
En resumidas cuentas la renta básica es un simple mecanismo económico que hace que la base económica individual no sea cero en ningún caso, sino un suelo que se pone de base como punto de partida. Nadie queda por debajo de ese suelo pero todas las demás cosas siguen funcionando lo mismo.
La introducción de ese mecanismo económico se defiende desde distintos puntos de vista y con muy diferentes objetivos. Vemos no sólo que se esté defendiendo en algunos casos desde la derecha sino desde el propio capital y últimamente se trata en sus principales foros, el foro de Davos o el Banco Mundial como una estrategia plausible de mantenimiento del sistema. Los argumentos que en esos foros se barajan voy a evitar en principio tratarlos pues son claramente en ese sentido con independencia de que se puedan edulcorar las tesis para suavizarlas con colorantes buenistas como si al Banco Mundial pudiera haberle importado en algún momento el bienestar de las personas o cosa diferente a que funcione razonablemente el chiringuito financiero mundial a mayor beneficio del uno por ciento.
La cuestión que veo es que la evolución del capitalismo lo sitúa en una encrucijada en esta fase histórica de máxima autonomía del subsistema financiero. Algunos destacados defensores de la renta básica se han prestado incluso a acudir a estos foros para recomendarla. Como una especie de espantajo se ha esgrimido la cuestión de una posible gran revuelta o estallido del precariado que podría favorecer desde el extremismo antisistema hasta las soluciones neofascistas autoritarias, o principalmente estas. Pero claro, no parece que a los grandes capitostes de la economía mundial vaya a preocuparles especialmente esta segunda cosa, pues perfectamente se apoyarán en esas soluciones autoritarias y además frecuentemente lo hacen y lo han hecho históricamente sin ningún remilgo.
Los que han defendido la renta básica de buena fe se apoyan fundamentalmente en dos cuestiones, la libertad y la dignidad. El punto de partida es el libro de Phillippe Van Parijs, Libertad real para todos. Luego se arguye sobre el concepto de libertad republicana (una persona no es libre si depende de otra(s) para vivir) y sobre la cuestión de los derechos: el derecho a la vida, el derecho a vivir dignamente, el derecho a la existencia material. Una tercera línea incide también en la cuestión redistributiva y el derecho a participar de la riqueza comunal, bien natural, bien generada colectivamente, ahora o a través de las generaciones. Puntos de referencia serían los republicanos griegos, los revolucionarios franceses y los socialistas utópicos, aunque también se pueden sacar conclusiones favorables a la propuesta desde el marxismo.
Una renta básica que nos pudiera emancipar (o en la senda emancipatoria) sería una renta básica que respondiera a todos estos planteamientos de base hacia una sociedad de hombres y mujeres libres, donde las personas se pudiesen autogestionar la vida, donde existiera un reconocimiento explícito material de la dignidad consustancial a todo ser humano, así como un mecanismo redistributivo de actuación permanente que impidiera la excesiva acumulación de riqueza y favoreciese un reparto equitativo garantizando una base mínima pero suficiente.
En todo este conjunto de argumentaciones observamos que siempre hay una referencia a la persona considerada individualmente y como separada. La libertad de que se habla es libertad individual y la dignidad que se reconoce es la dignidad de cada persona por el hecho de haber nacido. Todo esto está muy bien pero parece dejar de lado casi completamente algunas cuestiones de fondo que históricamente se han planteado los movimientos emancipatorios y que no cabe de ninguna manera soslayar. La principal es la cuestión colectiva. Conceptos tales, que se han trabajado en el anarquismo, como la autogestión colectiva de la economía, de la vida y de los recursos, o la organización de la sociedad, parecen quedar al margen. De hecho, muchas de estas personas que argumentan sobre la libertad republicana y el derecho a la existencia reconocen que la renta básica, como simple mecanismo económico de corrección de los peores defectos del capitalismo, es una simple medida de política económica que si se quiere hacerla de verdad fructífera, debería complementarse con otras medidas de carácter económico sobre las cuáles no entran. Es más, lo hacen de manera tan aséptica que podría llegarse a la conclusión de la famosa frase de que la renta básica no es ni de izquierdas ni de derechas. Es decir, quedan en libertad los defensores del socialismo estatalista o de cualquier otro planteamiento teóricamente emancipatorio para asumir o no un sistema de renta básica y lo mismo cabría decir de los que proponen el comunismo libertario (o una suerte de comunismo libertario con otro nombre) o cualquier otra teoría, y por supuesto, los que defienden el mantenimiento del sistema capitalista y no lo cuestionan de raíz sino en algunas de sus manifestaciones más incómodas.
Observamos que algunos de los principios de base ya han estado presentes en la historia reciente de la humanidad (principalmente en Occidente) cuando se han instalado los sistemas de seguridad social que conocemos. Pues había allí un reconocimiento más o menos implícito, de la necesidad de garantizar una base material aunque fuese en forma de seguro, por lo menos para lo más perentorio como es la vejez, la enfermedad y en ese caso (que se refiere a una sociedad basada en el empleo) la pérdida involuntaria del empleo. Algo, como es fácil de ver, muy limitado, pues nunca se ha planteado este sistema como de seguridad básica universal, sino circunscrito a las personas cotizantes en el sistema del empleo, y de un modo subsidiario o caritativo para el resto (a los que pudiera alcanzarles, pues sus limitaciones hacen que siempre quede gente absolutamente fuera.)
