El triunfo de la moción de censura constructiva presentada por Pedro Sánchez este 1 de junio y el consiguiente desalojo de M. Rajoy de la Moncloa constituyen sin duda una buena noticia y así ha sido recibida por una amplia mayoría de la sociedad española. Se abre así un nuevo escenario político lleno de incógnitas y sin grandes ilusiones respecto al nuevo gobierno que va a formarse en los próximos días, pero al menos se cierra una etapa de brutales ataques a derechos y libertades fundamentales en todos los frentes posibles.
En efecto, el pasado 24 de mayo, casualmente un día después de la aprobación de los Presupuestos del PP en el Congreso, llegaba por fin la sentencia de la Audiencia Nacional sobre la trama Gürtel, con un fallo que incluye 28 delitos de prevaricación, 24 de cohecho, 26 de blanqueo y 20 contra la Hacienda Pública y largas condenas a un buen número de personas vinculadas o relacionadas con el PP, como su ex tesorero Luis Bárcenas, el empresario Francisco Correa, los ex alcaldes de Majadahonda y Pozuelo de Alarcón y el ex secretario de Oganización del PP gallego. Una sentencia que reconocía lo que ya era evidente desde hacía tiempo: que a lo largo de muchos años entre las empresas de Correa y el PP se había tejido “un auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional a través de mecanismos de manipulación de la contratación pública, central, autonómica y local a través de su estrecha y continua relación con influyentes militantes de dicho partido”.
Esta demoledora sentencia no dejaba duda alguna, incluso para Ciudadanos, sobre el carácter criminal del PP y sobre la responsabilidad de M. Rajoy como presidente del mismo. A partir de entonces, la decisión de Pedro Sánchez de presentar la moción de censura apareció como una iniciativa que no tenía visos de prosperar pero que era muy necesaria para responder a la demanda de mera higiene democrática que exigía echar del gobierno al partido más corrupto de Europa.Finalmente, pese a la incertidumbre hasta última hora sobre la dimisión o no de Rajoy, el PNV se inclinó por votar a favor de la moción,a cambio del respeto a los Presupuestos austeritarios aprobados y de la no convocatoria de elecciones generales anticipadas, permitiendo que aquélla obtuviera la mayoría absoluta.
Ahora no es cuestión de recordar las diferentes intervenciones en el debate, pero sí tiene interés constatar que tras el resultado alcanzado, Pedro Sánchez, que parecía haber desaparecido prácticamente de la escena salvo para cerrar filas dentro del bloque del 155, sale reforzado pero sin poder ocultar su enorme vértigo ante los retos que tiene por delante. En cambio, el gran perdedor es el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, obnubilado por unas encuestas que le presentaban como el ganador de unas elecciones generales inmediatas y que ahora comprueba frustrado su alejamiento, al menos, hasta después de las elecciones municipales y autonómicas. Su proyecto de ultranacionalismo español, aderezado con neoliberalismo y europeísmo a lo Macron, ya no podrá aguantar tan fácilmente en la oposición, al menos fuera de Catalunya. Unidos Podemos ha aparecido, en cambio, como el más firme defensor de la moción de censura y, por tanto, copartícipe del éxito hasta el punto de ofrecerse a gobernar con el PSOE. En cuanto a los partidos soberanistas catalanes, igual que Bildu, han conectado con las ansias de echar al PP y esta actitud les permite ahora emplazar a Pedro Sánchez a un diálogo bilateral que frene la judicialización del conflicto, aun a sabiendas de que en este frente el líder del PSOE, sometido a la vigilancia estrecha de sus baronías y de la vieja guardia, solo puede prometer buenas palabras.
El PP, por el contrario, se encuentra desconcertado ante un nuevo escenario que no esperaba y entra en una nueva etapa de refundación que probablemente todavía dirija Rajoy. Es cierto que el PP no es la UCD de la Transición y que no cabe pensar en una descomposición a corto plazo, pero ésta podría iniciarse si ante la primera prueba electoral, la de Andalucía en marzo de 2019, se ve superado por C´s. En todo caso, a partir de ahora, obligado por la competencia con ese partido, su proceso de refundación y búsqueda de un nuevo liderazgo irá acompañado de una beligerante oposición al nuevo gobierno, no exenta de emplazamientos para la defensa común de la razón de Estado y, singularmente, de la unidad de España frente al separatismo. Ambas formaciones, PP y C’s, se verán espoleadas por la Brunete mediática, dispuesta a emprender toda la guerra sucia necesaria para no dar tregua a Sánchez e inventarse una agenda oculta que, como ya estamos viendo, anunciará las peores catástrofes.
