¿Podrán las mujeres, los jóvenes y los trabajadores resistir a los militares e instaurar un gobierno civil?
El miércoles de la pasada semana los sudaneses volvieron masivamente a la calle a pesar de que hacía unos días cinco manifestantes habían sido asesinados en Jartum y Omdurman, las ciudades gemelas del Nilo, mientras se manifestaban. El miércoles fueron 14 los que cayeron por disparos de los soldados y las milicias. La resistencia a los golpistas sigue.
El 25 de octubre el teniente general Abdel Fattah al-Burhan y el general Mohamed Hamdan “Hemeti”, antiguos socios del dictador al-Bashir, detuvieron al primer ministro Abdalla Hamdok, a cuatro ministros y a decenas de activistas y abogados, asumiendo todo el poder.
Ese mismo día grupos de jóvenes levantaron barricadas mientras en los barrios organizaban comités de resistencia; cortado internet y a veces el teléfono móvil, establecieron redes de comunicación, sacaron octavillas, hicieron pintadas o usaron los altavoces de las mezquitas para organizarse. Los militares los querían aislados, pero ellos consiguieron unirse. Los trabajadores de la banca fueron a la huelga, lo mismo hicieron los maestros y muchos trabajadores de la salud convocados por la Asociación de Profesionales de Sudán (SPA), la organización que había desempeñado un papel decisivo durante la Revolución.
La respuesta de los militares ante las protestas ha sido brutal. Sus líderes son los mismos que organizaron los janjaweed, las milicias genocidas en Darfur, o enviaron en su provecho a jóvenes huérfanos a la guerra de Yemen a cambio de dinero saudí. Vídeos subidos a la red han mostrado cómo soldados y paramilitares disparaban con fuego real a manifestantes pacíficos. Al menos 38 de ellos han sido asesinados desde el golpe y otros cientos han sufrido heridas de bala. Pero parece que la gente está perdiendo el miedo, como ocurrió durante la Revolución.
El golpe militar es en cierto modo una continuación de la misma. Durante la Revolución ninguna de las fuerzas en litigio pudo ser derrotada. Los militares que controlaban el poder y los revolucionarios que habían derribado la dictadura tuvieron que llegar a un compromiso después de meses de confrontación. Al final las dos partes firmaron un acuerdo para compartir el poder durante tres años, tras los cuales deberían celebrarse elecciones y establecerse un gobierno civil democrático.
Para los militares, ahora lo sabemos, el acuerdo era en realidad una estratagema para ganar tiempo, esperando que la revolución se deshinchara mientras se aseguraban el control de los aparatos de seguridad e información del Estado. Fue el golpista teniente general Abdel Fattah al-Burhan quien asumió la jefatura del estado para los siguientes 21 meses, mientras los restantes 18 meses –hasta las elecciones– estaría ocupada por un civil. El traspaso de poder según lo acordado tenía que haberse realizado a mediados de este mes de noviembre. Pero en vez de ello, el pasado jueves 11 el golpista al-Burhan anunció que él mismo continuaría como jefe de estado rompiendo el acuerdo e impidiendo que un civil ocupara ese cargo.
Los militares no podían perder el poder si querían seguir manteniendo su impunidad y su situación económica privilegiada. Generales y coroneles controlan cientos de compañías propiedad del estado que raramente contribuyen al presupuesto nacional. Los beneficios de minas de sal, de oro, de empresas de importación y exportación de ganado, de farmacéuticas, de materiales de construcción… van a sus bolsillos. El general al-Burhan controla el Sistema Industrial de Defensa, una de las empresas militares más grandes. El general Mohamed Hamdan, “Hemeti”, el mercado del oro.
El gobierno depuesto había formado comités de investigación con el objetivo de que los militares devolvieran las empresas al estado una vez se hicieran cargo los civiles de su jefatura. Lo mismo ocurría con las violaciones de los derechos humanos. Había un compromiso para llevar a los tribunales a los responsables de las masacres cometidas durante la Revolución, sobre todo la cometida el 3 de junio del 2019 cuando soldados y milicias asesinaron a docenas de revolucionarios arrojando sus cadáveres al Nilo.
Para evitarlo los militares venían preparando el golpe desde hacía meses. Hubo antes un intento fallido. Estaban aprovechándose del malestar social creado por el alza de precios a consecuencia de la subida de la gasolina. El gobierno de Abdalla Hamdok había cometido el error de seguir los consejos del FMI de suprimir los subsidios. Además los militares fomentaron una huelga portuaria –acabó milagrosamente el día del golpe– que vació de harina y medicinas las estanterías. Pensaron que ante la mala situación económica –su mejora había sido una de las reivindicaciones de la Revolución– nadie defendería al gobierno, pero se equivocaron. A pesar de todo, las mujeres, los jóvenes, los trabajadores consideraban al gobierno depuesto su gobierno. Lo habían impuesto a los militares con su martirio y sufrimiento durante la Revolución y no iban a entregarlo gratis a sus enemigos.
Los días anteriores al golpe hubo un tira y afloja entre la Comunidad Internacional y el general al-Burhan. Tanto las Naciones Unidas como la Unión Africana presionaron a los militares para que no dieran el golpe. El Presidente Biden, quien se presenta como el paladín de la democracia y los derechos humanos en su “guerra fría” contra la “totalitaria” China, mandó a Jeffrey Feltman, su enviado especial en el Cuerno de África, a Jartum. Llegó a entrevistarse con el general al-Burhan, hasta lo amenazó con retirar los 700 millones de dólares que Sudán recibe de ayuda estadounidense si seguía con sus planes golpistas, pero el enviado de Biden no había puesto un pie en el avión que lo llevaba a Qatar que el general al-Burhan ya había mandado detener al primer ministro y sacado sus soldados a la calle.
Washington es cada vez más irrelevante en la región y depende cada vez más de sus operadores (antiderechos humanos) saudís y emiratíes que tienen sus propios intereses. El general al-Burham lo sabe. Podía prescindir del dinero de Washington porque sus patrones, las monarquías absolutistas y ricas de Ryad y Abu-Dhabi y el dictador egipcio Al-Sisi, todos ellos con grandes intereses económicos y geopolíticos en Sudán, cubrirán de sobra los 700 millones perdidos. Necesitan el agua, las rutas al corazón de África y las orillas del Nilo para sus plantaciones comerciales y tienen el dinero del petróleo para pagarlo.
La resistencia sabe que depende de ella misma para parar el golpe. Han rechazado cualquier negociación con los militares. Reivindican la liberación con vida de todos los detenidos y que los golpistas sean juzgados. “La legitimidad viene de la calle, no de los cañones”, cantan en sus manifestaciones. No confían ya en unos generales cleptómanos que han roto su palabra. No están dispuestos a compartir el poder con ellos. Es por eso que en sus marchas gritan: “No negociación, no compartir el poder, no compromiso”. Exigen todo el poder para los civiles, “gobierno de civiles”, gritan. Es por lo que vienen saliendo a la calle desde el primer día. Son manifestaciones tan masivas como las que hubo durante la Revolución. “Nosotros somos revolucionarios, somos libres y terminaremos nuestro viaje”, cantan en las calles.