Tras el largo bloqueo institucional se abre un mandato donde se concentran las múltiples contradicciones acumuladas por el régimen de la Transición. Una legislatura donde los vectores del inmovilismo, el reformismo y la ruptura pugnarán por imponerse en un escenario dominado por la profundización de la triple crisis económica, política y territorial.
Los elementos escénicos propios de la actividad parlamentaria se desataron en la segunda sesión de investidura de Mariano Rajoy en forma de insultos, duras descalificaciones y la división del grupo socialista. Todo ello fue la consecuencia previsible del “golpe palaciego” en el PSOE que ha dado, gratis total, la presidencia del gobierno al PP. Así, mientras la intervención de Gabriel Rufián encendía la indignación en las filas socialistas y en los partidos de la gran coalición encubierta, los diputados de Ciudadanos acusaban a los de Podemos de ser cómplices del terrorismo. La sesión finalizó patéticamente con algunos parlamentarios socialistas absteniéndose por imperativo de partido, al tiempo que otros quince votaban no, en un intento de salvar la dignidad de su formación.
Mientras tanto, en las calles de Madrid miles de personales se manifestaban para denunciar la “ilegitimidad” de una investidura, que evocó las movilizaciones del 15M. Al día siguiente la entrevista de Jordi Évole a Pedro Sánchez sirvió de broche de oro a los diez meses de bloqueo institucional al desvelar el veto de la dirección de su partido a cualquier intento de formación de un gobierno alternativo con la presencia de Podemos.
Incluso las peores situaciones contienen algún elemento positivo. El largo bloqueo institucional ha servido para mostrar descarnadamente ante la opinión pública el funcionamiento de la sala de máquinas del régimen de la Transición evidenciado por el golpe palaciego en el PSOE, pero también por el papel de ciertos medios de comunicación como El País.
Más allá de los aspavientos twitteros de Rufián, quizás la intervención más interesante fue la de Pablo Iglesias cuando apuntó que el desenlace de la crisis había reventado al PSOE, incapacitándolo como oposición operativa al PP, pero también comprometiendo la credibilidad de Ciudadanos como factor de regeneración del sistema. Un panorama que otorgaría a Podemos Unidos el papel de auténtica oposición y única alternativa al gobierno del PP en una legislatura que, según Iglesias, será la del “epílogo” de Mariano Rajoy y acaso del régimen.
En primera lectura, la composición del ejecutivo revela que Rajoy no está dispuesto a realizar ninguna operación regeneradora de calado, ni a modificar el rumbo de su política económica. Se mantiene el núcleo duro del equipo económico y se designa como ministro de Asuntos Exteriores al embajador español ante la Unión Europea, Alfonso Dastis, lo cual indica que se persigue continuar con la línea de estricta obediencia a las directrices de Bruselas que ahora pasa por recortes y ajustes de miles de millones de euros.
Como han señalado diversos analistas políticos, el nuevo ejecutivo busca mantener los equilibrios internos dentro del partido, como muestra la entrada de María Dolores de Cospedal en el gobierno, y lanzar un pequeño guiño a Ciudadanos con la permanencia o inclusión en el mismo del equipo negociador del pacto con la formación de Albert Rivera.
Los cuatro condicionantes
El carácter netamente continuista del gobierno de Rajoy alimenta las halagüeñas perspectivas podemitas de hallarnos ante un fin de ciclo. No obstante, esto está condicionado por cuatro factores cuyo desarrollo podría cuestionar el planteamiento estratégico del partido de Pablo Iglesias. De modo, que dependiendo de su desenlace, podría ocurrir todo lo contrario y abrir un ciclo de hegemonía del PP.
En primer lugar, el desenlace de la crisis del PSOE. El partido socialista deberá celebrar unas primarias y un congreso extraordinario en un contexto de extrema polarización entre la dirección neofelipista, liderada por Susana Díaz y una alternativa postfelipista encabezada por Pedro Sánchez. Ciertamente, la gestora procurará demorar todo lo que pueda la elección de una nueva dirección para debilitar las opciones de Sánchez. Ahora bien, difícilmente la militancia olvidará en unos meses los efectos del golpe palaciego. Así no es descartable que se propicie la apuesta por una suerte de “tercera vía” bajo égida de alguna figura histórica de relativo consenso como el vasco Patxi López o el catalán Josep Borrell, dado que tanto Díaz como Sánchez han quedado muy tocados por su papel en la crisis.
