Las cuitas de Trump

Trump crisis del coronavirus
©Coronavirus Pandemic por Bill Day, Tallahassee, FL. Traducción: «Aquí no hay nada que ver… ¡no hay por qué preocuparse!»

El presidente Trump se encuentra en un enorme atolladero. Está mostrando una incapacidad aterradora para gestionar la crisis del coronavirus. Las curvas de infectados saltan de escala. El estado más potente y rico del mundo (según dicen ellos) se muestra incapaz de hacer frente a esta contingencia. Paradójicamente EEUU invierte el 15 % del PIB en sanidad, aunque como todos sabemos esta es en gran parte privada. Las dudas, los cambios de criterio de la administración (incluso con pocas horas de diferencia) revelan incapacidad y confusión. La imagen de los “toros mecánicos” cargando bolsas de cadáveres en contenedores no son Fake News. Las fosas comunes neoyorquinas tampoco. El país que presumía de imponer su poder en todo el mundo muestra hoy sus terribles carencias. Incluso su ejército se encuentra en graves dificultades. Parte de su flota, incluido un portaaviones nuclear, está inmovilizada por efecto de la pandemia. El comandante en jefe de las tropas desplegadas en Japón ha declarado el estado de emergencia sanitaria en las bases norteamericanas de la región por la propagación del virus entre los soldados.

Trump está demostrando una escasa simpatía por sus propios ciudadanos, apremiado por sus urgencias electorales. Las prácticas del confinamiento social no se están llevando a cabo. Las comunidades religiosas más extremistas, vivero de votos republicanos, han sido declaradas recursos estratégicos, al igual que las armerías, y han permanecido abiertas.

Al presidente Trump se le acumulan los problemas. La guerra petrolífera iniciada por Arabia Saudita contra Rusia, justo en el inicio de la pandemia, es ahora uno de sus mayores quebraderos de cabeza. Arabia Saudita necesita dinero, mucho dinero. El régimen de la casa Saud arrastra un enorme déficit financiero, más del 5% el año pasado, y una guerra en el Yemen que es un pozo sin fondo.[1] Riad presuponía una acción militar rápida (un máximo de cinco meses con un gasto diario de 175 millones de dólares) pero la guerra ya dura cinco años y según el cálculo de la Universidad de Havard el coste supera los 200 millones diarios. Solo, y según estimaciones oficiosas, el material militar perdido en la última ofensiva victoriosa de los huzíes suponía para el régimen teocrático una pérdida superior a los 2.000 millones de dólares. La teocracia saudí no solo está sufriendo una grave derrota militar sino un auténtico “crack económico”. En el ejercicio actual se preveía un déficit de 50.000 millones (con un petróleo a 52 $/barril) que se transformará, de no cambiar las cosas, en un agujero de más de 120.000 millones de dólares. Arabia Saudita intentó a comienzos de enero que Rusia redujera la producción para incrementar los precios. En ese momento se cotizaba el barril por encima de los 65 $. Rusia, el segundo mayor exportador de la OPEP+ tras la propia Arabia Saudita, rechazó el nuevo recorte en la producción. La falta de acuerdo, unida a la reducción del consumo por efecto del coronavirus, hundió el precio hasta situarse por debajo de 20 $/barril. Algunos ejemplos ilustran con claridad la magnitud del desplome de precios: en México, otro gran productor, ha llegado a ser más barato un litro de petróleo que un litro de agua embotellada. El petróleo pesado canadiense de la zona de Alberta no cubre ni siquiera los costos de transporte. Los campos petrolíferos más caros de Brasil y Canadá están cerrando. En EEUU más de medio centenar de plataformas petrolíferas de esquisto, la gran apuesta de Trump para lograr la supremacía energética mundial, han cerrado y despedido al personal.

El hundimiento de la industria del esquisto puede ser un golpe demoledor para bancos y fondos de inversión. Esos últimos han realizado en los últimos años inversiones enormes y arriesgadas en el sector. La crisis en los fondos de inversión arrastraría a su vez a los fondos de pensiones estadounidenses que han invertido miles de millones. Se prometían unos retornos entre el 5-7%. De nuevo estamos ante el escenario del 2008 pero elevado a una potencia mayor.

Riad pretendió, hundiendo los precios, doblegar la posición rusa. Se equivocaba. El presupuesto de Moscú “solo” depende en un 16% de la extracción de petróleo mientras que en Arabia Saudita es del 90%. Moscú tiene un presupuesto sin déficit e importantes reservas financieras que le permiten soportar durante una larga temporada precios bajos. Trump pidió a Mohammed bin Salman que redujera su producción. Éste hizo todo lo contrario. La industria turística del reino está muerta y se necesita cada dólar que se pueda conseguir. Arabia Saudita intenta vender su crudo pero la parálisis de la demanda, la reducción de la actividad industrial en la mayoría de los países, ha aumentado los stocks. En tiempos normales el consumo mundial se estimaba en unos 100 millones de barriles diarios; en tiempos de coronavirus es menos de 80 y descendiendo; mientras, Arabia Saudita y Rusia aumentan la extracción. Riad está bombeando 12,3 millones de barriles diarios. Emiratos y otros grandes productores hacen otro tanto hundiendo el precio a niveles irrisorios. Trump declaró públicamente (todo para consumo interno puesto que estamos en tiempo electoral) que para apoyar a su “aliado” compraría petróleo saudí barato y rellenaría sus reservas estratégicas. En realidad el depósito está bastante lleno y su capacidad de almacenaje no supera los 2.000.000 de barriles diarios y además ha de comprar su propio petróleo de esquisto. Asistimos a un fenómeno curioso y es el almacenaje de millones de barriles en supertanques que ahora no tienen fletes por la caída de la demanda y se usan como almacenes de crudo. En el mercado energético se especula que más 12 millones de barriles diarios no tendrán sitio donde almacenarse de mantenerse el nivel de extracción y la atonía de la demanda.

