Marx y la historia[1]
Estamos aquí para discutir temas y problemas de la concepción marxista de la historia, cien años después de la muerte de Marx. Éste no es un ritual de celebración de su centenario, pero sí es importante que comencemos por recordar el papel único de Marx dentro de la historiografía. Lo haré sencillamente por medio de tres ilustraciones. La primera es autobiográfica. Cuando yo era estudiante en Cambridge en los años treinta, muchos de los hombres y mujeres más aptos se afiliaron al Partido Comunista. Pero como ésta era una época muy brillante en la historia de una universidad muy distinguida, muchos de ellos estaban profundamente influidos por los grandes nombres a cuyos pies nos sentábamos. Allí, entre los jóvenes comunistas, solíamos decir en broma que los filósofos comunistas eran wittgensteinianos, los economistas comunistas eran keynesianos, los estudiantes comunistas de la literatura eran discípulos de F .R. Leavis. ¿Y los historiadores? Eran marxistas, porque no había ningún historiador que conociéramos en Cambridge .ni en ninguna otra parte ―y conocíamos a algunos grandes, como Marc Bloch― que pudiera competir con Marx como maestro y como inspiración. Mi segundo ejemplo es similar. Treinta años después, en 1969, Sir John Hicks, ganador del premio Nobel, publicó su Teoría de la Historia Económica. Escribió: “La mayoría de aquellos [que deseen otorgar un lugar al curso general de la historia] usarían las categorías marxianas, o alguna versión modificada de ellas, ya que no hay muchas versiones alternativas disponibles. Sin embargo, sigue siendo extraordinario que cien años después de Das Kapital […] no haya surgido mucho más”[2] Mi tercera ilustración proviene del espléndido libro de Fernand Braudel El capitalismo y la vida material, un libro cuyo título mismo indica un vínculo con Marx. En ese ilustre trabajo se alude a Marx más que a ningún otro autor, más aún que a cualquier otro autor francés. Un tributo de esta naturaleza de un país no muy dado a subestimar a sus pensadores nacionales, es en sí impresionante.
ESCRITOS HISTÓRICOS
Esta influencia de Marx en la escritura de la historia no es un desarrollo evidente. Aunque el concepto materialista de la historia es el fundamento del marxismo, y aunque todo lo que Marx escribió está impregnado de historia, Marx mismo no escribió mucha historia en el sentido en el que los historiadores la entienden. En este respecto Engels fue más historiador, pues escribió más trabajos que razonablemente podrían clasificarse como “historia” en las bibliotecas. Desde luego Marx estudió historia y era erudito en extremo. Pero no escribió ningún trabajo que dijera “Historia” en el título, a excepción de una serie de artículos polémicos antizaristas que después se publicó bajo el título La historia secreta de la diplomacia en el siglo XVIII y que es uno de sus trabajos menos valiosos. Lo que llamamos criterios históricos de Marx consisten casi exclusivamente de análisis políticos de acontecimientos actuales y comentarios periodísticos, combinados con cierto trasfondo histórico. Sus análisis políticos, como La lucha de clases en Francia y El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, son realmente notables. Sus voluminosos escritos periodísticos, aunque no todos son de igual interés, contienen análisis de la mayor relevancia ―uno piensa en sus artículos sobre la India― y son, en todo caso, ejemplos de cómo Marx aplicó su método a problemas concretos tanto de historia como de un periodo que desde entonces se ha convertido en historia. Pero no fueron escritos en tanto que historia, como la entienden las personas que se dedican al estudio del pasado. Finalmente, el estudio que Marx hizo del capitalismo contiene una enorme cantidad de material histórico, ilustraciones históricas y otros elementos importantes para el historiador.
Así, el grueso del trabajo histórico de Marx está integrado a sus escritos teóricos y políticos. Todos ellos consideran el desarrollo histórico dentro de un marco más o menos a largo plazo, que abarca todo el lapso del desarrollo humano. Deben leerse en conjunto con los escritos que se centran en periodos cortos o en problemas y temas particulares, o en la historia detallada de acontecimientos concretos. Sin embargo, no puede encontrarse en Marx ninguna síntesis completa del proceso del desarrollo histórico; ni tampoco puede tratarse a El Capital como una “historia del capitalismo hasta 1867”.
