La especie artística

Hace cuatrocientos mil años, un miembro de una especie humanoide ancestral fabricó un hacha de mano. Como otras hachas, esta se creó dando la forma deseada a una roca mediante un ingenioso proceso consistente en desprender esquirlas golpeando un núcleo de piedra. La herramienta resultante era del tamaño de una mano y de bordes afilados. Se caracterizaba por su excepcional calidad y por el material de que estaba hecha: una variedad de cuarzita de color rojo oscuro, un color que recuerda el de la sangre. Probablemente no se utilizó para cortar. No podemos estar seguros de cómo llegó hasta allí, pero fue el único artefacto encontrado en un hoyo en el que el grupo del que formaba parte el hombre que lo creó sepultaba a sus muertos. Es muy probable que sea la primerísima ofrenda fúnebre. Los arqueólogos que desenterraron esta hacha de mano de color se quedaron tan impresionados que decidieron ponerle de nombre “Excalibur”, por la espada de la leyenda artúrica.[1]

Excalibur no es un ejemplar único. Más o menos por la misma época hay pruebas de un notable desarrollo en la actitud hacia la producción de hachas. En algunos lugares había muchas más hachas (también conocidas como “bifaces”) de las necesarias por motivos puramente funcionales. En aproximadamente el 1-2 por ciento de los casos, se tomaba un enorme e innecesario cuidado en hacer hachas bilateralmente simétricas.[2] Algunas de las más simétricas y más sofisticadamente elaboradas no muestran señales de haber sido utilizadas. Algunas son de un tamaño desmesurado o tienen una forma que no las hace fácilmente utilizables. Otras aprovechan la presencia de fósiles o de vetas minerales en la roca. Todo esto sugiere que quienes las fabricaban perseguían algo más que su utilidad básica.

El filósofo Gregory Currie describe una de estas hachas del siguiente modo:

Es un trozo de piedra tallada en forma de lágrima alargada y aproximadamente simétrica en dos dimensiones, con una torsión en la simetría para retener un fósil incrustado en ella. Por su forma y su tamaño no parece que fuera un instrumento muy útil para cortar carne, y está trabajado hasta un punto que no guarda proporción alguna con ningún uso probable. Si bien sería excesivo calificarla de “obra de arte temprana”, sugiere al menos la presencia de una sensibilidad estética.[3]

Por “sensibilidad estética”, Currie se refiere a un sentido para la creación o la apreciación de la belleza, como explicaré con más detalle en el capítulo 1. Las respuestas estéticas positivas implican normalmente un enfoque emocionalmente elevado en el atractivo o la espectacularidad de un objeto.

Otros muchos comentaristas, entre los que me cuento, compartimos la opinión de que los que fabricaron estas hachas buscaban un efecto estético.[4] Y si estamos en lo cierto, podemos afirmar que el gusto por la creación y la apreciación de la belleza estaba ya presente en nuestros antecesores humanoides.

¿Quiénes eran estos estetas y qué relación mantenemos con ellos? Hace unos cinco millones de años o más, una criatura primitiva de aspecto simiesco dio origen a dos líneas genealógicas. Uno de estos linajes se extiende hasta nuestro pariente primate vivo más cercano, el chimpancé, y en él están también los bonobos, los gorilas y los orangutanes. La otra línea procedente de nuestro distante precursor implica una red ramificada de especies –la especie Homo y antes de ella los Australopitecos (especie a la que pertenece la famosa y muy documentada “Lucy”), los Parántropos y los Ardipitecos. Nosotros –es decir, el Homo sapiens– surgimos en África hace unos 200.000 años. Todas las otras ramas de esta línea genealógica, con excepción de la que lleva hasta nosotros, terminan con extinciones. La extinción más reciente de una especie Homo fue la de los neandertales (Homo neanderthalensis) hace unos 35.000 años, en lo que hoy es Europa. Todas las especies que forman parte de esta segunda línea de descendencia, incluido el Homo sapiens, se conocen colectivamente como “homininos”.

