Mayo del 68 mató a la izquierda

Parafraseando aquella canción que era tan popular entre los hijos de los obreros a finales de los setenta, no sólo el video mató a la estrella de la radio; mayo del 68 mató a la Izquierda y al Estado de Bienestar.

Ya lo decía aquél que gritó a los manifestantes del mayo del 68 francés: en unos años seréis todos Notarios. Ya lo dijo Passolini cuando afirmó que los hijos de los obreros sólo estaban entre la policía que reprimía a los manifestantes bien alimentados de aquella Italia de finales de los sesenta y principios de los setenta. La izquierda se disponía a morir y con ella los derechos de los trabajadores y sus familias, y lo hacía entre algaradas y manifestaciones de los hijos de los ricos. La Jeunesse Dorée de toda la vida, pero esta vez con pantalones de campana y con unos porretes antes de ocupar los Consejos de Administración y los Ministerios que les eran propios. Era Francia y también España. ¿Por qué quién estudiaba en los últimos sesenta y principios de los setenta? Los hijos de los ricos. Y en el caso español, los hijos de los vencedores, aquellos que como Pradera o Cebrián eran hijos insignes del Régimen, ya sea en su vertiente Carlista o Falangista. Los hijos de los trabajadores o de los perdedores de la Guerra Civil en el caso de España ni soñar con estudiar. Pero eso sí, aspirando a trabajos bien pagados en una Europa y una España que,  tal vez por miedo,  respetaba a los trabajadores.

¿Qué pasó? Todos conocemos la teoría de Gramsci y su concepto de Hegemonía. Según Gramsci, la clase dominante o élite buscaba a través de la superestructura que las clases dominadas aceptasen de buena gana y viesen como lógico e inevitable su subordinación.  Así, la élite utilizaba la cultura, los medios de comunicación, las instituciones políticas y las leyes para crear Hegemonía y  que los dominados aceptasen y consintiesen la situación como inamovible e incluso como algo bueno. Es la versión cultural del concepto de Marx. Hay algunos cretinos que han hablado de Marxismo cultural. Sin embargo, esto lo ha utilizado única y exclusivamente el Neoliberalismo, y lo ha hecho a través de la construcción que hicieron Foucault, Derrida y Luhmanm, o Lyotard. Es el llamado Posmodernismo, con el cual ya no existen los grandes relatos, ya no existen las grandes ideologías, y por tanto Kant y la Ilustración son cuestionables. Al no existir las grandes ideologías ya  no hay clases sociales y por lo tanto no existe la explotación de clase: simplemente hay microexplotaciones. Microexplotaciones y explotaciones del discurso que riman con micromachismos y demás. Si no hay explotación ni hay machismo, no puede haber por lo tanto ni Izquierda ni verdadero Feminismo. Todo es relativo y cuestionable. Y al ser relativo y cuestionable no existe. Y al no existir, desaparece. ¡Qué gran noticia para la señora Thatcher y para Reagan! ¡Qué gran noticia para aquellos que se dispusieron a afirmar que no había Sociedad, sólo individuos, como Ms Tatcher dixit! ¡Qué gran noticia para el neoliberalismo que lo iba a arrasar todo y del que iban a salir, ellos sí,  más fuertes y más ricos, los hijos de las élites que lloriqueaban en Mayo del 68!

Pero había un problema. Antes de lograr su triunfo definitivo, el cambio total y absoluto, y casi irreversible de paradigma, había que destruir la cultura obrera, la izquierda, y con ella los sindicatos. Una izquierda que se reía de los hippies como excentricidades de ricos similares a las cosas que hacía la nieta de Franco y demás cosas que veían en prensa. Pronto dejarían de reír.

Para destruir esta cultura obrera, se utilizó lo que teorizaba Gramsci; la Hegemonía cultural; los hijos de los obreros todavía no habían alcanzado la Universidad, y cuando lo hicieran bastante estarían ocupados saliendo adelante (en puestos por supuesto subordinados, nunca en la cúspide a no ser que como Didier Erebon o Eduard Louis estuviesen dispuestos a denigrar con paternalismo a sus propios orígenes), ya que pertenecían al Baby Boom. La Hegemonía Cultural la ocuparon los integrantes de Mayo del 68 y similares en España, y además de forrarse y llevar guardaespaldas, se ocuparon de dos objetivos fundamentales: Por un lado destruir la cultura obrera y de los trabajadores, por otro de destruir la familia como núcleo de resistencia.

