Estos últimos días, los medios de comunicación informan de la presencia significativa de mujeres de todas las edades en la movilización de los chalecos amarillos. En efecto, ellas están presentes en las rotondas y aparecen regularmente en los medios de comunicación. Han surgido varias figuras, como Priscilla Ludoski, que tomó la iniciativa de la petición en línea que reunió a casi un millón de firmantes, o Jacline Mouraud, que publicó un video en Facebook a fines de octubre (1). Denuncian la disminución del poder adquisitivo, las injusticias fiscales, los bajos salarios, pero también la condescendencia del poder y su desprecio de clase, resumidos en el eslogan que exige la dimisión de Emmanuel Macron.
La participación de las mujeres en huelgas y movimientos sociales no es nada nuevo, especialmente contra la carestía de la vida. A partir del siglo XVIII, tomaron parte en revueltas, ya fueran alimentarias, antifiscales o antiseñoriales: y en ellas pueden ocupar un lugar central, instando a los hombres a seguirlas. Arlette Farge escribe:
«En la revuelta, las mujeres funcionan de manera diferente a los hombres, estos últimos lo saben, lo consienten y, sin embargo, las juzgan. Desde el principio, son ellas quienes ocupan el centro del escenario, exhortan a los hombres a seguirlas, ocupando las primeras filas de la revuelta. De ese momentáneo mundo al revés los hombres no se sorprenden; empujados por los gritos y las incitaciones, ellos hinchan a la multitud con su presencia.
Son muy conscientes de hasta que punto las mujeres que toman la delantera impresionan a las autoridades, saben que tienen poco miedo, ya que son menos punibles, y que este desorden de las cosas puede ser la garantía del éxito posterior de su movimiento. Saben, aceptan estos roles masculinos y femeninos, y al mismo tiempo juzgan: las mujeres, sus gritos, sus gestos y sus comportamientos. Fascinados, irritados, las ven y las describen como fuera de sí, abusivas, incluso excesivas» ( 2).
Estas pocas palabras de Arlette Farge, que resumen el papel desempeñado por las manifestantes del siglo dieciocho, también podrían relacionarse con su participación tanto en los movimientos sociales como en la vida política. Ya estén en la iniciativa de la lucha o simplemente involucradas, a menudo son juzgadas por los hombres cuando se manifiestan o hacen huelga porque, en última instancia, constituye una transgresión de género y, debido a esto, pueden ser criticadas o incluso desacreditadas.
En octubre de 1789, se reunieron contra el alto precio del pan y marcharon a Versalles para desafiar al monarca. Luego trajeron de vuelta a París «al panadero, la panadera y el pequeño panadero», a quienes consideran los garantes de una vida adecuada, y por lo tanto las personas responsables de sus miserias. También están involucrados en los levantamientos que marcan el siglo XIX.
De manera similar, en la Belle Époque, la historiadora Anaïs Albert demuestra que las mujeres de las clases populares siguen siendo el eje de las movilizaciones contra la vida cara, las condiciones de trabajo y los bajos salarios, como es el caso de las Midinettes (jóvenes obreras del textil, ndt) en 1917. Esto se debe a que el consumo de los hogares populares es su responsabilidad y porque proporcionan una parte importante del trabajo doméstico (3).
Estas revueltas no son simplemente espontáneas y espasmódicas y, por lo tanto, dignas de ser no tenidas en cuenta: al contrario, el historiador Edward Palmer Thompson ha revelado su racionalidad específica en relación con la clase obrera en formación en Inglaterra. Además de la pobreza, es el sentimiento de injusticia lo que está en el origen de la movilización, un acontecimiento experimentado por los actores y las actrices como la ruptura de un contrato social tácito.
En la década de 1970, las obreras en huelga pusieron en primer plano su dignidad en el trabajo, considerando que cuando son humilladas, menospreciadas diariamente por los pequeños jefes, víctimas del desprecio de la jerarquía se da una ruptura de este contrato. Más allá de las demandas salariales o la organización del trabajo, la dignidad y el reconocimiento son, por lo tanto, un punto esencial en sus luchas de la época, donde estuvieron en juego las fronteras de lo justo y lo injusto.
Sin embargo, a menudo tienden a ser relegadas al rango de testigos en la historia de las luchas mixtas, y la organización y la estrategia de movilización son asumidas principalmente por los hombres sindicalistas. A menudo, en el contexto de las huelgas mixtas en la industria, las obreras son relegadas a una posición pasiva, desde la que se desarrolla una estrategia sin contar con ellas.
En los años1968, en Moulinex, ellas estuvieron involucradas en las luchas y fueron solicitadas por los medios de comunicación para que informasen sobre su vivencia diaria en la fábrica, pero fueron los hombres sindicalistas quienes se reunían con la dirección y negociaban. Mientras, en paralelo, apoyándose en la experiencia de las obreras, las feministas también desarrollaron la reflexión sobre el vínculo entre las luchas de las mujeres y la lucha de clases, pero sin asociarlas siempre a la reflexión estratégica.