En nuestro linaje, fueron miembros de una antigua especie de homininos los primeros que utilizaron herramientas de piedra hace 2,6 millones de años. Las primeras hachas de piedra aparecieron hace 1,65 millones de años. Excalibur la fabricó un miembro de una especie más reciente, Homo heidelbergensis, que a su vez dio lugar tanto a los neandertales como, algo más tarde, a los humanos modernos.[5]

Hay otras pruebas que respaldan la hipótesis de que algunas especies ancestrales de Homo estaban interesadas en estetizar su aspecto. El ocre empezó a recolectarse hace 300.000 años. Los arqueólogos creen que se utilizaba como decoración personal. Por supuesto hemos de ser cautos y no podemos asumir que el ocre tuviese siempre un significado estético para quienes lo utilizaban. Entre las aplicaciones alternativas propuestas están: como conservante para pieles, como medicina, como crema protectora solar y repelente de insectos, como ingrediente para hacer colas y fijar el mango de algunas herramientas de piedra, como abrasivo para pulir, y para estimular (y también para enmascarar) la menstruación. De todos modos, hay pruebas de que preferían los rojos más fuertes y puros, lo que indica que a veces el color era importante. Si esto era porque el color hacía más atractiva o embellecía más eficazmente a la persona que se pintaba con ocre, podemos deducir que su uso era eminentemente estético.[6]

Existen evidencias aún más claras del interés por el embellicimiento de las personas y de sus posesiones a partir de la llegada de los humanos anatómicamente modernos. En la cueva de Blombos, en Sudáfrica, se han encontrado miles de “lápices” de ocre que tienen una antigüedad de 77.000 años. Y la adopción de ornamentos como decoración personal es otro indicio de creación estética si eran hechos y utilizados para mejorar la apariencia del portador. Estos ornamentos eran comunes hace 40.000 años, aunque se conocen ejemplos más tempranos, como las conchas perforadas del abrigo de Es-Skhul, Israel, de hace 100 mil o 135 mil años, y las de la cueva de Dar es-Soltán, en Marruecos, de hace 128 mil años.[7]

Se hacían adornos con conchas marinas, huevos de aves, caracoles, dientes, cuernos, huesos, marfil, ámbar y piedras como la esteatita y el jade.[8] Además de fijarse a la ropa, adoptaban la forma de abalorios, cinturones, collares, pendientes y amuletos. A veces estos materiales eran transportados lejos de sus fuentes.

En unos enterramientos de hace unos 28 mil años en Sungir, Rusia, un hombre de unos 60 años tenía casi 3.000 abalorios y fragmentos sobre el cuerpo, y 25 brazaletes de marfil de mamut en los brazos, mientras que dos niños tenían casi 10.000 abalorios, unas lanzas hechas de marfil de mamut alisado, y un cinturón decorado con 250 caninos de zorro polar.[9]

Igual que los humanos modernos, en el último período de su existencia los neandertales aparentemente tenían abalorios. El punto de vista actual, aunque un tanto polémico, es que ello no se debía a que imitasen a sus vecinos Homo sapiens.[10]

Algunos comentaristas consideran que los ornamentos creados por los humanos modernos son obras de arte.[11] Como veremos, no tengo ningún problema en respaldar un punto de vista generoso y amplio de qué es arte que incluye lo decorativo. Además, es verosímil inferir que el arte data de la época en que aparecen el pensamiento y el comportamiento simbólicos, hace más de 50 mil años.[12] Unas barritas de ocre con grabados abstractos encontradas en la cueva de Blombos[13] se interpretan como evidencia de comportamiento simbólico en una fecha muy temprana, hace 78 mil años. El comportamiento simbólico se asocia con el desarrollo de lo que se conoce como modernidad psicológica (o comportamental).[14] Implica la referencia o la representación de relaciones abstractas, como cuando un patrón o marcador denota estatus social o pertenencia a un clan. Alternativamente, se da cuando alguien se refiere a o representa algo que no está inmediatamente presente, como cuando se representa en un dibujo una escena que sucede en el pasado. Con la llegada de la modernidad psicológica tratamos ya con humanos que tienen unas mentes –percepciones, intenciones, deseos, emociones– así como unos cuerpos como los nuestros. Y en este sentido son potencialmente artistas.

