Ha sido una mezcla entre el listín telefónico de Moscú y los primeros 100 nombres de los mega-ricos rusos que figuran en las lista Forbes. La administración Trump, acuciada como casi siempre por las urgencias tácticas (por la presión que recibe desde el bando demócrata e incluso desde las propias filas republicanas) ha dado el paso siguiente, uno más, con el objetivo de promover el aislamiento internacional de Rusia. Pero esta vez se ha pegado un tiro en el pie.
Es sin duda un error más de una administración incapaz de perfilar una política racional y predecible. Trump ha proclamado que más de un centenar de individuos y entidades rusas son candidatos para ser sancionados en un futuro.[1] La ignorancia de la administración norteamericana es supina. Las sanciones ignoran quién es la oposición real a Putin. No es la población, la figura del presidente suma apoyos cercanos al 80%. Ni los medios de comunicación, ni tampoco lo es la Duma (donde las críticas al propio Putin son muy matizadas por parte de la oposición, incluida la comunista).
Trump, a partir de estas sanciones, separa a los rusos en dos bandos: los partidarios de Putin y aquellos que, como la candidata y presidencial Ksenia Sobchak, proponen la devolución de Crimea y la sumisión a Occidente.
Múltiples analistas han señalado que la oposición real a Putin provenía de grandes sectores de la oligarquía. El expolio de bienes públicos de la época Yeltsin generó la aparición de una oligarquía, preexistente sin duda, propensa a reforzar la integración en el mercado mundial subordinándose a los deseos de Occidente. Sectores importantes de las finanzas rusas, algún ministro y directores de bancos importantes, incluso de la Administración Presidencial (en especial el primer ministro Medvédev), buscaron la integración en la globalización aún a costa de los intereses nacionales.
Putin ha tenido que alcanzar un difícil equilibrio entre estos grupos con intereses contrapuestos. Ha sido capaz de mantener el apoyo de la oligarquía por un lado y ciertos beneficios sociales por otro que le han permitido ampliar su base social. La restauración del orgullo nacional, en especial a través de la mejora de las fuerzas armadas (hoy el incidente del sumergible Kursk posiblemente hundido por submarinos estadounidenses es impensable), la reconquista de la península de Crimea y la victoria en la guerra siria han sido hitos que han demostrado a la población rusa e internacional que Moscú vuelve a la escena de la política mundial. Hay pues un primer grupo de poder que teniendo en cuenta esos hechos está dispuesto a apoyar al presidente ruso. Por otra parte, ese grupo, compuesto de grandes financieros ligados a la energía, ven en la integración en los nuevos mercados que se expanden y el incremento de las relaciones con China la necesaria proyección geoestratégica hacia el sur (Oriente Medio) y el este. Para este grupo el futuro de Rusia pasa por separarla de las instituciones financieras dominadas por los EEUU apoyándose en la recuperación social de su soberanía. Su objetivo es la multipolaridad, estrechando aún más la colaboración con China y los BRICS.
La errática política de los diferentes gobiernos norteamericanos va en paralelo a la pérdida de hegemonía internacional. Han acentuado el enfrentamiento con Rusia vía sanciones económicas. Han debilitado enormemente al grupo opositor a Putin. Hasta ahora, el nivel de sanciones se limitaba a las grandes corporaciones. Trump, con esta nueva lista, da un enorme salto. Putin se frota las manos. El presidente norteamericano le va a permitir controlar a ese sector de la oligarquía que se le resistía y que ahora ve con enorme preocupación cómo sus intereses financieros peligran. Los mega-ricos regresarán sumisos a la “madre patria”. Las sanciones no distinguen entre un grupo u otro (los que apoyan o no al presidente ruso). Así, Mijail Friedman, director general de Alfa Bank, un banco con valor neto de 16,2 billones de dólares, se planteó hace unos meses, según Russia today, desinvertir en la industria de defensa rusa por temor a las sanciones. El nuevo movimiento de Trump ha invertido el proceso, Friedman está en la lista de los posibles sancionados. El paso siguiente, no puede ser de otro modo, es el retorno de esas enormes fortunas a Rusia.
En la actualidad, los oligarcas rusos, especialmente los que apuestan por la integración asiática, e incluso los más hipócritas, tienden a guardarse mucho de demostrar que tienen el dinero en Occidente. Dependen mucho de la opinión pública para sus propios negocios. Los atlantistas, por el contrario, cuya influencia no depende de la opinión pública, no dudan en tener activos financieros en el exterior.