En todas las movilizaciones sociales del período reciente, la implicación de las mujeres es igualmente fuerte y, sin embargo, siempre sorprende. Esta participación de las mujeres aparece cada vez como una novedad. Su presencia se entiende como el signo de una movilización excepcional: si incluso las mujeres se ponen a ello… En realidad, lo que realmente debe asombrar es que se olvide su participación; es decir, su invisibilización retrospectiva.
Las mujeres se han movilizado de forma decidida durante varios años en el sector de la salud, con huelgas mayoritariamente femeninas con enfermeras por ejemplo, o en la limpieza donde han denunciado su situación. En el otoño de 2017, las asalariadas de Onet realizaron varias decenas de días de huelga para denunciar sus condiciones de trabajo en las estaciones de tren, mientras que las del Holiday Inn se unieron contra las cadencias infernales. En este momento, por ejemplo, la huelga de las limpiadoras en el Hotel Park Hyatt Vendôme hace visible no solo su trabajo, sino también las condiciones en que se realiza, debido a la división sexual y también a la división racial del trabajo.
Hoy, con los chalecos amarillos, la participación de las mujeres está vinculada en parte a su asunción del trabajo doméstico, un trabajo gratuito realizado en su mayoría por mujeres (incluso si las fuentes de su movimiento no se reducen a él): es siempre a ellas a quienes les toca asegurar la vida en el marco del hogar y de la familia.
En un contexto que hace que esta tarea sea imposible para muchas de ellas, la movilización permite revelar en el espacio público lo que quedaba en la esfera privada: si muchas no llegan, está bien que se perciba que los problemas generalmente experimentados como personales tienen causas sociales, que lo privado es político.
Además, algunas mujeres implicadas en los chalecos amarillos trabajan en profesiones de servicios personales en los que las formas de organización y movilización colectiva, en y por el trabajo, son difíciles de implementar: movilizarse con los chalecos amarillos, es hacer aparecer a plena luz y politizar sus difíciles condiciones de trabajo y existencia. Esto también se refleja en los primeros resultados publicados por una encuesta en curso sobre los chalecos amarillos (4): muchas de ellas son auxiliares sanitarias o auxiliares domiciliarias. Algunas crían solas (5).
Lo que puede estar cambiando en la salida a la luz del movimiento de los chalecos amarillos es que la invisibilidad de las mujeres se hace parcialmente visible y se debate sobre ello (incluso si ello sigue siendo tendencial, ya que algunas tardes en BFMTV se da más la palabra a los hombres). Un fenómeno probablemente relacionado con el aumento de legitimidad del discurso de las mujeres en los últimos meses.
Con la secuencia feminista desplegada a escala global, desde la huelga del 8 de marzo en el Estado español hasta las movilizaciones por el derecho al aborto en Argentina, desde #MeToo en los Estados Unidos hasta la manifestación del 24 de noviembre en Francia, una nueva ola feminista está en desarrollo. Promueve el discurso de la mujer en el espacio mediático.
Si el establecimiento de la portavocía de los chalecos amarillos era sintomático de la tendencia a ver desaparecer a las mujeres -eran 2 de los 8 portavoces- la originalidad del movimiento es precisamente no tener una dirección en la que los hombres pudieran monopolizar la atención. Las formas de organización democrática que se esbozan a veces en el movimiento no pueden pasar por alto su palabra. Las iniciativas feministas –asambleas generales, cortejos en las manifestaciones– se ponen en marcha para hacer todavía más visibles a las mujeres y sus reivindicaciones en el marco del movimiento.
17/12/2018
Notas:
1/ https://information.tv5monde.com/terriennes/pourquoi-autant-de-femmes-en-gilets-jaunes-274434?fbclid=IwAR0PwC5ItNg8nRu9KnE8vFQ6nEL7bfBH3BsceCfYiXFSXqQ8L2B_5ZdZlbU
2/ Arlette Farge, “Évidences émeutieres”, en Natalie Zemon Davis, Arlette Farge (ed.), Histoires des femmes XVI º--XVIII° siècles , París, Plon, vol. III, 1991, p. 491-496.
3/ Albert, Anaïs, “Les midinettes parisiennes à la Belle Époque: bon goût ou mauvais genre?”, Histoire, économie 6 société, vol. 32e année, nº 3, 2013, pp. 61-74.
4/ https://www.lemonde.fr/idees/article/2018/12/11/gilets-jaunes-une-enquete-pionniere-sur-la-revolte-des-revenus-modestes_5395562_3232.html
5/ https://information.tv5monde.com/terriennes/pourquoi-autant-de-femmes-en-gilets-jaunes-274434?fbclid=IwAR0PwC5ItNg8nRu9KnE8vFQ6nEL7bfBH3BsceCfYiXFSXqQ8L2B_5ZdZlbU
Artículo publicado originalmente en Contretemps,
Versión castellana traducida y publicada por Viento Sur.
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