Calificar de “arte” a los adornos a base de abalorios es considerado polémico por algunas personas, que ven en ello una dilución inapropiada de la noción de arte. Pero podemos permitirnos ser agnósticos acerca del estatus artístico de los ornamentos personales argumentando a favor de la existencia de arte prehistórico de creación humana, porque tenemos muchos ejemplos incontestables de arte creados en el período conocido como Paleolítico Superior (o Pleistoceno tardío). Entre estos ejemplos se cuentan las pinturas de las cuevas francesas de Chauvet (de hasta hace 37 mil años), Cosquer (entre 27 mil y 19 mil años), Cougnac (25-20 mil años), Pech Merle (20 mil años) y Lascaux (19 mil años), y las de la cueva de Altamira en España (12,5 mil años). Cierto es que estas cuevas a veces contienen garabatos y graffitis eróticos además de pinturas que presentan carencias técnicas en la representación de animales. Pero muchas de estas pinturas rupestres muestran una habilidad artística impresionante así como fuerza, grandeza y elocuencia en abundancia. Es sabido que Pablo Picasso reconoció la calidad de estas obras con esta observación: “Después de Altamira, todo es decadencia”.

Unos cuantos autores cuestionan el estatus artístico de estas pinturas, se manifiestan neutrales al respecto o escriben la palabra “arte” entre comillas. Pero la inmensa mayoría de expertos las consideran arte sin matices ni vacilaciones. Y aunque están seguros de que estas pinturas son arte, desconocen qué significado tenían para sus autores. Hay diversas teorías al respecto: que tenían una significación religiosa y que las paredes de las cuevas eran consideradas como una especie de membrana entre el mundo terrenal y el inframundo; que eran el resultado del uso de alucinógenos; que eran una especie de calendarios, una forma mágica de propiciar la caza o una forma de “arte por el arte”. Pero nadie lo sabe con certeza.[15]

El filósofo Peter Lamarque resume muy bien el problema:

Por un lado, las cualidades perceptivas de las pinturas rupestres invitan naturalmente a una descripción en términos estéticos o de historia del arte. Se han estudiado las técnicas, pigmentos y materiales, y se ha comentado extensamente la forma y la textura de las pinturas, la forma en que las características naturales de las paredes de la cueva son explotadas, los motivos recurrentes, la fidelidad de la representación naturalista (que facilita la identificación de los temas), y la simple fuerza, economía de medios y vitalidad de las representaciones. Por otro lado, las pinturas siguen siendo un completo misterio; son ininterpretables, y desconocemos la función que desempeñaron en la vida cultural o social de los pueblos que las realizaron, así como las actitudes, aspiraciones, valores y creencias de quienes las contemplaron.[16]

Y sin embargo, si bien no sabemos exactamente por qué se hicieron estas pinturas, teniendo en cuenta las dificultades que implicaba su creación podemos afirmar con certeza que tienen que haber sido muy importantes para quienes las realizaron. Tuvieron que arrastrarse por el subsuelo iluminados solamente con velas o lámparas. Erigieron andamios para poder pintar en las partes más elevadas de las paredes y en el techo de las cuevas. Algunos de los pigmentos utilizados tuvieron que prepararlos calentándolos a una temperatura muy elevada.[17] Y estas pinturas se crearon no cuando la vida era fácil, sino cuando la tierra estaba cubierta de hielo y las condiciones climáticas eran muy duras.[18]

En mi opinión, estamos obligados a considerar estas obras como obras de arte porque podemos identificarnos sin esfuerzo con sus creadores. Si las pintásemos nosotros sería incuestionable que serían arte, aunque la motivación principal a la hora de realizarlas fuese la de servir una función práctica, posiblemente religiosa, y no la de contemplarlas desinteresadamente. Dicho de otro modo, estas pinturas rupestres ponen de manifiesto de un modo transparente la existencia de unos instintos artísticos que compartimos. Robin Dunbar, un antropólogo y psicólogo evolucionista, lo expresa de este modo:

Esta efusión de destreza artística nos habla a través de los milenios. He ahí un pueblo que no era tan diferente de nosotros, porque lo que a nosotros nos parece bello también a ellos les parecía bello.[19]

Lamarque se suma al consenso cuando concluye que los creadores de las pinturas rupestres no solo tenían una sensibilidad estética y unos objetivos estéticos, sino que buena parte de lo que produjeron cabe considerarlo como arte.