En cuanto a la destrucción de la familia nos podemos fijar en España como paradigma. España se ha convertido en el país con mayor tasa de divorcios de toda Europa, con más del 50 % de los matrimonios. Todo ello en un periodo de apenas 30 años. Al mismo tiempo, el primer matrimonio se sitúa más allá de los 35 años para los cónyuges. Con todo ello, el índice de fecundidad no supera los 1,2 hijos por mujer, y no lo hará. ¿Cómo se ha logrado esto? ¿Cómo se ha logrado además perjudicando preferentemente a las clases trabajadoras, que son las que más se divorcian, pues las clases acomodadas son plenamente conscientes del quebranto total que conlleva la ruptura familiar? Pues con una utilización a mansalva de los medios de comunicación y demás medios de construir hegemonía cultural: el sacrificio y el pensar en los demás, y sobre todo en tu familia, es algo que está out, que no es cool y que te impide realizarte en tu individualidad. Porque lo importante es el “yo, yo y después yo”, y pensar a los sesenta que sigues teniendo 20 años, que el poliamor te hace único y moderno.  Y si tienes que tomar antidepresivos y somníferos,  eso es por tu bien y por tu individualidad.

Y por lo que respecta a la cultura obrera, también hemos visto lo mismo. Los medios culturales y hegemónicos han machacado con que tener derechos laborales, tener un sueldo digno, y demás,  es propio de “señoros” y de trabajadores insiders, es decir de trabajadores que al parecer se siguen aprovechando de aquellas estructuras “caducas” del corporativismo que hacían que lo normal fuera tener un trabajo bien pagado y fijo, y que a eso fuese a lo que se tenía que aspirar. Lo cool y lo guay es que los outsiders tengan peso, y que sea a costa de los egoístas insiders. Los trabajadores que tienen convenio y trabajo fijo son pues algo que hay que sacrificar para dar “limosna” (rentas de inclusión) a los migrantes, precarios, etc. No se trata de igualar por arriba. Se trata de igualar por abajo, por el mundo de la mano de obra barata y sin derechos, porque lo importante es la competitividad y tal en la economía globalizada.

Y aquí entramos en la siguiente parte. La Globalización ha sido presentada por esas élites como el mejor de los mundos posibles, como algo irreversible y valioso. Todo lo que suene a proteger mercados y empleo es algo caduco y “casposo”. Da igual que los supuestos beneficios de la Globalización se hayan traducido en un crecimiento brutal de las rentas de capital (los nenes de Mayo del 68) a costa de las rentas del trabajo. Da igual que se haya destruido, de forma incremental y paradigmática al principio, y total después, el Estado de Bienestar. Da igual la destrucción de empleo digno y la desaparición de la clase media.  Lo guay es la Globalización. Aunque ello implique reducir brutalmente y privatizar pensiones, aunque ello implique reducir los subsidios de desempleo, desmantelar la sanidad pública y la educación pública, aunque ello implique abaratar el despido, y desmantelarlo todo. Los hijos de la postmodernidad, tan buenos ellos utilizando palabras, ya saben que tienen que hablar de “reformas”, de “recalibrar”, de combatir los privilegios (de los trabajadores) para extender derechos (es decir, limosnas), de competitividad y tal, de ser cosmopolitas y demás.

Y mientras estamos hablando de estas cosas, comprarse un coche se ha convertido en un lujo en España, un piso ni te cuento, los que tienen empleo decente o  piso son unos privilegiados, y los pensionistas otros, aunque tengan que recurrir a la hipoteca inversa para sobrevivir. Y ojo, no te quejes que serás un facha o un putinista o un trumpista o un prochino, según marque la ocasión. No tendrás nada, tus hijos vivirán peor que tú, pero serás feliz porque lo dictan ellos, los que desprecian a Accattone. ¡Qué bien les caló Pasolini!

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