Quisiera profundizar en una serie de reflexiones sobre la figura de Buenaventura Durruti ciñéndome, para comenzar, a un episodio: la intentona de realización del comunismo libertario de enero de 1933.
En primer lugar, tomemos en consideración un elemento: la elección de la fecha surge en un maremagnum de confusiones, y a nivel organizativo se notan las siguientes anomalías:
* incumplimiento, por el Comité Nacional de la Federación Ferroviaria, del acuerdo de ir a la huelga general – una decisión de diciembre de 1932 -, sin consultar a sus afiliados.
* influencias personales que indujeron el CN de la CNT a seguir la táctica del Comité de Defensa de Cataluña, dominado por García Oliver, del grupo Los Solidarios.
* impaciencia de la FAI por lanzar un movimiento revolucionario.
Este levantamiento surge en una situación tan confusa que la AIT (2) mandó a España a un representante para que redactara un informe al respecto, en el cual se puede leer: «La FAI quería imponer su ideal. No se dio cuenta de que la misma anarquía, por bella que sea, perdería todo su valor, si fuera impuesta. La FAI creía que bastaba con proclamar la revolución social para que se hiciera de verdad.
No menos confusiones reinaban para la elección del momento y de los lugares. No se habían publicado aún los principales folletos sobre el comunismo libertario, que se pretendía implantar, ni estaba bastante consolidada la CNT-FAI en el agro nacional – en particular en las dos Castillas y Extremadura -. Además, la principal obra de referencia que trataba densamente el cambio revolucionario, Los sindicatos obreros y la revolución social, del anarcosindicalista francés Pierre Besnard, publicada en castellano en Barcelona en 1931 con prefacio de Peiró, daba una visión distinta de lo que habría tenido que ser la intentona de enero de 1933. En efecto, para este autor, una tentativa revolucionaria sólo era posible bajo tres condiciones.
La primera era la integración de todas las fuerzas de la mano de obra, de la técnica y de la ciencia en los sindicatos, o sea, la unión de los obreros, técnicos e ingenieros, considerados como la unidad orgánica de clase.
La segunda apuntaba a la participación de parte del ejército en la tentativa revolucionaria.
Y la tercera recalcaba la necesidad de una situación realmente revolucionaria. Concluía Besnard de modo premonitorio: Intentar la aventura en cualquier otra situación sería una pura locura. Sería a la vez un crimen y una equivocación (3).
Cierto es que el clima social era tenso – acontecimientos de Castilblanco y Arnedo en 1931, de Figols en 1932 -, pero lanzarse a un movimiento mal preparado, peor coordinado y vanagloriarse luego de la gimnasia revolucionaria delataba una mentalidad típicamente manipuladora y autoritaria, idéntica a la del PSOE (Asturias 1934) y a la de los diferentes PC (múltiples burradas insurreccionales en Alemania y Europa central entre 1923 y 1933 – 1/2008). Era de resaltar igualmente la ausencia de control de la base cenetista sobre la cúpula de la CNT-FAI. En este orden de cosas, ¿quién tenía pues el poder en la CNT-FAI?
La responsabilidad de los acontecimientos de enero de 1933 correspondía en primer término – como hemos dicho- al grupo de militantes de Los Solidarios – luego Nosotros -, o sea, Ascaso, Durruti, García Oliver, Jover, Sanz, etc., que tenía una clara vocación dominadora tanto en la CNT como en la FAI. Esta preponderancia se puede explicar en parte por la valía de los militantes, que estaban plenamente integrados en el interior del movimiento sindical y revolucionario de toda España. Sus componentes desplegaban una gran actividad. Los unos acudiendo adonde eran solicitados por la Organización para asistir como oradores en mítines, conferencias, y reuniones de información. Los otros en misión de organización de grupos y busca de medios de combate para un futuro inmediato (4).
Pero a pesar de todo eso, se saltaban todas las reglas de un mínimo de control desde la base. Un historiador anarquista español, miembro en la época de la FAI, escribía: En 1933, después del fracasado intento insurreccional del 8 de enero, alguien pidió explicaciones en el seno de la Federación local de Grupos Anarquistas de Barcelona. La respuesta fue que Ascaso, Durruti y García Oliver no estaban controlados por la FAI. Personalmente tuve confirmación de esta despampanante respuesta cuando en 1934, o sea el año siguiente, fui secretario general de dicha federación. Efectivamente, aquellos compañeros no pertenecían a ninguno de los grupos controlados por la FAI en Cataluña. Y, sin embargo, en las tribunas eran los que llevaban la voz cantante de la organización específica (5).