El mismo cuidado y destreza aplicados a la creación de representaciones bellas resulta inmediatamente evidente en algunas antiguas estatuillas talladas o cocidas. Entre ellas destacan un mamut y un caballo tallados en marfil de mamut encontrados en la cueva de Vogelherd, Alemania (32 mil años), una persona-león tallada igualmente en un colmillo de marfil de mamut descubierta en la cueva de Hohlenstein Stadel, Alemania (32 mil años), la estatuilla de Venus de hueso de Kostenski, Rusia (30 mil años), y la Venus de cerámica de Dolní Věstonice, República Checa (26 mil años). La evocadora Venus de marfil de Brassempouy, Francia (25 mil años) sobrevive como una cabeza y un cuello de mujer. Una lámpara con un íbex pintado en la parte inferior encontrada en la cueva de La Mouthe, Francia (hace unos 19 mil años) pone de manifiesto que la decoración pretendía añadir un valor estético a un objeto utilitario.[20]

Pero posiblemente el ejemplo más impresionante es un propulsor de lanza –el nombre técnico es “atlatl”– encontrado en Le Mas d’Azil, Francia (unos 20 mil años). El motivo tallado en dicho propulsor –la representación de un íbex o un rebeco– está perfectamente integrado en la función utilitaria del objeto. El animal, con la cola levantada, es representado mirando sobre su espalda, todo él perfectamente moldeado para que se acomode al asta de la lanza y para preservar la fuerza del propulsor.[21] Si bien hay quien cree que el arte tiene que ser no funcional, argumentaré que muchas excelentes obras de arte no solo son funcionales, sino que recurren claramente a sus propiedades estéticas para llevar mejor a cabo su propósito práctico.

También tenemos ejemplos prehistóricos de instrumentos musicales. El más antiguo es una flauta de hueso de buitre de hace más de 35 mil años.[22] Tambores y sonajeros también son posiblemente antiguos pero es poco probable que sea posible reconocerlos como tales –pieles y membranas tensadas sobre un marco de madera no pueden sobrevivir, y algunos objetos naturales pueden funcionar como tambores cuando son golpeados con palos o piedras.[23] Nótese también que el arco de caza es un diseño antiguo (64 mil años) y puede hacer las veces de instrumento musical cuando es punteado o pulsado, como hacen en muchas comunidades de cazadores-recolectores.[24]

Con el fin de contrarrestar el sesgo eurocéntrico de generaciones anteriores de arqueólogos, es importante señalar que estos antiguos desarrollos artísticos no se limitan a Europa. Las pinturas rupestres de los aborígenes australianos, por ejemplo, son de una antigüedad comparable y tienen también una gran fuerza simbólica y una gran calidad artística.

Nuestro tema

El hecho de considerar la búsqueda de experiencias estéticas por parte de nuestros precursores homininos y la creación del arte prehistórico por los humanos suscita un montón de preguntas.

¿Qué es lo que hace que algo sea estéticamente valioso o bello? ¿Varía esto con la naturaleza del objeto en cuestión y en función de su ubicación cultural?

¿Pertenecen las propiedades estéticas de un objeto al propio objeto o son más bien proyecciones sobre el mismo de quienes lo aprecian?

La creación y la contemplación estéticas ¿implican siempre desentenderse de la función del objeto, como parece sugerir el tamaño desmesurado de ciertas hachas de mano, o podemos manifestar un interés estético legítimo en cómo realiza su función un objeto?

¿Existe alguna conexión entre las nociones de belleza que utilizan los filósofos en sus disquisiciones sobre el arte y la naturaleza, y la que utilizan los psicólogos evolucionistas con respecto al atractivo sexual humano?

¿Existen estándares de valor estético que sean generales o universales?

La experiencia estética es valorada como una fuente de placer y de admiración, pero ¿cuál es su utilidad o propósito práctico?

Volviendo al arte, ¿qué es lo que hace que podamos considerar algo como una obra de arte?

¿Se agota el valor y el interés del arte en la apreciación de las propiedades estéticas de las obras de arte, o tienen estas obras propiedades adicionales igualmente valiosas? Dicho de otro modo: ¿valoramos las obras de arte solamente por su belleza o también tenemos en cuenta su estilo, su expresividad, las referencias que hacen a la tradición, a otras obras, etcétera?

¿Qué relación hay entre las obras de arte funcionales, como las obras del arte religioso que ilustran, describen o representan la historia de la creación de un grupo, y las que solo buscan ser contempladas en y por sí mismas?

