“Le estamos dando medicinas al sistema, pero no remedios” Parte III

“Le estamos dando medicinas al sistema, pero no remedios”
Perry Anderson es profesor, intelectual y erudito, y acaba de publicar American Foreign Policy and Its Thinkers (La política exterior de EE.UU. y sus intelectuales), una lúcida y coherente explicación de las raíces históricas y los pensadores que han moldeado la política exterior estadounidense. Este fin de semana hemos publicado las dos primeras parte de la entrevista, y hoy hacemos lo propio con la tercera.
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Portada de New Left Review de setiembre de 2001

Hace quince años, durante ese lejano pasado que conocemos como la era anterior al 11 de septiembre, Perry Anderson estuvo al mando de la renovación de , revista de que era editor y que adquirió prestigio (en buena parte) gracias a su gestión. En esa época anterior al 11S ya no existía la URSS, y había empezado lo que conocemos como la supremacía de una sola superpotencia. Las cosas debían pensarse de nuevo. “El capital ha noqueado todas sus posibles amenazas”, escribió Anderson en ese primer número de la nueva era de la revista. “No hay en el horizonte –añadía– ningún agente global capaz de igualar el poder del capital”.

Esas palabras (de hecho, todo el ensayo) cayeron como un mazazo sobre el (maldito) optimismo norteamericano. Por eso, que salté al teléfono cuando VERSO –la editorial de New Left Review– publicó hace unos meses el libro de Anderson, American Foreign Policy and Its Thinkers. Con todo lo que está ocurriendo… ¿Qué pensaba ahora el profesor?

“Lo sorprendente es que el consenso neoliberal, eso que los franceses llaman el pensé unique, no se ha agitado en absoluto”, asegura Anderson en esta parte de la entrevista.

Sería muy fácil asumir que el tiempo que Anderson ha dedicado a las perspectivas realistas lo ha convertido en un enemigo del optimismo. Pero eso sería un error. Es mejor reconocerlo como al intelectual que es: un británico que ha vivido, enseñado y escrito en Santa Mónica desde 1989. Con esa doble mirada (siempre clara y fría) ve optimismo y pesimismo. Dos conceptos que son a la vez dos perspectivas equivocadas a la hora de juzgar las opiniones de uno mismo: “En el desierto del neoliberalismo hay muchos pozos llenos de promesas.”

El capital ha noqueado todas sus posibles amenazas. No hay en el horizonte ningún agente global capaz de igualar el poder del capital.

Antes de entrar en el optimismo y sus peligros, Anderson nos ofrece un análisis de la supremacía americana, con especial atención a la relación con Rusia y, especialmente, a los acuerdos de Putin con distintos presidentes norteamericanos (incluyendo al actual ocupante de la Casa Blanca).

En esta parte de la entrevista me gustaría detener la mirada en Rusia. Acaba usted de escribir un extenso texto en NLR sobre el tema. ¿Cómo describiría a Putin? En una conversación que tuve hace tiempo con Stephen Cohen éste remarcó que la actual democratización de Putin no responde a una política concreta. Estoy de acuerdo, pero ¿cuál es el gran pecado que comete Putin? El presidente ruso se ha resistido a que Rusia se convierta en una imitación de occidente, insistiendo en una forma de estalinismo capitalista que tiene sus raíces en la historia natural del país. He escrito sobre lo que usted califica como “democracia soberana” porque me parece un golpe de efecto a la hegemonía neoliberal. Al menos establece el principio de autodeterminación en su sistema. Algo que es bastante “alternativo” ahora mismo. Desde mi punto de vista ese es el gran pecado de Putin, pero usted parece ver esto como un delirio del mandatario ruso.

Esta foto de archivo de la Casa Blanca fechada el 09 de diciembre de de 1987 muestra el entonces presidente estadounidense Ronald Reagan que controla el tiempo con el líder soviético Mikhail Gorbachov.

