El precedente griego y las deudas por venir

precendente griego
Christine Lagarde y Wolfgang Schäuble en 2013. Foto del FMI.

 

Ante el presente precario en el que vivimos y el futuro que se avecina, ¿podemos realmente afirmar que ha pasado la época de la austeridad y que las autoridades de la Unión Europea han abandonado la vieja política? ¿Podemos sospechar siquiera que el endeudamiento ha dejado de operar como herramienta política? El precedente griego debería servir en las actuales circunstancias como alerta permanente ante esa ilusión.

Cinco años más tarde empezamos a conocer los entresijos de la trágica historia de Grecia y sus famosos rescates. Dos libros dan un repaso concienzudo a esa historia. El primero es Comportarse como adultos, de Yanis Varoufakis, el entonces Ministro griego de Finanzas, que cuenta detalladamente su desencuentro con la troika y la imposibilidad siquiera de enhebrar unas frágiles negociaciones hasta el descalabro final, el referéndum y la rendición de Syriza. El otro es Capitular entre adultos, de Eric Toussaint. El propio título ya indica que es un contrapunto al relato de Varoufakis. Mientras que éste intenta defender su gestión como una estrategia encaminada a lograr una negociación con la troika que permitiera a Grecia permanecer en la eurozona y, solo en último caso, suspender los pagos unilateralmente, Toussaint, que fue uno de los artífices de la auditoría de la deuda griega, entiende que esa estrategia era fallida desde el principio ya que lo que había que haber hecho era denunciar la deuda y negarse a los pagos desde el inicio, aún con el riesgo de ser expulsados de la eurozona. Para los amantes del cine hay que recordar que Costa Gavras ha rodado una película a partir del libro de Varoufakis, película que se presentó en la Bienal de Venecia en 2019.

En sus respectivos textos ambos autores esgrimen sus argumentos. El argumento central de Varoufakis es que confiaba en que, en el momento decisivo, el Gobierno de Tsipras se enfrentaría a la troika, cosa que, como sabemos, no ocurrió puesto que, aun habiendo ganado el no en referéndum, el Gobierno claudicó y aceptó el rescate. Hay que decir que, en ese momento, Varoufakis ya estaba fuera del Gobierno. Así pues, sostiene que había un plan B, si bien este plan no dependía de él sino de Tsipras que, obnubilado por Angela Merkel, se negó a ponerlo en práctica. En el fondo, el propio Varoufakis habría sido un instrumento en manos de Tsipras para probar si la negociación funcionaba. Si no funcionaba, como no funcionó, se desembarazaba de él y asunto terminado.

Toussaint comparte esta idea sobre el papel de Varoufakis hasta el punto de que afirma textualmente: “El perfil de Varoufakis era conveniente para el papel que Tsipras le adjudicaba. Un economista universitario brillante, buen comunicador, manejando bien la provocación y la conciliación con una sonrisa, y dominando perfectamente el inglés”. Y no muy halagador para el susodicho.

Pero según él, y éste es un aspecto fundamental, la estrategia de Tsipras/Varoufakis era errónea desde el principio puesto que confiaba excesivamente en las virtudes de una negociación que ni siquiera iba a empezar en ausencia de la fuerza movilizada de la población griega. Su gran reproche es que funcionaron como una camarilla saltándose las decisiones colectivas de Syriza y desatendiendo las exigencias democráticas. Tampoco alentaron la movilización popular. Un ejemplo de ello sería la minusvaloración de la auditoría que hubiera dado apoyo nacional e internacional a una eventual desobediencia.

Así, mientras que para Varoufakis el acuerdo del 20 de febrero de 2015 es un logro porque evitó el cierre de los bancos por falta de liquidez, que era la amenaza constante de Mario Draghi al frente del Banco Europeo si no aceptaban las condiciones del rescate, para Toussaint y gran parte de la izquierda de Syriza no fue más que el primer paso hacia la rendición final. Rendición que parece deberse más al miedo a una confrontación directa y a ser expulsados de la eurozona con todos los efectos consiguientes que a otra cosa, aunque Varoufakis desliza la posibilidad de que se hubiera producido un golpe de Estado apoyado por la oligarquía griega. O al menos, ése era el temor de Tsipras.

Más allá de la propia tragedia griega, que aún no ha terminado, es importante sacar algunas conclusiones para el presente y para el futuro. La primera es que gran parte de los protagonistas de esa historia siguen en sus puestos o en puestos semejantes. Al parecer Mario Draghi, que entonces era el presidente del Banco central europeo, es de los pocos que se ha retirado. Christine Lagarde, que entonces era presidenta del FMI, ahora lo es del Banco Central europeo. Wolfgang Schäuble, que entonces era Ministro de Finanzas alemán y uno de los encarnizados opositores de cualquier búsqueda de solución, ahora es el presidente del Parlamento alemán. Mark Rutte, entonces y ahora Primer Ministro de los Países Bajos. Inclusive el pérfido Dijsselbloem, aunque perdiera el cargo de Presidente del FMI, sigue en activo. Por no olvidar al ínclito De Guindos que entonces era Ministro de Hacienda y ha conseguido la Vicepresidencia del BCE. Varoufakis no lo presenta precisamente como alguien dialogante. Cierto que el propio autor sostiene que muchos de ellos no son mala gente, simplemente están inmersos en un sistema perverso que les arrastra a decisiones fatales.

