¿POR QUÉ SAHRA WAGENKNECHT?
por Fabrizio Marchi
Hemos elegido presentar el libro de Sahra Wagenknecht porque es esencialmente un manifiesto político, el manifiesto político de lo que se convirtió concretamente en un partido que logró un éxito considerable en las últimas elecciones locales en Alemania y todo hace pensar que podría repetirse y aumentar significativamente su consenso también en los próximos plazos electorales.
Considero que este libro/manifiesto y el tema político que realmente surgió de él es la única innovación real que ha surgido dentro de lo que hemos llamado la izquierda durante al menos treinta y cinco años. Digo de entrada que sobre el uso de este término –Izquierda– será necesario abrir un debate específico y en profundidad tanto desde el punto de vista de los contenidos como obviamente desde el punto de vista nominal y lingüístico y también histórico e histórico-político, porque este término, concepto o esta categoría, podríamos decir, desde hace al menos cuarenta años ha sufrido una mutación radical porque definirse como de izquierda ha adquirido ahora un significado que ya no tiene nada que ver con lo que ha tenido hasta hace cincuenta años. Hasta el punto de que algunos sostenemos que tras esta mutación genética ya no tiene sentido definirse como de izquierda o «izquierdista», entre comillas, como suelo decir, porque inmediatamente se te identificaría con los «izquierdistas» actuales, ya sean liberales, radicales o incluso (pseudo) antagónicos. Es más, a pesar de las diferencias, al final las «izquierdas» radicales e incluso los llamados «antagonistas» acaban haciendo el juego a la izquierda liberal y mayoritaria (dentro de la izquierda); una especie de juego de matrioskas. Basta pensar, por poner algunos ejemplos, en el voto a Salis como candidato del AVS (es decir, el ala aún más rosada e izquierdista del PD) por parte de grupos como PaP o de la heroína de Linke, Carola Rackete, que votó en el Parlamento Europeo a favor del uso de armas de la UE en suelo ruso. Por no hablar, por supuesto, del ámbito ideológico (con especial referencia a las cuestiones de género, las cuestiones LGTBI, la maternidad subrogada y, en general, todas las cuestiones que conciernen al llamado ámbito de los derechos civiles) que ve a todas estas izquierdas unidas bajo la bandera de ideología políticamente correcta.
Lo cual es una contradicción en términos de proporciones macroscópicas para fuerzas políticas que se consideran anticapitalistas y antiimperialistas pero que están imbuidas hasta la médula de la misma ideología de esa dominación social que dicen querer combatir y que ha sido en gran medida hegemónica en las últimas tres décadas. Aquí, por supuesto, habría que abrir otra gigantesca reflexión porque creo que el cambio de estructura, y en este caso me refiero sobre todo al contexto geopolítico internacional, no puede dejar de conducir también a un cambio de superestructura ideológica. No hay duda de que la ideología neoliberal en su variante que llamamos políticamente correcta ha sido la ideología dominante y hegemónica desde el colapso del socialismo real (aunque haya nacido en los años 1960) y ha sido la ideología que sin duda ha caracterizado el proceso que llamamos globalización, que no es otra cosa que la dominación del bloque capitalista occidental a escala planetaria. Pero este proceso de globalización se ha visto objetivamente interrumpido por razones bien conocidas (el nacimiento de los Brics y la consolidación como grandes potencias de China y Rusia) y por tanto todo esto podría conducir también a un cambio de paradigma ideológico en Occidente, incluso si la ideología de referencia sigue siendo la políticamente correcta. El surgimiento de una nueva derecha radical (principalmente la trumpiana, que es una mezcla de muchas cosas, a veces incluso aparentemente contradictorias entre sí: anarcoliberalismo, libertarismo, conservadurismo, comunitarismo y antisocialismo al mismo tiempo, soberanismo, neonacionalismo) podría llevar, aunque sea gradual y parcialmente, al mundo occidental a dotarse de un nuevo ropaje ideológico, potencialmente más eficaz para combatir a los Estados y a los sistemas políticos y sociales que han demostrado ser políticamente inmunes a la ideología “correcta”. Obviamente no estoy pensando en una reedición servil de los viejos paradigmas ideológicos tradicionalistas y conservadores (el viejo Dios, Patria y Familia) ahora definitivamente decaídos, sino en una reelaboración posmoderna de los valores tradicionales occidentales: el