No obstante sintiendo la renta básica como un desarrollo de lo anterior, se plantea también la renta básica como ese sistema de seguridad material básica y como culminación o perfeccionamiento del sistema de seguridad social anterior que hemos conocido y que ahora vemos que hace aguas por todas partes o se recorta voluntariamente desde los gobiernos con la intención de privatizarlo por completo, lo que aún restringiría más su alcance.
Este planteamiento de la Renta Básica como seguridad material básica o seguridad social avanzada no es, desde mi punto de vista, lo suficientemente emancipatorio pues no cuestiona en sí mismo las bases fundamentales del sistema aunque pudiera dar más margen de maniobra para intentar una salida.
Hay que advertir que aunque los sistemas de seguridad social que hemos conocido, relacionados con lo que se ha llamado estado asistencial o estado de bienestar, fueron en su momento un indiscutible avance (especialmente si lo comparamos con la situación de la clase obrera en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX), fueron establecidos casi en todos los casos por la derecha y como una forma de amortiguar el descontento excesivo de las capas populares ante el riesgo evidente (para ellos) del estallido revolucionario. Así las cosas, el primero en instaurar un sistema de Seguridad Social fue Bismark en Alemania y con esto consiguió sofocar la oposición creciente socialdemócrata, en la época en que estaban muy recientes los acontecimientos de La Comuna de París.
Y, posteriormente, aunque se fueran dando algunos pasos en algunos países antes de la Segunda Guerra Mundial, observamos que el sistema del estado asistencial con su correspondiente esquema de seguridad social se consolida especialmente en los 30 gloriosos años que suceden a la gran conflagración y donde el estado socialista soviético surgido de la Revolución Rusa había conseguido extender su esfera de influencia a toda la Europa del Este y al mismo tiempo los partidos socialistas y comunistas amenazaban con ganar las elecciones. De este modo, lo mismo que cuando Bismark, se realizan concesiones que amortigüen la posible tentación revolucionaria, y para que no aparecieran los países socialistas como modelo a seguir: en el mundo capitalista desarrollado, aunque hay desigualdad, se puede vivir razonablemente bien y esto se apoya en una época de considerable crecimiento económico cuya auténtica palanca inicial es la fase de reconstrucción que naturalmente sigue a la anterior fase destructiva: había ciudades de las que no quedaba piedra sobre piedra. Es en este sentido que a veces se defiende la renta básica, de manera buenista, una vez más como una medida para frenar o sofocar la tentación de la revuelta (o el neofascismo -siempre las dos posibilidades a ambos lados del espectro- …), y también en la confianza mal disimulada de que el desarrollo tecnológico y científico nos pudiera permitir entrar en una nueva fase de «bienestar» (entre comillas).
Aunque esto es imposible en la medida en que resulta difícil concebir una nueva fase de crecimiento como la vivida en los treinta gloriosos (el punto de inflexión es Mayo de 1968 y la crisis energética de 1973.) Por la sencilla razón de que la crisis ecológica suscitada está alcanzando ahora su apogeo de agotamiento de los recursos fósiles, incapacidad material para gestionar la acumulación de los residuos, diversas formas graves de contaminación y , sobre todo, la manifestación de un cambio climático irreversible de terribles consecuencias para el conjunto de los seres que habitamos el planeta. Y eso que aún así, el propio cambio climático se valora como posible nicho de negocios para el capitalismo en su fase predatoria máxima, estudiándose la posibilidad de explotar el fondo del Ártico una vez derretidos los hielos y cosas similares. Hay que contemplar que la guerra por los recursos se encuentra también en su apogeo, poniendo en riesgo la propia supervivencia de la humanidad por la aceleración bélica y el loco dispendio de recursos básicos para la vida, en el armamentismo.
Desde mi particular punto de vista, el planteamiento de una renta básica emancipatoria no puede aparecer desligado o separado del movimiento emancipatorio general. Nos damos cuenta de que como medida aislada puede ser perfectamente integrada por el sistema e incluso utilizada por éste en algunos de los sentidos de los que hemos hablado más arriba.
Especialmente resulta peligrosa la que llamamos Renta Básica Neoliberal, que se ha ensayado en Finlandia y se propone desde diversos foros incluso a veces dentro del propio movimiento mundial por la renta básica. Es una renta básica que renuncia a casi todos los derechos sociales anteriormente establecidos (fundamentalmente durante la llamada fase del estado de bienestar) y en el contexto del desmantelamiento final de ese modelo mediante la privatización de los principales recursos de carácter público, como la sanidad de acceso universal y gratuito o la educación en las mismas condiciones y teniendo en cuenta que suministros básicos como la energía, el agua, o el acceso al espacio radioeléctrico (telefonía móvil, internet) en ningún momento han sido públicos y en todo caso han sido ya privatizados. Es decir, una renta básica como contrapartida a que se nos haga pagar por todo, y, como última vuelta de tuerca, las últimas proposiciones del Banco Mundial en el sentido de que se supriman también los derechos laborales, que ya vienen recortándose gravísimamente desde hace décadas.
