En los albores de un nuevo período, un filósofo inglés, John Locke (1632-1704), realiza una síntesis del empirismo filosófico. Da su forma acabada al empirismo nacido del naturalismo metodológico, buscando la verdadera fuente de la facultad de conocer. Las fronteras de la razón natural están claramente trazadas; experiencia y creación se enfrentan, extrañas entre sí pero respetuosas una con otra.
Surgido en la burguesía puritana de Somerset, Locke estudia en Oxford, donde recibe la indispensable formación aristotélica. Interesado por la medicina se relaciona con Boyle en 1662 y juntos reflexionan sobre el lugar que ocupa la experiencia en el conocimiento. Vive de las rentas que le producen las tierras legadas por su padre y de sus lecciones en el Christ Church. En 1667 colabora con el médico Thomas Sydenham para escribir De Arte Medica, en donde la experiencia ocupa un lugar primordial.
Ese mismo año se convierte en médico personal de Lord Ashley, a quien salva gracias a una operación quirúrgica. En la medida en que su protector asciende en el escalafón de la monarquía (Gran Canciller en 1672), Locke asume más responsabilidades y se implica en las cuestiones de la tolerancia religiosa. Ashley, devenido conde de Shaftesbury al ser promovido a par, sufre una serie de reveses políticos y entra en rivalidad con el rey Carlos II. Después de fracasar en su intento de sublevar
al país para derrocar al rey, tiene que huir a Holanda. Por miedo a la represión real,
Locke también se va, en 1683, a las Provincias Unidas. Allí encuentra un clima de tolerancia y un medio intelectual propicios para continuar con la redacción de sus obras. La situación en Inglaterra mejora con el Toleration Act de 1689, que le ofrece a
Locke la posibilidad de regresar. En 1690 publica sus dos obras principales: Dos tratados sobre el gobierno civil y Ensayo sobre el entendimiento humano. Termina su vida compaginando sus actividades intelectuales con las políticas.
Este extracto de una obra de su juventud, Ensayo sobre la ley de la naturaleza (1664), resume bien la naturaleza del empirismo de Locke:
Afirmo que el fundamento de todo conocimiento de esta ley [de la naturaleza]
se debe a lo que percibimos; es a partir de estos elementos que la razón y la
facultad de probar –marcas distintivas propias del hombre– nos permiten, a partir
de argumentos que se extraen necesariamente de la materia, del movi miento
y de la estructura del mundo visible y de su organización, acercarnos al artesano
de la Creación, y concluir con toda certeza interior que Dios es el autor de
toda esta creación (Locke 1986 [1664]:33).
Al crear el mundo, la divinidad le otorgó una ley que le es propia, «la ley de la naturaleza» y que puede ser comprendida por sí misma por medio de los sentidos y de la experiencia. Esta coexistencia entre creación y experiencia tiene un doble significado. Por una parte, la naturaleza y la divinidad son dos entidades que la razón humana ha de tratar de forma independiente. Por otra, esta misma razón no ha de perder de vista que la naturaleza debe su existencia a lo divino. Estas dos tesis complementarias constituyen la esencia del empirismo naturalista. (Es decir, del empirismo no-materialista.)
Este doble presupuesto está en la base del desarrollo del Ensayo sobre el entendimiento humano. Locke tiene como objetivo descubrir la fuente y los límites del conocimiento humano. Adopta un método idéntico a su tesis principal: la experiencia le brinda a la razón su único y verdadero material para conocer el mundo; la demostración de esta idea ha de basarse en argumentos extraídos de la experiencia. El fundamento y el desarrollo de esta obra monumental se reflejan mutuamente; de alguna manera, se autovalidan el uno al otro. Este juego de espejos se basa en una concepción autónoma de la naturaleza, cuya ley es accesible naturalmente, más allá de su tributo original a lo divino.
Así, Locke construye una teoría del conocimiento a la manera de una filosofía natural, cuya estructura se asemeja mucho al atomismo de un Boyle. Contrariamente a los aristotélicos, comienza por observar. Gracias a numerosos ejemplos, constata que los principios innatos no existen, que la diversidad de los hombres y de las sociedades prueba que ninguna idea preconcebida es posible. Viene entonces la exposición sintética de los diferentes tipos de ideas, desde las más simples (extraídas de uno o de varios sentidos) hasta las más complejas (que son combinaciones de las precedentes).
Las ideas de las que es capaz la razón natural se ordenan según un juego de combinaciones, que tiene como piezas elementales las ideas simples. Estas provienen de la sensación y de la reflexión, es decir del cuerpo constituido por órganos de percepción y de pensamiento. Cuanto más compleja es una idea, es decir cuanto más alejada está de una sensación, más formada está por un conglomerado importante de ideas simples. Las ideas complejas son las moléculas, mientras que las simples son los átomos.
