La memoria no reabre heridas: ayuda a cerrarlas

Ya sé que fuera de los pactos para la investidura y posterior formación de un gobierno progresista no hay casi nada. O nada. Bueno, sí: la presencia de Vox hasta en la sopa. Haga lo que haga (o no haga) el partido ultraderechista, lo tendremos de insoportable compañía en nuestra supervivencia cotidiana. Por eso, por la escasa vida que se respira en las afueras de esos pactos y esa presencia insana del neofranquismo (¿de verdad es neo?) en nuestra precaria cotidianeidad, me siento feliz al leer la noticia que firma Clara Morales en infoLibre. Y su titular: Cine contra el olvido.

Se trata de una iniciativa de la Asociación Arte y Memoria (presidida por la actriz y escritora Amparo Climent) que, apoyada por otras entidades y colectivos, organiza en Madrid unas jornadas en que se pondrán en juego acontecimientos que sucedieron en el pasado, no sólo en España sino también en otros países que vieron cómo la desmemoria hacía estragos en su deambular por los pasadizos más o menos oscuros de la historia.

Dice el actor Carlos Olalla, director del encuentro: “La gran asignatura pendiente es que los jóvenes desconocen la historia. Lo peor no es que no les interese, sino que les parece la guerra de los abuelitos, algo lejano”. Seguro que sí, que la memoria democrática (creo que es más justo llamarla de esa manera que de la más generalista y confusa “memoria histórica”) es algo que interesa poco o nada a la gente más joven. Pero creo que ese desinterés alcanza también, y por desgracia, a casi la sociedad entera. En todo caso, si a los jóvenes les interesa poco lo que sucedió en un pasado no muy lejano será porque los mayores se la hemos contado igual de poco: en las casas, en los institutos, en la universidad… Han sido muchos años de dictadura, y muchísima inacción memorialista desde que se murió el dictador Franco Bahamonde, para que escarbar en nuestro pasado más inmediato se haya convertido en un acto de rechazo por parte de muchísima gente, y, como digo, no sólo de la más joven. Lamentablemente, la cultura democrática tardó demasiado –está tardando demasiado– en abrir un boquete en la que nos legó un franquismo que se negaba –y se niega cada vez con más fuerza– a desaparecer. Por eso cuesta tanto romper ese mantra que vehiculan a grito pelado las derechas y sus voceros intelectuales y mediáticos. Según ellos, hablar del pasado es reabrir viejas heridas, impedir la reconciliación entre los que ganaron la guerra y quienes la perdieron. Hay que mirar adelante, dicen. Como si hablar del pasado no fuera imprescindible para que el presente sea menos oscuro de lo que es, para que el futuro (si existe) lo acerquemos a lo que nos pasa con las mayores garantías de verdad, de justicia y de reparación contra el trucaje de la historia.

Otro de los mantras falsos que ponen a circular las derechas es que estamos hartos de tantas películas sobre la guerra civil. Es esa afirmación uno de los éxitos del revisionismo histórico y cultural: nos han clavado el hartazgo en el alma frágil de nuestra conciencia. Miremos por donde miremos, aseguran esas voces acostumbradas a la falsedad, veremos una película sobre la guerra civil. Insisto: hagan ustedes cuentas y a ver cuántas pelis de esas les salen. Para cuadrar esas cuentas con la mayor exactitud posible, les propongo que hagan un repaso a los westerns que en EEUU se han hecho sobre su guerra civil y sobre la que libraron los rostropálidos contra esos “indios” que eran los legítimos dueños de todos los paisajes crepusculares que rodaba John Ford en las Montañas Rocosas. Todavía hoy se siguen rodando allí películas que tienen a aquellos personajes del Colt 45 y el Winchester 73 como protagonistas. O sea, que, de hartazgo, nada. En realidad, lo que molesta a las derechas no es que se hagan películas sobre la guerra. Lo que les molesta es que se hable –en el cine o donde sea– de la dictadura que vino después de la guerra. Porque ahí salen retratados los antepasados de esas derechas. Ellos dicen que en la guerra mataron todos. La pregunta del millón: ¿quiénes mataron en la dictadura? Pues eso, para no tener que contestar a preguntas incómodas, lo mejor es callarnos, guardar silencio, olvidarlo todo.

Lo que pasa en realidad, como también apunta Carlos Olalla en esa crónica, es que en este país nuestro tan volcado en la desmemoria sigue habiendo vencedores y vencidos de aquella guerra, una guerra que empezó con un golpe de Estado fascista contra la Segunda República en julio de 1936 y quienes la ganaron quieren seguir ganándola sea como sea ochenta años después de su victoria. Ha pasado mucho tiempo desde entonces y hablar del pasado sigue siendo un escándalo tremendo después de más de cuarenta años de democracia. Por eso es una buena noticia que se celebren en Madrid esas jornadas de cine contra el olvido. O que, en Valencia, un grupo de mujeres represaliadas por la dictadura franquista estén exigiendo al Ayuntamiento de la ciudad la colocación de una placa en la antigua cárcel de Mujeres –hoy Colegio Público 9 de Octubre– para recordar que allí fue recluido, durante muchos años, un pedazo grande de historia de la dignidad, una dignidad que hoy siguen representando algunas de aquellas mujeres supervivientes y la memoria de las que se fueron quedando en el camino sin claudicar un solo minuto de sus vidas.

No es fácil abrir una brecha en las acorazadas estrategias de la desmemoria. Nada fácil. El franquismo sigue alzando la voz en el lugar que debería ocupar la democracia. Porque, aunque parezca que hablen del olvido, las derechas no olvidan. “Somos la voz de los hijos de quienes ganaron la guerra civil”, dice Abascal. Por eso me gusta escribir que somos muchas las voces que, con todo el orgullo del mundo, no vamos a parar de hablar de quienes la perdieron. Y que vamos a seguir dando la matraca para que esos de la dictadura franquista no se salgan con la suya. Pues eso.

Artículo publicado originalmente en Infolibre

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