Esta foto de archivo de la Casa Blanca fechada el 09 de diciembre de de 1987 muestra el entonces presidente estadounidense Ronald Reagan que controla el tiempo con el líder soviético Mikhail Gorbachov.

 Políticamente hablando, Stephen Cohen ha tenido mucho coraje, y su entrevista con usted es una muestra de ese coraje. Aún así, yo lo interpreto de un modo un poco distinto, sobre todo en relación al final de la Guerra Fría. En este relato, la Guerra Fría terminó porque dos hombres con visión de futuro (Gorbachov y Reagan) vieron que no tenía sentido continuar con algo que les dañaba a ambos. El conflicto terminó por acuerdo mutuo. Poco después, el comunismo se derrumbó y la URSS cayó con él. Pero esto último fue un asunto interno que nada tuvo que ver con los logros de Gorbachov y Reagan.

Por otro lado, creo que Guerra Fría fue una guerra real y que la ganó EE.UU. La victoria no fue militar, aunque la presión militar y la carrera armamentística (donde la URSS no pudo seguir el ritmo) fueran decisivas para la victoria final. Pero la clave es que la victoria fue principalmente económica, política e ideológica. Y fue tan abrumadora como si EE.UU. hubiera conquistado y ocupado a su adversario.

La Rusia de Yeltsin se encontró en una posición estructuralmente parecida a la de Japón y la Alemania Occidental de después de 1945. Semejante, pero con un par de diferencias: la primera fue que no había sobre el terreno tropas norteamericanas. No había un MacArthur o un Clay que administrara la reconstrucción del país. Y la segunda fue que, de repente, tenías a toda una clase política que no solo daba la bienvenida a occidente con los brazos abiertos, sino que tenía la voluntad de hacer todo lo que dijera Estados Unidos. Muchos se mostraron aún más capitalistas que sus mentores, y en la práctica fueron mucho más radicales, privatizando la riqueza del país a una velocidad y a una escala que no habría sido posible en cualquier otro sitio de occidente. Esto nunca fue algo que tuviera demasiada aceptación entre la población rusa y, para seguir en el poder, el régimen de Yeltsin tuvo que echar mano de la fuerza bruta y el fraude (todo ello, con el respaldo de occidente). Esa fue la base de lo que vino después.

Desde Clinton y hasta hoy, la actitud americana subyacente hacia Rusia ha sido la de “esta gente es la derrotada, y está agradecida por nuestra llegada, les diremos qué deben hacer. Y si no les gusta tendrán que aguantarse porque si no, algunas de las acciones que hagamos pueden ir en contra de sus plantaciones de cereales.” Victoria Nuland, asistente de la mano derecha de Clinton, Storbe Talbott, y a día de hoy asistente de Obama en asuntos europeos, no podría haber sido más explícita. Después de decirle al ministro exterior de Yeltsin que debía firmar la inminente operación norteamericana en Bosnia le dijo a Talbott: “Deben comerse sus espinacas”, como si los rusos fueran niños pequeños.

Obama no es distinto. Ha llegado a decir a la prensa que Putin “le recuerda a un adolescente malhumorado sentado al final de la clase”. Nadie levantó una ceja por estas declaraciones en EE.UU., pero imagine qué habría pasado si Putin llega a decir algo similar sobre Obama. Habría sido apocalíptico. La condescendencia es palpable. Y esa es la actitud que regía la expansión de la OTAN hasta las mismas fronteras de Rusia. ¿Que Bush padre le prometió a Gorbachov que la OTAN no llegaría a Europa del Este? ¡A quién le importa! “No estaba por escrito, lo hacemos.” Tan solo un mes después de la llegada de la OTAN a Hungría llegaría el ataque a Yugoslavia, perpetuado por una organización que supuestamente es solo defensiva.

Pero no puede decir que la llegada de Putin no ha influido en la actitud de Rusia hacia EEUU.