¿Hasta qué punto podemos entender y apreciar las obras de arte producidas en una cultura distinta de aquella de la que formamos parte, o las pertenecientes a una tradición que desconocemos?

¿Qué conexión podemos establecer entre las humildes formas de arte doméstico o decorativo y las esotéricas Bellas Artes o el muy refinado y sofisticado arte de vanguardia?

¿Cuál de estas formas representa mejor, si es que alguna lo hace, la verdadera naturaleza del arte, y cuál realiza mejor su propósito principal?

Finalmente, podemos preguntarnos si los comportamientos estéticos y artísticos son universales y tienen un carácter fundacional para la naturaleza humana, como parece implicar la extrema antigüedad de los mismos. Más concretamente, ¿son estos comportamientos un producto de la evolución, ya sea porque contribuyeron directamente a la supervivencia y a la reproducción de nuestros ancestros, o porque son un subproducto de otras cosas que sí lo hicieron? Alternativamente, ¿están los comportamientos estéticos y artísticos tan controlados por lo que es culturalmente arbitrario, que solo mantienen una tenue conexión con la biología?

Estas y otras preguntas similares constituyen la materia prima de este libro. Investigo las posibles conexiones existentes entre nuestras naturalezas humanas biológicamente evolucionadas y culturalmente situadas, por un lado, y por el otro nuestro interés general por la estética, tanto la que se da de forma natural como la creada por la humanidad, así como nuestra propensión a crear obras de arte y apreciarlas.

