el Estado.

Además, las exportaciones de bienes son mucho más importantes para China, ya que tiene, con diferencia, el mayor superávit comercial a nivel mundial (822 mil millones de dólares en 2023), en comparación con las exportaciones de capital, dado que el porcentaje de salida de IED sobre el PIB, como hemos visto arriba, es bastante bajo. Como resultado, China produce más de lo que consume y no comparte la naturaleza parasitaria del imperialismo. China, sin embargo, está lejos de ser un país imperialista también porque es un país de ingresos medios.

Finalmente, China, a diferencia de Estados Unidos, no tiene una postura agresiva en el nivel político internacional y trabaja para introducir un mayor multilateralismo y multipolarismo económico y político a nivel internacional. La fuerza militar china no puede compararse con la de los Estados Unidos y, sobre todo, en los últimos setenta años nunca ha sido utilizada en guerras reales, salvo algunos enfrentamientos fronterizos limitados con los países vecinos (URSS, India y Vietnam). De hecho, las relaciones con los países periféricos no se basan en la explotación y la opresión neocolonialistas, como en el caso de Estados Unidos y Francia, sino que representan una importante alternativa económica al imperialismo occidental para países como los de África.

De lo dicho podemos deducir que las contradicciones interimperialistas entre la UE y los EE.UU. existen y corren el riesgo de agravarse en el caso de una presidencia de Trump, pero, por el momento, están ocultas y difícilmente podrían conducir a una confrontación directa.

La principal contradicción es, sin embargo, la que existe entre el imperialismo occidental y el Sur Global, con un papel decisivo de los Brics, que recientemente se expandieron hasta convertirse en Brics+, con la incorporación de Egipto, Etiopía, Irán y los Emiratos Árabes Unidos.

De hecho, estamos asistiendo a un proceso de descolonización real que se produce décadas después de la descolonización formal. De hecho, la independencia política de muchos países periféricos se combinó con el mantenimiento y, en muchos casos, la acentuación de su dependencia económica.

Este proceso de descolonización real se ve al menos facilitado por la presencia, como alternativa al capital occidental, de Rusia y especialmente de China, que están asumiendo un papel hegemónico dentro del Sur Global. En cualquier caso, la confrontación entre Estados Unidos y sus aliados imperialistas, por un lado, y Rusia y China, por el otro, no puede definirse como interimperialista.

 

Conclusiones: una categoría aún vigente pero con algunas diferencias notables

El imperialismo de Lenin representó un importante ejemplo de innovación en su época porque correlacionó el aspecto económico con el político y militar. De hecho, Lenin vinculó estrechamente el imperialismo con el capitalismo. Las características económicas y políticas que Lenin colocó como base del imperialismo siguen siendo en gran medida válidas, pero con algunas diferencias.

La concentración y centralización del capital, es decir, la fusión de diferentes capitales para crear empresas más grandes, sigue siendo una característica del capitalismo. Sin embargo, los cárteles, es decir, acuerdos para limitar la competencia mediante el establecimiento de niveles de producción y precios, ya no son un elemento dominante. Ni siquiera los monopolios y el proteccionismo representan ya el aspecto decisivo del capitalismo actual.

Sin embargo, hoy en día existe una mayor competencia que en la era de los imperios coloniales, sobre todo gracias a la globalización, es decir, al mercado global. Pensemos, por ejemplo, en la industria del automóvil que, a pesar de estar muy centralizada e internacionalizada, es terreno de feroz competencia tanto entre las empresas occidentales como entre éstas y las asiáticas, especialmente las chinas, en el sector del coche eléctrico.

Esto, sin embargo, no significa que no existan tendencias contrarias, basadas en la reintroducción del proteccionismo, como ocurre, por ejemplo, en la UE, precisamente contra los coches eléctricos chinos. De hecho, según algunos, existe una tendencia hacia la desglobalización, es decir, hacia la fragmentación del mercado global en áreas económicas regionales. El monopolio también está lejos de desaparecer. La caída de la tasa de ganancia y la saturación de los mercados manufactureros han movido mucho capital hacia sectores de monopolio natural en los últimos años.

Además, las grandes tecnológicas estadounidenses, incluidas Google, Amazon y Facebook, son de facto nuevos monopolios. Otro aspecto que permanece, aunque parcialmente modificado, es el capital financiero, cuyo papel fue central en el imperialismo de Lenin, que asumió de Hilferding. Hoy, sin embargo, ya no es posible pensar en el dominio de los bancos sobre las empresas industriales, que a menudo son gigantes multinacionales que obtienen enormes beneficios. Sin embargo, al mismo tiempo, el capital, siempre a raíz de las crisis industriales, se ha volcado masivamente hacia la especulación financiera, mientras que las altas finanzas, a través de empresas de gestión de inversiones financieras como BlackRock, desempeñan un papel importante en el mundo del capitalismo.