Existen tres razones, dos menores y una fundamental, por lo cual esto es así; y por qué los historiadores marxistas no se limitan meramente a comentar a Marx sino que llevan a cabo lo que él mismo no hizo. Primero, como sabemos, Marx tuvo una gran dificultad para terminar sus proyectos literarios. Segundo, sus puntos de vista continuaron evolucionando hasta su muerte, aunque sujetos a un marco establecido “a mediados de los 1840”. Tercero, y más importante, en sus trabajos más maduros Marx deliberadamente estudió la historia en un orden inverso, tomando al capitalismo desarrollado como su punto de partida. “El hombre” era la clave para la anatomía del “simio”. Desde luego, esto no es un procedimiento antihistórico. Implica que el pasado no puede ser entendido exclusiva o primariamente en sus propios términos: no sólo porque forma parte de un proceso histórico, sino porque también sólo ese proceso histórico nos ha permitido analizar y entender cosas sobre ese proceso y sobre el pasado. Tomemos el concepto de trabajo, fundamental para el concepto materialista de la historia. Antes del capitalismo ―o antes de Adam Smith, como Marx lo dice más específicamente― el concepto de trabajo-en-general, a diferencia de las clases particulares del trabajo que son cualitativamente diferentes y no comparables, no existía. Mas si hemos de entender la historia de la humanidad, en un sentido global, a largo plazo, como la utilización progresiva y efectiva de la naturaleza por el hombre, entonces el concepto del trabajo social en general resulta esencial. La posición de Marx aún es debatible, en el sentido de que no puede decimos si un análisis futuro, basado en el desarrollo histórico futuro, será capaz de hacer descubrimientos analíticos comparables que permitan a los pensadores reinterpretar la historia de la humanidad en términos de algún otro concepto analítico central. Éste es un hueco potencial en el análisis, aun cuando no pensamos que tal futuro desarrollo hipotético pueda abandonar la centralidad del análisis marxista del trabajo, al me- nos respecto a ciertos aspectos obviamente cruciales de la historia humana. No intento cuestionar a Marx, sino sencillamente mostrar que su postura debe excluir mucho de lo que a los historiadores les interesa saber ―como algo de no inmediata relevancia para su propósito―; por ejemplo, muchos aspectos de la transición del feudalismo al capitalismo. Éstos fueron dejados a los marxistas posteriores, aunque es cierto que Federico Engels, siempre más interesado en “lo que sucedió realmente”, se ocupó más de tales asuntos.
El concepto materialista de la historia
La influencia de Marx en los historiadores, y no sólo en los historiadores marxistas, está, sin embargo, basada tanto en su teoría general (el concepto materialista de la historia), con sus alusiones y esbozos de la configuración general del desarrollo histórico de la humanidad desde el comunalismo primitivo hasta el capitalismo, cuanto en sus observaciones concretas en relación a aspectos particulares, periodos y problemas del pasado. No quiero decir mucho acerca de estas últimas, aun cuando han sido extremadamente influyentes y aún pueden ser muy estimulantes e iluminadoras. El primer volumen de El Capital contiene tres o cuatro referencias más o menos marginales acerca del protestantismo, pero el debate acerca de la religión en general y el protestantismo en particular, así como sobre el modo de producción capitalista, se deriva de ellas. De manera similar, El Capital tiene una nota al pie de página sobre Descartes en que vincula sus puntos de vista (animales como máquinas, lo real en oposición a lo especulativo, la filosofía como medio para dominar la naturaleza y perfeccionar la vida humana) con el “periodo de la manufactura” y plantea la pregunta de por qué los primeros economistas preferían a Hobbes y a Bacon como filósofos, y los posteriores a Locke. (Por su parte, Dudley North creía que el método cartesiano había “comenzado a liberar a la política económica de sus antiguas supersticiones”.)[3] Hacia el año de 1890 los no-marxistas ya estaban utilizando esto para ejemplificar la notable originalidad de Marx, y todavía hoy puede proporcionar material para un seminario de al menos seis meses de duración. Sin embargo, no será necesario convencer a ninguno de los asistentes a esta reunión de la genialidad de Marx o de la gama de sus conocimientos e intereses; y debe apreciarse que muchos de sus escritos acerca de aspectos particulares del pasado reflejan inevitablemente el conocimiento histórico disponible en su tiempo.