La lista de posibles sancionados, elaborada por el Tesoro norteamericano pone una diana, no solo a las personas señaladas, sino a sus familias y entidades asociadas. La sanción es potencial, inespecífica y futura, aunque tendrá un efecto a corto plazo, que será el retorno de capitales.
La pregunta que se plantea es simple. ¿A quién afectará más? ¿Al grupo de oligarcas cuyas finanzas provienen de los intercambios con Occidente o al grupo que apunta a una mayor integración en la zona BRICS? Lo que es evidente es que las relaciones con la UE se verán duramente afectadas. Un desaire más por parte del socio atlántico. EEUU presionará aún más para que no se hagan negocios con Rusia; en concreto, Trump pretende romper el vínculo energético que une los yacimientos de gas rusos con Alemania y Occidente a cambio de comprarle a EEUU gas de esquisto, mucho más caro.
En un giro copernicano de su propia doctrina, a pesar de las sanciones, EEUU ha comprado gas licuado a Rusia procedente del nuevo campo gasístico en el Ártico (el campo denominado Yamal es el más grande del mundo). Un ejemplo de la cooperación sino-rusa (la inversión china ha superado los 20.000 millones de dólares). España cubrirá el 10% de su consumo con este gas. Repsol ha invertido importantes cantidades en la construcción de la planta gasística, al igual que desarrolla acuerdos con las multinacionales rusas para explotar el petróleo del norte de Iraq en la zona dominada por los kurdos en este momento.
EEUU seguirá ejerciendo mucha presión sobre las corporaciones de la UE para que no hagan negocios con los rusos y, por lo tanto, colocarán a la UE y EEUU en un rumbo de colisión. Las sanciones aplicadas a Rusia desde el 2014 han tenido un impacto significativo en la relación importaciones/exportaciones. EEUU pretendió aislar a Rusia, es decir, separarla de los mercados de crédito occidentales, del comercio internacional y de las élites políticas (foros internacionales). Se pretendía que las sanciones doblegaran a Rusia, en gran parte por la dependencia de este país del mercado europeo.
Putin predijo que tomaría 2 años recuperarse de las sanciones y lo ha logrado; su apuesta fue proyectar su economía hacia Asia. Desarrolló nuevos lazos comerciales. Comenzó a invertir en su propio mercado interno. Hubo créditos, especialmente chinos, y a nivel internacional se demostró que el G8, ahora G7, no tenía ningún valor. Así el éxito ruso se debe, en parte, a las sanciones norteamericanas. Todo esto empuja al gobierno Trump a “mantenella y no enmendalla”, a reforzar las sanciones, ahora directamente, al conjunto de esos oligarcas rusos.
Obviamente el sector económico más afectado por las nuevas sanciones es aquel que pretendía una mayor integración en Occidente. Prácticamente hay unanimidad entre los analistas en considerar el nuevo paso de la Administración y el Congreso norteamericano como una de las decisiones más contraproducentes y más estúpidas (permítanme la expresión) que un gobierno puede adoptar. Los analistas no se ponen de acuerdo en las razones de este sinsentido político. Hay varias posturas: la primera visión es que forma parte de la política interna de los EEUU. El acoso que sufre Trump por el tema del Rusiagate (hemos vivido otro capítulo de este serial con la desclasificación de documentos secretos de la CIA) le impulsa a demostrar su desapego al gobierno Putin, sancionando a tontas y locas a sectores del “establishment moscovita”. En realidad, para algunos de estos analistas, y no les falta razón, las maniobras de Trump en el terreno práctico son ineficaces, pero pretenden contentar al partido demócrata.
La segunda corriente teoriza que Trump pretende provocar a Rusia al declarar poco menos que los grandes directores de las corporaciones son “gánsters” (dice el refrán popular que antes se ve la mota en ojo ajeno que la viga en el propio). Es un teorema que tiene consistencia, el registro de las sedes diplomáticas en Washington, las provocaciones continuas en el campo militar en especial en Siria y Ucrania (se está gestando ya la próxima guerra en la zona), la prohibición de participar en los juegos olímpicos bajo bandera rusa, el peligro de boicot al Mundial de futbol en Moscú… dibujan un perfil de aumento continuo de la tensión con el fin de humillar al país.
