Razones de una derrota

RAZONES DE LA DERROTA DEMÓCRATA

Por Miguel Ángel Cerdán

 

Mucho se ha hablado sobre la victoria de Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Se han dado numerosas y variadas razones. Sin embargo, a la hora de analizar la derrota del Partido Demócrata –nosotros preferimos verlo así, como una derrota de este partido, más que una victoria de Trump–, tal vez convenga fijarse en perspectivas que iluminen zonas que no están demasiado claras.

Empezaremos centrándonos en las llamadas ciudades globales –según la terminología de Sassen, también llamadas ciudades-estado–, que mucho expresan al respecto de los resultados electorales de Estados Unidos. Según el índice Kearney (2024), en Estados Unidos hay quince de estas ciudades globales. Excepto en Phoenix (Arizona) donde ha habido un empate técnico entre Kamala Harris y Donald Trump, en el resto de estas ciudades ha ganado con enorme amplitud la candidata del Partido Demócrata. Así, Harris ha ganado en Charlotte, Houston, Dallas, Atlanta, Boston, Chicago, Los Ángeles, Miami, Minneapolis, Philadelphia, New York, San Francisco, Seattle y Washington D.C. En esta última ciudad, en Washington D.C, se encuentran las instituciones centrales federales de los Estados Unidos, en su vertiente ejecutiva, legislativa y judicial, así como numerosos lobbies, y en ella Kamala Harris ha obtenido el 92,5% de los votos.

Este aplastante respaldo que el Partido Demócrata ha tenido en la capital está muy lejos de ser equiparable a los resultados obtenidos en el resto del territorio estadounidense. De hecho, aparte del norte de la Costa Este, desde Virginia hasta Maine, y de la Costa Oeste, en el resto de Estados Unidos ha ganado Donald Trump. Es más, incluso en los condados y territorios que rodean estas ciudades-estado o ciudades globales ha ganado también Trump. Así, en Texas, excepto en Dallas, Houston y Austin, ha perdido en todos los condados el Partido Demócrata, obteniendo de esta manera el candidato del Partido Republicano los 40 electores de este Estado. El color rojo de los Republicanos rodea las ciudades globales teñidas del color azul de los Demócratas.

Si descendemos con la lupa, y nos fijamos por ejemplo en la propia ciudad de Nueva York, podemos ver cosas interesantes. En la Gran Manzana, Kamala Harris ha obtenido, un 67,7% de votos, frente a un 30,45% Donald Trump. Ahora bien, además de señalar el continuo retroceso de los Demócratas desde hace 8 años, hay datos en los que conviene fijarse. Así, nos encontramos con que ha sido en Manhattan que Harris ha obtenido mejores resultados, un 80,8% de los votos. Es cierto que allí está Harlem, donde obtiene más de 9 de cada 10 votos. Pero también nos encontramos que en el elitista East Side, entre la Quinta Avenida y Madison Avenue, Harris obtiene un 72% de votos y Trump un 28%. También en Greenwich Village, territorio histórico de la élite intelectual y cultural de la ciudad (los llamados bohemian bourgeois), Kamala Harris obtiene cerca del 90% de los votos. Esto por lo que se refiere a Manhattan. Pero el rendimiento electoral de la candidata del Partido Demócrata desciende significativamente fuera de Manhattan. Así, obtiene 10 puntos menos en el Bronx y en Brooklyn. También descienden los apoyos a Harris en Queens. Y si nos situamos en Staten Island, el más pobre de los distritos neoyorquinos, nos encontramos con que Trump se impone con holgura, llegando a alcanzar el 68% de los votos en algunas circunscripciones electorales.

Para interpretar estos resultados, en primer lugar, por lo que respecta al conjunto de Estados Unidos, y seguimos en este punto a Lind y Guilluy, parece ser que en el equivalente de la Francia periférica o la España en la que nunca pasa nada, es decir en  los Estados Unidos al margen de la Globalización, es donde cimenta su victoria Donald Trump. Y su derrota Kamala Harris y el Partido Demócrata.

Es decir, el Partido Demócrata se impone en los “Hubs” de los que habla Lind, que pueden traducirse como “centros” donde “se concentran los servicios empresariales y profesionales de alto nivel”, y donde estarían las grandes corporaciones globales. Mientras que Trump y el Partido Republicano lo hace en los “Heartland” que menciona el mismo autor, mucho menor densidad de población, y donde se encontrarían las industrias tradicionales que o han sido deslocalizadas por la Globalización o temen serlo.