Vale la pena discutir más la concepción materialista de la historia porque hoyes punto de controversia o de crítica no sólo de los no-marxistas y los antimarxistas, sino también dentro del marxismo. Por generaciones fue la parte menos cuestionada del marxismo y se le consideraba, correctamente creo yo, como su meollo. Desarrollada en el transcurso de la crítica que Marx y Engels hicieron de la filosofía e ideología alemanas, la concepción materialista de la historia apunta esencialmente contra la creencia de que “las ideas, pensamientos y conceptos producen, determinan y dominan al hombre, sus condiciones materiales y su vida real”.[4] A partir de 1846 este concepto permaneció casi inalterado. Puede resumírsele en una sola frase, repetida con variantes: “No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”.[5] Ya está elaborada en La ideología alemana:
Esta concepción de la historia por tanto se basa en explicar el proceso real de producción empezando por la producción material de la vida misma- y en comprender la forma de relación conectada con y creada por este modo de producción, por ejemplo, la sociedad civil en sus varias etapas, como la base de toda la historia; describiéndola en su acción como Estado, y también explicando cómo todos los distintos productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la filosofía, la moralidad, etcétera, etcétera, surgen de ella, y rastreando el proceso de su formación desde esa base; es así como todo el conjunto puede, por supuesto, ser representado en su totalidad (y por lo tanto también las acciones recíprocas de estos diferentes aspectos entre sí).[6] Debemos notar de paso que para Marx y para Engels el “verdadero proceso de producción” no es simplemente “la producción material de la vida misma”, sino algo más amplio. Para utilizar la justa formulación de Eric Wolf, es “el complejo conjunto establecido de relaciones mutuamente dependientes entre naturaleza, trabajo, labor y organización social”.[7] También debemos notar que los humanos producen tanto con las manos como con la cabeza.[8]
Esta concepción no es historia sino una guía para ella y un programa de investigación. Citemos nuevamente La ideología alemana:
Ahí donde termina la especulación, donde comienza la vida real, ahí por consiguiente empieza la verdadera ciencia positiva, la explicación de la actividad práctica, del proceso práctico del desarrollo humano […] Cuando se describe la realidad, la filosofía autosuficiente [die selbstiindinge Philosophie] pierde su medio de existencia. En el mejor de los casos su lugar sólo puede ocuparlo una suma de los resultados más generales, abstracciones que se derivan de la observación del desarrollo histórico de los hombres. Estas abstracciones, divorciadas de la historia real, no tienen valor alguno en sí mismas. Sólo pueden servir para facilitar el acomodo del material histórico, para indicar la secuencia de sus estratos independientes. Pero de ninguna manera proporcionar una receta o un esquema, como lo hace la filosofía, para recortar nítidamente las épocas de la historia.[9]
La formulación más completa viene en el Prefacio de 1859 a la Contribución a la crítica de la economía política. Debe preguntarse, desde luego, si uno puede rechazarlo y seguir siendo marxista. Sin embargo, es perfectamente claro que esta formulación ultraconcisa requiere de una elaboración: la ambigüedad de sus términos ha suscitado un debate acerca del significado preciso de “fuerzas” y “relaciones sociales” de producción, lo que constituye la “base económica”, .la “superestructura”, etcétera. También está perfectamente claro el principio que, debido a que los seres humanos tienen conciencia, el concepto materialista de la historia es la base de la explicación histórica, pero no la explicación histórica en sí. La historia no es como la ecología: los seres humanos deciden y piensan acerca de lo que sucede. Lo que no queda tan claro es si es determinista en el sentido de que nos permite descubrir lo que sucederá inevitablemente, a diferencia de los procedimientos generales de la transformación histórica. La cuestión de la inevitabilidad histórica sólo puede resolverse de manera firme en retrospectiva, y aun así sólo como una tautología: lo que sucedió era inevitable porque no pasó otra cosa; por lo tanto, cualquier cosa que hubiera podido ocurrir es de interés académico. Marx quería probar a priori que un cierto resultado histórico, el comunismo, era el producto inevitable del desarrollo histórico. Pero de ninguna manera parece claro que esto pueda demostrarse a través de un análisis histórico científico. Lo que era patente desde un principio es que el materialismo histórico no era determinismo económico: no todos los fenómenos no-económicos de la historia pueden derivarse de fenómenos económicos específicos, y los acontecimientos y las fechas particulares no están determinados en este sentido. Aun los más rígidos proponentes del materialismo histórico dedicaron largas discusiones al papel del accidente y del individuo en la historia (Plejánov); y pese a todas las críticas filosóficas que puedan hacerse a las formulaciones de Engels, éste fue bastante poco ambiguo en este punto en sus últimas cartas a Bloch, Schmidt, Starkenburg y otros. Marx mismo, en textos tan específicos como El dieciocho brumario y en textos periodísticos de los años cincuenta, no deja duda alguna de que su punto de vista era básicamente el mismo.
