La revolución darwiniana trastorna totalmente las ciencias de lo vivo. Pese a las controversias que genera durante la segunda mitad del siglo XIX, da un fundamento científico a la idea de evolución. Permite a algunos condenar al finalismo y al creacionismo, que de todos modos conservan sus defensores, principalmente en la Iglesia. Contrariamente a la monumental dialéctica hegeliana, Charles Darwin (18091882) convierte a la evolución en una idea concreta y efectiva. Demuestra que la variedad de organismos no proviene de un acto de creación separado, sino del largo trabajo de la selección natural. Invirtiendo la concepción finalista tal como la expresa Bernardin de Saint-Pierre en Las armonías de la naturaleza (1815), y sobre todo contra el viejo naturalismo fijista de Linneo, y contra el creacionismo adaptado a los fósiles de Cuvier, Darwin reconcilia a la naturaleza con su diversidad. Comienza por destacar la manifestación regular de variaciones biológicas de una generación a otra en el seno de una misma especie. Fijándose en los criadores de ganado, que se sirven de estas variaciones para reproducir exclusivamente a los animales dotados de las mejores cualidades, Darwin constata que llegan a obtener, al cabo de unas cuantas generaciones, unos animales con unas características muy alejadas de las de sus respectivos ancestros. El sabio inglés comprende entonces que el hombre no hace más que imitar a la naturaleza para satisfacer sus necesidades. En efecto, en estado natural, se opera una selección semejante entre los individuos de una misma especie, según se vean favorecidos con caracteres favorables a su supervivencia, y por tanto a su reproducción, o no. A diferencia de la selección artificial de los hombres, que modifica las características por un interés práctico, la selección natural solo actúa en el sentido del desarrollo máximo de la especie. A escala geológica, este movimiento de selección de los individuos más aptos se repite incansablemente y conduce a divergencias cada vez más grandes entre los seres. Las diferentes características perceptibles en un momento dado entre los organismos son fruto de pequeñas variaciones pasadas que se intensifican en función de la ventaja que otorgan para la supervivencia. El proceso de selección natural no es pues ni un mecanismo azaroso y ciego, ya que responde a las necesidades de desarrollo de los seres, ni una providencia misteriosa, porque son los propios seres vivos los que exploran sus propias posibilidades.
Darwin expone el conjunto de su teoría en 1859, en El origen de las especies por medio de la selección natural o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. Se basa en una serie de trabajos científicos que ponen en práctica un nuevo enfoque del tiempo en la naturaleza. Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829) se opone, desde 1809 a la doctrina fijista en su Filosofía zoológica. Provoca un escándalo al afirmar que las especies se transforman bajo la influencia de sus condiciones de vida y de su medio. Por otra parte, la geología hace importantes progresos con Charles Lyell (1797-1875), que demuestra en sus Principios de geología (1830-1833) que en lo sucesivo hay que contar en miles de millones de años el lapso de tiempo transcurrido entre cada capa estratigráfica. Al mismo tiempo, los geólogos descubren cada vez más fósiles, justamente situados en esas capas muy antiguas de la corteza terrestre. La paleontología experimenta entonces un gran impulso, especialmente con Edward Forbes (18151854), Heinrich Bronn (1800-1862) y Louis Agassiz (1807-1973). La teoría de la evolución viene a coronar ese movimiento de cuestionamiento de los descubrimientos, aportando una ley general válida para la totalidad del mundo vivo.
Aún cuando el darwinismo es adoptado por cada vez más científicos a lo largo del siglo XIX, provoca vivas controversias en todos los medios, particularmente entre quienes ven en él un atentado a sus creencias. Para los partidarios del darwinismo, la defensa de la teoría es también una ocasión para darlo a conocer ampliamente. Thomas Huxley (1825-1895), especialista en anatomía comparada, es uno de sus primeros representantes ingleses. Este sabio redacta varios ensayos para divulgar las teorías de Darwin y extraer de ellas tesis filosóficas[1]. Funda una sociedad secreta que reúne a las grandes figuras del evolucionismo. Entre ellos se encuentran, por ejemplo, el filósofo Herbert Spencer (1820-1903), o también John Tyndall (1820-1893), autor de una teoría del movimiento de los glaciares que desencadena una controversia con los teólogos sobre la edad de la Tierra. En Alemania, Arnold Dodel (18431908), profesor de botánica en la Universidad de Zurich y vicepresidente de la Liga de los Librepensadores Alemanes, toma partido contra la influencia de los religiosos en las escuelas públicas. En una conferencia, publicada más tarde bajo el título ¿Moisés o Darwin? (1889), exige la separación de la enseñanza religiosa de las escuelas. Según él, es absurdo enseñar al mismo tiempo a los niños ‘cuentos’ de hace treinta y cinco siglos y a los estudiantes la teoría de la descendencia de Darwin. Las ciencias naturales han de permitir unificar la verdad enseñada en todo el sistema educativo. El más celebre de los defensores del darwinismo en Alemania es el biólogo Ernst von Haeckel (1834-1919). Al margen de sus investigaciones, organiza conferencias y publica varios ensayos para hacer accesible al público la idea de la evolución. Siempre con pasión, como testimonia el título polémico de uno de sus textos, ¡El hombre no viene de Dios, sino del mono![2], Haeckel combate el dogmatismo religioso en nombre de un cierto liberalismo científico. Hasta finales del siglo, y aún después, los darwinianos deben luchar con la oposición clerical; en 1905, durante una de sus conferencias, Haeckel demuestra que el combate no ha terminado:
[…] El gran charlatán que reside en el Vaticano es el enemigo mortal de la ciencia libre y de la enseñanza libre tal como se practica en las Universidades alemanas (Haeckel s.f. b [1905]: 40).
Los argumentos de los adversarios del darwinismo[3] desbordan a menudo el campo de los hechos y de la observación. Recurren a consideraciones filosóficas y religiosas, que obligan a sus contradictores a pronunciarse sobre la materia. Ahora bien, estos últimos, aunque estén de acuerdo en cuanto a la teoría científica, están lejos de sostener tesis filosóficas idénticas. Por ejemplo, mientras Huxley y Tyndall se definen como agnósticos, Haeckel se dice monista. Para los primeros, el en sí de las cosas es inaccesible, lo que impide saber si existe una sustancia inmaterial, mientras que para el segundo lo divino está en todas las cosas como la suma de todas las fuerzas naturales. En cuanto al propio Darwin, aunque rechaza el dogma de una creación separada de los seres vivos, deja entender que las leyes de la naturaleza, incluidas las de la selección natural, fueron impuestas a la materia por una trascendencia a la que denomina el ‘Creador’[4]. El darwinismo no conduce necesariamente a un solo tipo de filosofía ni, con mayor razón, al materialismo. Pero lleva a todos los que lo apoyan a rechazar el creacionismo tradicional. Puede entones servir de punto de apoyo para la constitución de una corriente materialista.
La teoría de la evolución provoca un gran escándalo en las sociedades europeas porque alcanza de manera brillante las primeras pruebas para dar una respuesta científica a la cuestión del comienzo de la vida. Con ello aporta un argumento suplementario para aquellos que quieren acabar con la idea de trascendencia.