En las semanas previas a la invasión rusa de Ucrania, se especuló mucho sobre la concatenación de esta crisis con la existente en el Estrecho de Taiwán. Los paralelismos no han pasado desapercibidos. En Asia, las tensiones entre Beijing y Taipéi han estado escalando desde 2016 con muestras crecientes de exhibición de músculo castrense, con implicaciones no solo de China sino también de EEUU. No pocos se han apresurado a dar la alarma de que Taiwán “podría ser el siguiente”. Sin embargo, a día de hoy, no hay caso. China, que enaltece la estabilidad sobre cualquier otra variable, no imitará a Rusia. En primer lugar, por un doble sentido de oportunidad y capacidad: no está preparada para una acción de similar envergadura; segundo, porque la apuesta por la reunificación pacífica aun prima sobre la opción de la fuerza, ciertamente nunca descartada.
Tras la invasión, el escenario es otro. China rechaza la violación de la integridad territorial de un país soberano como Ucrania, aunque “comprende” la reacción rusa ante el desafío del expansionismo militar de la OTAN. En consecuencia, China, como ocurrió en 2014 con Crimea, no se avendrá a reconocer los nuevos territorios segregados de Ucrania porque ello podría, en caso de crisis, abrir la espita en cascada del reconocimiento de la “independencia” de Taiwán. En Taipéi se condenó sin paliativos la violación de la soberanía ucraniana, calificándola de cambio del statu quo y se sumará a las sanciones, incluyendo el cese de la exportación de microchips.
La empatía china con el Kremlin viene suscitada por la interiorización de un compartido sentimiento de acoso, es decir, la convicción de que Occidente está dispuesto a todo para preservar una hegemonía sobre la que planea el reto emergente chino, con el sorpasso económico al alcance de la mano. A Beijing no se le escapa que Rusia no es rival para Washington y que la hipotética gran batalla está por librarse. Pero de igual forma que la OTAN no renuncia a expandirse más y más en el escenario europeo, la opción de reflotar el QUAD (Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda) o de construir el AUKUS (Australia, Estados Unidos y Reino Unido) responden a la misma idea, la de contener a China combinando diversas opciones (económica, comercial, tecnológica, militar…).
China es consciente de que una guerra en Europa es una pésima noticia. En modo alguno compensa que EEUU pueda distraerse con esta crisis porque el peso, abrumadoramente, recaerá sobre un continente ahora atado más en corto a Washington y más dependiente de la Alianza Atlántica, una realidad que quisiera ablandar para que pueda afianzarse como contrapeso. Ante los hechos consumados, Beijing calibra el alcance de las sanciones anunciadas y probablemente mitigará cuando pueda sus efectos en relación a Moscú. De hecho, sus aduanas ya se han abierto sin restricciones para las importaciones de trigo ruso. Si ante la hipótesis de la exclusión del sistema de pago Swift llevan tiempo trabajando codo con codo en el diseño de mecanismos alternativos, también al dólar en sus transacciones a fin de reducir vulnerabilidades, el grueso del comercio bilateral, poco diversificado, seguirá girando en torno a la energía. China, por tanto, nadará y guardará la ropa echando mano de los malabarismos necesarios.
Pero el “modelo Ucrania” y su supeditación al “contexto histórico” en detrimento de la soberanía democrática puede reproducirse en Taiwán en pocos años. China ha dicho que la reunificación es una línea roja, es decir, un “interés central”. Y los vientos no soplan a su favor. No es solo el poder político en Taipéi el beligerante con su proyecto, muy desacreditado tras la crisis de Hong Kong en 2019; es la sociedad taiwanesa la que se aleja más y más. Washington, por su parte, agujerea un día sí y otro también la política de una sola China que rubricó en el Comunicado de Shanghái hace ahora 50 años. Por tanto, en poco tiempo podemos hallarnos ante una tesitura de gravedad similar.
Europa padece ahora una nueva guerra en su territorio. Una lección amarga. Debiéramos prepararnos desde ya para evitar que esta crisis tenga un “segundo tiempo” en Asia, quizá en un lustro, dicen los jefes militares del Pentágono. Putin ha dado un primer paso. Los internautas chinos también advierten que, al igual que Ucrania, Taiwán será abandonado por Estados Unidos y Occidente cuando China pueda destruir fácilmente la infraestructura defensiva de Taipéi. Cuestión de horas ya, según algunos expertos, también taiwaneses.
Pero Xi Jinping, a la espera de ser renovado en el XX Congreso del PCCh de otoño próximo, también prioriza la estabilidad, lo cual sugiere la posibilidad de un cierto ajuste estratégico que apueste por el apaciguamiento de las tensiones.
Europa debe tender puentes y capitalizar esa indispensable misión reguladora esencial en la definición de ese orden internacional del siglo XXI que está al acecho. Urge asegurar que los temores en el Pacífico se resuelvan apelando a la disposición preferente de medidas de confianza estratégica. Ucrania representa un test para todos. No dejemos a China más opción que profundizar su “comprensión” con Moscú.