Moscú se prepara para ponerse los guantes de boxeo. Mientras, el puzzle del ataque terrorista en el teatro Crocus City Hall va tomando forma, las piezas comienzan a encajar. Hay una variable nueva en el tablero: el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, admite que Rusia está en guerra. No hablamos de una “operación especial” sino de guerra. Putin no lo ha enunciado públicamente para evitar implicaciones mayores en cuanto a la movilización de tropas y recursos. El Estado Mayor ruso analiza la situación militar y entiende que aún no es el momento de la movilización general.
En este momento los avances territoriales se realizan teniendo menos efectivos que el ejército ucraniano; vemos cómo se desarrolla una guerra de nuevo cuño. Importantes doctrinas militares están siendo cuestionadas. Si la guerra civil americana fue la primera gran guerra moderna, con el uso del ferrocarril, enormes ejércitos, ametralladoras, barcos blindados y guerra económica, la Primera y Segunda Guerras mundiales recogieron parte de esas enseñanzas y las proyectan a otro nivel. La guerra ucraniana, en cambio, tiene características propias y será estudiada como una nueva forma de conflicto donde la guerra con drones, robots, la guerra cognitiva a través de las redes sociales y la logística tienen un papel estelar. Las declaraciones del vocero del Kremlin apuntan a que Moscú se está preparando para actuar, pero ni las formas ni los ritmos serán determinados por la OTAN; será el Kremlin y el propio Estado Mayor ruso quienes decidan el cómo y el cuándo.
El atentado es el último regalo de la sanguinaria Victoria Nuland, eliminando así la posibilidad de un arreglo territorial en la guerra de Ucrania. La desesperación de Occidente, al ver perdida la guerra, provoca el uso del terrorismo como arma en el campo de batalla. La respuesta de Moscú es clara: «ni siquiera hemos empezado”. Por otro lado, fuentes occidentales afirman que tropas regulares de Francia, Alemania y Polonia están acantonadas en el sur de Kiev, en una clara provocación. Aunque lejos del campo de batalla, no lo están lo suficiente de los misiles hipersónicos rusos. Pero el escenario no estaría completo sin otra casualidad. El mismo día del atentado en Moscú, Estados Unidos y Reino Unido lanzan ataques concentrados contra Saná, capital yemení, justo después de que Yemen firmara un acuerdo con Rusia y China que permite a estos países la navegación segura por la zona controlada por los huzíes; en contrapartida Yemen podría entrar en los Brics+ en octubre próximo.
El atentado en Moscú plantea dudas sobre la autenticidad de los militantes musulmanes. Ningún musulmán, ni siquiera los más radicales combatientes del ISIS, atentarían en el sagrado mes del Ramadán y en viernes precisamente. La mano de los servicios secretos occidentales se percibe claramente. El atentado se intentó ejecutar en los días de las elecciones presidenciales rusas. La vigilancia extraordinaria lo evitó. A pesar de las advertencias de las embajadas de EEUU y Reino Unido a sus ciudadanos, los servicios de inteligencia de esos países no proporcionaron datos concretos del probable lugar que hubieran ayudado a evitar la tragedia. Hay otra coincidencia más; los propietarios del teatro Crocus City Hall, que tendrá que ser reconstruido, son la familia Agaralov, muy amigos de Donald Trump, con quien han hecho negocios.
En medio de esta tragedia hay personajes que no han podido controlar su entusiasmo, como el secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Ucrania, Oleksiy Danilov, quien se ha puesto una diana en la frente al afirmar en la televisión ucraniana que : “les daremos [a los rusos] este tipo de diversión más a menudo”. Mientras, la visita de diplomáticos y militares de EEUU a Kiev se traduce en una exigencia mayor. Se quiere rebañar el plato movilizando las últimas reservas.
La Unión Europea está absolutamente desorientada, cada personaje, como en un triste vodevil, busca reforzar su figura, aunque incurran en sobreactuaciones, incoherencias y enfrentamientos entre dirigentes. Lo único que les une es su rusofobia y su incapacidad. Siguen fantaseando con destinar los fondos congelados a Rusia para financiar a Ucrania. En este juego de intereses, el canciller Olaf Scholz afirma que el dinero “congelado “no es de nadie, abriendo así un peligroso precedente. ¿Quién se fiará de la UE cuando es incapaz de respetar los acuerdos financieros firmados? Para colmo el Banco Central ruso amenaza con medidas similares.
Mientras, las tropas de la OTAN al sur de Kiev quedan al alcance de los misiles rusos. La guerra ya ha pasado del Donbass a Moscú, ahora Rusia considera avanzar incluso hacia L’viv, dejando a Ucrania sin salida al Mar Negro como en el siglo XVII, mientras sus vecinos, Polonia, Rumanía y Hungría, pugnan por recuperar sus territorios que ellos consideran “históricos”. Putin ha recibido el mensaje de acabar con esta situación de forma definitiva. Sería hora de que comenzáramos a pensar, ucranianos y el resto de occidentales, por qué se está combatiendo hasta el final en beneficio del estado profundo estadounidense, del complejo militar de ese país y especialmente de los grandes fondos de inversión como BlackRock.