liberalismo económico; hostilidad hacia lo público; culto al individualismo; antiestatismo, la ideología woke, el generismo, la cultura de la cancelación y las teorías de género más inescrupulosas, y aún más extrañas, que hace tiempo que colonizaron todo el sistema mediático-académico-cultural occidental (naturalmente, en este momento no podemos saber ni los tiempos ni las modalidades de ese proceso, ni su dimensión. Ignoramos cuando tendrá lugar, porque dependerá de muchos factores, en primer lugar, de la permanencia de la narrativa neoliberal que ha arraigado profundamente en las últimas décadas). La nueva apariencia ideológica también podría verse favorecida por otro factor fundamental, en este caso de orden interno. De hecho, la ideología políticamente correcta se estableció en el momento en que, después de 1989 y el colapso del bloque soviético, parecía que el proceso de globalización era imparable y con él también las perspectivas de crecimiento económico, tanto individual como de las sociedades occidentales, un todo complejo, con todo lo que ello conlleva, sobre todo desde el punto de vista ideológico, pero también psicológico. El fin objetivo de la fase expansiva de Occidente, del crecimiento económico teóricamente ilimitado y, por tanto, de la esperanza, pero también de la posibilidad concreta de poder mejorar la propia condición individual y, de hecho, la percepción cada vez más clara de una regresión y un empobrecimiento general de la propia existencia, conduce a un despertar más o menos abrupto y amargo y, naturalmente, también al inevitable debilitamiento de ese paradigma ideológico. Para ser claros, cuando las condiciones materiales de existencia se vuelvan aún más estrictas, podría resultar mucho más difícil convencer a las masas de que las prioridades pueden seguir siendo superar el binarismo de género o un patriarcado fantasma, del cual la actual dominación capitalista (que es completamente indiferente que sea guiada por la «izquierda» actual o por la derecha) no sólo no sabe qué hacer sino que también es un obstáculo… (y de hecho se deshizo de él hace algún tiempo aunque muchos siguieran manteniéndolo artificialmente vivo por razones ideológicas y políticas instrumentales…).
En consecuencia, volviendo a lo que decía, dado que todas las «izquierdas» occidentales, sin excepción, han abrazado esa ideología que ha acabado convirtiéndose en su única razón de ser, se hace necesario, sostienen algunos camaradas, definirse de otra manera, comunistas, socialistas, neosocialistas, marxistas, neomarxistas, pero ya no «de izquierda». La cuestión no es una cuestión descabellada, tiene su fundamento y por tanto hay que abordarla. También porque ha comenzado a crecer un espacio político y cultural, que aunque lejos de ser homogéneo, desde hace tiempo teoriza la superación de las categorías de derecha e izquierda, no entendidas en su determinación histórica y política actual y concreta (en este caso, estaría y estoy completamente de acuerdo) sino en un sentido metahistórico, por así decirlo. Este ámbito político es muy variado y colorido, porque incluso va desde algunos ambientes fascistas y neofascistas desde los años 70 hasta el primer M5S, pasando también por muchos ambientes liberales y neoliberales y también en gran medida en ese ámbito de disidencia que comúnmente se define como «antisistema». Naturalmente, cada una de estas tendencias ha teñido este concepto de una manera diferente, que sin embargo tiene un denominador común sustancial: declarar el conflicto de clases agotado y superado. Y esta concepción va de la mano con los conceptos de «fin de las ideologías» y «fin de la historia», tan queridos también por los conocidos intelectuales autorizados de las clases dominantes. Ir «más allá de la derecha y de la izquierda» en el sentido que acabo de decir, junto con los conceptos de «fin de las ideologías» y fin de la historia» tiene ese objetivo o, en todo caso, acaba aportando agua al molino de aquellos que han elevado el capitalismo a una especie de condición ontológica y, por tanto, sustancialmente insuperable o intransformable, al menos desde un punto de vista estructural.
En este sentido, se trata, por tanto, de llegar a un acuerdo tanto desde el punto de vista semántico como histórico. Históricamente hablando, la izquierda y la derecha se remontan a la Revolución Francesa y podrían declararse agotadas a finales de los años 1980, tras el colapso del sistema soviético. ¿Es suficiente declarar muertas y enterradas las categorías de derecha e izquierda?
