EXPOSICIÓN Y CRÍTICA DE LA ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA
(…) Atiéndase de una vez a las prescripciones del simple buen sentido. Pues son verdaderas entidades naturales al Estado, la provincia, el pueblo, empancípese al pueblo de la tutela de la provincia, a la provincia de tutela del Estado. Los que no están por un sistema federal como el de Norteamérica, consientan a lo menos en esa descentralización, aconsejada por la economía, la historia, la necesidad de armonía y la unidad, la lógica.
En cuanto a mí, repito que mientras no puedo destruir el poder bajo la última de sus formas, estoy decidido abiertamente por una federación republicana. Yo dividiría la Península, no ya en catorce provincias, sino en catorce estados. Cada estado administraría sus intereses y les daría el desarrollo que juzgase conveniente. Tendría su cámara y sus ministros, su constitución especial, sus leyes. Nombraría y pagaría sus empleados, impondría sus arbitrios, organizaría su fuerza interior como quisiese. Seguiría su sistema industrial y resolvería a su modo los grandes problemas económico-sociales. —Una asamblea central, elegida por los ciudadanos de todos los estados, llevaría luego por principal objeto arreglar cuantas diferencias surgiesen entre los estados mismos. Cuidaría de legislar sobre los intereses de la federación entera; nombraría un ministro de Estado, otro de la Gobernación, otro de Hacienda; votaría anualmente el presupuesto. —No tendría esta asamblea central un solo funcionario suyo en los estados. Para el cobro de las contribuciones, para el reemplazo del ejército, para la expropiación forzosa de terrenos de diferentes estados, motivada por la construcción de caminos y demás obras públicas, para otros actos análogos, se entendería exclusivamente con los diversos gobiernos federales. De la nación no habría nunca dentro de los estados sino las fuerzas del ejército y los tercios navales que según el sistema general de defensa del territorio hubiesen de cubrir las costas y plazas fuertes. Los montes y demás fincas nacionales deberían ser administrados por los estados en que radicasen, aunque siempre conforme a las leyes de la cámara central y a expensas del Tesoro. Marina y ejército no podrían nunca ni bajo ningún concepto ser distraídos de su objeto. No obedecerían sino a sus jefes naturales. —Tendría cada pueblo, como ahora, su ayuntamiento; nadie intervendría en sus negocios sino a instancias de los pueblos mismos. —Serían respetados los derechos de la familia, declarada en todos los estados inviolable la libertad del individuo.
Y reinaría entonces la paz, así como ahora no puede reinar sino la guerra. ¿Lo dudáis? Añadid a los conflictos que provoca la libertad condicional y la división de los poderes, los que ha producir forzosamente la falta de unidad en el régimen administrativo, el frecuente cambio de gabinetes, el antagonismo entre los agentes del poder y los cuerpos populares, la injerencia del Gobierno en otros intereses que los públicos, los odios suscitados entre el ejército y el pueblo, el retardo en el despacho de los negocios, la inmotivada multitud de empleados, la continua presión de las armas y la Hacienda sobre el ciudadano, las contradicciones que yacen, por fin, en el fondo de toda la organización administrativa. Apelo a la conciencia de todos mis lectores, y quiero que me digan si creen posible bajo tan funestas condiciones otra paz que la del sable, si esta paz de sable es duradera. El que se atreva a dudar, abra la historia, sólo la historia de nuestros últimos veinte años; recuerde, si esto no le basta, que las atribuciones de la administración y la política están aún en manos de nuestros ministerios bárbara y vergonzosamente confundidos.
Bajo el nuevo sistema de administración propuesto, admítase o no el federalismo, tenemos, por el contrario, además de un solo poder y una sola cámara, la mayor independencia posible en las tres entidades políticas, nación, provincia, pueblo; el ejército reducido a antemural de la república contra las invasiones extranjeras; la autoridad civil dominando sola y señora en la sociedad entera; el pueblo y el gobierno identificados por completo; los diversos intereses generales puestos al cargo de especialidades llamadas directores generales; la marcha administrativa de todo el cuerpo social confiada a sólo tres secretarios de despacho; los choques ministeriales evitados por una perfecta delimitación de atribuciones; la lógica sustituida al capricho; la administración y la política separadas; la responsabilidad graduada y específica; el despacho de los negocios acelerado; conseguida, por fin, la unidad en la diversidad, hoy objeto supremo de la ciencia. Destruidos en la organización administrativa todos los elementos de discordia, ¿no ha de ser naturalmente mucho más fácil la paz, por que tanto suspiramos?
Fuente: Pi y Margall: Federalismo y República. Edición de Antonio Santamaría.