¿Qué cabe esperar del nuevo gobierno? ¿Y de Podemos?
El esbozo de programa adelantado hasta ahora parece centrarse en modestas pero urgentes medidas, muchas de ellas vetadas por el gobierno del PP, como las relacionadas con la ley Mordaza, la universalización de la sanidad o el desbloqueo de RTVE. Sin embargo, su anuncio de un rescate social no parece que vaya a poder ir muy lejos debido a su compromiso de respetar unos Presupuestos austeritarios a los que el mismo PSOE presentó una enmienda a la totalidad. En cuanto a su disposición al diálogo con el independentismo catalán, esto implicaría, además de iniciar la desjudicialización del conflicto, acabar con la intervención económica del govern de la Generalitat, algo que tampoco parece estar en sus proyectos.
Así pues, es posible que nos encontremos con una nueva versión de lo que hasta ahora ha propuesto como modelo la portavoz parlamentaria socialista, Margarita Robles: la etapa de los gobiernos presididos por Rodríguez Zapatero. En resumen, compensar el escaso margen de maniobra en el plano socio-económico, dados los compromisos –más duros ahora que entonces- con el Plan de Estabilidad europeo y en el de la fractura nacional-territorial –también muy agravados desde entonces-, con medidas estrella en el ámbito de las libertades y del asistencialismo social que les ayuden a afrontar las próximas batallas electorales con cierta recuperación de su credibilidad ante una parte del electorado que les ha ido abandonando en los últimos años.
Si además ese gobierno se ve presionado por los poderosos lobbies de dentro y de fuera –la patronal y la banca le exigen ya que no toque las grandes reformas, especialmente las laborales, y que no introduzca nuevos impuestos- y por la hostilidad de PP y C’s a cualquier gesto de distensión con el independentismo catalán, apelando a la movilización en la calle como lo hicieron con Rodríguez Zapatero, tiene razón Pablo Iglesias cuando sostiene que Pedro Sánchez va a formar un gobierno débil.
El problema está en que para hacer frente a ese bloque reaccionario la mejor vía no es ofrecerse a formar parte de ese gobierno, como ya ha hecho apresuradamente Pablo Iglesias. Por el contrario, Unidos Podemos (UP) debería reafirmarse como la fuerza política que, desde el parlamento y junto con los movimientos sociales, sí está dispuesta a llegar a acuerdos en lo posible con el PSOE desde fuera del gobierno, como hace nuestra gente amiga de Portugal 1/ y, a su vez y sobre todo, a conformar un bloque alternativo firmemente decidido a responder a los ataques de la derecha y, simultáneamente, a forzar a Pedro Sánchez a ir más allá de unas medidas moderadamente regeneracionistas y social-liberales.
Ésa sería la táctica más adecuada porque, como el mismo líder de Podemos dijo en su primera intervención en el parlamento, no nos encontramos sólo ante la necesidad de superar la etapa de un PP corrupto ni ante una mera crisis de representación política. Seguimos confrontados a una triple crisis –institucional, socio-económica y nacional-territorial- que, en realidad, pese al reflujo sufrido en los últimos tiempos y al bloqueo de la situación catalana, continúa manteniendo abierta la crisis de régimen, del cual el PSOE ha sido un pilar fundamental. Hasta Juan Luis Cebrián apelaba recientemente a evitar el “naufragio del Estado”. Por eso no tiene sentido limitarse a buscar nuevos consensos (idealizando de nuevo los que se alcanzaron en la Transición) para una mera regeneración de este régimen, sino que debemos continuar manteniendo el horizonte de ruptura constituyente que está en los orígenes de la fundación de Podemos.
UP no puede convertirse en simple colaborador de una recomposición parcial de este régimen, del que además saldría reforzado un PSOE que, además de tener su propio y largo historial de corrupción, está muy lejos de emular el ejemplo de corrientes como la que representa Jeremy Corbyn en Gran Bretaña. Como se propone en el comunicado de Anticapitalistas 2/, la tarea de UP debería consistir en contribuir a crear las condiciones para un nuevo ciclo de movilizaciones, siguiendo el ejemplo de movimientos como el feminista y el de pensionistas, aspirando así a desbordar los marcos austeritarios, liberticidas 3/ y recentralizadores que, mucho nos tememos, van a seguir imponiéndose en esta nueva etapa política.