Notas:
[1]. “Excalibur” se encontró en la Sima de los Huesos, en Atapuerca, España, en 1998.
[2]. Corbey et al. 2004.
[3]. Currie 2009. Véase también Currie 2004, 2011.
[4]. Sobre las hachas de mano como artefactos estéticos (o como arte): S.L. Washburn 1970, Brothwell 1976, Geist 1978, Hadingham 1979, Dissanayake 1980, 1988, Oakley 1981, Pfeiffer 1982:83-4, 1985: 117, Sandars 1985, Lumsden 1991, Mithen 1996, 2003, 2005, Kohn y Mithen 1999, G. Miller 2000a, Solso 2003, Corbey et al. 2004, Zaidel 2005, R. Berleant 2007, B. Boyd 2007a, 2009a, C. Renfrew 2009.
[5]. La especie Homo heidelbergensis se asimila a veces a Homo erectus o a Homo rhodesiensis. Los primeros fabricantes de herramientas de piedra fueron muy probablemente de la especie Australopithecus garhi: Semaw 2000, Gräslund 2005.
Sobre las herramientas de piedra más antiguas: Semaw et al. 1997, Deacon 1998, Klein 2000, 2009, Semaw 2000, Gosden 2003, Sterelny 2003, 2012, S. Carroll 2005, Gräslund 2005, Richerson y Boyd 2005, Stout et al. 2005, Gamble 2007, Clack 2009, Lumley 2009, Jeffares 2010.
Sobre las hachas de mano: la fecha de 1,65 mil años es de Klein 2000, Sterelny 2003, Lumley 2009, Asfaw et al. 1992 da la de 1,4 mil años; Jeffares 2010 y Sterelny 2012 dan 1,8 mil años. Algunos prefieren una cifra más conservadora, de 500 mil años para las primeras hachas de mano: R. Berleant 2007, Gamble 2007.
Las herramientas compuestas –cabezas de piedra con mango de madera, por ejemplo– datan de hace 250 mil años: Klein 2000.
[6]. Sobre el ocre: la fecha de 300 mil años es de Hadingham 1979, Oakley 1981, Watts 1999, Coe 2002, Davidson 2003, Barham 2004. G. Miller 2000a da 100 mil años; Mellars 2005 sugiere al menos 150 mil años; Dissanayake 1988 propone 500 mil años. M. Clark 2002: 173 identifica este uso como revelador en sentido estético. Power 2004 sugiere que hace entre 500 mil y 100 mil años, el ocre fue ampliamente utilizado por las hembras homininas como decoración personal en contextos rituales, y en Power 1999 se señala el uso extensivo de la alheña (henna) y del sándalo rojo africano (Baphia nitida), además del ocre, como decoración corporal en las tribus africanas modernas.
Sobre el escepticismo acerca del uso estético del ocre: Mithen 1999, Corbey et al. 2004, Sterelny 2008, 2012.
Sobre el ocre como conservante: Sollas 1915: 221, Keeley 1980. Para evidencias en contra, véase Watts 1999.
Sobre el ocre como medicina: Velo 1984, Klein 2009.
Sobre el ocre como crema solar y repelente contra insectos: Sollas 1915; 223, Keeley 1980.
Sobre el uso del ocre para hacer colas: Ambrose 1998, Klein 2009, De Smedt y De Cruz 2011.
Sobre el ocre como abrasivo: R. White 1993, Klein 2009.
Sobre el uso del ocre para enmascarar la menstruación: Knight et al. 1995, Power 1999, 2004, Clack 2009.
Sobre el ocre como decoración: Mellars 1996, Watts 1999, Power 2004, McBrearty y Stringer 2007.
[7]. Adornos: la fecha de 40 mil años es de R. White 1993, Mithen 1996: 156, 173-5, Sterelny 2008, 2012. R. White 1989a sitúa la fecha en 35 mil años. Para el desacuerdo, véase Pfeiffer 1982: 204.
Ejemplos tempranos de adornos: Marshack 1990, 1991, Henshilwood et al. 2004, Conrad 2005, Henshilwood 2005, Mellars 2005, Vanhaeren 2005, Vanhaeren et al. 2006, McBrearty y Stringer 2007, Barton et al. 2009, Currie 2009, Mayer et al. 2009. Otros ejemplos de conchas perforadas son los de la cueva de Qafzeh, en Israel, de hace 92 mil años; los de la cueva de Taforalt, ern Marruecos, de hace 82 mil años; y los de la cueva de Blombos, en Sudáfrica, de hace 77 mil años.
[8]. Conchas marinas: R. White 1993: 342-3 cita a Y. Taborin en el sentido de que solamente unos cuantos taxones de conchas eran apreciados; eran trasladados a grandes distancias de su fuente y se trabajaban con un propósito estético teniendo en cuenta el producto final del que tenían que formar parte.
Huevos de ave: De Smedt y De Cruz 2011 identifican entre las obras de arte más antiguas 270 fragmentos de huevo de avestruz grabados del abrigo rocoso de Dfiepkloof en Sudáfrica, de hace 65-55 mil años.
Dientes: solo se utilizaron algunos dientes de un número limitado de mamíferos. Predominan los caninos de zorro, los caninos vestigiales de reno y de ciervo, y los incisivos de caballo y de bóvido: R. White 1993: 343, 2003. Materiales comunes o muy grandes, como el marfil de mamut, eran a veces tallados para que pareciesen materiales más escasos o menos fáciles de obtener, como caninos de ciervo: R. White 1989b. Los humanos de hace 40 mil años reservaban el marfil, más difícil de trabajar, para hacer abalorios y esculturas: R. White 2004, De Smedt y De Cruz 2011.
