Lenguas

Lenguas. La esfinge serenísima
Parece haber bastante consenso en que la lengua en que se forjó mi historia (algunos la llaman “mito”, pero a mí me da igual), la lengua griega (aunque mejor sería llamarla “helénica”, porque eso de llamarla “griega” fue una metedura de pata de los romanos, esos nuevos ricos de la cultura clásica, que incurrieron en una monumental sinécdoque al atribuir a todos los habitantes de la Hélade el patronímico de una de sus regiones menos importantes), que la lengua helénica, digo, es (o fue) una de las más ricas y fecundas como vehículo de transmisión de ideas.

Vamos, eso no lo discute ni siquiera un nazi redomado como Heidegger, que seguramente tendría problemas para comprender por qué sus compatriotas actuales, pese a conservar bastantes de los valores en los que él creyó, desprecian tan olímpicamente a los que hoy viven a la sombra del monte Olimpo, los helenos vivos y coleantes (aunque cada vez les queda menos vida y menos cola a fuerza de pagar deudas a bancos alemanes).

Pues bien, es bastante sabido (menos, al parecer, por algunos filólogos y escritores catalanes) que la gloriosa lengua de Homero floreció en régimen de eso que ahora llaman bilingüismo a lo largo de todo el arco mediterráneo como lengua común (que en griego se dice koiné) de infinidad de pueblos que no por usarla perdieron ni mucho menos sus lenguas maternas. Los mencionados romanos, sin ir más lejos, a poco que hubieran ido a la escuela, solían usar el griego para escribir sobre gran variedad de temas sin por eso dejar de hablar y escribir también en la lengua del Lacio. Y un tal Saulo o Pablo de Tarso, judío por los cuatro costados que hablaba con sus compatriotas en una lengua semítica llamada arameo, escribió la tira de cartas a sus correligionarios cristianos en perfecto griego.

Lenguas. La esfinge serenísima

Cabeza humana en la imposta de San Vicentejo. Románico S XII

Por otro lado, cuando supuestamente se les apareció el Hagion Pneuma (lo digo en griego, pero vulgarmente se lo conoce como Espíritu Santo) a los temblorosos y recluidos discípulos de Joshua de Nazaret, lo que hizo fue infundirles un poco de valor para salir a la calle sin temor a que los crucificaran y ¡les enseñó lenguas extranjeras (así, de golpe, y sin pagar matrícula en ninguna academia)!

Quizá, de haberse enterado Caifás de semejante fenómeno, eso habría sido motivo más que sobrado para hacerles correr la misma suerte que a su maestro. Suponiendo, claro está que el sumo sacerdote hierosolimitano compartiera las creencias de ciertos modernos “sacerdotes” de la cultura(?) que piensan(?) que, cuando se juntan dos o más lenguas, siempre hay una que se come a las demás. Porque, en tal caso, la venerable lengua de Moisés, David, Salomón, Elías, Isaías y Jeremías habría corrido serio peligro, avasallada por la incontinencia verbal políglota de aquellos protocristianos. Y ya que menciono a Jeremías, me huelo que debe de ser figura especialmente venerada por quienes recelan de lenguas ajenas y se pasan el día lamentándose del retroceso en el uso social de la propia, por más que sea la única que se enseña de verdad en las escuelas… (Por cierto, ¿no puede ser que, cuando a alguien que conoce dos lenguas le imponen una de ellas como única, tienda espontáneamente a desahogarse usando la otra fuera de los cauces “oficiales”?)

Yo no entiendo por qué estas cosas quitan el sueño a algunos. Si se pone una en plan melancólico, tendría que lamentar la desaparición de miles de lenguas que han permitido comunicarse, pensar y soñar a centenares de miles o millones de seres humanos durante los siglos pasados. Algunas de ellas tan ricas y difundidas en su tiempo como el antiguo egipcio, el hitita o el sumerio-acadio, lengua esta última en la que se escribió la bellísima epopeya de Gilgamesh, aquel buen hombre que, abrumado por la muerte de su mejor amigo, decidió recorrer medio mundo en busca de la fuente de la inmortalidad. Las lenguas, como los seres vivos, nacen, crecen, envejecen y mueren. Y en el mejor de los casos, se transforman continuamente. No hay más que comparar la lengua de Platón con la de Homero, que presuntamente era la misma. Porque es vano pretender, como Gilgamesh, que nada humano perdure eternamente. Y eso lo dice una que lleva aquí, plantada en medio de este arenal, unos cuantos milenios.

Fotografia de portada: Dama del llengot. Alabastro policromado del artista Gerard Mas.