Hay algunas noticias, con implicaciones potencialmente devastadoras, que han sido sustancialmente pasadas por alto en los últimos días. El 24 de mayo, misiles de origen desconocido (o al menos declarado desconocido) impactaron en el sistema de radar ruso de Voronezh, cerca de Armavir, en la región de Krasnodar, entre los mares Negro y Caspio.
Es uno de los diez radares de alta frecuencia que tienen la función específica de identificar ataques nucleares estratégicos a larga distancia.
Son instalaciones colosales, extremadamente sensibles y extremadamente costosas, y forman parte del aparato de disuasión nuclear ruso.
Según el documento emitido en junio de 2020 titulado «Principios fundamentales de la política estatal de la Federación de Rusia sobre disuasión nuclear”, Rusia define muy claramente las condiciones en las que una respuesta nuclear estratégica puede ser posible; en el artículo 19 encontramos:
“Las condiciones que especifican la posibilidad del uso de armas nucleares por parte de la Federación de Rusia son las siguientes:
”a) llegada de datos fiables sobre el lanzamiento de misiles balísticos contra el territorio de la Federación de Rusia y/o sus aliados;
”b) uso de armas nucleares u otros tipos de armas de destrucción masiva por parte de un adversario contra la Federación de Rusia y/o sus aliados;
”c) Ataque del adversario contra sitios militares de la Federación de Rusia, cuya interrupción comprometiría las acciones de respuesta de las fuerzas nucleares;
”d) agresión contra la Federación de Rusia con el uso de armas convencionales cuando esté en peligro la existencia misma del Estado”.
El apartado c) corresponde precisamente a lo que acaba de suceder, es decir, al ataque al radar de Armavir.
Es importante entender que un ataque de este tipo no debería tener importancia militar para el conflicto ruso-ucraniano, al menos si realmente tiene lugar con intercambios limitados al territorio ruso y ucraniano. El territorio ucraniano está ampliamente custodiado por otros sistemas de corto alcance. Sin embargo, podría tener cierta relevancia si se produjera un ataque a Crimea con misiles de largo alcance por parte de países de la OTAN, porque los posibles daños limitan la detección temprana del sistema de defensa ruso en la zona sur de la Federación (aquella en la que, por cierto, hay submarinos nucleares estadounidenses estacionados).
Ahora bien, lo que en mi opinión merece una reflexión es la Lógica de la Escalada.
Está claro, como lo dejó claro públicamente el ex director de la agencia espacial rusa Roscosmos, que un ataque de este tipo sólo podría haberse llevado a cabo con los sistemas de misiles y tecnologías más avanzados de la OTAN.
La verdadera pregunta ahora es: ¿cuál es el significado de tal ataque?
Me temo que la respuesta es tan sencilla como preocupante. Los dirigentes de la OTAN obviamente saben que han cruzado una línea roja explícitamente definida como causa potencial de una respuesta nuclear. Saben también que, a pesar de la propaganda sobre la locura de Putin, el presidente ruso es extremadamente equilibrado y racional, y que no quiere iniciar un conflicto nuclear en el que todos –Rusia incluida– saldrían gravemente perjudicados, si no extinguidos.
Por tanto, el cálculo de la OTAN probablemente pueda expresarse en los siguientes términos:
“Cruzamos una línea roja y demostramos que sabemos que el adversario no responderá en forma nuclear; al hacerlo, demostramos el carácter ilusorio de sus amenazas de disuasión nuclear y socavamos su credibilidad. También lo empujamos a alguna ‘reacción desagradable’ hacia Ucrania, que puede desacreditarlo aún más”.
Este cálculo puede ser correcto.
Sin embargo, aquí nos enfrentamos a un juego sutil y muy peligroso de expectativas mutuas.
La razón por la que un ataque al sistema estratégico de detección de amenazas nucleares se equipara, en la lista de posibles respuestas, con un ataque nuclear, es que una vez que el sistema de radar ha sido cegado en una zona, ésta se vuelve vulnerable a ataques nucleares incapacitantes (desde los años 70 se estudia la doctrina del «ataque preventivo», es decir, ataques que paralizan la capacidad de respuesta nuclear del país afectado).
Ahora, ante un punto ciego, una reducción significativa en la capacidad de detectar amenazas de misiles de largo alcance y su naturaleza, la posibilidad de que un ataque convencional sea interpretado como un «ataque preventivo» crece exponencialmente. El enemigo fuerte puede medir con precisión sus respuestas, el enemigo debilitado puede perder esta capacidad y prepararse para una respuesta dando por sentado el peor de los casos.
A todo esto hay que añadir otra ambigüedad creada por las definiciones actuales en torno a la naturaleza de las armas utilizables. Las llamadas «armas nucleares tácticas» se consideran parte del arsenal ordinario y por tanto, formalmente, su uso no significaría el inicio de una «guerra nuclear». Pero en realidad no es posible evaluar con precisión, y mucho menos en los rápidos tiempos de decisión que se producirían, si un arma nuclear debe considerarse táctica o estratégica, si su potencial debe considerarse «limitado» o no. Esta situación crea un «deslizamiento» muy peligroso que puede llevar del miedo a un ataque estratégico a una respuesta nuclear táctica para la disuasión, desencadenando rápidamente un conflicto ilimitado, incluso si nadie lo quiere.