Siendo eso así, y dado que el sistema sigue siendo el mismo sino peor, ¿qué confianza podemos tener en que los préstamos con motivo del covid-19 no acabarán convirtiéndose en una nueva trampa para los países endeudados? ¿Han abandonado realmente esas personas su querencia por las políticas de austeridad? Cuando alguno de ellos insiste sin sombra de duda en que hay que rebajar las pensiones, vender lo que quede del patrimonio público, privatizar a mansalva para que todos los plazos puedan cubrirse sin moratorias ni reestructuración alguna de la deuda, rápidamente se le viene a una a la cabeza que volverán a esas exigencias en cuanto haya oportunidad puesto que ninguna de esas personas ha hecho cuentas con su pasado. Con estos mandatarios los préstamos actuales son una soga al cuello para los años venideros.

La segunda conclusión es la absoluta falta de democracia de la Unión europea. Dos ejemplos. En un epígrafe, Varoufakis cuenta que el Eurogrupo, cuyo papel en todo este asunto es fundamental, es un grupo informal de los ministros de Finanzas de los Estados de la eurozona que no está reconocido por la ley porque no forma parte de los tratados de la Unión. ¡O sea que su Presidente, entonces Jeroen Dijsselbloem, cuyo desplante a Varoufakis dio la vuelta al mundo y que se presentó en Atenas a pedir explicaciones pocas semanas después de las elecciones, no está sujeto a ley alguna! La extraña mezcla de altos tecnócratas y políticos electos que marca el rumbo en la Unión europea es de todo menos democrática. Todos ellos provienen de Goldman Sachs o grupos financieros parecidos. ¿Cómo van estas personas a entender nada de las exigencias de las poblaciones endeudadas, precarizadas y empobrecidas si su negocio es empobrecerlas aún más?

Añadamos la declaración pública y abierta de Wolfgang Schäuble, actual presidente del Parlamento alemán, de que unas elecciones no pueden cambiar la política económica de la Unión europea, pues aviados estaríamos: “Si cada vez que uno de los diecinueve Estados miembros cambia de gobierno el Eurogrupo tiene que salir otra vez a la pizarra, sus políticas económicas globales acabarían descarrilando”, recoge el libro de Varoufakis. Por consiguiente, mucho mejor unas políticas económicas impuestas por el Eurogrupo, que ya sabemos que no tiene entidad legal ninguna, a pesar de sus perniciosos efectos.

Ambos libros, con sus diferencias, refuerzan esa conclusión: la complicada estructura de la Unión europea es lo más alejado que pueda imaginarse de unas Instituciones democráticas. El círculo vicioso entre comités informales presididos por personalidades no electas que detentan un enorme poder, aparentemente técnico, e Instituciones electas desprovistas de poder legislativo, como el Parlamento europeo, constituyen un laberinto de impotencia.

Todo el relato de Varoufakis ahonda en esa experiencia: la imposibilidad de ser escuchado en unos espacios diseñados para fingir que se debate cuando todos saben de antemano que ahí no funciona ningún debate sino una pura y simple relación de fuerzas. Lo importante no es lo que se debate en las reuniones sino fuera de ellas: en los grupos informales, en las reuniones secretas, en las entrevistas tête a tête. Todo ello reforzado por unos personajes extremadamente miserables, que mientan continuamente, que dicen en público lo contrario de lo que dicen en privado, que no quieren enemistarse con nadie. El relato es absolutamente demoledor y lo peor es que cuadra con lo que se experimenta en otros foros políticos de mucha menor envergadura, como por ejemplo en los espacios municipales. Ese deterioro de la política es de tal calibre que se convierte en el primer problema de la política contemporánea.

Ligado a eso, no puedo pasar por alto la maniobra de Syriza. Todo parece indicar que la idea de que el Gobierno griego convocara un referéndum para que la población avalara el rescate pretendía salvaguardar al Gobierno que, en ese caso, tendría que aceptar un rescate aunque no quisiera, dado que éste era el mandato de la población. Como sabemos, ocurrió justamente lo contrario: al ganar el no, el Gobierno tuvo que traicionar la voluntad popular y aceptar un rescate al que la población se oponía. Ahora bien, la propia maniobra, siendo deleznable, es además muy miope pues muy poca confianza en sí mismo tiene un Gobierno que aspira a que la población vote lo contrario de lo que él postula para así tener una coartada para hacer lo que dice no querer hacer. En el relato de Varoufakis ese punto queda una tanto oscuro, pues no se acaba de comprender que, si tanto Tsipras como otros dirigentes importantes estaban dispuestos a plantar batalla, al final se arrugaran hasta ese punto. A no ser por la amenaza de un golpe de Estado. Verdad o mentira la rendición de Tsipras selló el futuro de Syriza, al convertirla en una fuerza irrelevante.

Hay una tercera conclusión, también importante, que tiene que ver con el problema de la deuda y la cárcel que representa para los deudores. Una de las cosas más curiosas es comprobar que, tanto en el caso de la deuda griega como en otros muchos, lo más importante para los acreedores no es recuperar el préstamo sino profundizar el endeudamiento del deudor. Es una forma muy perversa de poder. En la medida en que la deuda se prolonga, el deudor se va metiendo cada vez más en una cárcel de la que no puede salir. Y es curioso señalar que ya desde antiguo, ese mecanismo ha sido un factor fundamental en la construcción de la obediencia. Que el mecanismo se use a día de hoy sobre poblaciones enteras a fin de disciplinarlas, no sé si tiene que ver con un capitalismo despótico o con el mantenimiento de un dispositivo de sumisión siempre a disposición de los poderosos.

En resumen, el precedente griego debería ser una señal para no perder el norte frente a las promesas del dinero europeo. Si es un préstamo, como parece que es al menos la mitad del dinero y aunque los intereses sean bajos, es una carta en la manga de las élites europeas que exigirán en su momento. Deberíamos anticiparnos a ese momento, vigilando muy bien los destinatarios de una deuda que pagaremos entre todos y todas. Y no olvidar que la Unión Europa es cualquier cosa menos un conjunto de Instituciones democráticas.

 

Texto publicado originalmente en El Salto.

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