En el territorio donde vence Trump, estableciendo un paralelismo con la descripción de Guilluy de la Francia periférica, se sitúan los territorios rurales y las ciudades pequeñas y medianas que han sido las grandes perjudicadas por la desindustrialización del modelo de globalización neoliberal. En este territorio se situarían, además, como indica Christophe Guilluy “desde hace décadas las capas (obreros, empleados, pequeños autónomos, funcionarios) que antes formaban la base de la clase media”, capas que según él “han sido sacrificadas por un modelo económico globalizado en el que no encuentran su sitio”. Por el contrario, Kamala Harris y el Partido Demócrata se imponen netamente en las grandes Metrópolis, donde encontraríamos a unas élites económicas, políticas e intelectuales, además de a unas clases aspiracionales sostenedoras de las mismas, en su doble versión, la llamada ‘conservadora y liberal” a la derecha por una parte y en la supuesta izquierda los llamados ‘bobos’ (de Bohemian Bourgeois) en Francia o en Estados Unidos.

Pero ojo, que como dice Lind, para dotar de servicios en los “Hubs” a la élite urbana se concentraría una amplia población dependiente, de inmigrantes, sobre todo, cuyos empleos son precarios y mal pagados. Esta población dependiente es la que ha abandonado a Harris, y es la sorpresa morrocotuda que se han llevado. En esa población pensaban arrasar los Demócratas y decantar con ello la votación presidencial y no lo han hecho. Es la población de la periferia de las grandes ciudades globales, de las ciudades estado; es la población trabajadora de las mismas, que no es ni managerial ni Metropolitan elite ni tampoco clase aspiracional.

Sin duda, el Partido Demócrata hace tiempo que abandonó a esas capas de obreros, empleados, pequeños autónomos, ejecutivos intermedios, campesinos, funcionarios, del centro de Estados Unidos,  unas capas que se  ven empujadas a la inseguridad, la precariedad y una creciente pobreza fruto del neoliberalismo globalizador. Y si no lo ha hecho, a todas luces lo parece. Así han dejado de ser referentes culturales para sus círculos políticos, mediáticos y académicos e incluso han sido vilipendiados como “una panda de deplorables”. De ahí que prefiriesen centrarse en amarrar unos votos en la periferia de las ciudades-estado, unos votos que les han fallado. Las élites de las que hablaba Lasch han despertado pues y han descubierto que aislarse en sus redes y en sus enclaves de bienestar y abandonar al resto de clases sociales a su suerte, no ha tenido buenos resultados.

El segundo gran foco que conviene encender es el que contrapone la ideología al mito. Los Demócratas han contrapuesto su “Ideología woke” o si se quiere su ideología cosmopolita de derechos al Mito utilizado por Trump de una vuelta a la edad dorada y de hacer de nuevo grande a América (Make America Great Again o MAGA).

Una ideología en su definición es un conjunto coherente de ideas y creencias al que se adhiere un grupo de personas y que proporciona una representación organizada y sistemática del mundo sobre el que pueden estar de acuerdo. Un mito sin embargo es un tipo de relato que proporciona una explicación de todas las cosas y que expresa una representación narrativa de experiencias intangibles. Un mito político es una narración ideológica que pretende dar cuenta veraz de un conjunto de acontecimientos políticos pasados, presentes o previstos, y que es aceptada como válida por un grupo social”

En este sentido, en el comunicativo y más allá, podemos ver cómo ha naufragado estrepitosamente el Partido Demócrata. En primer lugar, por su debilidad ideológica. Abandonada la vía socialdemócrata clásica a partir de Clinton, los Demócratas han tenido serios problemas para construir una ideología a partir del Globalismo. Y es que esa Globalización neoliberal casaba muy mal con la defensa de los trabajadores que propugnaba la socialdemocracia clásica o el keynesianismo o la Great Society de Lyndon B. Johnson. De ahí que se centrasen en Derechos humanos en general y en ideas etéreas, o tecnócratas, y que a partir de un momento determinado se entrase en profundidad en lo que se ha venido en llamar “ideología woke” o “Síntesis identitaria”, como una vía de controlar el discurso y de acallar voces que pudiesen discrepar. Es la política de la identidad llevada al extremo. Y extremo ha sido su fracaso.

Sobre todo porque enfrente han tenido a un Trump que ha llevado al pie de la letra, él o sus asesores, la construcción de un potente mito. Así ha identificado en primer lugar el mito del Enemigo Conspirador como un enemigo externo hostil que conspira para cometer actos perjudiciales contra un grupo interno, es decir, los inmigrantes ilegales o la élite cosmopolita de la globalización. El segundo mito es el Líder Valiente, que sería el propio Trump alzándose tras los disparos que recibió en el atentado que por poco le cuesta la vida. Y el tercer mito es el de Unidos Resistiremos. Estos tres mitos los ha aunado a la perfección Trump en uno solo: Make America Great Again o la vuelta a una edad dorada.