Ése debería ser el mejor camino para preparar las próximas convocatorias electorales, impulsando paralelamente procesos participativos –y no plebiscitarios- de construcción de candidaturas de Unidad Popular, siguiendo el ejemplo de acuerdos como el alcanzado entre Podemos e IU en Andalucía.
- Notas:
- 1/ Que nos recuerda que “todo lo que ha cambiado desde 2015 es debido a la presión del Bloco y del PCP”, pero también que “la cuestión de los bancos, igual que la de la deuda y la de Europa, no pudo ser incluida en el acuerdo” (Ver Alda Sousa y Adriano Campos, “La experiencia del Bloco de Esquerda. Conquistas y conflictos”, viento sur, 157, abril 2018, pp. 5-14.)
- 2/ <href=»#more-4479″>http://www.anticapitalistas.org/comunicados/ante-la-investidura-de-pedro-sanchez-desmontar-el-legado-de-rajoy-avanzar-en-derechos-desde-el-conflicto/#more-4479
- 3/ Recordemos la reciente sentencia contra los jóvenes de Altsasu y la existencia de presas y presos políticos y de exiliados y exiliadas.
Texto publicado originalmente en Viento Sur
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La mejor constatación de que el PSOE diseñado en Langley (Virginia) en 1974 no es un cambio sino un recambio del PP,la polea de transmisión de USA en España y la clave de bóveda del Régimen de 1978 la muestran los dos siguientes hechos:
1.- Rosalía Iglesias Villar, esposa de Luis Bárcenas y condenada a 15 años y un mes de cárcel, evita entrar en prisión depositando una fianza de 200000 €. Luis Bárcenas amenazó con declarar todo lo que sabe si su esposa es encarcelada. Es fácil suponer que hasta José María Aznar y Ana Botella, entre otros muchos dirigentes del PP, e incluso diversos miembros de la Familia Real, serían condenados a «penas de prisión permanente revisable» (PPPR) si Luis Bárcenas habla.
2.- El nombramiento del juez Fernando Grande-Marlaska como cancerbero para salvaguardar secretos de estado evitando que los advenedizos de UP quieran levantar las alfombras y puedan conocerlos. Esos secretos de estado, que incluyen latrocinios y crímenes de estado, es muy probable que llevasen a la cárcel, también con PPPR, a Felipe González, Alfonso Guerra, Javier Solana y una larga lista de ex-altos cargos del PSOE.
Doce años después de haber sido publicado, este artículo del matemático Carlo Frabetti sigue teniendo hoy plena vigencia:
No hace falta haber estado detenido para conocer el tradicional montaje del “policía malo” y el “policía bueno”, pues la literatura y el cine negros lo han escenificado en todas sus variantes. El policía malo te amenaza, te grita, te golpea (sí, también te golpea; sí, también en la “España democrática”). El policía bueno te habla con amabilidad, se muestra comprensivo, te ofrece un cigarrillo o una taza de café, te asegura que te sentirás mucho mejor después de confesar, te dice que tengas cuidado con su compañero, propenso a perder los nervios…
A primera vista, cabría pensar que el policía malo y el policía bueno representan tácticas contrapuestas: si el interrogatorio normal no produce los resultados apetecidos, se recurre al interrogatorio duro, al “tercer grado”. Pero no es así: el policía malo y el policía bueno son estrictamente complementarios, obedecen a una perversa estrategia bipolar que busca confundir al detenido y minar sus defensas. El policía malo y el policía bueno representan sendos papeles previamente aprendidos y muchas veces ensayados, y, obviamente, persiguen el mismo objetivo y sirven al mismo amo.
Y el bipartidismo típico de las seudodemocracias occidentales es, en última instancia, una versión a gran escala de la misma farsa; una versión en la que el escenario ya no es una sórdida comisaría sino un país entero, en la que los policías alternantes son dos grandes partidos o coaliciones y en la que el detenido, confuso y avasallado, es todo un pueblo.