Comparada con las diez categorías lógicas del aristotelismo, la teoría de Locke establece una continuidad en el conocimiento. Todas las ideas tienen el mismo fundamento, la experiencia (como sensación y reflexión), constituyendo de este modo el alfabeto de todo enunciado del saber. El empirismo de Locke sólo tiene sentido desde esta perspectiva: reconciliar la fuente del conocimiento con las teorías más elaboradas, igualar sujeto y objeto, y finalmente unificar la naturaleza y su descripción inteligible. (Cosa que la escolástica hace imposible por un uso estéril y artificial de la lógica aristotélica.)
Frente a la naturaleza devenida una entidad autónoma, se erige siempre el imperativo divino. Locke aborda la cuestión del origen en el Libro IV de su Ensayo, en el capítulo 10, titulado «Nuestro conocimiento de la existencia de Dios». Pretende demostrar su existencia mediante una concatenación ordenada de proposiciones. Esta serie argumentativa es muy significativa, pues combina un principio inmanentista con un principio trascendente. He aquí cómo se resumen las proposiciones:
—El hombre sabe con certeza que existe.
—Sabe también que «la pura nada no puede producir ningún ser real» (principio inmanentista).
—Ha habido pues algo eterno desde toda la eternidad (hasta aquí sigue una evolución similar a la de Epicuro).
—Ahora bien, lo que ha tenido un inicio, tiene que haberlo recibido de otro.
—Hay pues una fuente eterna en el origen de las cosas que han tenido un comienzo.
Esta fuente ha de ser omnipotente.
—Desde el punto de vista del origen de lo inteligible, o bien hubo un ser con conocimiento que comenzó a ser, o bien ha existido uno desde la eternidad.
—Ahora bien, es imposible que de una cosa insensible, desprovista de conocimiento, nazca un ser inteligente (esta es una analogía con el principio inmanentista, pero que introduce una diferencia de esencia entre la materia insensible y la inteligencia. Esta dualidad conduce de hecho a un principio trascendente, en la medida en que la inteligencia deviene un terreno extraño a la naturaleza insensible).
Locke concluye de todo ello que existe un ser eterno, todopoderoso y omnisciente. La conclusión final se basa principalmente en este supuesto: la materia insensible no puede engendrar por sí misma la inteligencia. Saber si esta es corporal o no, pasa
a un segundo plano, dado que Locke plantea una alteridad irreductible entre lo insensible y el intelecto.
Todo el camino recorrido para reconciliar la naturaleza y su conocimiento hay que rehacerlo cuando se plantea la cuestión del origen del mundo. La firme distinción entre la razón y la fe no se mantiene en ese punto: la trascendencia recupera sus derechos.
Cuando Locke se refiere a los materialistas (& 15 del cap. 10) les reprocha no explicar la división entre el pensamiento y la materia insensible. La crítica atestigua un desconocimiento del sentido del inmanentismo epicúreo, para quien justamente este dualismo no tiene razón de ser. La diferencia de esencia entre materia y pensamiento es la única proposición que el filósofo evoca implícitamente, sin duda porque constituye una evidencia. Pero es en este aspecto en el que un materialista lo hubiera objetado.
El problema del origen en el Ensayo muestra los límites del empirismo de Locke.
Con la condición de concebir una división entre dos tipos de fenómenos (el curso ordinario de la naturaleza y su origen divino extraordinario), la razón natural descubre por sí misma las leyes de la naturaleza, consciente del papel de la experiencia en su sentido más amplio (como procedimiento y como facultad). Da la impresión de haber alcanzado por fin la armonía entre el ser y el pensamiento. Pero la experiencia por sí sola se muestra incapaz de impedir el retorno, bajo una forma velada, de la trascendencia. Se establece una frontera con lo religioso, que por muy protegida que esté, siempre deja filtrar algún contrabando sobrenatural.
Al mismo tiempo que lleva a su conclusión la crítica de la escolástica, la corriente empirista plantea la cuestión del origen desde un ángulo diferente: el del hombre moral y racional. Pregunta cuáles son los orígenes del Estado, de la moral y del conocimiento. El origen de la naturaleza y del mundo no es ya una cuestión medular, pues desde ese momento depende de las ciencias naturales o de la religión. Esta nueva temática de la cuestión del origen abre la vía, en filosofía, a un materialismo de nuevo tipo.
La aportación del empirismo naturalista es doble: hacer de la experiencia el garante de la verdad (convocando involuntariamente uno de los principios del materialismo antiguo); y desplazar la problemática del origen al terreno del hombre moral y racional.
Fuente: Pascal Charbonnat. Historia de las filosofías materialistas
Imágenes del texto: Obras del artista visual Sol Lewitt, definido dentro de la vertiente empírico-medial.