En la nueva crisis abierta en Oriente Medio, una primera constatación se impone: el avión ruso derribado (bombardero táctico Su-24) por un caza F-16 turco, no constituía ningún peligro para Turquía. Es de difícil justificación, además, que el gobierno de Erdogan ataque a quienes, como los rusos, están bombardeando las posiciones de Daesh y de los grupos islamistas que aterrorizan Siria.
En Siria, Turquía tiene dos objetivos: derribar el gobierno de Bachar al-Asad y limitar el fortalecimiento de los kurdos, que controlan el norte del país, y que, hipotéticamente, pueden ser el embrión de un Estado kurdo que abriría una grave crisis entre Ankara y su propia población kurda. Ambos, Damasco y los kurdos, son enemigos para Ankara; no así, Daesh, a quién el gobierno de Erdogan se ha abstenido de atacar; bombardea a los kurdos, pero no a Daesh; y arma a esa feroz “oposición moderada” siria.
Turquía ha permitido desde hace tiempo el tránsito de los grupos terroristas que ocupan parte de Siria; ha financiado y armado algunos destacamentos yihadistas y tiene interés en el petróleo que Daesh comercializa a través de la frontera turca. De hecho, es a través de Turquía por donde sale el petróleo con que se financia el Estado Islámico, y que Ankara compra. La manipulación del lenguaje por parte de los países occidentales ha llegado muy lejos: califican de “oposición moderada” a los ejércitos islamistas (entre ellos a Jabat-al-Nusra, la filial de al-Qaeda) que combaten al gobierno de Damasco. En realidad, esa “oposición moderada” no tiene nada que envidiar en ferocidad al ejército de Daesh o Estado Islámico. Tras esa “oposición moderada” se encuentra Estados Unidos, que ha entrenado y armado a algunos grupos, y también Turquía, Israel y las monarquías del golfo Pérsico. Al mismo tiempo, la conquista por Daesh de amplios territorios en Iraq y Siria no se explica sin la complicidad y el dinero de Arabia, Qatar y EAU. Como Israel, Estados Unidos tiene su propia agenda, que coincide parcialmente con Ankara, pero no en su totalidad, y eso hace todavía más compleja la crisis. Además, algunos sistemas antiaéreos de Ucrania podrían llegar a Siria, para armar a los grupos yihadistas, y eso no puede hacerse sin la complicidad norteamericana.
¿Por qué Turquía decidió derribar el avión ruso, con las peligrosas consecuencias que se derivan? Por tres razones: ve a Daesh con benevolencia, porque ataca a los kurdos; consigue, además, petróleo barato, y, finalmente, porque cuenta con que, como miembro de la OTAN, recibirá el respaldo de la organización. Que Erdogan y el ejército turco tomasen esa arriesgada decisión de enfrentarse a Rusia tiene detrás dos posibles explicaciones: primera, que haya sido una decisión autónoma turca, para lanzar un aviso a Moscú de que se abstenga de atacar a los grupos yihadistas turcomanos que apoya Ankara: una apuesta muy arriesgada, pero que esperaban tuviese la protección tácita posterior de la OTAN, como así ha sido. La segunda es más inquietante: que la decisión fuese tomada por el gobierno de Erdogan de acuerdo con los servicios secretos norteamericanos, y comunicada previamente al Pentágono. De ser así, abriría un nuevo y peligroso escenario en Oriente Medio, donde la guerra podría alcanzar a las grandes potencias, si no se impone la contención. Porque el derribo del avión ruso ha sido un serio aviso para Moscú, que, además, está acompañado en el tiempo de otros rasgos inquietantes de la nueva crisis internacional: la llegada de barcos de guerra norteamericanos al Mar de la China del Sur, y el sabotaje eléctrico que ha dejado a la península de Crimea a oscuras a comienzos del invierno.