En agosto del año pasado, una estudiante de Estocolmo de 15 años de edad, Greta Thunberg, comenzó a faltar a clase los viernes. Esos días se quedaba sentada frente al Parlamento sueco exhibiendo un cartel que pedía la huelga escolar contra el cambio climático. Repartía unas hojas con este texto: “Hago esto porque los adultos se están cagando en mi futuro”.
Su protesta se extendió como una explosión de pólvora y en unos meses decenas de miles de estudiantes se manifestaron en Europa, Australia y Japón, durante los llamados “viernes para el futuro”. También tuvo la oportunidad de dirigirse a los ultramillonarios mundiales reunidos en Davos con motivo del Foro Económico Mundial el pasado mes de enero (adonde llegó tras 32 horas en tren, para recordar que hay modos de viajar que contaminan menos que los aviones).
La exposición que desarrolló ante ellos concluyó con estas palabras: “Algunos dicen que no deberíamos dedicarnos al activismo. Que deberíamos dejarlo todo en manos de los políticos y limitarnos a votar por el cambio. Pero ¿qué hacer si no hay voluntad política? ¿Qué hacemos cuando nada de lo necesario se está llevando a cabo? Los adultos repiten: ‘Se lo debemos a los jóvenes, para darles esperanza’. Pero yo no deseo vuestra esperanza. No quiero que tengáis esperanza. Quiero que tengáis pánico. Quiero que sintáis el miedo que yo siento cada día. Y después quiero que actuéis. Que actuéis como lo haríais en una crisis, como si nuestra casa estuviera ardiendo. Porque está ardiendo”.
El impulso así generado sigue creciendo. El 15 de marzo se anuncia una huelga escolar coordinada por los jóvenes de todo el mundo, que a sus mayores nos reprochan “que les impulsemos a estudiar para el futuro, cuando ese futuro pudiera ser inexistente”.
En Davos, Greta Thunberg fue tajante: “Resolver la crisis climática es el más complejo reto que ha afrontado jamás la humanidad. Pero la solución es tan sencilla que hasta un niño pequeño la entendería: hemos de suprimir las emisiones de gases de efecto invernadero”.
Greta es hoy famosa, pero no es la única. Hay jóvenes en otras partes del mundo que también muestran con su comportamiento la firmeza y claridad de ideas que se echan a faltar en algunos adultos. Si de Suecia pasamos a Israel, encontraremos a Hilel Garmi, un muchacho de 19 años que se ha mostrado tan seguro y decidido como la estudiante sueca para defender sus principios aun a pesar de varias condenas a prisión por su tenaz protesta contra la expansiva ocupación israelí de Palestina: “Desde que estaba en octavo grado [12-14 años] he pensado que la ocupación de Palestina es inmoral”.
Por eso se ha negado a cumplir el servicio militar, lo que le ha hecho ser periódicamente encarcelado. El Gobierno de Israel hace distinción entre los “objetores de conciencia” y los que considera “objetores políticos”, porque solo rechazan el servicio militar en los territorios ocupados, a los que trata con gran rigor.
Hilel se explica así: “No puedo alistarme porque desde muy pequeño fui educado en la creencia de que todos los seres humanos son iguales. No acepto la idea común entre todos los judíos que les hace creerse distintos de los árabes. Yo no debería ser tratado de modo distinto al de un niño que haya nacido en Gaza y no creo que la felicidad o la tristeza de unos sean más importantes que las de otros. Como una persona que ha nacido en el lado más poderoso de la jerarquía que existe entre el Mediterráneo y el río Jordán, tengo el poder y la obligación de combatir a esa jerarquía”.
Tras seis reclusiones en prisión Hilel ha sido liberado definitivamente de sus obligaciones militares. No acaba de saber por qué motivo. Quizá las autoridades sospecharon que su voluntad no iba a quebrarse. Por otro lado, un tenaz objetor de 19 años repetidas veces encarcelado podría llamar más la atención y motivar con su valentía a otros jóvenes para seguir el mismo camino.
Por ahora, el esfuerzo de Hilel no ha alcanzado la resonancia internacional de Greta y ni siquiera ha despertado en Israel el eco que cabía esperar. Esto es atribuible a la crítica situación en la que vive el país, que el propio Hilel describe así: “El pueblo de Israel se siente aislado del resto del mundo. El Gobierno y los medios de comunicación nos recuerdan constantemente cómo Irán y muchos otros países desean destruirnos”.
Greta e Hilel son dos jóvenes que aplican sentido común y nobleza de espíritu a unos problemas que sus mayores parecen incapaces de resolver y que conducen a un futuro ominoso. Mientras tanto, Trump desdeña y niega el cambio climático y Netanyahu aplasta y fragmenta al pueblo palestino. Pero ellos son los que ostentan el poder aunque no tengan razón.
Artículo publicado originalmente en el blog del autor El viejo cañón
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