Radicales

Viñeta Donald Trump
Cuando Clístenes, en la antigua Atenas, implantó unas reformas legales que dieron a todos los varones nacidos en el territorio el derecho a decidir, es decir, a tomar parte en las decisiones de gobierno, la alegría fue por barrios: exultación entre los pobres, resentimiento entre los ricos.

Estos últimos dijeron pestes de Clístenes y empezaron a conspirar contra el nuevo régimen. Por suerte, éste tuvo la habilidad de instaurar el ostracismo, astuto sistema de denuncias anónimas que cualquiera podía ejercer contra quien le resultara sospechoso de estar conspirando. Cuando las denuncias alcanzaban un número suficientemente elevado como para excluir que se tratara de simples insidias o venganzas personales, el acusado era desterrado de Atenas por un tiempo, a fin de frustrar sus planes conspirativos.

Esa medida, así como las reformas legales mencionadas, siempre me parecieron muy audaces (no diré si buenas o malas, porque no quiero que las agencias de turismo me consideren partidista y se reduzca el número de visitas que recibo, cosa que redundaría sin duda en una reducción del presupuesto para mantenimiento de mi milenario cuerpo).

Lo que me sorprende es que actualmente, cuando algún grupo o partido político propone cambios legislativos en un sentido parecido (a favor de los pobres y en detrimento de los ricos), se suele decir que esas medidas son radicales e igual tratamiento se dispensa a quienes las proponen o llevan a cabo. Que yo sepa, radical viene de raíz. Y ¿qué tienen las pobres raíces de audaz o ―por decirlo con otro término en boga desde hace algo más de doscientos años― de revolucionario?

Para mí, es radical lo que está en la base, en el fundamento, como las propias raíces de las plantas. Y las raíces lo tienen muy mal para cambiar de sitio, que es lo que se supone que hace una revolución: literalmente, dar la vuelta a la situación, bajar lo que está arriba y subir lo que está abajo, en resumen: poner las cosas “patas arriba”.

tumblr_mp5e2a9q7w1sxmo85o1_500Pero bien, aceptando ese curioso cambio de significado de una palabra que debería servir para designar el más estricto conservadurismo, sigue sorprendiéndome que la prensa llame izquierda “radical” a partidos políticos como, por ejemplo, Syriza (que ciertamente movió cosas ―algunos llaman a esa clase de movimiento “marear la perdiz”― pero para volver a dejarlas como estaban o incluso peor). Dígase algo parecido de Izquierda Unida, que en lugar de avanzar por la vía de las reformas que exige la Tríada (mal llamada “Troika”, en ruso, cuando Rusia no pinta nada en la UE, como no sea para suministrar petróleo y padecer sanciones económicas por motivos políticos), pretende retroceder a un idílico estado del bienestar que en realidad nunca llegó a serlo del todo. Y ¿qué decir de esa amalgama de presuntos radicales que se han puesto de nombre un verbo (auxiliar, por más señas, y sin indicar en absoluto de qué otro verbo pretende ser auxiliar)? Abogan sin duda por “el cambio”, pero lo único que han cambiado hasta la fecha ha sido su programa inicial, al que le han salido más agujeros que a un queso emmental.

Quizá lo que se quiere indicar hoy con ‘radical’ es la voluntad de ir hasta la raíz de los problemas. Pues bien, si es así, tampoco me da la impresión de que se esté aplicando a nadie que lo merezca: todos los tachados de radicales, sin excepción, parecen contentarse con podar unas cuantas ramas del árbol del “sistema” e injertarle alguna que otra. Las raíces, ni tocarlas.

Por eso, y porque creo que en ese caso sí se usa correctamente el término, sostengo que el único político radical merecedor de ese epíteto entre los que hoy van en boca de los medios es el aspirante republicano a la presidencia de los Estados Unidos Donald Trump. El hombre se ha tomado en serio las raíces ideológicas de su partido y ha decidido regarlas y abonarlas con todo el estiércol que puede producir el conservadurismo chulesco de los grandes forjadores de imperios económicos.

Para encontrar radicales de signo opuesto al de Mister Trump, me parece, habréis de esperar aún (si es que lo estáis esperando, claro) bastante tiempo.