El ex presidente ruso Boris Yeltsin, a la izquierda, se encuentra con el presidente Vladimir Putin en Moscú en 2000

El ex presidente ruso Boris Yeltsin, a la izquierda, se encuentra con el presidente Vladimir Putin en Moscú en 2000

Al principio no fue más que un mero ajuste. La década de Yeltsin terminó en una debacle, con el colapso económico de 1998, y Putin llegó al poder como su sucesor. Con la devaluación del rublo [septiembre de 1998] vino la recuperación, cosa que le permitió a Putin restaurar el orden del sistema que había heredado. Lo hizo en medio de una oposición generalizada que aún se acordaba de la experiencia de Yeltsin, y ganándose a las élites, a quienes Putin les dio confianza diciéndoles algo como: “El capitalismo estaba ‘bien’, pero debemos crear nuestra propia versión, y el estado tendrá un papel mucho más activo y decisivo en construir ese nuevo modelo. Rusia es aún una gran potencia, y nos haremos socios de los Estados Unidos. No seremos solo dependientes, como en la era de Yeltsin. Seremos socios genuinos y, para demostrar que somos sinceros en esto, tomaremos la iniciativa.”

¿Así que qué hizo Putin para salir de esa tesitura? Sin tan siquiera ser presionado, hizo todos los gestos de buena voluntad que pudo. Cerró los puestos fronterizos que había en Cuba. Cerró bases en Vietnam. Cuando ocurrió el 11S, fue el primero en llamar a Bush para ofrecerle solidaridad y toda la ayuda posible. En poco tiempo, aviones norteamericanos sobrevolaban Rusia para el ataque a Afganistán (con el tiempo vendría hasta el permiso para aterrizar en Rusia) y se establecían bases norteamericanas en el centro de Asia. Putin pensó: “Ayudaremos a occidente y, a cambio, nos respetarán. No como a la URSS, sino como al imperio zarista de antes de 1914”.

La respuesta de Rusia a lo que yo defino como la “acelerada asertividad” de Washington, ha sido muy activista. Después de que se impusieran las sanciones, Putin empezó una ronda de contactos impresionante. Parecen estarse formando (e intensificando) ciertas alianzas no occidentales: Moscú-Pekín, Moscú-Teherán, Moscú-Delhi, etc. Los lazos bilaterales con América Latina también se están desarrollando. ¿Va a llegar a ser todo esto importante en el futuro de las relaciones internacionales?

 Durante los veinte años posteriores a la Guerra Fría, sorprende ver que el proceso de equilibro tradicional de la teoría realista ha fracasado. Según esta teoría, si una gran potencia llega a ser demasiado dominante otras potencias unirán fuerzas, para crear un contrapeso. Pero esto no ha ocurrido. Si miras durante este período a China, Rusia, la UE o India (dejando de lado Japón), en cada caso su relación con EE.UU. ha sido más importante que la relación entre ellos. No ha habido una formación para el equilibrio.

La escena diplomática parece girar en torno a Washington. En el Consejo de Seguridad, la unanimidad en torno al liderazgo norteamericano es casi una norma, y rara vez se infringe. Eso está empezando a cambiar, pero a día de hoy no está claro hacia dónde va. Paradójicamente no son las potencias rivales de Estados Unidos (tal y como podría esperar la teoría realista) quienes primero han roto filas. Es la más débil de los dos adversarios de la Guerra Fría: no hablamos de China, sino de Rusia.

Las diferencias entre las relaciones de EE.UU. con Rusia y China son la noche y el día.

El presidente de China, Xi Jinping, y el presidente de EE.UU., Barack Obama, en Washington, setiembre 2015.

El presidente de China, Xi Jinping, y el presidente de EE.UU., Barack Obama, en Washington, septiembre 2015.