La guerra petrolera pone en evidencia que el boom del Fracking del que tanto alardea el presidente Trump, no es sino una enorme burbuja especulativa que el conflicto iniciado por Riad puede hacer estallar. Putin mira con calma esa realidad. Hace tres semanas Trump telefoneaba al mandatario ruso pidiéndole que redujera su producción para subir los precios. La respuesta fue nuevamente negativa; las contrapartidas norteamericanas eran escasas: eliminar algunas de las sanciones económicas a Moscú. La conversación fue un mal trago para Trump que tuvo que rebajarse a pedir ayuda al super-villano ruso; es por ello que no tuvo repercusión en los medios occidentales. La agencia rusa Tass emitía un comunicado muy sintético que evidencia la frialdad de la posición rusa: «Vladimir Putin y Donald Trump acordaron continuar con los contactos personales». Trump, y lo sabe perfectamente Putin, es un presidente sin palabra y sin escrúpulos, no es de fiar. Rusia ha podido superar gran parte de los efectos de las sanciones al producir por sí mismos gran parte de los productos que antes importaba de Occidente. El apoyo de China, a la que vende energía a precios tasados, le permite tener ingresos asegurados.

Los problemas del dignatario estadounidense se multiplican. El petróleo de esquisto, como hemos dicho, es la gran apuesta del presidente norteamericano para conseguir la independencia energética. Ha explotado internamente esa posición como un resultado de su proyecto: “America First”, pero la producción del petróleo de esquisto bituminoso implica enormes desembolsos y exige un precio mínimo, entre los 39 y 48 $ /barril, para asegurar su rentabilidad. Goldman Sachs hace una estimación del precio de petróleo tipo Brent por debajo de los 30 $/ barril para el segundo y tercer trimestre del año. Es posible que tras el abandono del mercado del petróleo de esquisto los precios vuelvan a recuperarse. Eso es lo que Rusia quiere. Temiendo este escenario Trump ha decidido presionar a Riad para que acepte negociar una reducción de la producción con Rusia. La amenaza para el príncipe heredero saudí no es nada sutil. El pasado día 8 de abril un grupo de 50 legisladores republicanos hacían una advertencia al reino: o se alcanzaba un acuerdo con Rusia o EEUU implementaría una norma legal que permitiría que las tropas norteamericanas abandonaran el reino incluidos los sistemas de defensa antiaéreos.

La crisis del petróleo y la pérdida del lugar ganado con tanto esfuerzo por EEUU como principal productor mundial de petróleo en 2018 tendrán consecuencias en la política exterior. Washington siempre ha considerado que la seguridad energética y la seguridad nacional están inexorablemente unidas. En este contexto se producen movimientos muy importantes como es el acercamiento de Emiratos Árabes ‎Unidos a EEUU y las maniobras militares conjuntas realizadas hace unas semanas en territorio emiratí. Se prepara posiblemente un “tsunami” político de enorme intensidad que no es otro que la fragmentación de Arabia Saudita como estado. El papel de gendarme en la zona pasará de las manos del príncipe heredero de Arabia Saudita Mohammed bin Salman a las del príncipe emiratí Mohamed ben Zayed. Curiosamente el “posible” nuevo gendarme local no tiene malas relaciones con archienemigos de Trump como son el presidente sirio (Emiratos abrió su embajada en Damasco en 2018) o Teherán, rompiendo el bloqueo estadounidense, al enviar cargamentos de medicamentos hace pocos días.

Mohammed bin Salman, el líder de “facto” de Arabia Saudita, es un personaje singular. Sufre una enorme tensión interna: otros príncipes con iguales derechos sucesorios le disputan el trono. Le es imprescindible consolidar su liderazgo como príncipe heredero. La prepotencia del personaje y su falta de criterio como estadista (en medios periodísticos se le conoce como el rey payaso) le ha empujado a enfrentarse simultáneamente a dos superpotencias: a Rusia, a la que intenta humillar, y a EEUU, cuyo petróleo de esquisto puede hacer entrar en bancarrota. Simultáneamente, pierde la guerra en el Yemen y se aísla políticamente de todos sus aliados. En este momento la decisión de inundar el mercado le opone a Argelia, Libia, Nigeria, el Sultanato de Omán, Bahréin, Qatar, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos (la mayoría aliados en la OPEP) que necesitan urgentemente de un petróleo más caro, especialmente en tiempos de recesión económica. En 2014, Arabia Saudí hizo la misma apuesta para dañar a Irán y Rusia y no le salió bien. Hoy vuelven a cometer el mismo error, pero los tiempos del coronavirus marcan otras dinámicas. Aunque se alcance finalmente el acuerdo con Rusia para reducir la extracción de crudo e incrementar los precios, Washington no olvidará. Mohammed bin Salman no sabe leer las nuevas realidades y eso probablemente le costará el trono, el país y hasta la vida.

 

Nota

[1] Según el jefe de la Asociación de Ulemas (líderes espirituales oficiales) de Yemen, el costo en estos años ya supera los 180.000 millones de dólares.

 

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