La cuestión aquí es que desde los que defienden la renta básica de buena fe, se piensa que nos podría hacer lo bastante independientes del mercado laboral como para poder vivir sin acudir a él o en todo caso negociar las condiciones de trabajo y salario por la posibilidad, que nos daría la renta básica, de rechazar las condiciones indignas. Pero, claro está, esto sólo vale sobre la base de una renta básica suficiente que está muy bien sobre el papel pero que resulta muy dudoso que sea eso lo que están pensando en esos foros. Por el contrario, una renta básica insuficiente que nos obligara a seguir siendo dependientes de encontrar un empleo para vivir, no tendría ningún papel en este sentido, ni tampoco cumpliría con el objeto que generalmente se arguye, de erradicar la pobreza.
Item más, en el propio seno del movimiento por la renta básica se está defendiendo por algunas personas la posibilidad del establecimiento de una renta básica «modesta», es decir, netamente insuficiente, con la justificación de que incluso esta renta favorecería a muchas personas a las que actualmente no alcanzan los beneficios de las rentas mínimas condicionadas y otras prestaciones actualmente existentes, por su carácter familiar u otros, lo que puede ser hasta cierto punto cierto.
Cabe considerar, por otro lado, que con renta básica o sin ella, el proceso de privatizaciones y de recortes de derechos sociales, prestaciones y servicios, lleva una marcha galopante, especialmente después de la gran recesión de 2008 y puesto que parece casi inevitable y muy difícilmente reversible, al menos disponer de una renta básica tal vez nos iba a dar un pequeño margen de maniobra.
Pero cualquiera de estas posibilidades carece por completo de interés, si bien lo pensamos, desde el punto de vista emancipatorio. Hay que advertir, por demás, que todas estas posibilidades se consideran en el contexto del sistema de estados. Hablábamos de estado de bienestar, estado asistencial, estado protector y hablamos ahora de recursos públicos, servicios públicos, o renta básica estatal o administrada por el estado o en última instancia un ente supranacional como sería la Unión Europea. ¿Damos entonces por buena la existencia del Estado y su permanencia en el tiempo? ¿Alguien puede engañarse a estas alturas de los intereses a los que sirven los estados? ¿Es emancipatoria una renta básica que se (nos) administra desde fuera, que no responde a una gestión colectiva de la riqueza colectiva? Mi respuesta es no.
Una renta básica emancipatoria entiendo que sería una renta básica verdaderamente autogestionada, que nos la diéramos a nosotros mismos entre todos. Colectivamente organizada, administrada y distribuida desde el nivel de decisión de que nos dotáramos, que no sería para nada un supraestado sino una comunidad inscrita en un territorio o una confederación de comunidades y donde se decidiera, como medida de lógica inmediata y de base, que la vida de todos los miembros se garantizase sin contrapartidas mediante la medida que se considerase más acorde por el conjunto de la colectividad, atendiendo a la disponibilidad -y conservación- de los recursos existentes y accesibles y su gestión colectiva, pudiendo ser en moneda local o mediante el libre acceso a los bienes básicos o como la comunidad en cuestión considerara. En este sentido entiendo que la renta básica se puede ensayar y se debe ensayar a nivel de las pequeñas colectividades que intentan modos de vida autogestionarios en el camino de la salida del sistema y para construir comunidades en la mayor medida posible autosuficientes y resilientes, con el máximo posible de soberanía alimentaria y energética en previsión también de las más que previsibles pero diversas manifestaciones del colapso.
Esto no quiere decir que no quepa considerar, en este camino, las diferentes posibilidades de renta básica que ahora mismo se nos presentan, sobre todo en la medida en que es más que previsible que alguna de ellas llegue a instalarse, ya sea la versión neoliberal más cruda, ya sea la versión socialdemócrata como sistema de seguridad social avanzado, que al final resulta ser fácilmente subsumible en la primera si no se consigue evitar el proceso de recortes sociales y degradación de lo público. Y es claro que ante esta posibilidad rampante sólo nos cabe reafirmarnos en las características esenciales e irrenunciables de universalidad, incondicionalidad, individualidad y suficiencia para cualquier renta básica que no sea directamente la que proponemos, administrada y gestionada por nosotros mismos.
- (*) Estas reflexiones son cercanas a las realizadas por los colectivos que defienden la Renta Básica de Las Iguales, aunque no coinciden en la propuesta, que nos puede parecer algo mecánica, sobre la diferenciación en la renta básica de una parte colectiva gestionada colectivamente y una parte individual; pero tampoco la excluye, sino que es objeto de reflexión, ya que entendemos que una colectividad administra el cien por cien de su riqueza comunal y la organiza como considera, respetando la parte de renta básica individual pero que en lo que se refiere a las necesidades colectivas debería poder disponer sin más del resto.