¿Se abrirá camino la Revolución Política que propugna Bernie Sanders?

Bernie Sanders revolución
Este martes Bernie Sanders se enfrenta a primarias en 11 estados con 880 delegados en juego. El sábado fue ampliamente derrotado en Carolina del Sur. Hay que decir en su defensa que había dado el estado por perdido, consciente de que en el sur es un desconocido y los afroamericanos están apoyando a Hillary Clinton.

Sea cual sea el resultado de este supermartes la contienda por la nominación estará lejos de estar acabada y muy posiblemente llegará hasta el final. Bernie Sanders ha diseñado una estrategia de largo alcance más que una sostenida en sucesivas victorias en pequeños estados. Bernie Sanders es un candidato con profundas raíces en la base social de Estados Unidos y conoce su cada vez más precaria situación. Sanders, un senador socialista, no solo quiere ganar la nominación, quiere llevar adelante una revolución política para recuperar la democracia, ahora secuestrada por las corporaciones del capitalismo.

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La educación debe ser un derecho, no un privilegio. Necesitamos una revolución en la forma en que Estados Unidos financia la educación superior.

En las cartas que Sanders manda a sus seguidores habla siempre sin tapujos de revolución política. Él sabe que sin hablar en esos términos no se hubiese convertido en la gran sorpresa de la campaña presidencial. En los debates precampaña se hablaba de un paseo triunfal de Clinton para su nominación demócrata. Cuando se inició la contienda estaba 40 puntos por delante de él, ahora apenas le lleva 6 de ventaja a nivel nacional. Las dificultades inesperadas de Hillary Clinton hunden sus raíces en que los ciudadanos de a pie la han empezado a ver como un instrumento de los intereses especiales, una marioneta de ese 1% que atesora casi la misma riqueza que el 99% restante de la población. Se escandalizaron cuando se supo que había cobrado 11 millones de dólares por conferencias dadas a instituciones bancarias el año pasado. La gente empieza a estar saturada de estos personajes vendidos a Wall Street, como es la señora Clinton. Las encuestas muestran que el país ha perdido la confianza en las instituciones políticas en Washington y ven a Clinton como uno de sus portavoces.

Este llamamiento a una revolución política no ha nacido del vacío, lleva años gestándose. La base demócrata está hambrienta de un mensaje progresista que revierta su cada vez peor situación económica. En los últimos años han perdido empleo, ingresos y prestaciones. El salario, el seguro médico o la universidad para sus hijos están en el aire. En los mítines masivos que ha organizado Bernie se siente la ansiedad que recorre a la sociedad sobre su futuro. El sueño americano se hizo trizas con la crisis del capitalismo.

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Nadie que trabaja 40 horas semanales debería vivir en la pobreza.

La necesidad de llevar a cabo una revolución política empezó a tomar forma en los duros enfrentamientos de Seattle del año 2000 contra la globalización neoliberal, cuando se abrió completamente la puerta de China a las fábricas estadounidenses llevándose con ellas el empleo y la posibilidad de mejores salarios. Eran los primeros signos claros de que la revolución neoconservadora había triunfado. Empezaba a estar en el aire que se necesitaba otra para revertir la situación. Incluso la elección de Obama como Presidente años más tarde, independientemente de su posterior evolución, formó parte de este descontento de la base social con el establishment político; como lo fue ese grito de las clases medias blancas conservadoras que ha sido el tea party. Siguió con la acampada en Wall Street contra la avaricia de ese 1% que no para de hacerse cada vez más rico. Un movimiento que introdujo la desigualdad social en la agenda política hasta convertirla en una de las grandes disputas de estas elecciones, y que explica la inesperada aparición de un socialista democrático en la campaña.

En los años ochenta los conservadores habían logrado reformular la manera de hacer política en Estados Unidos hasta el punto de que instalaron la puertas giratorias por las que entraban las corporaciones a las salas donde se toman las decisiones. Esta revolución neoconservadora santificó la avaricia de Wall Street como el eje de un modelo económico neoliberal que está acabando con las clases medias (asalariados con buenos ingresos), el sujeto que ha dado identidad a Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX. Se valieron para ello introduciendo la devastadora influencia del dinero en la política. Dieron a las empresas de una manera bizarra los mismos derechos que a los ciudadanos, permitiendo que se apoderaran de la política en su propio beneficio. Las corporaciones acabaron secuestrando a la democracia estadounidense en su provecho. El resultado es este circo de payasos en que se ha convertido la campaña electoral republicana, en la que billonarios ridículos pueden llamar a gritos al odio contra emigrantes o refugiados sin que nada pase.

La revolución que propone Sanders quiere revertir este proceso, quiere recuperar la política para los ciudadanos corrientes, aquellos que dependen de su trabajo para vivir. Es una tarea difícil, pero posible. La crisis iniciada en el 2008 ha hundido la imagen de Wall Street, el símbolo del capitalismo estadounidense. La gente empieza a asociar el capitalismo con un futuro negro para ellos y sus hijos. Las encuestas muestran que la mayoría de los ciudadanos intuyen para sus hijos una vida peor que la que tuvieron ellos. En Iowa, 4 de 10 demócratas se autodenominaban socialistas durante las primarias, tal como lo hacen la mayoría de los jóvenes que apoyan a Sanders. El socialismo ha dejado de ser anatema en Estados Unidos para convertirse en una bandera de cambio. Empieza a nacer la idea de que el capitalismo no sirve y hay que empezar a moverse en otra dirección, a experimentar nuevos caminos. Eso ha hecho posible que en Estados Unidos, en el año 2016, un candidato presidencial con posibilidades de éxito se proclame abiertamente socialista.

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Si un banco es demasiado grande para quebrar, es demasiado grande para existir.

Independientemente del resultado del supermartes, donde se espera que Sanders gane en los estados del norte y Clinton en los del sur, y en donde hay un mayor número de delegados en juego, las encuestas hablan de que hay posibilidades para que Sanders gane todavía la nominación. Sanders ha dado por perdidos los estados republicanos del sur, donde los afroamericanos, mayoritariamente demócratas, apoyan a Clinton. Ha diseñado una estrategia de largo alcance, a diferencia de Obama. Sanders sabe que necesita una gran afluencia de votantes, y eso precisa una mirada de largo alcance para llegar a los estados más poblados y por tanto con un mayor número de delegados. Su estrategia es obligar a los superdelegados (cerca de 500 delegados no elegidos de los 2.283 que se necesitan para ganar la nominación) proclives al establishment, a Clinton, a que reconozcan el voto de la base demócrata y se supediten al mismo.

La tarea no es fácil. Pocas veces las empresas de comunicación en manos de los grandes accionistas de Wall Street han mostrado tan claramente quiénes son sus dueños. The New York Times, The Washington Post o The Wall Street Journal se han convertido en propagandistas de Hillary Clinton. Lo mismo ocurre con la CNN o FOX. El movimiento de base que sostiene a Sanders puede que no llegue a derribar el poderoso muro que está construyendo el establishment político y económico contra su campaña. Pero aún en este caso, la revolución política que necesita Estados Unidos para liberar a la democracia del capitalismo habrá dado un paso de gigante.