Este juicio de José Peirats, me lo confirmó él mismo por carta en 1985: En efecto, en mi calidad de secretario general de la Federación local de Grupos Anarquistas (FAI) hasta mediados de 1934, puedo certificar que ni Durruti ni García Oliver pertenecían a la llamada organización específica. Por este motivo, visto que en sus arengas mitineras poníanse en boca la FAI e incluso bajo su signo habían organizado las fallidas insurrecciones de enero de 1932 y 1933, decidimos invitarles a una reunión clandestina que tuvo lugar en la montaña de Horta para que explicaran su conducta. Comparecieron, diz que por cortesía, García Oliver, Aurelio Fernández y no recuerdo quién más. A nuestra requisitoria contestó García Oliver que habíanse presentado por deferencia, pues no les ataba ninguna obligación, habida cuenta de que no pertenecían a nuestra organización (6).
Durante el periodo de abril de 1931-julio de 1936, al lado del grupo Nosotros, había otros grupos de poder que actuaron fuertemente sobre la CNT, y la CNT-FAI: Federica Montseny y su padre Federico Urales, con La Revista Blanca; Abad de Santillán (7); Horacio Prieto. Y hay que incluir a Peiró y los treintistas (8), y a Ángel Pestaña y su Partido Sindicalista, ambos con la intención de encauzar las masas cenetistas. García Oliver resumía a su manera este clima: No hay que olvidar que la mecánica de nuestra organización no se asemeja a la de un partido político, como el comunista por ejemplo, que es monolítico, sino que la composición heterogénea de nuestra Organización determina que siempre se ande entre dudas y vacilaciones. Por ello siempre fue dirigida, en realidad, por un grupo más o menos numeroso. La constitución de los Treinta perseguía esa finalidad. Con el grupo Nosotros también lo hemos intentado (9).
Se podría responder a García Oliver que cualquier historia de un PC, empezando por el de la URSS, enseña a las claras que no hubo monolitismo sino luchas de tendencias, que a menudo eran exterminadas como el caso soviético o en los de otros PC (casos de Alemania, Bulgaria, España, Italia, Yugoslavia, etc.). Exceptuando el exterminio físico del adversario (10), el mismo clima parecía reinar en la cúpula de la CNT-FAI (11).
En contrapartida, la estructura libertaria de la CNT frenaba la formación de la burocracia. Los liberados eran pocos: en 1936 estaba el secretario del C. N., Horacio Prieto, y algunos militantes como el secretario de la regional andaluza Antonio Rosado, el del sindicato de la Federación regional del Norte de Pescadores, González Inestal, y seguramente media docena más (2/2008). La FAI, a diferencia de la CNT, no tenía ningún estatuto y debía de tener como liberado al secretario del comité peninsular.
Pero la oposicion principal al autoritarismo y a la centralización que tendía a imponer la tendencia de turno en la cúpula de la CNT, era el federalismo y, sobre todo, la atomización de los grupos anarquistas. La carta de Peirats aduce un ejemplo que culmina, sobre todo, en el desarrollo del proceso autogestionario en Aragón en julio-agosto de 1936.
Dicho de otro modo, convivían en la CNT-FAI dos anarquismos: un anarquismo centralizador – con los chanchullos consiguientes – y un anarquismo de espontaneísmo, de creatividad, necesariamente flexible y localista. La guerra civil multiplicó los casos de oposición entre ambas visiones y prácticas.
En consecuencia, coexistían asimismo en el movimiento español dos conceptos del comunismo libertario. La centralización aparecía en Besnard (12), Horacio Prieto (13) y Abad de Santillán (14). La atomización se defendía en Urales e Isaac Puente que partían de la comuna y su libre federación con otras, hasta llegar a los planos comarcal, regional, nacional e internacional. Es de notar, sin embargo, que ningún autor tenía la audacia de Bakunin (15) y Kropotkin (16) que preveían discrepancias, e incluso luchas, entre colectivos al principio del periodo revolucionario, que irían aplacándose con la asimilación del proceso reconstructivo. La guerra civil conoció en parte estas fases, por ejemplo en Cataluña en un proceso que va del espontaneísmo autogestionario de julio-agosto de 1936 al decreto de colectivización, pasando por la oposición del Consejo de Aragón al intercambio desigual con Cataluña. Y en la España republicana, en julio de 1936, los acuerdos político-militares de unos se contraponen a la aplicación paulatina del comunismo libertario, que no es reivindicado ni por la CNT ni por la FAI hasta fines del mes de julio. Más tarde, la militarización decidida por algunos será cuestionada por el Pleno de Milicias Confederales y rechazada por toda la Columna de Hierro, en marzo de 1937. Los disturbios de Vilanesa señalan el corte entre la autogestión campesina y el Gobierno en el que interviene la CNT-FAI. Finalmente, en mayo de 1937, en Barcelona, se produce el corte definitivo entre la política global de la CNT-FAI y una gran parte de la base CNT-FAI.