El ser y la conciencia
En realidad, el argumento crucial acerca de la concepción materialista de la historia ha tenido que ver con la relación fundamental entre el ser social y la conciencia. Esto se ha centrado no tanto en consideraciones filosóficas (por ejemplo “idealismo” contra “materialismo”) o en cuestiones morales (“¿cuál es el papel del libre albedrío y de la acción humana consciente?”, “si la situación no está madura, ¿cómo podemos actuar?”), cuanto en problemas empíricos de historia comparativa y antropología social. Un argumento típico sería que es imposible distinguir las relaciones sociales de producción de las ideas y los conceptos (por ejemplo, distinguir la base de la superestructura), en parte porque ésta es, en sí, una distinción histórica retrospectiva, y en parte porque las relaciones sociales de producción están estructuradas por la cultura y por conceptos que no pueden ser reducidos a ellas. Otra objeción sería que ya que un cierto modo de producción es compatible con n tipo de conceptos, éstos no pueden explicarse mediante la reducción a la “base”. Así, sabemos de sociedades que tienen la misma base material pero con diferentes maneras de estructurar las relaciones sociales, la ideología y otros rasgos superestructurales. Hasta este grado la visión que tienen los hombres del universo determina las formas de su existencia social, al menos en la medida en que éstas determinan a aquélla. Lo que designan estos puntos de vista debe entonces analizarse de modo distinto: por ejemplo, siguiendo a Lévi-Strauss, como un conjunto de variaciones sobre un número ilimitado de conceptos intelectuales.
Dejemos de lado la cuestión de si Marx abstrae de la cultura. (Mi propio punto de vista es que en sus escritos históricos es todo lo contrario de un reduccionista económico.) El hecho fundamental sigue siendo que el análisis de cualquier sociedad, en cualquier momento de su desarrollo histórico, debe comenzar con el análisis de su modo de producción: esto es decir, de a] la forma técnico-económica del “metabolismo entre el hombre y la naturaleza” (Marx), la manera en que el hombre se adapta a la naturaleza y la transforma a través del trabajo: y b] los arreglos sociales por medio de los cuales el trabajo es movilizado, organizado, distribuido. Hoy esto es así: si deseamos comprender lo que sea acerca de Gran Bretaña o Italia a finales del siglo XX, obviamente debemos comenzar por las transformaciones masivas de los métodos de producción que se llevaron a cabo en los años cincuenta y sesenta. En el caso de las sociedades más primitivas, la organización basada en el parentesco y en el sistema de ideas (del cual la organización por parentesco es, entre otras cosas un aspecto) dependerá de si estamos tratando con una economía basada en la recolección o en la producción de alimentos. Por ejemplo, como lo ha señalado Wolf,[10] en una economía basada en la recolección de alimentos los recursos están ampliamente disponibles para cualquiera con la habilidad de obtenerlos, y en la economía basada en la producción de alimentos (agrícola o pastoral) el acceso a estos recursos es restringido. Debe ser definido, no sólo aquí y ahora sino a lo largo de generaciones.
Ahora bien, aunque el concepto de base y superestructura es esencial para definir una serie de prioridades analíticas, la concepción materialista de la historia se enfrenta a otra crítica más seria. Marx sostiene no sólo que el método de producción es primario y que la superestructura debe de alguna manera conformarse a “las distinciones esenciales entre los seres humanos” que implica (es decir, las relaciones sociales de producción), sino también que hay una inevitable tendencia evolutiva al desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad y, merced a ella, a que entren en contradicción con las relaciones de producción existentes y sus expresiones superestructurales relativamente inflexibles, las cuales entonces tienen que ceder. Como G.A. Cohen ha sostenido, esta tendencia evolutiva es, entonces, en el sentido más amplio, tecnológica.
El problema no es tanto por qué debería existir esta tendencia, ya que, a través de la historia del mundo entero, sin lugar a dudas ha existido hasta nuestros días. El verdadero problema está en que, evidentemente, esta tendencia no es universal. Aunque podemos dar explicaciones sobre muchos casos de sociedades en que no se presenta, o parece detenerse en cierto punto, esto no es suficiente. Bien podemos postular una tendencia general a progresar de la recolección a la producción de alimentos (donde esto no sea imposible o innecesario por razones ecológicas), pero no podemos hacer lo mismo para los desarrollos modernos de la tecnología y la industrialización, los cuales han conquistado el mundo desde una, y una sola, base regional. Esto parece crear una trampa sin salida: o bien no hay una tendencia general de desarrollo de las fuerzas materiales de la producción de una sociedad, o a desarrollarse más allá de cierto punto; en cuyo caso el desarrollo del capitalismo occidental debe ser explicado sin una referencia primaria a una tendencia tan general, y la concepción materialista de la historia sólo puede en el mejor de los casos utilizarse para explicar un caso en especial. (Apunto de pasada que abandonar la opinión de que los hombres están actuando constantemente de una manera que tiende a aumentar su control sobre la naturaleza no es realista y produce considerables complicaciones históricas y de otros tipos.) O bien existe tal tendencia histórica general; en cuyo caso debemos explicar por qué no ha funcionado en todas partes, o por qué en muchos casos (por ejemplo en China) ha sido efectivamente contrarrestada con toda claridad. Parecería que tan sólo la fuerza, la inercia o algún otro poder de la estructura social y de la superestructura sobre la base material pudieron haber detenido el movimiento de esa base material.
