Para las comuneras de ciudad y campo

Para las comuneras de ciudad y campo

uizá, solo quizá, si nos acercamos con palabras como “zofras”, “huebras”, “auzolanes” o “facenderas” a la gente mayor de nuestros pueblos nos comprendan y hasta nos puedan narrar historias de otro tiempo. Un tiempo previo a esta época salvaje de la industrialización y de las desamortizaciones para el beneficio de unos pocos en nombre del progreso y el desarrollismo. Hoy en día encontramos en numerosos pueblos, desde las costas a las montañas, sistemas antiguos de gestión comunitaria del territorio y los recursos naturales asociados que corren en riesgo de morir o ser expoliados. Son pastos, bosques, riegos, zonas de cultivo… son la vida y los recursos de los que dependemos, organizados para el bien común presente y futuro bajo ordenanzas con valor jurídico demostrado. Un derecho que no es fácil hacer valer y que, en muchos casos, se ha logrado tras una lucha incesante y agotadora frente a la judicatura de entidades y personas tenaces, muchas de ellas mujeres.

Escribimos este artículo con la esperanza de que alguna de esas mujeres, de esas personas que aprendieron a sostener comunidades en las circunstancias más duras, sintiendo cada vez más certero el engaño y la necesidad de afrontar la situación que vivimos de otra manera, se reconozcan como comuneras de derecho en sus territorios de origen. Y con ello puedan replantearse, desde el potencial transformador de los comportamientos propios, cómo ayudarnos a elaborar esa memoria colectiva para conservarlos y fortalecerlos, para que sirvan al bien común.

Los comunales tradicionales se regían por un sistema normativo propio y bajo fórmulas de aprovechamiento que garantizaban su mantenimiento a futuro y la equidad en el acceso a los recursos necesarios para la vida a toda la comunidad. Son muchos los que han resistido íntegros frente a las múltiples adversidades. Muchos, con comunidades fuertes y en gran parte  de los casos de la mano de mujeres valientes y luchadoras, se han renovado,  tomando medidas para la diversificación y sostenibilidad de sus sistemas, así como para la actualización y mejora de sus espacios de gobernanza.

Pero cuando las comunidades y su forma de relacionarse con el territorio se pierden –no olvidemos el marco de la España vaciada-, estos sistemas se olvidan, se abandonan en algunos casos y en otros caen en el aprovechamiento particular de los pocos que ahora saben y pueden optar a su disfrute. En algunos casos, las juntas que los gobernaban se han ido disolviendo, o se han visto reducidas a gestoras de cesiones. En otros, el comunal se sigue nombrando así, pero los derechos han pasado a ser hereditarios, y los herederos y herederas, que ya llevan tiempo en los territorios-imán, probablemente, no recuerdan ni tienen ocasión de ocuparse del bien comunitario. Nos encontramos otros casos en que la norma que los regulaba entonces estaba enfocada a unos usos y no a otros, atravesada por otras normativas, sin coordinación entre administraciones, ni facilidades para la gestión. Ante la falta de juntas, algunas administraciones locales se están ocupando, otras no saben ni cómo hacerlo.

No es baladí este asunto, ni las amenazas a las que se están viendo sometidos en la actualidad estos sistemas. Con este artículo queremos apelar pues a la responsabilidad comunera que muchas y muchos, alejados ya de la tierra que los vio nacer, pueden tener en la actualidad para convertir las amenazas en oportunidades. Estamos seguras de que todos los conocimientos que los comunes urbanos han desarrollado en relación a la gobernanza y sostenibilidad tienen mucho que aportar. Si es tu caso, si eres parte de derecho de alguno de estos sistemas comunales tradicionales, si podrías serlo pero hasta ahora no te lo habías planteado, si tienes algo que aportar respecto a su gobernanza, aprovechamiento o gestión que pudiera protegerlos y mejorarlos, te invitamos a que no te demores, pues mañana es tarde y el extractivismo aprieta. Infórmate, prestando mucha atención a las personas que viven y conocen el territorio –no se trata de llegar arrasando-, sobre cómo está ese monte comunal de tu pueblo, la dehesa, la comunidad de regantes, las cofradías, los egidos, … y cuáles son sus necesidades. Ofrece ayuda y plantea propuestas que ayuden a la conservación territorial, aporten a la relocalización de las economías, los hagan más equitativos, ayuden a fijar población, … Bloquea la posibilidad de su expolio, y colabora para la construcción horizontal de su gobernanza y su mantenimiento. En Icomunales, una asociación de ámbito estatal, encontrarás apoyos, comunidades referenciales, personas que cada día están trabajando por esto: re-encantar los comunes.

Desde Entretantos consideramos que sólo con un diálogo y articulación urbano-rural será posible, no porque desde las ciudades tenga que venir nadie a los pueblos a iluminarnos, sino porque muchas de las personas con responsabilidad y derecho sobre los territorios rurales no viven en ellos. Quizá una de esas personas seas tú y nos estés leyendo.

Pero además, según apuntan todos los estudios relacionados con el tema, son las mujeres las que más faltan o las que más se van de los territorios rurales. Por eso estamos interesadas en investigar el papel de las mujeres en estos sistemas tradicionales de gestión comunitaria de los territorios. Obviamente, estaban y están, son parte de la comunidad, pero ¿dónde? ¿Qué capacidad real tenían y tienen para participar en los espacios de toma de decisiones sobre los mismos? Y si están o no en estos espacios, ¿por qué?, ¿qué dificultades o retos tienen que superar específicamente por cuestión de género cuando deciden estar?, ¿qué cambiaría respecto a la sostenibilidad (social, ambiental y cultural) de estos sistemas una mayor presencia, o al menos, una presencia equitativa? Nos hemos sentado a escucharlas, y ya vamos sacando algunas ideas a partir de sus miradas. Ahora, nos juntaremos todas a modo simbólico, en un primer concejo de comuneras para compartir impresiones, conocimientos y estrategias. Porque sin mujeres no han comunidad, y sin comunidad, no hay comunales.

Texto publicado originalmente en El Salto.

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