Frente a ello, ¿qué han ofrecido los Demócratas? ¿Una etérea superioridad moral que encima se mezclaba con el desprecio a los “deplorables”? ¿Una asfixiante ideología woke de rasgos inquisitoriales? Lo que es seguro que no han ofrecido es una ideología que fuese mínimamente de izquierdas, o de una izquierda reconocible para esos ciudadanos que un día siguieron la Great Society de Johnson o el New Deal de Roosevelt, para esos ciudadanos de ese Estados Unidos ajeno a la élite globalista de unas ciudades-estados cada vez más ajenas al territorio, a los propios Estados Unidos y más imbricadas en esa red de metrópolis donde se hace palpable la traición de las élites a su propio pueblo.

Enlazándose entre sí, y enlazando para iluminar el tercer foco tenemos que mencionar Gran Torino, la obra maestra de Clint Eastwood. Como es sabido, en esta película, un blanco con toda la pinta de ser un racista de manual acaba sacrificando su vida por sus vecinos orientales cuando se da cuenta de que son parte de su Comunidad, que son más importantes para él que su propia familia. Esta obra es un perfecto reflejo del Comunitarismo que impera en buena parte de Estados Unidos, sobre todo y precisamente en el territorio alejado de las ciudades-estado o ciudades globales.

El eje vertebrador, la idea motriz del pensamiento Republicano, del pensamiento Comunitarista es el “Bien Común”. Su esencia, como bien dice Sandel, es el “sacrificio de los intereses individuales en aras de un bien superior”. Para el Comunitarismo, como indica Schaal y Heidenreich, la Comunidad ocupa el lugar preferente. Es por ello por lo que se sitúa en las antípodas del liberalismo, pues éste se centra en el individuo, no en la Comunidad, y además señala como irrelevante la mayor o menor calidad moral de una persona, entendida como homo economicus y a la que sólo interesa maximizar su beneficio.

Pues bien, en Estados Unidos se ha dado la paradoja de que han convivido en las mismas comunidades el individualismo extremo y un Comunitarismo muy potente. Pero ese individualismo extremo tiene el techo de ese “Bien Común”, esa sujeción. Es algo que estamos hartos de ver en las películas norteamericanas a poco que nos fijemos y que pasa desapercibido muchas veces en Europa. En este sentido, el Partido Libertario, de un individualismo feroz pero sólo individualismo obtiene unos resultados ridículos en todas las elecciones, incluida ésta, donde no ha obtenido ni el 0,4%.

En este sentido, el individualismo neoliberal de las grandes urbes, de las ciudades-estado de la red globalizada ha tenido la respuesta de un Estados Unidos interior donde todavía existe el Comunitarismo. Y ahí, los Demócratas, con su segmentación de la síntesis indentitaria, con su ruptura de la Comunidad en base a identidades, han naufragado estrepitosamente.

Sin duda podríamos hablar de la inflación, y de mil cosas más para analizar la derrota del Partido Demócrata. Sin embargo, he preferido centrarme en estos tres focos, que creo que arrojan luz sobre las causas profundas de la misma. Es por ello, por lo que deberían empezar a revertir esta situación si quieren tener un mínimo de futuro y de esperanza. Pero para ello deben ser honrados consigo mismos. ¿Lo serán?

 

Bibliografía

Charteris-Black, J (2006) “Politician and Rhetoric. The persuasive power of Metaphor Palgrave MacMillan Basingstoke

Geis, M (1987) “The language of politics” Springer-Verlag

Guilluy, Christophe (2014) “La France périphérique” Flammarion París

Guilluy, Christophe (2019) “No society. El fin de la clase media occidental” Taurus Barcelona

Kearney (2024) “The Global cities report”

Lasch, Christopher (1996) “La rebelión de las élites y la traición a la democracia” Paidos Barcelona

Lind, Michael (2020) “The new class war. Saving Democracy from the Metropolitan elite” Ed Penguin New York

Sandel, Michael J (1996/2023) El descontento democrático. En busca de una filosofía pública. Barcelona Penguin.

Schaal, Gary y Heindenreich, Felix (2016) Introducción a las teorías políticas de la modernidad. Valencia. Ed Tirant lo Blanch

Toddwschneider.com “NYC Presidential Election Results by Neighborhood”

 

Libros relacionados:

El mundo según TrumpEl valor de la democraciaLibertad, liberalismo, democraciaDe la decadencia de la política en el capitalismo terminal

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *