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Con actores beduinos no profesionales y una sencilla historia de un niño alcanzando la madurez, esta película jordana consigue ser fascinante tanto por su impecable factura con aromas de western clásico como por los ecos del crucial momento histórico que muestra, no solo para los beduinos sino para Oriente Medio y el resto del mundo.
Al hablar de beduinos suelen venir a la mente imágenes de exotismo y orientalismo, llenas de extensos desiertos, camellos, rebaños de cabras y gente con un viejo fusil al hombro mientras contemplan la inmensidad de las arenas. Detrás de este cliché se esconde una forma de vida que mal sobrevive contra el signo de los tiempos. Aunque los beduinos dejaron los medios de tracción animal y adoptaron los mecánicos, el seminomadismo de esta población, sus costumbres y el derecho a conservar su forma de vida están siendo arrollados por las políticas de los países en los que viven, el cambio de las condiciones climatológicas y las necesidades de subsistencia. Con una inexacta cifra de más de veintidós millones de personas, repartidos en una veintena de países incluyendo a Egipto, Israel, Arabia Saudí, Sudán y Libia, los beduinos han ido progresivamente dejando su tradicional vida trashumante y una gran parte se ha asentado en ciudades y ha tenido que encontrar trabajo como mano de obra poco cualificada. Los beduinos han visto como las leyes de varios países, superestructuras que no les son propias, han tomado posesión de tierras que durante generaciones han controlado, que se debate sin ellos políticas para limitar su número y, como recientemente en Israel y el plan Prawer, ven destruidos sus pueblos y son recolocados a la fuerza.
El realizador Naji Abu Nowar, nacido en el Reino Unido pero criado también en Jordania, ubica la narración de «Lobo» durante la I Guerra Mundial, momento histórico que considera el punto de inflexión para los beduinos y toda la región de Oriente Medio, cuando llegó «el fin de un imperio de 400 años y sucedió el redibujamiento radical del mapa que hoy en día seguimos sufriendo, con todos los sucesos que ocurren en Iraq, Siria, con los kurdos y Turquía, Israel y Palestina, Arabia Saudí y Yemen. Todos estos sucesos de los cuales hoy oímos hablar son resultado directo de ese único momento histórico». Principalmente se refiere a la Gran Rebelión Árabe de 1916, en la que, al alinearse el Impero Otomano en contra de los Aliados, los árabes iniciaron con ayuda británica una sublevación contra la dominación turca. El lado romántico y europeizado de esta historia es Lawrence de Arabia. La visión histórica desde otro prisma es la traición por parte de los Aliados y el incumplimiento de acuerdos y pactos, entre ellos la constitución de un fugaz reino árabe que las potencias colonialistas pronto trocearon. En este sentido, en su página oficial, el Rey Hussein de Jordania escribe que «tras la conclusión de la guerra, sin embargo, los vencedores renegaron de sus promesas a los árabes, cincelando en las desmembradas tierras otomanas un sistema de mandatos y protectorados.»
Con este trasfondo, el director Naji Abu Nowar construye una historia de transición desde la infancia a la madurez como si fuera un relato de aventuras, donde un niño de nombre Lobo (Theeb) crece aprendiendo las formas y costumbres de su gente para sobrevivir en el desierto de Wadi Rum. Con la llegada de un soldado británico en 1916 y el inicio de un viaje hacia un pozo, Lobo perderá su inocencia por las consecuencias de un conflicto que no termina de ver ni entender, pero del que sufrirá sus efectos colaterales.
Cinematográficamente «Lobo» bebe de muchas fuentes y destaca su estilo de narración, que tal y como manifiesta su director recuerda a los westerns de Sergio Leone en los límites de una frontera, y el uso de los impresionantes paisajes que ya se vieron en «Lawrence de Arabia», hoy de complicado uso cinematográfico puesto que se han convertido en masificadas atracciones turísticas. Con respecto a esta película, aparte de compartir escenarios, se puede ver a «Lobo» como una respuesta antitética de la película inglesa. El mítico filme dirigido por David Lean en 1962 transpira el tipo de orientalismo construido e ideologizado que Edward Said describió y criticó. «Lobo», mostrando el mismo momento histórico y presentando también a un soldado inglés de rasgos parecidos a los de Peter O’Toole, se puede leer como la versión no idealizada de la presencia británica y una visión humana de la espiral de violencia que se generó entre los beduinos.
Y es que «Lobo», a pesar de contar con una bella cinematografía y unos imponentes paisajes naturales que recuerdan a las mejores postales, transpira veracidad y cercanía. Para preparar la película, su director convivió durante casi un año con un grupo de beduinos y, cuando llegó el momento de hacer el casting, se decidió principalmente por actores no profesionales, incluido su joven protagonista, un perfecto Jacid Eid Al-Hwietat. Después del casting vinieron los trabajos de preparación con actores, una labor mediante técnicas de creación de grupos teatrales comunitarios y empleadas, por ejemplo, por Fernando Meirelles en las favelas para rodar «Ciudad de Dios». Una de las consecuencias de este acercamiento naturalista es que en la película no aparecen mujeres, debido a que todas las mujeres beduinas con las que trató el director se negaron ser filmadas.
A diferencia de «Lawrence de Arabia», «Lobo» no es una película grandilocuente, prácticamente solo hay cinco actores en toda la narración y nunca busca magnificar su historia. Siempre se queda cerca de su protagonista, el pequeño Lobo, que aún no sabe subsistir por sí solo, y le escolta en su necesidad de supervivencia cuando el viaje que emprende con su hermano y el soldado británico toma giros inesperados. La película no necesita llamar la atención sobre sí misma: está impresionantemente rodada, posee un brillante sentido del ritmo y una composición de enorme belleza. Además, gracias a las secuencias iniciales, uno puede aprender junto al extranjero y el niño las costumbres y normas beduinas de respeto, hospitalidad y sentido del deber, e iniciar el viaje junto a ellos. Cuesta creer que «Lobo» es una ópera prima y no el trabajo de un director con una dilatada experiencia.
Éste es un filme que ha conseguido conquistar a públicos con referencias culturales tan diferentes como los países árabes donde se ha estrenado con gran éxito, y también los occidentales, logrando incluso la nominación como mejor película extranjera en la pasada edición de los Óscar, y ha ganado premios en Venecia y los Bafta y también en el Cairo y Abu Dabi. Gran parte de su éxito es que «Lobo» funciona en múltiples niveles. Si un espectador no añade la lectura del momento histórico, «Lobo» es una notable película de aventuras de gran factura y hecha con una mirada que recibe influencias del western pero con un enfoque del Este. Pero si al verla se incorpora el peso histórico, una mirada crítica poscolonialista y las consecuencias sociopolíticas de unos acontecimientos que resuenan hasta hoy, «Lobo» resulta completamente absorbente.
«Lobo» consigue poner en el centro de su narración a un grupo muchas veces olvidado, y lo logra con el mejor cine. La producción del filme coincidió con el inicio de la Primavera Árabe y, mediante una sencilla historia de un niño teniendo que madurar por la violencia, realiza una mirada atrás que consigue hacer reflexionar sobre la complejidad de la cadena de causas y consecuencias sociopolíticas sin despegarse de la arena del desierto ni de los ojos de la inocencia. Cuando su director realizó el pase para la tribu beduina con la que convivió, no es de extrañar que estos nómadas del desierto se sintieran orgullosos de la película.
Ficha técnica:
Dirección: Naji Abu Nowar.
Intérpretes: Jacir Eid Al-Hwietat, Hussein Salameh Al-Sweilhiyeen, Hassan Mutlag Al-Maraiyeh y Jack Fox.
Año: 2014. Duración: 100 min.
Título original: Theeb.