En este contexto, ¿dónde se coloca Durruti o en qué tipo de anarquismo cenetista podemos situarlo ?
Partiendo de hechos y declaraciones suyas bien conocidas surgen una serie de evidencias. De los militantes conocidos ante: de julio de 1936, Durruti fue el único, con Cipriano Mera y Jover en ostentar responsabilidades militares, mientras que los demás – García Oliver, Abad de Santillán, Federica Montseny, Peiró, Horacio Prieto, M. R. Vázquez – ocuparon, o se preparaban para ocupar en un momento u otro, cargos políticos.
Durruti fue a su vez de los pocos en hacer declaraciones públicas: reiteradamente polémicas – como Peiró, en contra de las ejecuciones indiscriminadas en la retaguardia catalana -, opuestas o divergentes de las oficiales de la CNT-FAI. Las críticas iban más allá del mal humor o de las iniciativas personales. Las criticas, por ejemplo, sobre el uso del armamento iban en el sentido de una guerra revolucionaria total: ¿Es posible que la retaguardia vaya a andar a tiros?, decía en una reunión militar de septiembre (17), y en un mismo sentido reiteraba más tarde: ¡Todas las armas arrinconadas al frente! (18).
De hecho, estas declaraciones implican la subordinación del ámbito político y del plano económico a lo militar: Yo por mi parte no he pedido nunca nada a la Organización -, afirmaba en la misma reunión del Estado Mayor de Aragón antes citada, y también – nunca se sabe, el Gobierno actual podría necesitar a estas fuerzas rebeldes para aplastar el movimiento de los trabajadores -, declaraba en su célebre entrevista concedida a Van Passen. Esta idea se desarrolla igualmente en un discurso realizado a fines de octubre o principios de noviembre: Es necesario que los partidos políticos vayan también a él [el frente] y con ellos, también, los representantes del Gobierno. […] Por eso es necesario establecer también un código de la economía (19).
Es evidente que, cuando hablaba Durruti, no podía ignorar que la CNT-FAI estaba regateando su entrada en el Gobierno de Madrid tras el de Barcelona. Por ello, las censuras son muy rudas: Y mientras esto ocurre, los consejeros, algunos procedentes de la CNT y hasta de la FAI, no tienen tasa ni medida para el vestido y la comida; hay quien cree que el fascismo es Mola, Franco o Queipo, nosotros señalamos fascista a todo el que derrocha o gasta aquello que es de la revolución. A lo que sigue una conclusión categórica: si alguien ha creído amedrentamos con un decreto de militarización, se equivoca, porque nosotros no la aceptamos.
Se puede observar que estas afirmaciones y sugerencias de Durruti se oponían a todas las alianzas de la CNT-FAI, coincidiendo con las críticas posteriores que brotaron masivamente en mayo de 1937 en Barcelona. Pero, paralelamente, se puede aducir que en ninguna parte Durruti alude ál diálogo con la base. Y no deja de ser inquietante, como en su bando de Bujaraloz (20), Durruti siguió, sin duda alguna, empapado de su capacidad de intuir los deseos de los trabajadores. Pero tal deseo termina siempre en agua de borrajas si no se acompaña de una práctica codificada y realizada, que encauce las eventuales incomprensiones o sugerencias. Durruti se fiaba, evidentemente, en la conducta de Majnó con su plana mayor de oficiales – compañeros, en su aura de jefe proletario, como Zapata o Villa. Ni supo ni quiso construir controles contra sus propias y eventuales propensiones autoritarias, quizás por considerar obvio que él mismo ofrecía un diálogo permanente y espontáneo, olvidando una evidencia anarquista de control y rotación permanentes, acentuando aún más las inevitables y normales timideces de los militantes de a pie.
Muerto tan temprano, Durruti fue objeto de manipulaciones, tanto con el – Renunciemos a todo menos a la victoria – que justificaba no sólo la colaboración gubernamental, como con bastantes dejaciones y acomodos, tipo creación de una FAI partido político, etc., como con Los Amigos de Durruti, que justificaban las Jornadas de mayo de 1937, y una futura junta Revolucionaria quizás omnipotente.