En cualquier caso, sobre el partido planea el peligro de la pasokización si finalmente se imponen las tesis del aparato y es incapaz de realizar un giro a la izquierda que le permita competir o colaborar – por citar a Sánchez- “codo con codo” con Podemos. En efecto, las dos elecciones generales han revelado la quiebra del mecanismo de la alternancia. El PSOE ha dejado de funcionar como columna vertebral del régimen y válvula de seguridad del sistema como ocurrió tras el 23F o los atentados islamistas de Madrid. Justamente, este es un indicador de primer orden de la profundidad de la crisis del sistema político.
En segundo lugar, las expectativas de Iglesias dependerán de la capacidad de Ciudadanos para obligar al PP a cumplir con el programa reformista pactado entre ambas formaciones que en lo político busca regenerar los aspectos más nocivos del sistema de partidos y en lo social suavizar los terribles efectos de la crisis sobre las clases asalariadas. A tenor del discurso de Rajoy –quien aseguró que no estaba dispuesto a demoler su obra de gobierno-, de los grandes poderes que la Constitución otorga al ejecutivo por encima del legislativo y de la composición del ejecutivo parece difícil que el partido de Albert Rivera pueda conseguir estos objetivos. Especialmente, cuando el PP dispone de la llave para convocar elecciones cuando lo considere oportuno.
De momento la formación naranja se resiste a entrar en un gobierno de coalición con el PP que podría significar su rápida fagocitación, pero no descarta hacerlo más adelante. En esta legislatura C’s se juega su futuro como fuerza estatal, pues su expansión por el resto de España desde Catalunya se implementó para impedir que Podemos capitalizara en exclusiva el malestar político y social contra el gobierno de Rajoy. Es decir, para funcionar como “el Podemos de derecha” postulado por Josep Oliu, presidente del Banc Sabadell. Esto cuando Podemos afirmaba no era de derechas ni de ciertas, sino el partido de los de abajo contra los de arriba. Precisamente, la extensión territorial de C’s obligó a Podemos a situarse, sin ambigüedades, en la izquierda.
En tercer lugar, la estabilidad del ejecutivo de Rajoy dependerá de la evolución de la hoja ruta soberanista catalana que encara en este curso político su recta final. Tanto por lo que respecta a la prometida aprobación de las tres leyes de desconexión (Hacienda, Seguridad Social y Transitoriedad), como por lo que concierne a los procesos judiciales en curso contra Carme Forcadell, Artur Mas, Francesc Homs, Irene Rigau y Joana Ortega. Una evolución que podría cohesionar a las tres fuerzas constitucionalistas que sostienen –por activa o por pasiva- al gobierno del PP, pero que también contiene el peligro de generar una crisis de Estado de imprevisibles consecuencias. En efecto, los últimos movimientos indican que los ejecutivos de Madrid y Barcelona se están preparando para el tantas veces anunciado choque de trenes.
Finalmente, la evolución de la situación económica. Las exigencias de Bruselas podrían provocar un endurecimiento de las condiciones de vida y de trabajo de las ya sumamente castigadas clases asalariadas. Incluso afectarían a las pensiones que hasta ahora no se han recortado significativamente por temor a su impacto electoral sobre un sector de la población que no suele abstenerse y vota a los dos grandes partidos del régimen.
En conclusión, se abre una legislatura de inciertas perspectivas donde se bifurcan los caminos. Por un lado, se plantea la profundización de la triple crisis socioeconómica, político-institucional y territorial ante la incapacidad del PP de ofrecer una salida más allá del mantenimiento del status quo. Un escenario que podría devorar a PSOE y C’s, dejando al PP como la fuerza de orden frente a Podemos en un escenario a la griega, aunque a diferencia de Grecia complicado por la cuestión nacional catalana, donde la formación de Pablo Iglesias se aposentaría como la única alternativa frente a la descomposición del régimen de la Transición.
Por otro, se dibujaría un panorama donde PP, con el apoyo de C’s y PSOE, emprendiese una serie de reformas para encauzar el malestar político y social e impedir el crecimiento de Podemos. Esto propiciaría un periodo de hegemonía política de la formación conservadora frente al papel subalterno de PSOE y C’s y la incapacidad de Podemos de alcanzar una mayoría de gobierno.
El futuro no está escrito. Aunque todos los indicios parecen apuntar hacia la primera de las opciones arriba expuesta, no debe descartarse un giro reformista del PP para evitar el hundimiento del régimen.
Imagen de portada: Infografías de la necedad
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