Desde mi punto de vista esto no crea un problema insuperable para la concepción materialista de la historia como forma de interpretación del mundo. El mismo Marx, que estaba muy lejos de ser un pensador de una sola línea, ofreció una explicación de por qué algunas sociedades evolucionaron desde la antigüedad clásica al capitalismo pasando por el feudalismo y, también, por qué no lo hicieron otras sociedades (la mayoría de las cuales pueden más o menos agruparse bajo el Modo de Producción Asiático). Sin embargo, esto crea una dificultad muy grande para la concepción materialista de la historia como manera de cambiar el mundo. El meollo del argumento de Marx con respecto a esto es que la revolución debe venir porque las fuerzas de producción han alcanzado, o deben alcanzar, un punto en el cual son incompatibles con “el tegumento capitalista” de las relaciones de producción. Pero, si puede demostrarse que en otras sociedades no ha habido ninguna tendencia a crecer de las fuer- zas materiales, o bien que su crecimiento ha sido controlado o desviado por la fuerza de la organización social y la superestructura, o que ésta misma ha impedido el estallido de la revolución tal como la define el Prefacio de 1859, entonces ¿por qué no ocurre lo mismo en la sociedad burguesa? Por supuesto, sería posible y hasta relativamente fácil formular un argumento histórico más modesto sobre la necesidad o acaso la inevitabilidad de la transformación del capitalismo en socialismo. Pero entonces perderíamos dos cosas que eran importantes para Karl Marx, y ciertamente para sus seguidores (yo incluido): a] la idea de que el triunfo del socialismo es el fin lógico de toda la evolución histórica hasta la fecha; y b] que el socialismo marca el fin de la “prehistoria”, en el sentido de que no puede ser ni será una sociedad «antagonista”.
Modos de producción
Esto no afecta el valor del concepto de “modo de producción”, que el Prefacio define como “el agregado de las relaciones de producción que constituyen la estructura económica de una sociedad y forman el modo de producción de los medios materiales de la existencia”. Cualesquiera que sean las relaciones de producción, y cualesquiera sean las otras funciones que puedan tener, el modo de producción constituye la estructura que determina la forma que tomarán el crecimiento de las fuerzas productivas y de la distribución del excedente, y determina cómo la sociedad puede o no cambiar sus estructuras, y cómo, en momentos adecuados, la transición a otro modo de producción pueda llevarse o se llevará a cabo. También establece la gama de posibilidades superestructurales. En resumen, el modo de producción es la base para comprender la variedad de sociedades humanas y sus interacciones. Así como sus dinámicas históricas. El modo de producción no es idéntico a una sociedad: “la sociedad” es un sistema de relaciones humanas, o para ser más precisos, una relación entre grupos humanos. El concepto de “modo de producción” (MDP) sirve para identificar las fuerzas que conforman la alineación de estos grupos; lo cual puede hacerse de varias maneras en diferentes sociedades, dentro de una cierta gama. ¿Forman los MDP una serie de etapas evolutivas ordenadas cronológicamente o de alguna otra manera? No parece haber mucha duda de que Marx veía a los MDP como formando una serie en la que la creciente emancipación del hombre de la naturaleza y su control sobre ella afectaban tanto a las fuerzas como a las relaciones de producción. De acuerdo con este grupo de criterios, podría pensarse que los distintos MDP están agrupados en orden ascendente. Pero mientras es claro que algunos MDP no pueden situarse o pensarse unos antes que otros (por ejemplo aquellos que requieren la producción de mercancías o máquinas de vapor antes qué aquellos que no la requieren), la lista de MDP que hizo Marx no intenta formar una cronología lineal sucesiva. De hecho, es cuestión de observar que en todos, menos los (hipotéticos) estados más primitivos del desarrollo humano, ha existido una variedad de MDP que coexisten e interactúan.
