La repetición de las elecciones generales augura una de las campañas electorales más duras e inciertas desde la Transición. Tanto la Constitución como la Ley Electoral estuvieron concebidas precisamente para garantizar la estabilidad institucional, mediante el llamado bipartidismo o turno dinástico, y evitar circunstancias como a las que ahora nos enfrentamos.
El hecho de que deban repetirse los comicios resulta un indicador del grado de descomposición del ordenamiento político-jurídico vigente, cuyo corolario es la recomposición del sistema de partidos con la emergencia de dos formaciones, Ciudadanos (C’s) y Podemos, que se proyectan como la alternativa a los dos grandes partidos de ámbito estatal, sumamente erosionados por el impacto de la triple crisis: institucional, socio-económica y territorial que aquejan al país y a la que no han sabido dar respuesta.
La correlación parlamentaria de fuerzas surgida del 20D dibujó un escenario donde ni PP ni PSOE, a pesar de ser la primera y segunda fuerzas más votadas, tenían los suficientes escaños para formar gobierno en solitario, pero en el que tampoco las formaciones emergentes disponían de la capacidad para ello. Por primera vez se rompió la regla no escrita según la cual el desgaste de una de estas dos formaciones hegemónicas propiciaba el ascenso de la otra, como ocurrió con la debacle del PP tras los atentados islamistas del 11M en Madrid o con el hundimiento PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero. Los socialistas no sólo fueron incapaces de capitalizar el desgaste del PP de Mariano Rajoy, sino que cosecharon el peor resultado de su historia.
Por una “sonrisa del destino” –por citar a Pablo Iglesias– el resultado electoral le otorgó a Pedro Sánchez una posición central que le habilitaba como el único candidato capaz de articular una mayoría parlamentaria que le condujese a La Moncloa. Sin embargo, las restricciones impuestas por el comité federal de su partido imposibilitaban, en la práctica, armar esa mayoría. En efecto, le fue vetado un acuerdo de gran coalición con un PP asediado por la corrupción y que podía conducir al PSOE a sufrir la suerte del PASOK griego. También le fue prohibido, a pesar de su viaje a Lisboa, un acuerdo de izquierdas con Podemos e IU, que debería contar con el apoyo del PNV y la benévola abstención de los independentistas catalanes.
Sánchez se decantó por un pacto a la andaluza con C’s. Quizás en los cálculos del líder socialista y de Albert Rivera entraba la posibilidad que acaso PP o Podemos se doblegarían a las fuertes presiones de sus respectivos entornos sociales y mediáticos para permitir, mediante la abstención, la formación de un ejecutivo “centrado” que acometiese las reformas regeneracionistas destinadas a recomponer la credibilidad del sistema.
Finalmente no ha sido así. Ni Mariano Rajoy, ni Pablo Iglesias se han dejado amilanar y han preferido arrostrar el riesgo de una nueva cita con las urnas. El primero esperando que un sector importante de los electores que emigraron a C’s vuelvan al redil, atemorizados por el giro izquierdista de Rivera al pactar con el PSOE. El segundo calculando que un sector de votantes socialistas mostrarían su disconformidad con la elección derechista del socio de Sánchez; además, mediante una coalición con IU se abre la esperanza de verificar el sorpasso al PSOE y proclamarse segunda fuerza del país. Eso, claro está, con el permiso de las confluencias catalana, gallega y valenciana, que ahora podrían presentarse en solitario para acceder al grupo parlamentario propio.
En esta tesitura, a Sánchez, como ya lleva insistiendo desde hace días, sólo le quedará el recurso de enfatizar sus esfuerzos para formar gobierno y culpar sin descanso a Podemos de haber impedido desalojar a Rajoy del poder.
Múltiples incertidumbres
A pesar que diversas encuestas prevén una repetición –escaño arriba o escaño abajo– de los resultados del 20D, múltiples factores pueden concurrir para dibujar un mapa electoral sensiblemente distinto. Sólo citaremos dos de los más relevantes.
El primero, derivado de un previsible incremento de la abstención, que combinada con la Ley d’Hont, podría modificar el reparto de escaños en numerosas circunscripciones electorales, que además se vería incrementado por los efectos de la concentración del voto de izquierdas si Podemos e IU concurren en coalición.
El segundo, motivado por los previsibles cambios en el sentido de voto hasta cierto punto imprevisibles. Podría darse el caso de que sectores del electorado premiasen a PSOE y C’s, que capitalizarían la imagen de haber sido las formaciones más proclives al pacto y las que supuestamente más habrían trabajado para evitar la repetición de los comicios. Pero, también, podría producirse el efecto contrario y que muchos electores se decantasen por las polaridades del arco ideológico, concentrando sus votos en PP y Podemos como representantes genuinos de la derecha y la izquierda.
Pulso al independentismo
En Catalunya la repetición de los comicios ha reactivado las presiones de Convergència (ahora Democràcia i Llibertat) sobre Esquerra para concurrir en una lista unitaria independentista. Quizás uno de los pocos datos fijos de las encuestas apunta a otro descenso de la primera formación. Tanto es así que circulan insistentes rumores sobre una hipotética candidatura liderada por Artur Mas como último recurso para evitar la debacle. En cualquier caso, ERC ya ha anunciado que no piensa escuchar esos cantos de sirena y que se presentará en solitario, con la única duda desi Gabriel Rufián volverá a encabezar la lista electoral.
El 20D se produjo una caída sustancial del voto independentista respecto a las autonómicas “plebicistarias” del 27S en beneficio de la coalición izquierdista En Comú Podem. Estos comicios servirán para certificar si esta tendencia se consolida, lo cual sería percibido como un revés al proceso soberanista.
Sin previsiones fiables
El carácter inédito de los comicios y los múltiples factores en juego impiden realizar una previsión mínimamente fiable de los eventuales resultados electorales, donde el hartazgo de la ciudadanía podría constituirse en un factor determinante. Además, cuando la campaña será de una excepcional dureza y pueden aparecer más escándalos de corrupción.
El veredicto de las urnas nos permitirá evaluar el grado de erosión de los partidos del turno dinástico y la capacidad de las fuerzas emergentes para presentarse como alternativas de recambio, pues en el proceso de negaciones han perdido, por así decirlo, su virginidad política. También servirá para tomar el pulso a las fuerzas independentistas catalanas, cuando se multiplican los signos sobre la dudosa viabilidad de la hoja de ruta soberanista.