Amigos virtuales y otros de carne y hueso, los primeros quizás de un modo afectivamente aunque con un viso interpelativo, me han preguntado si cuando escriba sobre el 4F y «El por ahora» de Hugo Chávez, o sobre el «Caracazo» del 89, consideraré si la ocasión contiene tentaciones para situarme de narices al presente venezolano con todos sus complejos correlatos: que si el legado de Chávez fue a parar a otros planos del paisaje político actual, matriz que han pretendido sembrar desde un sector de la izquierda; que si el presidente Maduro es o no heredero fiel a su ideario; que si voy a referirme al cabello liso de Iris Varela, «Fosforito», como le decía Chávez o al tinte amarillo de la Primera Combatiente; que si eso de «la izquierda trasnochada» requiere de un pronunciamiento principista con toques de clarín porque mi padre Ruiz Guevara fue marxista y del PCV y Wladimir, mi hermano mayor ya fallecido, también; que si la burguesía va a entrar por el aro de la nueva Asamblea Nacional y si la Ley Antibloqueo establecerá las bases de una plataforma equis para los inversionistas extranjeros; que si me referiré al estilo erudito y a veces exaltado de mi paisano Pedro Carreño; que si es o no justo que a Figueras no le hayan asignado una silla digna el día del estreno del nuevo del Poder Legislativo que tenía secuestrado la patota de Guaidó, robando nuestras reservas y comandada por Trump; que si el dólar llegó para apoltronarse en el hipotálamo nacional y el rostro de Bolívar y otros símbolos emblemáticos y patrióticos plasmados en el Bolívar Soberano serán ornamentos del pasado (pájaros, monos, islas, indígenas y obras de arte relacionadas con la independencia); en fin, cosas y temas frente a los cuales no se puede decir ni sí ni no, como si se tratara de un vainero de cartas en un juego de naipes y se sospechara que un Ruiz Tirado cualquiera puede tener el As de Copa y debajo de la manga el as de Oro.
El 4F, sin duda, rige cierta lógica como para adentrarse en los vericuetos de la Guerra llamada Total, e ilumina ámbitos inimaginables del Poder, la Política y la Vida, que yo prefiero asignarles mayúsculas a las primerizas letras para enfatizar que esas constantes no serán disipadas jamás por uno o más malos vientos que pretendan volar los techos de la morada que Chávez quiso -y sigue queriendo en los ojos del pueblo- para una Venezuela en la que sea digna vivir y eventualmente morir por ella, parafraseando una sentencia de Alfredo Maneiro lanzada en 1974 en una casa de altísimas aceras de Catia frente a unos periodistas intrigados por la R al revés de entonces.
Con esta brisa veraniega que surca el cielo de Barinas, cuna del Hugo que llevo en mi corazón, quisiera relatar muchas otras cosas que en mis entrañas y hemisferios cerebrales permanecen frisadas, como aquel recuerdo que me llegó en días pasados, hablando con mi compañera de vida, Marisela Escalona Tapia, pariente del legendario Indio Tapia, cuando por primera vez Hugo y yo, sentados frente al río Santo Domingo, nos preguntábamos por un tal Albert Camus y su libro El hombre Rebelde, hablando sobre la rebelión del artista y exaltando a un pintor que se cortó una oreja llamado Van Gogh.
-Quienes serán y de dónde serán esos carajos tan ocurrentes -nos preguntamos con los ojos.
Los otros temas vendrán después, y los desmenuzaremos hasta llegar a los huesos.