Un modo de producción abarca tanto un programa particular de producción (una manera de producir sobre la base de una tecnología particular y la división productiva del trabajo) como “un conjunto específico histórico de relaciones sociales a través de las cuales se despliega el trabajo para arrebatar energía a la naturaleza por medio de herramientas, habilidades, organización y conocimiento”, en una cierta fase de su desarrollo, y a través de la cual el remanente socialmente producido es circulado, distribuido y utilizado para acumularse o para algún otro fin. Una historia marxista debe considerar ambas funciones. Aquí está la debilidad de un libro importantísimo y muy original del antropólogo Eric Wolf: Europa y el pueblo sin historia. En él Wolf intenta demostrar cómo la expansión global y el triunfo del capitalismo han afectado a las sociedades precapitalistas que aquél ha integrado a su sistema mundial; y cómo el capitalismo, a su vez, ha sido modificado y moldeado al ser empotrado, en cierto sentido, dentro de una pluralidad de modos de producción. Éste es un libro de conexiones más que de causas, aunque las conexiones puedan resultar esenciales para el análisis de las causas. De manera brillante explica una forma de comprender “las características estratégicas de […] [la] variabilidad” de diferentes sociedades; esto es, las formas en las que podrían modificarse o no por el contacto con el capitalismo. Incidentalmente, también nos proporciona una guía para entender las relaciones entre los MDP y las sociedades que los contienen y sus ideologías o “culturas”[11] Lo que no hace ―ni de hecho intenta hacer― es explicar el movimiento de la base material y de la división del trabajo, y por lo tanto las transformaciones de los MDP. Wolf trabaja con tres grandes MDP o “familias” de MDP: el modo “ordenado por el parentesco”, el modo “tributario” y el “modo capitalista”. Pero aunque reconoce el cambio de una sociedad cazadora y recolectora de alimentos a una sociedad productora dentro del modo “ordenado por el parentesco”, su método “tributario” es un vasto continuo de sistemas que incluye tanto lo que Marx llamó “feudal” como lo que llamó “asiático”. En todos éstos, los grupos dominantes que ejercen una fuerza política y militar se apropian de los excedentes. Hay mucho que decir sobre esta clasificación tan amplia, tomada de Samir Amin, pero su inconveniente es que el método “tributario” claramente incluye sociedades en muy diferentes etapas de capacidad productiva, de los señores feudales occidentales de la Edad Media al Imperio Chino; de economías sin ciudades a las urbanizadas. Sin embargo, el análisis toca sólo periféricamente lo que es el problema esencial del por qué, cómo y cuándo una variante del método tributario generó el capitalismo desarrollado.
En resumen, el análisis de los sistemas de producción debe estar basado en el estudio de las fuerzas materiales de producción existentes: esto es, estudio tanto de la tecnología y de la organización como de la economía. No debemos olvidar que en el mismo Prefacio, cuyo pasaje posterior es citado con tanta frecuencia, Marx sostiene que la economía política es la anatomía de la sociedad civil. Sin embargo, en un aspecto el análisis tradicional de los MDP y su transformación aun debe desarrollarse; y el trabajo marxista reciente lo ha hecho. A menudo, la transformación real de un modo de producción ha sido vista en términos causales y unilineales: dentro de cada modo, se dice, existe una “contradicción básica” que genera la dinámica y las fuerzas que llevarán a su transformación. No está muy claro que ésta sea la visión de Marx ―a excepción del capitalismo― y ciertamente nos conduce a grandes dificultades y a debates sin fin, particularmente en referencia a la transición del feudalismo occidental al capitalismo. Parece de mayor utilidad hacer las siguientes dos suposiciones. Primero, que los elementos básicos dentro de un modo de producción que conducen a desestabilizarlo implican la potencialidad, más que la certeza, de la transformación, pero que, dependiendo de la estructura del método, también establecen ciertos límites al tipo de transformación posible. Segundo, que los mecanismos que conducen a la transformación de un modo a otro pueden no ser exclusivamente internos de ese modo, sino pueden surgir de la conjunción e interacción con sociedades con diferentes estructuras. En este sentido todo desarrollo es un desarrollo mixto. En vez de buscar únicamente las condiciones regionales específicas que llevan a la formación de, digamos, el sistema peculiar de la antigüedad clásica en el Mediterráneo, o de la transición del feudalismo al capitalismo dentro de los feudos y las ciudades de Europa occidental, deberíamos observar los distintos caminos que conducen a los cruces y encrucijadas en que se encontraron estas regiones en cierta etapa de desarrollo.
Este acercamiento ―que me parece cabe perfectamente dentro del espíritu de Marx, y para el cual, si es preciso, puede encontrarse alguna autoridad textual― facilita la explicación de la coexistencia de sociedades que progresan más en el camino del capitalismo y aquellas que, hasta no ser penetradas y conquistadas por él, no pudieron desarrollarse de esa manera. Pero también centra la atención en un hecho, de que los historiadores y los capitalistas están cada vez más conscientes: que la evolución de este sistema es en sí una evolución mixta; que se construye sobre la base de materiales preexistentes, utilizándolos y adaptándolos pero también siendo moldeado por ellos. Investigaciones recientes sobre la formación y el desarrollo de las clases trabajadoras han servido para ilustrar este punto. De hecho, una de las razones por las que los pasados veinticinco años en la historia del mundo han sido testigos de cambios sociales de tal profundidad, es que esos elementos precapitalistas, hasta ahora partes esenciales de la operación del capitalismo, finalmente han sido demasiado erosionados por el desarrollo capitalista para jugar el papel vital que alguna vez ocuparon. Estoy pensando aquí, por supuesto, en la familia.