Lo que parece evidente es que las decisiones de Trump de hecho refuerzan la posición de Putin. El presidente norteamericano está ayudando a Moscú. La oposición a Putin se reduce. El inquilino del Kremlin aborda la nueva carrera electoral (hay elecciones presidenciales en 2018) con absoluta tranquilidad. Desde esta visión la lista de los futuribles sancionados es más dañina para los aliados de Occidente (Putin tendría la excusa para hacer limpieza una vez ganadas las elecciones) que para el propio presidente ruso.
Dentro del grupo oligárquico ruso otros exigen responder a las agresiones occidentales; piden acciones de represalia contundentes. Ese grupo, llevado por la incoherencia de la administración Trump, plantea que estamos frente a un gobierno incapaz de adoptar propuestas políticas coherentes. Una administración donde cada remero lo hace en una dirección opuesta, mientras el “capitan Trump” va arrojando subordinados por la borda. Es la balsa de los necios. Eso sí, armados con las más mortíferas armas del arsenal mundial.
Observando la política de los EEUU y sus dirigentes es fácil advertir un modus operandi en la toma de decisiones, tanto las de orden estratégico como táctico. Las decisiones políticas, incluso las inmediatas, son el resultado de varias tendencias, de variadas formas de enfocar los temas, son una especie de suma de “vectores diferentes”. Así lo más fácil es que todas las explicaciones anteriores, todos los análisis, son reales y todos suman. Putin parece haber llegado a la conclusión de que el Imperio está dirigido por ignorantes que viven en un mundo totalmente desligado de la realidad. El hecho de que la administración Trump no haya cubierto más de 60 embajadas es un síntoma claro de la bisoñez de la diplomacia norteamericana.
Las reacciones del Kremlin son predecibles. Putin lamentó que su nombre no figurara en la lista. Pero no irá mucho más allá. Occidente está acostumbrado a las reacciones inmediatas. Putin, como ya ha demostrado en varias ocasiones, reacciona de forma mucho más estratégica. Gran jugador de ajedrez, su juego preferido es el gambito de dama aceptado, capaz en la mayoría de sus variantes de sacrificar piezas con tal de conseguir jugar a largo plazo y ganar. El embajador ruso en EEUU, Anatoly Antonov, declaró que a pesar de que figura en la lista de los sancionados, el Director del Servicio de Inteligencia Extranjera ruso (SVR) Sergei Naryshkin (el mismo personaje que fue acusado por la prensa norteamericana de haber organizado el pirateo de elecciones de 2016) ha seguido reuniéndose en EEUU con personalidades estadounidenses de alto nivel, como por ejemplo Mike Pompeo, director de la CIA. La realidad es más simple, mucho más sencilla, EEUU y Rusia todavía trabajan mucho juntos porque realmente no pueden permitirse no hacerlo. En Estados Unidos, los que auténticamente piensan entrevén que es el Imperio y no Rusia quién está paralizado y aislado. Por ejemplo, las declaraciones de los grandes funcionarios de la administración Trump sobre Kurdistan… decir una cosa y hacer otra; los planes A,B,C,D en relación con Siria, solo son en la mayoría de los casos humo, la falta de estrategia, de objetivo final, hace que las declaraciones a menudo histriónicas de los grandes funcionarios queden en nada.
Asistimos a la lucha de las élites en el interior del Imperio. Cuando la historia sonríe al país, los grupos oligárquicos nacionales son capaces de convivir con cierta armonía, cuando se producen crisis económicas, como la que vivimos, se abre la lucha por el control y la hegemonía en el plano interno y el externo. Las élites nunca están tan unidas como aparentan. En realidad los Imperios o cualquier país grande están dirigidos por coaliciones de grupos poderosos que interaccionan entre sí. Mantienen una relación inestable aunque unidos por un objetivo más o menos común, beneficiarse del orden establecido, pero compiten entre ellos. La crisis económica aún no resuelta hace que el sistema se enfrente entre sí hasta que se derrumbe o surja una nueva regla u otro grupo principal que consigue el liderazgo. El Imperio norteamericano se halla en esta fase. Es una lucha sorda e interna que durará mucho tiempo, en este momento impredecible. Hasta que uno de los grupos se imponga o se establezca una nueva correlación política.
Que la administración norteamericana venda humo, no debería hacernos confundir la ineptitud con la capacidad de empeorarlo todo, precisamente porque en el momento de lucha de élites nadie controla realmente el botón de la guerra.
[1] Es la resolución H.R.3364 – Countering America’s Adversaries Through Sanctions Act