Como dijimos anteriormente, el cambio más importante, en comparación con la época de Lenin, radica en la falta de una división completa del territorio entre las potencias imperialistas más importantes, es decir, la división de la periferia en imperios nacionales. A esto están ligadas la dominación, la competencia por el control de las colonias y la tendencia a la guerra.

Hoy ya no tenemos un sistema de imperios coloniales, sino un sistema de explotación basado, por un lado, en las multinacionales y transnacionales y, por el otro, en las instituciones internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. y sobre todo en el aparato estatal estadounidense. Estados Unidos tiene el control de un imperio informal basado en la dominación a través del dólar y su ejército.

Gianni Arrighi definió la historia del capitalismo mundial como una serie de ciclos seculares, cada uno de ellos centrado en un «Estado líder». Al ciclo hispano-genovés le siguieron los holandeses e ingleses, hasta que éste fue sustituido por el liderado por Estados Unidos. Retomando a Gramsci y su concepto de hegemonía, según Arrighi, el «Estado líder» actúa con una combinación de consenso y coerción. El consenso se deriva de la organización del sistema-mundo capitalista a través de un modo particular de regulación relativo a un régimen específico de acumulación.

Otro aspecto importante que rastrea Arrighi es que el Estado dirigente en cierto momento entra en crisis y comienza a perder su dominio en la producción material. En este punto, el Estado líder pasa a la financiarización, lo que le permite continuar hasta la crisis definitiva que abre una fase de caos global, de la que emerge con el surgimiento de un nuevo orden liderado por un nuevo «Estado líder».

Cuando Estados Unidos se convirtió en el «estado líder» del capitalismo mundial en 1945, poseía el 50% de la producción industrial y la mayoría de las exportaciones mundiales, por lo que su hegemonía correspondía a equilibrios de poder reales. La primera crisis estadounidense se produjo en 1974, tras lo cual se inició su fase de expansión financiera que finalizó en 2008 con la crisis de las hipotecas subprime.

Con el tiempo, junto con la fortaleza económica, la hegemonía también decayó. Según Arrighi, después del 11 de septiembre comienza para Estados Unidos una fase de dominación sin consenso. Mientras tanto, China está atravesando una fase de crecimiento sin precedentes y convirtiéndose en la segunda potencia económica del mundo. En consecuencia, China comienza a pedir la aplicación de un mayor multilateralismo y multipolarismo en la gestión de la economía mundial, poniendo así en duda el dominio estadounidense.

Pero Estados Unidos no tiene intención de renunciar en lo más mínimo a su dominio que, como hemos visto, le permite extraer riquezas de todo el mundo, sin las cuales su economía, tal como está organizada hoy, colapsaría. Por lo tanto, eligieron el camino de la confrontación por la fuerza, intentando aislar a China. La continua expansión de la OTAN contra Rusia y la guerra resultante tiene como objetivo intentar eliminar al aliado más importante de China, mientras que la guerra de Israel, provista de dinero y armas por los EE.UU., contra Irán tiene como objetivo eliminar a otro aliado y uno de los principales de China. proveedores de petróleo. Por todas estas razones, Estados Unidos es el principal imperialismo y el mayor obstáculo para la paz mundial.

Para concluir, volviendo a Lenin, su trabajo todavía se confirma hoy, especialmente cuando identifica al imperialismo como un sistema económico parasitario y explotador que se traduce en la dominación de los Estados fuertes sobre los Estados débiles y es un presagio del caos, la anarquía y la guerra.

 

Notas

  1. JA Hobson, L’imperialismo, editoriales Newton & Compton, Roma 1996, p. 119.
  2. F. Fischer, Asalto al poder mundial. Alemania en la guerra 1914-1918, Res Gestae, Milán 2021.
  3. Unctad, Estadísticas, Inversión extranjera directa: flujos de entrada y salida y stock, anual.
  4. Unctad, Estadísticas, Mercancías: Balanza comercial, anual.
  5. Sipri, base de datos sobre gastos militares.
  6. Nuestro procesamiento de datos de la Unctad, Estadísticas, Producto interno bruto: precios totales y per cápita, corrientes y constantes (2015). Los valores están en dólares estadounidenses corrientes.
  7. Vladimiro Giacché, “Introduccióna Cheng Enfu, Dialéctica de la economía china, ediciones MarxVentuno, 2024

 

Fuente: Observatorio de la crisis

 

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