El legado de Marx
Permítanme ahora volver a los ejemplos de que hablaba al principio de esta charla que ilustran la gran significación que tuvo Marx para los historiadores. Marx sigue siendo la base esencial de cualquier estudio adecuado de la historia, porque ―hasta ahora― sólo él ha intentado formular un enfoque metodológico de la historia como totalidad, y de concebir y explicar el proceso entero de la evolución social humana. En este sentido es superior a Max Weber, su único verdadero rival como influencia teórica para los historiadores, y en muchos aspectos un suplemento importante y correctivo. Una historia basada en Marx es inconcebible sin adiciones weberianas, pero la historia weberiana es inconcebible excepto en la medida en que toma a Marx, o al menos el Fragestellung marxista, como punto de partida. Si deseamos responder la gran pregunta de toda la historia ―principalmente, cómo, por qué y a través de qué procesos ha evolucionado la humanidad, del hombre de las cavernas al astronauta, el detentador de la fuerza nuclear y el ingeniero genético― sólo podemos hacerlo formulando preguntas al estilo de Marx, aunque no aceptemos todas sus respuestas. Lo mismo se aplica si queremos responder la segunda gran pregunta implícita en la primera: por qué esta evolución no ha sido pareja y lineal, sino extraordinariamente desigual y combinada. Las únicas respuestas alternativas que han sido sugeridas formulan en términos de evolución biológica (la sociobiología), pero son evidentemente inadecuadas. Marx no dijo la última palabra ―todo lo contrario― pero sí la primera, y todavía estamos obligados a continuar el discurso que él inauguró.
El tema de esta charla es Marx y la Historia, y no es mi función anticipar aquí la discusión acerca de cuáles son (o deberían ser) los temas más relevantes para los historiadores marxistas de hoy. Pero no quisiera terminar sin llamar la atención hacia dos temas que a mi parecer requieren de atención urgente. El primero ya lo he mencionado: es el desarrollo de la naturaleza mixta o combinada de cualquier sociedad o sistema social; su interacción con otros sistemas y con el pasado. Es, si desean, la elaboración de la frase célebre de Marx en el sentido de que los hombres hacen su propia historia, pero no como ellos la eligen sino “bajo circunstancias específicas, dadas y transmitidas desde el pasado”. La segunda es la clase y la lucha de clases. Sabemos que ambos son conceptos esenciales para Marx, al menos en la discusión de la historia del capitalismo, pero también sabemos que los conceptos están pobremente definidos en sus escritos, lo cual ha originado grandes debates. Una gran parte de la historiografía marxista tradicional no ha podido esclarecerlos, y por lo tanto esto ha acarreado dificultades. Permítanme dar un solo ejemplo.
¿Qué es la “revolución burguesa”? ¿Podemos pensar en una “revolución burguesa” como “hecha” por una burguesía, como el objetivo de una lucha burguesa por el poder contra el antiguo régimen o la clase dominante que obstaculiza el camino de la institución de una sociedad burguesa? ¿O cuándo podemos pensar que esto sucede así? Las críticas recientes de la interpretación marxista de las revoluciones inglesa y francesa han sido efectivas, en gran parte porque han demostrado que una imagen tan tradicional de la burguesía y de la revolución burguesa es inadecuada. Deberíamos haber sabido esto. Como marxistas, o de hecho como observadores realistas de la historia, no seguiremos a los críticos que niegan la existencia de tales revoluciones, o niegan que las revoluciones inglesas del siglo XVII y la revolución francesa consiguieron cambios fundamentales y la reorientación “burguesa” de sus sociedades. Pero tendremos que pensar con mayor precisión lo que queremos decir.