Sí. Los estrategas de la política norteamericana tratan a China con cierta prudencia, cosa que no hacen con Rusia. Pero también hay otra cara de la moneda en esta relación. Tradicionalmente, el Imperio de turno estaba situado en el centro de su propio universo, y tenía una especie de ‘reinos inferiores’ organizados en un sistema tributario a su alrededor. La China imperial no tenía la habilidad de operar solo dentro de su estado, tal y como imperaba en el estilo europeo. Así que, en los tiempos más modernos, China desarrolló lo que en otros sitios se consideraba política exterior de forma muy tardía.

Rusia, en cambio, fue siempre una potencia en el ámbito europeo y fue poseedora de una diplomacia habilidosa y de una política exterior muy activa, ya en el siglo XVIII. Tiene mucha más tradición en este juego interestatal, y un gran sentido de lo que representan los movimientos diplomáticos. Está acostumbrada a ser tratada como un socio imperial. Por lo que esta degradación inesperada, le irrita.

En China, hay un relato mucho más aceptado (oficial y popular) de un pasado lleno de humillaciones a manos de potencias extranjeras, en comparación al creciente orgullo actual. En Rusia, la humillación no es algo que se pueda encontrar en su pasado, sino una sensación muy moderna. Es esta combinación (una tradición diplomática de potencia y un poder venido a menos) la que hace que Rusia sea para Washington un verdadero obstáculo.

Aun así, usted no dice que estamos atrapados en una supremacía incuestionable de Estados Unidos. En mi opinión, ha habido un avance que va más allá de esto.

Es verdad. Pero una cosa son los discursos y, otra, los hechos. Las declaraciones oficiales chinas y rusas insisten en que no puede haber una hegemonía global, que el mundo de hoy es multipolar. Encontrarán incluso algunas voces dentro de la élite de la política exterior estadounidense diciendo que, por supuesto, estamos entrando en esta nueva era y que EE.UU. tendrá que adaptarse a ello. Hay algo de sentido figurado en estas palabras, pero aún no corresponden a la realidad diplomática. Toma como punto de referencia, por ejemplo, el éxito norteamericano en conseguir que todas las otras potencias preserven el monopolio nuclear de Israel en Oriente Medio.

Cambiando de tema, ¿puedo preguntarle por su ensayo titulado Renewalsy publicado en New Left Review en el 2000, en el primer número de la nueva etapa de la revista? Lo he releído antes de encontrarme con usted ya que, para mí, pero creo que también para muchos otros, fue un momento importante. “El capital ha noqueado todo lo que amenazaba a su orden”, escribía. “No hay en el horizonte –añadía– ningún agente global capaz de igualar el poder del capital”. Esas frases le llevaban a uno a cierta solemnidad. ¿Qué piensa ahora, quince años después?

 Dudo que cualquiera pueda escribir sobre política sin cometer errores de predicción o de análisis. Desde luego, yo no puedo. Pero no tengo razón alguna para arrepentirme de nada de lo que escribí en ese ensayo. En ese momento, dije que el neoliberalismo se había convertido en la ideología más exitosa de la historia mundial. Mucha gente se opuso a ello, y es cierto, por supuesto, que un sistema de creencias económicas no tiene nada que ver con la profundidad que tienen la mayoría de religiones del mundo. Pero se había convertido en la más universal de todas las doctrinas hasta la fecha, porque no había un país donde se tomasen las decisiones de base ideológica. Y eso era cierto incluso en países como Rusia o China. El consenso de los economistas en torno a ello fue abrumador.

th11El eslogan de Thatcher, TINA, [“There is no alternative” (“No Hay Alternativa”)] se había convertido en el sentido común de la época. Esa era mi opinión entonces.

¿Y desde entonces?