Depende una vez más del significado histórico (y por tanto también conceptual y lingüístico) que pretendemos atribuirle. Para dar un ejemplo (pero podría dar muchos otros), en el momento de la revuelta de los campesinos alemanes liderados por Thomas Muntzer en 1525 contra los príncipes, las categorías de derecha e izquierda aún no se habían inventado y, en consecuencia, no podían aplicarse por razones obvias a las contradicciones dialécticas que caracterizaron esa época. Sin embargo, si elegimos, por convención lingüística y sobre la base de un acuerdo, aplicar las categorías de derecha e izquierda a ese contexto histórico, no podríamos evitar identificar a la izquierda en los campesinos en rebelión (de clase) y los príncipes en defensa del dominio propio (de clase) serían la derecha.
Ahora bien, esas contradicciones dialécticas (la contradicción de clases), como ya decía, aunque obviamente en formas y modalidades completamente diferentes a las de épocas pasadas, todavía persisten hoy. Y siempre, nos guste o no, hemos tomado partido por un lado o por el otro, en base a esas mismas contradicciones.
Se trata, pues, en última instancia, de salir a la luz y declarar sin pretensiones de qué lado se está, independientemente de la cuestión nominalista.
También se podría decidir que esa contradicción dialéctica debería conceptualizarse y representarse con otras formas simbólicas y lingüísticas. En ese punto izquierda y derecha podrían ser sustituidas por una hipotética y metafórica X y otra hipotética y metafórica Y (o cualquier otro signo o representación lingüística…) pero la sustancia no cambiaría ni un ápice.
Si bien por el momento es imposible desenredar este nudo (pero el problema persiste), todavía nos queda la tarea de revelar la mentira ideológica que se esconde detrás de la actual representación política «derecha»/»izquierda», pero también de los que proclaman la presunta superación de esa dialéctica (me refiero obviamente a la contradicción de clases) que dio vida a esa misma representación, también en términos simbólicos, aunque sea por un período limitado de la historia que es el que mencioné anteriormente.
Volviendo a nosotros, sobre la base de estas consideraciones, me parece que lo que acabo de decir está globalmente, aunque no enteramente, en armonía con el libro/manifiesto de SW, que es muy claro en este sentido. De hecho, W. dice muy claramente que es necesario romper claramente con la actual «izquierda» neoliberal y políticamente correcta, orgánica al capital y a la actual dominación social, y que esta ruptura es también preparatoria para luchar contra la derecha que también lo es (a pesar de alardear de ser «antisistema», basta leer los programas de la AFD o del FN de Le Pen o las políticas del gobierno Meloni para entenderlo) es orgánico a la dominación social capitalista. Para secar –dice W.– el caldo de cultivo de la derecha y, naturalmente, restablecer una relación con la clase obrera, debemos ante todo romper con la “izquierda” neoliberal (pero esto también se aplica a la radical, como ya hemos visto) y sobre todo, y subrayo sobre todo, con toda su basura ideológica políticamente correcta que no es otra cosa que la ideología de las clases sociales altas y medias altas.
El problema, por tanto, no es el de construir una zona gris, general y tal vez deliberadamente ambigua, genéricamente ni de derechas ni de izquierdas, no se trata de refundar sino de construir desde cero un nuevo socialismo, de clase, basado y popular que no existe actualmente. ¿Por qué desde cero? Porque obviamente cuando hablo de una nueva fuerza socialista no me refiero ciertamente a la reedición de la vieja socialdemocracia, muerta y enterrada tras el colapso del socialismo real o reducida al simulacro de lo que fue en sus mejores momentos, sino a un nuevo sujeto político que sepa interpretar correcta y lúcidamente las contradicciones que produce el actual sistema de dominación. En este sentido, la parafernalia ideológica tanto de la «izquierda» radical como, naturalmente, de la liberal, es completamente inútil y de hecho dañina porque es funcional y orgánica para el sistema mismo; por lo tanto, debemos deshacernos de ella.
Me parece que estas consideraciones emergen en el libro de W. y pueden ayudar a sembrar las semillas de una futura, hipotética y deseable construcción de una entidad política con las características anteriores también en nuestro país. Pienso que cada uno de nosotros está llamado a hacer nuestra parte en este sentido, según nuestras fuerzas y capacidades, porque las cosas no llueven del cielo ni se determinan de forma mecanicista. Si no hay voluntad, no hay subjetividad que trabaje y empuje en esta dirección.
Fuente: l’interferenza
Libros relacionados: