La segunda batalla del Tet

La segunda batalla del Tet
por Eduardo Luque y Bashar Barazi.

La ofensiva del Tet en 1968 fue uno de los momentos cumbre en la guerra de Vietnam. Demostró a la sociedad norteamericana que su ejército invencible era, en realidad, un gigante con los pies de barro. Se desvaneció la idea de una victoria sobre el ejército del Vietcong. La imagen de los guerrilleros atacando el edificio de la embajada norteamericana dio la vuelta al mundo. En realidad fue una derrota táctica de las fuerzas norvietnamitas y de la guerrilla; aunque se transformó en una victoria estratégica. Precipitó el final de la guerra y la victoria de Vietnam del Norte. Los costes en vidas humanas fueron altísimos especialmente entre el Vietcong y las ciudades norvietnamitas que recibieron un durísimo castigo.

La actual guerra en Gaza no deja de tener ciertas similitudes con aquella otra. En la mente de los dirigentes israelitas está grabada a fuego la necesidad de aplicar la “solución final” al problema palestino: primero Gaza y, después, Cisjordania. La ocasión era propicia. Benjamín Netanyahu necesitaba una guerra que cohesionara al país en torno a su cuestionado liderazgo. Las leyes aprobadas por el parlamento, con la oposición de gran parte de la población, habían fracturado al país. Incluso las fuerzas armadas, sostén y cemento de la cohesión social en Israel, presentaban grietas.

Benjamín Netanyahu había diseñado una gran intervención militar contra Gaza para finales de octubre/noviembre de este año. Necesitaba un “momento Pearl Harbour” y hubiera podido quedar así si la maniobra hubiera salido bien.  Pero he aquí que unos 300 guerrilleros, en zapatillas deportivas algunos de ellos, capturaron más territorios que los ucranianos durante la contraofensiva en cuatro meses.

Era una guerra útil para el dirigente israelí, que buscaba una salida a su propio “Vía Crucis” judicial” perseguido, como está, por la justicia de su país. También una salida política para los sectores más reaccionarios y pro-fascistas (especialmente los colonos) del régimen. Esta amalgama de grupos radicales que dominan el gobierno Netanyahu y una parte nada desdeñable del Parlamento se cohesionarían bajo su liderazgo. Desde el punto de vista de Netanyahu era una guerra necesaria.

Para Estados Unidos está siendo una guerra muy incómoda; los servicios de inteligencia de este país han vuelto a fallar. A primeros de octubre, pocos días antes de la acción de Hamás, el Consejero de Seguridad Nacional de la administración Biden, Jake Sullivan, declaraba: «La región del Oriente Medio está más tranquila hoy de lo que lo ha estado en dos décadas». Para Joe Biden, aunque complicada, la actual crisis, si el conflicto no escala e Israel sale victorioso, puede tener un beneficio extra en esta zona del mundo: limitaría las posibilidades de expansión de la Ruta de la Seda que tiene enclaves Importantes en la zona (el puerto de Haifa y fuertes inversiones chinas en Egipto). Sobre todo presionaría los puertos rusos en Siria hasta casi ahogar a la flota rusa en el Mediterráneo Oriental.

Como toda acción, ésta provoca una reacción. Las consecuencias para el Estado de Israel no están siendo menores. Benjamín Netanyahu buscaba no solamente una victoria sobre Hamás sino promover un gran conflicto regional que le permitiese derrotar a su gran rival: Irán. Pero las cosas no están saliendo como habían sido diseñadas: El Estado de Israel está pagando ya una serie de costos que se irán incrementando en la medida en que el salvajismo del ejército israelí se acreciente. El primer problema a abordar ha sido la reputación militar del que se consideraba como el mejor ejército de la zona. El fracaso sin paliativos del 7 de octubre revela enormes carencias. El segundo, y no menor, ha sido el naufragio de la normalización con parte del mundo árabe y en especial con Arabia Saudita. Washington pierde de esta forma la posibilidad de configurar, utilizando a Israel como ariete, un nuevo orden en Oriente Medio. Los esfuerzos desarrollados por Donald Trump y ahora por el actual presidente John Biden han resultado fallidos; es, en este sentido, la segunda derrota de Israel en esta guerra. La desproporción entre los medios militares usados por el ejército israelí y las capacidades militares de Hamás y el consiguiente genocidio contra la población gazatí es el tercer gran tropiezo de Benjamín Netanyahu. El clamor mundial que se está alzando señala que a pesar de los esfuerzos de los medios de comunicación occidentales Israel está perdiendo la batalla del relato. Las resoluciones contra el genocidio en Gaza vienen desde todos los lugares del mundo.

La imposibilidad política de un asalto terrestre a la Franja de Gaza, que se va posponiendo con una u otra excusa, representa también otra nueva derrota. Los ataques de tanteo del Thasal han resultado costosos en hombres y material. La consecuencia ha sido el recrudecimiento de las tensiones en el seno del gobierno de Salvación Nacional (varios ministros habrían presentado ya su dimisión). El miedo a la respuesta de Hezbolá en el Líbano y el consiguiente estallido de un gran conflicto regional hace que Washington sea muy circunspecto a la hora de autorizar el asalto terrestre. Las consecuencias serían enormes para los intereses de los propios Estados Unidos.  Un conflicto regional de amplio espectro implicaría muchos actores y pondría en grave riesgo a dos estados clave en la zona, pero extremadamente vulnerables en este momento, como son Egipto y Jordania.

El aislamiento de Israel respecto a la comunidad internacional se hace cada vez más profundo. Los países del Sur Global están adoptando una posición en defensa del pueblo palestino y contrarios al castigo colectivo en la Franja. El desaire del primer ministro egipcio, el rey de Jordania y el representante de la OLP a la propuesta de una reunión con Biden muestra la debilidad de los EEUU. Este país no puede permitirse el lujo de mantener dos grandes guerras de alta intensidad al mismo tiempo. La figura política de Biden al asociarse al régimen sionista le hace aparecer como responsable en parte del genocidio y vuelve a resentirse en las encuestas electorales. La sensación de falta de objetivos estratégicos y soluciones en la zona será una lápida en el proceso de reelección. Las declaraciones de la Liga Árabe, por otra parte, criticando la posición de Israel, acentúan ese vuelco.  Algunos de los países que conforman esta organización habían estado valorando, como hemos dicho, la normalización de relaciones políticas, económicas y militares con el régimen de Israel. En este momento esta opción queda clausurada para muchísimo tiempo. La coordinación de acciones entre el gobierno de Arabia Saudita y su ex-archienemigo Irán (auspiciado por China) ponen de relieve la velocidad en la que se están produciendo los cambios en la correlación de fuerzas en la zona.

La propia figura de Benjamin Netanyahu se erosiona cada día que pasa sin ordenar el asalto. La presión de las familias con rehenes (más de 200) obliga a repensar mucho las acciones a realizar. Hasta el momento el ejército no ha conseguido liberar a ningún rehén. Políticamente, cuando pase este momento se le pedirán responsabilidades; Benjamín Netanyahu es un político muerto.

LA UE: EL ÚNICO ASIDERO

El único asidero del primer ministro israelita es la Unión Europea. En su conjunto esta organización se ha estado posicionado al lado del régimen de Israel  defendiendo el derecho a su autodefensa.

La UE, en boca de sus dirigentes, había entendido que éste conflicto es uno más. Pensar que este será una fase u otra del sempiterno conflicto Israel/palestino es ignorar la complejidad de los procesos que se desarrollan en oriente Medio. La clave estará en la invasión terrestre y en la intervención de Hizbullah e Irán. Si Israel no interviene por tierra la sensación de derrota militar se hará palpable; si interviene las consecuencias también serán gravísimas. Los cambios que se pueden derivar del final de esta guerra en un sentido u otro transformarán sin duda el Orden Mundial. Los ecos de esta guerra ya lo están haciendo, y afectarán directa o indirectamente a muchos países.

Nuevamente las élites europeas han estado dando la espalda a sus propios pueblos. Las manifestaciones en apoyo a Palestina adquieren cada vez mayor importancia. La respuesta a esta presión social está siendo una vuelta de tuerca más a la represión y al control social.  La prohibición de manifestaciones a favor de Palestina en Francia, Inglaterra o Alemania señalan una deriva peligrosa a la que deberíamos prestar mucha más atención. Europa se desliza por la pendiente del autoritarismo. Este descenso viene acompañado por la renuncia a ejercer una auténtica soberanía nacional, que es la otra gran consecuencia de la supeditación de los intereses de la Unión Europea a Washington. El escaso peso político, por no decir nulo, de la UE en el concierto mundial se hace evidente. La UE ha respondido, eso sí, a las exigencias de la OTAN enviando material, barcos de guerra y soldados en prevención del estallido de una conflagración regional. Alemania ha enviado tropas especiales a Chipre. Grecia ha ofrecido sus aeropuertos militares y se han redoblado los vuelos de observación por parte de los aviones de guerra de la OTAN.  España envía fragatas de guerra a proteger el despliegue militar de de los portaaviones de Estados Unidos, Reino Unido pretende enviar una decena de barcos de guerra a la zona. Mientras, son los generales y almirantes estadounidenses los que dirigen las tropas y navíos de otros países evidenciando el vasallaje de los países occidentales al “patrón” norteamericano. Occidente y la UE no son activos por la paz sino una carga para la misma.

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