 En 2008 estalló la primera gran crisis del modelo de capitalismo financiero y desregulado creado durante la era Thatcher y Reagan. En algunos países, los efectos inmediatos fueron incluso peores que en la Gran Depresión de los años 30, y las causas subyacentes de la crisis aún no se han solucionado. Fue con la explosión de la burbuja de crédito que había estado manteniendo el crecimiento (a un ritmo cada vez mayor) en todos los países capitalistas desarrollados. ¿Cuál ha sido el remedio desde entonces? En Estados Unidos, en Japón, en la Unión Europea, y ahora también en China, se ha apostado por la “expansión cuantitativa”, es decir, inyecciones masivas de dinero fácil para apoyar el valor del activo neto. Vendría a ser una nueva ronda de lo que creó la primera crisis. Le estamos dando medicinas, analgésicos, al sistema, pero no remedios, y nos enfrentamos a un nuevo trastorno. Pero lo sorprendente es que el consenso neoliberal (eso que los franceses llaman la pensée unique) no se ha agitado lo más mínimo. La doctrina base prevale tanto hoy como hace quince años. En algunos casos (miremos a la Unión Europea, en dónde las medidas de austeridad son hoy mucho más severas que en el 2000, sin mencionar siquiera los inicios de la unión) el cabo del neoliberalismo está más atado que nunca. Y si miramos a las versiones menos predominantes del capitalismo (tomemos el sistema con el que preside Sudáfrica el CNA, el Congreso Nacional Africano, o Brasil, que ha abandonado en los últimos años la ortodoxia), ¿cómo son los titulares de los periódicos financieros en Sao Paulo? Privatización de las infraestructuras y recortes en gasto social. El neoliberalismo es hoy una expresión de un capital que ya no está limitado por el miedo al comunismo, a los sindicatos poderosos, a las modestas reformas socialdemócratas o a los nacionalismos periféricos. Aún no está desbancado.

El neoliberalismo es hoy una expresión de un capital que ya no está limitado por el miedo al comunismo, a los sindicatos poderosos, a las modestas reformas socialdemócratas o a los nacionalismos periféricos.

Una de las sensaciones que se desprenden de su trabajo es esa actitud alerta en contra de los puntos de vista optimistas que exageran (o incluso idealizan) la perspectiva de un cambio estructural a corto plazo. En el 2000 también habló con mucho respeto (¿o fue ironía?) de aquellos que creías que el capitalismo “acabaría disolviéndose en otras formas más profundas de igualdad, sostenibilidad y autodeterminación”. ¿Cómo describiría su propia perspectiva?

 En un editorial destaqué que, cuando te encuentras objetivamente en una posición débil, especialmente después de una derrota, hay una tentación intuitiva de buscar rayos de esperanza o el lado bueno de las cosas para así animar el espíritu de la gente. Si eres un líder, o un activista involucrado en un movimiento político, creo que es comprensible e inevitable (y perdonable) que esto ocurra. Pero si eres un intelectual, creo que tienes el deber de resistir a esos impulsos e intentar mantenerte en los hechos tal y como tú los ves.

Déjeme mostrar esto de otro modo. Estuve en India durante nueve meses y, en mis entrevistas, me acuerdo que acababa la conversación preguntando: “¿Es usted un optimista o un pesimista?”. Obtuve muchísimas respuestas dispares, todas ellas interesantes. La mejor fue la de Shiv Visvanathan, un sociólogo de Gandhinagar y una de las mentes indias más interesantes. “Sin lugar a dudas, soy un optimista”, me dijo. “Si un crítico no es optimista… ¿porque molestarse?”, añadió. ¿Cuál sería su respuesta?

 Un momento. ¿Puede uno asegurar que el optimismo está implícito en toda crítica? Este es un alegato muy poderoso de la Kulturkritik siglo XIX, y en perspectiva es muy pesimista.

¿No cree que haya un significado escondido, implícito, incluso en las críticas pesimistas? ¿Las cosas podrían ser de alguna otra manera? Acostumbro a pensar que existe ese impulso constructivo detrás de cada crítica.

