Otra vez la burrica al trigo. Lo decimos así en mi tierra. La burrica que no se cansa de volver a lo mismo, al mismo tajo, cabezona ella como la que guiaba mi abuelo en las eras de Gestalgar y los nietos subidos al trillo en los veranos de nuestra infancia. Nos lo pasábamos bomba. Eran los tiempos oscuros pero no lo sabíamos. Tampoco nos contaban nada en las casas. Y en la escuela sólo las cuatro reglas, los retratos de Franco y José Antonio con la cruz en medio y a los nueve o diez años a currar en el monte o, en mi caso, a pasarme con mi padre y mi hermano Claudio las noches en el horno de pan que tenía la familia. Hasta los treinta años, nada menos. Sí, nos lo pasábamos bomba trillando con el abuelo.
De vez en cuando se cagaba en algo porque la burra andaba al ralentí. O eso pensaba él, tan apegado al monte, tan medio muerto en vida porque uno de sus hijos se murió con los pulmones llenos de la arena que se trajo del desierto africano cuando el servicio militar. El silencio y el miedo. La imagen de marca en las casas del pueblo. No contar nada para que los críos no sintiéramos el miedo que había en las casas. Así era aquel tiempo. Y ahora, tantos años después, regresa con su cantinela Núñez Feijóo para decirnos, otra vez y ya van no sé cuántas, que aquel tiempo fue malo para todos y hay que olvidarlo. Vuelve la burrica al trigo de las mentiras, a la tabla rasa con la historia, a bordar el cinismo cuando dice que respeta “a las personas que fallecieron en la guerra civil”. Habla de ese respeto y añade el rollo de siempre: las personas fallecidas de los dos bandos. Fallecidas, dice, y se queda tan ancho. No hubo dos bandos. Ojo con el lenguaje. Hubo el bando golpista y la defensa de la República tras el golpe de Estado fascista de 1936. Pero claro, como todos los defensores de la equidistancia, no habla Feijóo de
Nada más salir elegido presidente del PP ya dijo una bien sonada: “Hace ochenta años, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos, se pelearon y no tiene sentido vivir de los réditos de lo que hicieron. Nos habíamos dado la mano. Y un Gobierno que reabre el rencor y no siembra la concordia es un Gobierno que no respeta la Constitución y la Transición”. Y ahora ha vuelto, como la cabezona burrica dando vueltas sin parar en la era de mi abuelo. Ya gobierna con Vox en muchos sitios. Una de las primeras decisiones que tomarán será la derogación de la Ley de Memoria Democrática. Les da miedo lo de “democrática”. Nunca se han sentido a gusto en los tiempos de ahora. Les rechinan la palabra democracia y lo que lleva dentro. Son Vox y Abascal los que cargan con el calificativo de franquistas, pero si rascas un poquito –no mucho, sólo un poquito– le sale al PP el mismo tatuaje. Siempre ha sido así. Nunca se distanciaron de la dictadura. Por eso, en cuanto tienen ocasión, sacan lo que llevan dentro: la seguridad de que los fascistas tenían razón levantándose contra la legitimidad republicana. El PP –digan lo que digan versiones más benevolentes que la mía– viene de ese convencimiento. Y van a derogar la Ley de Memoria Democrática para evitar que quienes fueron asesinados por los franquistas tengan la justicia reparatoria que se merecen.
Para el PP –para todo el PP– esa justicia no hace falta. Al revés: aseguran, como acaba de hacer Feijóo en una entrevista, que exigir esa justicia es reabrir heridas del pasado. En boca de Feijóo contar lo que pasó de una forma distinta a la que piensan él mismo y los suyos es revivir el rencor y la división en la sociedad española. Para ellos sólo existió la guerra. Como si la guerra hubiera nacido por generación espontánea. Como si no hubieran existido el golpe de Estado y las atrocidades fascistas en los sitios donde entraban triunfadores en los primeros momentos del golpe. Siempre la excusa de que en los dos “bandos” hubo animaladas. Pues sí. En los primeros momentos así fue. Y en mucha desproporción entre ambas y sin que hubiera un soporte institucional en la represión llevada a cabo en zonas republicanas. Pero les da igual la historia. Ganaron la guerra y la quieren seguir ganando. Con ese lenguaje que confunde la verdad de los hechos. Con esa doble moral que les permite hablar sólo de las víctimas de ETA y negar la más mínima dignidad a las víctimas de la dictadura.
Por cierto, hago un paréntesis en este párrafo. El viernes, 14 de julio, estaba previsto que el juzgado número 50 de Madrid atendiera la querella presentada por Julio Pacheco dando cuenta de las torturas sufridas cuando fue detenido por la policía en 1975. Por ahí andaba el ahora tan conocido comisario Villarejo. Era la primera vez que esto pasaba y había un cierto contento entre quienes andamos peleando para que se haga justicia con las víctimas del franquismo. Y también, claro, y como parte de esa justicia, el que los torturadores y jerarcas del franquismo, como Martín Villa, sean juzgados sin excusas. Pues bien, la cita era para ese viernes. Y cuando llegan al juzgado, resulta que la jueza ha sido sustituida por un juez que dice que ha de revisar el expediente desde el principio. ¿De verdad ha muerto el franquismo en el año 2023 y con casi cincuenta años de democracia?
De nuevo en lo que estaba contando. Ya están los gobiernos de VOX y el PP funcionando en muchos sitios. Y ya han dejado huella. Censuras en el mundo de la cultura, negacionismo climático y de los crímenes machistas, persecución del movimiento LGTBI con tintes de ensañamiento, todo en el marco de unas intervenciones que acaban de empezar hace sólo unos días. Y es en ese marco en el que hay que poner las declaraciones últimas de Núñez Feijóo cuando habla de memoria democrática. Ya lo sabíamos, pero él lo ha dejado clarísimo: “no forma parte de mis prioridades”. Lo que forma parte de sus prioridades es negar que en este país hubo quienes sufrieron lo que no está escrito durante cuarenta años y quienes se lo pasaron bomba –como los críos inocentes en el trillo del abuelo–todo ese inacabable tiempo de barbarie. Contar lo que pasó no es reabrir ninguna herida sino devolverles la dignidad que les robó la dictadura franquista a quienes lucharon hasta el final por la legitimidad de la Segunda República. Pero eso no entra en las cuentas del PP, ni en las de Vox, ni en las de sus gobiernos conjuntos bien dispuestos a meternos de nuevo en el oscuro túnel del franquismo. En el fondo, lo que les da miedo es que de las fosas comunes no salgan sólo los nombres de los muertos, sino, y sobre todo, los de sus asesinos.
Vuelve la burrica al trigo de los tiempos oscuros. Y con esa misma cabezonería tendríamos que aplicarnos nosotros para que ese objetivo les resulte, a las dos extremas derechas, finalmente imposible. Lo digo por una obviedad: el próximo domingo, 23 de julio, tenemos la palabra. Estos días ha circulado un mensaje de wasap: “Perder unas elecciones es normal en una democracia. Lo malo es perder la democracia en unas elecciones”. Pues eso.