Este ‘punto de vista de la oferta’ es inadecuado, dice Smith. Impulsar la demanda con medidas de corte keynesiano de dinero barato y gasto público pueden crear las condiciones para aumentar la producción de manera permanente a un nuevo y más alto nivel: “puede que sea el momento de separarse de la ortodoxia económica y considerar las políticas basadas en la demanda para ayudar a impulsar la productividad”. Se trata de un punto de vista desde ‘la demanda’ para un crecimiento económico a largo plazo.
Smith cita la ley de Verdoorn como relevante para esta tesis: “el economista holandés Petrus Johannes Verdoorn describe una correlación entre la producción y la productividad: cuando el crecimiento es más rápido, la productividad también crece más rápidamente. Se puede ver esta correlación en los datos”. Esto, afirma Smith ,”deja abierta la tentadora posibilidad de que este sucediendo lo contrario: que los altos niveles de demanda agregada también impulsen la productividad”. Por lo tanto, cuando hay un auge de la demanda, esta lleva a más ventas y más producción y anima a las empresas a invertir más y, como resultado, ello conduce a un aumento de la productividad. Por lo tanto la demanda crea su propia oferta – el reverso de la ley de Say, promovida por la economía ricardiana y neoclásica, de que la oferta crea su propia demanda.
Así que ¿ha puesto la economía neoclásica las cosas del revés y todo lo que tenemos que hacer como política económica es mantener “la economía caliente, a través de un continuo estímulo monetario y fiscal”? Bueno, lo primero que hay que decir es que la referencia de Smith a la ley de Verdoorn para apoyar su argumento de que una demanda keynesiana impulsa una mayor productividad es engañosa. En realidad, todo lo que Verdoorn muestra es que “a la larga, un cambio en el volumen de producción, por ejemplo alrededor del 10 por ciento, tiende a estar asociado con un incremento medio de la productividad laboral del 4,5 por ciento”. Esta correlación no prueba nada acerca de la causalidad. Así la producción y crecimiento de la productividad se correlacionan – ¡sorpresa! – pero ¿es la ‘demanda’, total o el crecimiento de la producción lo que estimula el crecimiento de la productividad? ¿o viceversa?
Smith cita investigaciones que se supone que muestran la conexión causal de la demanda con la oferta, pero cuando se analiza esas investigaciones se encuentra que los autores citados, Iván Kataryniuk y Jaime Martínez-Martín , concluyen: “parte del deterioro de las perspectivas de crecimiento del FT (productividad – MR) en los últimos años se explica por un ciclo económico negativo, pero las debilidades estructurales permanecen detrás de la desaceleración en el crecimiento a medio plazo, especialmente para los países emergentes”. Así que no es la demanda la principal causa del aumento de la productividad a largo plazo .
Desde un punto de vista marxista, lo que falta en este debate, como siempre en las principales disputas entre neoclásicos y keynesianos, es el lucro y la rentabilidad. Claro, es obvio que cuando una economía está en auge y la demanda de bienes es fuerte, las empresas normalmente aumentan la inversión en nuevas tecnologías, así como emplean más trabajadores (pero digo ‘normalmente’, ya que en esta Larga Depresión, parece que las empresas han mantenido cada vez más efectivo o invertido en activos financieros, es decir, en sus propias acciones, en lugar de en activos productivos).
Una economía en expansión conduce a un círculo virtuoso de crecimiento, inversión e incluso crecimiento de la productividad. Pero ese círculo virtuoso con el tiempo se convierte en un círculo vicioso de caída, colapso de la inversión y de la producción que no puede ser corregida con dinero fácil o estímulos fiscales. ¿Por qué el auge se convierte en depresión? La visión marxista es que no se debe a un cierto choque inexplicable que altera el desarrollo armónico de la economía de mercado (la visión neoclásica) o a algún cambio inexplicable en los ‘espíritus animales’ de los empresarios para invertir (el punto de vista keynesiano). Se debe a que, en una economía con fines de lucro (es decir, el capitalismo), la rentabilidad y las ganancias caen. Cuando eso sucede, como ocurre a intervalos recurrentes, a continuación, caen la producción, la inversión y la productividad. Hay un ciclo de la rentabilidad.
El punto de vista marxista sostiene que el punto de vista keynesiano pone las cosas al revés. Es la oferta la que tira de la demanda y no viceversa. Pero esto no es lo mismo que la visión neoclásica de que la oferta crea su propia demanda (la ley de Say). Para Marx, la ley de Say era una falacia. En una economía monetaria, siempre existe la posibilidad de una crisis (tanto en el tiempo como en la tendencia) entre la venta por dinero y la compra con dinero. El acaparamiento de dinero puede causar un colapso de las ventas y de las compras. Pero ¿qué es lo que hace que esta posibilidad se convierta en una probabilidad o en realidad? Para Marx, es una caída en la rentabilidad del capital.
En el mundo keynesiano de macro-identidades, el ingreso nacional es igual al gasto nacional. El ingreso nacional se compone de salarios y ganancias y el gasto nacional se compone de consumo e inversión.
IN = GN se puede descomponer en
salarios + beneficios = Consumo + Inversión
Si suponemos que los trabajadores no ahorran, sino que gastan todo su salario, la ecuación se convierte en:
ganancias = inversión
Esta es una ecuación que no revela la dirección causal. La visión keynesiana es que la inversión (demanda) crea beneficios (oferta). Pero la evidencia está en contra de Noah Smith y los keynesianos. El cuerpo de evidencia empírica es que los cambios en la rentabilidad y las ganancias conducen a cambios en la inversión. Y esto es lo que decide cuándo hay bonanzas y crisis cíclicas y también la tendencia de crecimiento a largo plazo de una economía capitalista.
Smith dice que “mucho más investigación es necesaria” para ver si la demanda crea la oferta o viceversa. Pero esa investigación ya existe. Está bien establecido que el ‘dinero fácil’ (bajas tasas de interés y la ‘flexibilidad cuantitativa’) no consiguen restaurar el crecimiento de la productividad a largo plazo – como Keynes también concluyó en la década de 1930 y la evidencia de los últimos diez años confirma. La búsqueda de algún ‘tipo de tasa de interés natural’ que permita el pleno empleo y el crecimiento máximo potencial de la producción es un espejismo.
Y estudios (entre ellos el mío) del efecto ‘multiplicador’ (keynesiano) demuestran que el efecto de aumentar el gasto público o de mantener a la economía ‘caliente’ (Smith) es mucho más débil (e incluso contraproducente) que el impacto de la rentabilidad del capital en el crecimiento y la productividad.
Es evidente que en este Larga Depresión, la histéresis está en funcionamiento, a saber, que el bajo crecimiento de la producción y las ganancias ha empujado de forma tendencialmente decreciente a la inversión y el crecimiento. Pero esto no es resultado de una falta de ‘demanda efectiva’ per se, sino producto del fracaso de la rentabilidad del capital para volver a los niveles pre-2008 y / o crecer lo suficientemente rápido.
Smith puede sugerir que la teoría neoclásica había puesto las cosas al revés. Pero también lo ha hecho la teoría keynesiana.