El caso concreto del Estado español, tras la “transición” a ninguna parte, es especialmente ilustrativo, sobre todo en lo que va de siglo. Aznar, el policía malo, se declara amigo incondicional de los genocidas y apoya abiertamente la invasión de Iraq; Zapatero, el policía bueno, retira las tropas de Iraq, pero las mantiene en Afganistán, amplía la base de Rota, permite los vuelos ilegales (es decir, los secuestros y las torturas) de la CIA y, en última instancia, apoya con muy pocas reservas la criminal política imperialista de Washington. Aznar manifiesta sin ningún pudor su deseo de que los presos políticos “se pudran” en la cárcel (dicho sea de paso, un electorado con un mínimo de dignidad nunca admitiría que un presidente del Gobierno se expresara en esos términos); Zapatero propugna el diálogo con la izquierda abertzale mientras niega, contra toda evidencia, las torturas policiales. Con Aznar, las fuerzas de seguridad reciben a patadas y a tiros a los desposeídos que intentan huir del hambre y la desesperación; con Zapatero, las mismas fuerzas de seguridad envuelven a los desposeídos en mantas y los devuelven al hambre y la desesperación; y nadie investiga (a pesar de que el Gobierno se comprometió a hacerlo) las ignominiosas muertes en las vallas… Tras la estólida sonrisita de Zapatero y el bigotillo fascistoide de Aznar se esconde el mismo amo implacable, que no es otro que el capitalismo salvaje. Sus estrategias contrastantes persiguen el mismo objetivo, tanto a nivel nacional como internacional: la perpetuación en el poder de las mismas clases dominantes, la desactivación sistemática (sistémica) de toda forma de disidencia, de toda propuesta realmente transformadora.
En algunos aspectos, la sociedad es un gran objeto fractal en el que los mismos esquemas, las mismas pautas, se repiten a diversas escalas y a distintos niveles. Y la alternancia-sinergia del policía malo y el policía bueno es uno de esos modelos recurrentes. No solo lo encontramos en la comisaría y en el Parlamento, sino también en otros muchos ámbitos sociopolíticos. Por ejemplo, en el mediático. Los policías malos son la COPE, Libertad Digital, La Razón…; los policías buenos son la SER, El País, la Cuatro… El “talante” es muy distinto, y la verborrea de un comedido Gabilondo puede ser menos ofensiva que la de un desaforado Jiménez Losantos; pero no nos engañemos: ambos defienden el mismo sistema, y sus amos respectivos (PRISA-PSOE e Iglesia-PP), aunque enfrentados en lo coyuntural, son aliados en lo fundamental, que es, en última instancia, la lucha del capitalismo contra el socialismo, la eterna batalla de los ricos contra los pobres.
Es comprensible que el detenido –el pueblo– prefiera vérselas con el policía bueno que con el malo, sobre todo si las “sesiones” duran cuatro años. Pero no hay que confundir la conveniencia personal y transitoria de los privilegiados (que, comparativamente, en nuestra sociedad somos muchos), o incluso de los menos desfavorecidos (que, comparativamente, en nuestra sociedad somos la mayoría), con la validez política o la talla moral. El policía malo es más cínico, pero el bueno es más hipócrita. El policía malo reprime con mano dura; el policía bueno reprime con mano izquierda. El policía malo amenaza; el policía bueno embauca… Puede que el policía malo dé más miedo, pero el bueno da más asco.
Hablando de matemáticos (yo también lo soy), hago esta reflexión, a partir de las tesis de Johan Galtung, matemático noruego y digno candidato a premio Nobel de la Paz, sobre su célebre triángulo de la violencia.
Se podría utilizar el término “microterrorismo” para designar al terrorismo que practican los grupúsculos armados y “macroterrorismo” al terrorismo de estado. El primero se ejerce mediante violencia directa y el segundo mediante los tres tipos de violencia descritos por el matemático Johan Galtung en su conocido triángulo de la violencia: directa, estructural y cultural. Johan Galtung ha dejado sobradamente demostrado que el terrorismo de estado ejercido mediante la combinación de las violencias estructural y cultural es aun más letal que el practicado mediante la violencia directa (guerra, masacres, genocidios, …). Un claro ejemplo de este aserto de Johan Galtung lo tenemos en los casi 70000 seres humanos fallecidos de inanición cada día (violencia estructural), que es, obviamente, muy superior a los que mueren diariamente en las distintas guerras que existen en el planeta.