Entonces, ¿cómo podemos resumir el impacto de Marx en la escritura de la historia cien años después de su muerte? Podemos señalar cuatro puntos esenciales:
- La actual influencia de Marx en los países no-socialistas es indudablemente mayor entre los historiadores de lo que lo fue durante mi vida ―y mi memoria abarca cincuenta años― y probablemente más que nunca desde su muerte. (La situación en países oficialmente comprometidos con sus ideas obviamente no puede compararse.) Es necesario decir esto, porque en Oeste momento hay un movimiento bastante generalizado de alejamiento de Marx entre los intelectuales, particularmente en Francia y en Italia. El hecho es que su influencia puede verse no sólo en el gran número de historiadores que se proclaman marxistas, aunque es bastante grande, y et número que reconocen su significación en la historia (por ejemplo Braudel en Francia, la escuela de Bielefeld en Alemania), sino también en el enorme número de historiadores exmarxistas, a menudo eminentes, que sostienen el nombre de Marx ante el mundo (por ejemplo Postan). Más aún, existen muchos elementos que, hace cincuenta años, eran manejados principalmente por marxistas y ahora se han vuelto parte de la principal corriente de la historia. Es cierto que esto no ha sido sólo debido a Carlos Marx, pero probablemente el marxismo ha sido la influencia principal en la “modernización” de la escritura de la historia contemporánea.
- El marxismo, tal y como se escribe y discute hoy, al me- nos en la mayoría de los países, toma a Marx como punto de partida y no como su punto de No quiero decir que necesariamente este marxismo esté en desacuerdo con los textos de Marx, aunque está preparado para hacerlo donde éstos están equivocados o donde son obsoletos. Esto sucede claramente en el caso de su visión de las sociedades orientales y del “modo de producción asiático”, brillantes y profundas como a menudo eran sus ideas, y también respecto a sus puntos de vista sobre las sociedades primitivas y su evolución. Como se ha señalado en un reciente libro sobre el marxismo y la antropología escrito por un antropólogo marxista: “El conocimiento de Marx y Engels de las sociedades primitivas era bastante insuficiente como base para la antropología moderna”. Tampoco quiero decir que este marxismo necesariamente desee revisar o abandonar las líneas principales del concepto materialista de la historia, aunque está preparado para considerarlas críticamente donde sea necesario. Por mi parte, no deseo abandonar la concepción materialista de la historia. Pero la historia marxista, en sus versiones más fructíferas, ahora utiliza los métodos de Marx más que comentar sus textos; excepto donde claramente vale la pena comentarlos. Tratamos de hacer lo que el mismo Marx no hizo.
- Hoy la historia marxista es plural. Una sola interpretación “correcta” no es lo que Marx nos heredó: se volvió parte de la herencia marxista, particularmente a partir de 1930 más o menos, pero esto ya no se acepta ni es aceptable, al menos ahí donde la gente tiene una opción en el Este pluralismo tiene sus desventajas. Son más obvias entre quienes teorizan acerca de la historia que entre quienes la escriben, pero son visibles aun entre estos últimos. Sin embargo, ya sea que pensemos que estas desventajas son más grandes o mas pequeñas que las ventajas, el pluralismo del trabajo marxista de hoy constituye un hecho ineludible. Es más, no hay nada malo en ello: La ciencia es un diálogo entre distintos puntos de vista basados en un método común. Sólo deja de ser ciencia cuando no hay un método para decidir cuál de los dos puntos de vista contendientes está equivocado o es menos fructífero. Desafortunadamente, a menudo éste es el caso en la historia, pero de ninguna manera sólo en la historia marxista.
- Hoy la historia marxista no está, ni puede estar, aislada del resto del pensamiento y de la investigación histórica. Ésta es una declaración con una perspectiva doble. Por una parte los marxistas ya no rechazan ―excepto como fuente de material básico para su trabajo― los escritos de historiadores que no pretenden ser marxistas, o que de hecho son antimarxistas. Si son buenos, debe tomárseles en cuenta. Esto no nos detiene, sin embargo, para criticar o librar una batalla ideológica aun contra los buenos historiadores que actúan como ideólogos. Por otra parte, el marxismo ha transformado la corriente fundamental de la historia a tal grado que a menudo hoy resulta imposible decir si un trabajo particular ha sido escrito por un marxista o por un no– marxista, a menos que el autor nos advierta de su posición ideológica. Esto no es causa de Me gustaría pensar en un tiempo futuro en que nadie preguntara si los autores son marxistas o no, porque entonces los marxistas podrían estar satisfechos con la transformación de la historia alcanzada a través de las ideas de Marx. Pero estamos lejos de una condición tan utópica; las luchas de ideología y política, clase y liberación del siglo XX son tales que ni siquiera es concebible. Para el futuro previsible, tendremos que defender a Marx y al marxismo dentro y fuera de la historia, contra aquellos que lo atacan con bases políticas e ideológicas. Al hacerlo, defenderemos también la historia, y la capacidad del hombre para comprender cómo el mundo ha llegado a ser lo que es, y cómo el hombre puede avanzar hacia un futuro mejor.
Fuente: Conferencia publicada en New Left Review, nº 143, 1984. Traducción de Laura Emilia Pacheco para Cuadernos Políticos nº 48, 1986.