 ¿No descarta esa posibilidad el pesimismo como tal? En esos términos nadie sería pesimista. Pero si nos fijamos en la corriente principal de la Kulturkritik de la segunda mitad del siglo XIX, vemos que la forma que tomaban para explicar las cosas era el diagnóstico constante de la decadencia occidental, sin remedio alguno. Esto no fue solo un fenómeno europeo. Encuentras la misma tendencia en Henry Adams, quien define la entropía y la humanidad como algo decadente. A mi entender, uno puede ser extremadamente crítico con el mundo y extremadamente pesimista con respecto a él. La decadencia no requiere del pesimismo. En la segunda parte de mi libro hay un análisis del trabajo más moderno de Brezezinsky, quién criticó y definió a Estados Unidos como la clásica sociedad decadente en un estilo muy característico de la Kulturkritik, pero a la vez ofrecía opciones para revertir dicha caída.

¿Y dónde se ubica usted?

 Si eres de izquierda, creo que la fuerza es mejor valor que el optimismo o el pesimismo. No excluye a ninguno de los dos, dada la coyuntura. Pero ya que la Historia siempre es capaz de sorprendernos, una postura a priori optimista o pesimista tiene poco sentido. Siempre es susceptible al desconcierto.

Tal y como he enfatizado hace un momento, la continua hegemonía del neoliberalismo es como un conjunto de ideas sobre la forma única en la puede funcionar la economía moderna. Pero como esta ortodoxia aún no se ha agitado por ningún lado, es también cierto que los nuevos movimientos y algunos medios se están alzando en su contra. Se trata de movimientos con mucha energía popular y movimientos incipientes que ofrecen ideas contrarias a lo establecido.

Portada de la revista Jacobin

Portada de la revista Jacobin

Durante los últimos dos años, New Left Review ha estado publicando una serie titulada “New Masses/New Media” (“Nuevas Masas/Nuevos Medios”). Les recomiendo su lectura. El que está teniendo mucho éxito es un sondeo del sociólogo sueco Göran Therborn de las perspectivas de resistencia al capital a escala global. Se establece una especie de inventario de los diferentes grupos sociales y las fuerzas de todo el mundo que ya representan movimientos reales o potenciales de oposición. La serie de artículos ha incluido desde entonces reportajes de las manifestaciones sociales masivas en Brasil durante la Copa Mundial de fútbol, los grandes enfrentamientos en Estambul, las emblemáticas manifestaciones en Hong Kong, el aumento de Podemos en España… Ha habido artículos sobre las protestas por el agua en Irlanda, sobre el partido del “Hombre Corriente” en India… y vendrán muchos más, junto con otra serie de artículos sobre las nuevas formas de expresión opositora y de las propuestas para el control democrático de grandes volúmenes de información en Internet. Los EE.UU. no han sido líderes en ninguno de esos éxitos, tal y como el movimiento Occupy Wall Street y las publicaciones periódicas como Jacobin and n+1 están mostrando al mundo.

En el desierto del neoliberalismo hay actualmente muchos pozos llenos de promesas. Sin embargo, y tomando como medida de este paisaje contemporáneo, vemos que ni el pesimismo ni el optimismo son guías útiles. Lo que necesitamos es, más bien, un cálculo preciso del equilibrio de fuerzas que hay en el conflicto. Y, por supuesto, estar atentos al rumbo que tomen los grandes cambios.

 

Patrick L. Smith entrevista al profesor e intelectual Perry Anderson.

Patrick Smith es columnista de Salon. Ex-corresponsal y editor del International Herald Tribune y del The New Yorker, es también ensayista y autor de numerosos libros. Su página web es: patricklawrence.us.

Si te han interesado esta parte de la entrevista que el periodista de Salon PATRICK L. SMITH hizo a Perry Anderson, puedes leer las dos primeras partes en #TopoExpres. Anderson habla de Rusia y de la Unión Europea desde una óptica muy particular.

Parte I bit.ly/1S9vkXy
Parte II bit.ly/21BB6nh

Traducción de Anna Galdon