Los situacionistas de 1967 imaginaron un Durruti vengador en un tebeo simpático. En una encuesta de los años 1973-1974, que se publicó en parte, añoraba yo para el Tercer Mundo la ausencia de un Majnó o un Durruti para llevar las luchas por caminos distintos a los callejones del marxismo leninismo. Sea lo que sea, Durruti sigue siendo la figura de las esperanzas máximas en vías de realización, con el rechazo de los titubeos ante las circunstancias. Como Camilo Berneri, asesinado por los marxistas leninistas por sus posturas claramente anarquistas, fue reivindicado por el MIL en 1973-74, Durruti se reúne con Bakunin en las personalidades – ariete del movimiento libertario actual. La intransigencia y la flexibilidad mínima se nos aparecen como el mensaje de Durruti para los tiempos actuales, siempre que se acompañen de algunas observaciones generales, cuya ausencia en la práctica de Durruti es notoria. Destaquemos los logros y limites del análisis de la obra política de Robert MicheIs (21) en su capitulo “La acción profiláctica del anarquismo”: Corresponde a los anarquistas el mérito de haber sido los primeros en insistir con energía en las consecuencias jerárquicas y oligárquicas de las organizaciones de partidos. Otro mérito del anarquismo es, para Michels no ofrecer ni sinecuras ni privilegios, lo que cercena las ambiciones personales. Pero en la práctica el anarquismo sucumbe ante la ley del autoritarismo […] en cuanto abandona la región del mero pensamiento. Michels tiene razón en reconocer al anarquismo la prioridad en la crítica de los partidos, pero me parece equivocado cuando afirma que el anarquismo limita la ambición personal (ver la citas de Bakunin a continuación, y recordar la historia del exilio cenetista en Francia) y es incapaz en lo concreto (ver las múltiples resurgencias de los libertarios en este siglo).
El periodo de 1920-1940 abunda en ejemplos de eficacia del movimiento libertario español, desde la base, sin notables para emplear el término de Peirats). En él cobran especial relieve algunos aspectos significativos: huelgas largas y de solidaridad de otros ramos; su actividad escolar y cultural; la autogestión, organización y mantenimiento de las milicias; la falsificación de DNI y la reorganización pese a la represión católico-militar.
En cambio, ya demostró Bakunin que la ambición y el medro (existen en cualquier grupo humano. En la Internacional no puede plantearse la corrupción venal, por ser aún demasiado pobre para dar ingresos o incluso justas retribuciones a ninguno de sus jefes. […] pero existe otro tipo de corrupción a la que, desgraciadamente, la Asociación Internacional no es ajena; la de la vanidad y de la ambición […]. A fuerza de sacrificio y dedicación (los miembros de los comités) han ido tomando el mando como una grata costumbre, y por una suerte de alucinación natural, y casi inevitable, en todas las personas que conservan demasiado tiempo en sus manos el poder, han terminado por imaginarse que eran hombres imprescindibles. Es así cómo imperceptiblemente se formó, en el mismo seno de secciones tan francamente populares de los obreros de la construcción, una especie de aristocracia gubernamental (22).
Y Bakunin escribió otro pasaje premonitorio: Si hay un diablo en toda la historia humana, es este principio del mando. Sólo él, junto a la estupidez y la ignorancia de las masas, sobre las que por otra parte se funda siempre, y sin las que no podría existir por sí solo, ha ido produciendo todos los crímenes y todas las vergüenzas de la historia. Y fatalmente este principio maldito se encuentra como instinto natural en cualquier hombre, sin exceptuar los mejores […] (23).
Es sintomático constatar que los diferentes movimientos anarquistas nacionales no aquilataron lo suficiente la rotación de las responsabilidades y la formación de nuevos militantes, para soslayar el autoritarismo. Sin embargo, este concepto es antiguo, y ya se puede encontrar en germen en La política de Aristóteles, en el apartado de la limitación del mandato de los magistrados; y si es lógico que las seudo democracias actuales no lo apliquen, resulta inquietante comprobar que los libertarios actuaron -y parece que actúan aún a veces- como si Bakunin no hubiera escrito nada al respecto.
Extracto de El lenguaje de los hechos (ocho ensayos en torno a buenaventura Durruti), editado por Antonio Morales Toro y Javier ortega Pérez, Madrid, La Catarata, 1996, pp. 119-128.
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