Piedras: R. White 1992, 1993 cita la belemnita, la pirita, la hematita, la clorita, la calcita, la lignita y la serpentinita (esteatitas), así como el azabache.
[9]. Tumbas de Sungir: la cifra de 250 dientes de zorro es de Mithen 1996: 175, Klein 2009: 694. R. White 1993: 338 da un total de 200 caninos de zorro con 150 en el cinturón. En cualquier caso, a cuatro caninos por zorro, ¡esto es un montón de zorros! Para más información sobre los enterramientos de Sungir: Hadingham 1979: 75-7, Pfeiffer 1982: 65-7, R. White 2003: 141-5. La fecha de 28 mil años es de Mithen 1996, Kuzmin et al. 2004. Dunbar 2004: 187-8 da 22 mil años; Harris 1989, Klein 2009 dan 24 mil años; R. White 2003 da 25-22 mil años.
[10]. Hay indicios de que artefactos primitivos del Homo sapiens han sido erróneamente atribuidos a los neandertales: Benazzi et al. 2011.
Sobre el uso de ornamentos personales por parte de los neandertales: Joyce 1975, Marshack 1991, D’Errico et al. 1998, Conrad 2005, Vanhaeren 2005, Gamble 2007: 46, Zilhão 2007, Sterelny 2008, Currie 2009, Choi 2010, Zilhão et al. 2010. Sobre el punto de vista contrario y más escéptico: Harris 1989, R. White 1992, 1993, 2003, Mithen 1999, 2005, Klein 2000, 2009, Lewis-Williams 2002, 2009, Sterelny 2003, Barham 2004, Mellars 2005, J. Renfrew 2009.
[11]. Sobre los artefactos de abalorios como arte: Barham 2004, Zilhão 2007, Klein 2009. Aunque Vanhaeren 2005 señala el valor estético de los abalorios, cita trece usos diferentes de los mismos.
[12]. Sobre el comportamiento simbólico: Marshack 1991, R. White 1992, 1993, 2003, Deacon 1998, Power 1999, Watts 1999, McBrearty y Brooks 2000, Henshilwood et al. 2002, Davidson 2003, Solso 2003, Tomasello 2003, Barham 2004, Mellars 2005, Mithen 2005, Marean et al. 2007, Lumney 2009, Sterelny 2012. Para una crítica del punto de vista según el cual la noción de simbólico es demasiado amplia si no distingue la ornamentación y la apreciación estética de la descripción o representación: Currie 2004, Mithen 2005. Una réplica es que la ornamentación pudo servir como insignia para identificar la pertenencia al grupo: Coe 2002, B. Boyd 2007a, 2009a, De Smedt y De Cruz 2001.
[13]. Sobre la cueva de Blombos: Hemshilwood et al. 2001, Power 2004, Mithen 2005, Klein 2009.
[14]. Sobre la noción de modernidad psicológica o comportamental, hay una respuesta escéptica en Sterelny 2003: 166: “Nuestros antepasados del Pleistoceno no tenían mentes contemporáneas en un mundo del Pleistoceno, y nosotros no tenemos esencialmente mentes del Pleistoceno en nuestro mundo contemporáneo”.
[15]. Entre las pinturas rupestres y los petroglifos más antiguos y simples conocidos están, por ejemplo, los de la cueva del Auditorio de Bhimbetka, India, de hace 200 mil años.
Sobre dibujos rupestres eróticos: Collins y Onians 1978, Marshack 1991. Guthrie 2005 sostiene que estos dibujos los hacían los adolescentes. Para la sugerencia de que estos dibujos podían ser símbolos más que imágenes eróticas, véase Davis 1986, y para una réplica, véase Marshack 1986.
Sobre errores en las representaciones: Guthrie 2005: 91-112.
Sobre el escepticismo de que las pinturas rupestres sean arte: Davis 1986. Klein 2000, 2009 es agnóstico al respecto.
Sobre quienes ponen “arte” entre comillas: Conkey 2009, Van Gelder y Sharpe 2009. Para una discusión sobre este tema: Ucko y Rosenfeld 1967: 117-22, 165-74, Coe 1992, R. White 1992, Corbey et al. 2004, Heyd 2005, Morphy 2005, Morales 2005.
Sobre la identificación de las pinturas rupestres como arte: Grosse 1987, Sollas 1915, Ucko y Rosenfeld 1967, Berlyne 1971, Weiner 1971, Joyce 1975, Brothwell 1976, E.O. Wilson 1975, 1978, 1998, Collins y Onians 1978, Geist 1978, E. Fisher 1979, Hadingham 1979, Dissanayake 1980, 1988, 1995a, Pfeiffer 1982, 1985, Sandars 1985, Halverson 1987, Mithen 1988, 1996, 2005, Harris 1989, Marshack 1991, Coe 1992, 2002, Diamond 1992, 1997, Mellars 1996, 2005, 2009a, R. Boyd y Silk 1997, Deacon 1998, Tomasello 1999, Klein 2000, 2009, Lewis-Williams 2002, 2004, 2009, Conrad 2003, 2005, Corballis 2003, Davidson 2003, Solso 2003, R. White 2003, Barham 2004, Berghaus 2004, Corbey et al. 2004, Dunbar 2004, Bataille 2005, S. Carroll 2005, Gräslund 2005, Guthrie 2005, Heyd 2005, Morales 2005, Richerson y Boyd 2005, B. Boyd 2009a, Clottes 2009, Currie 2009, Donald 2009, Dutton 2009, Lumley 2009, Scalise Sugiyama y Sugiyama 2009, Whitley 2009, Hampton 2010, Mark Landau et al. 2010, De Smedt y De Cruz 2011, Zaidel 2011. El término “arte portátil” para describir objetos pequeños y transportables, como las estatuillas talladas, es igualmente común.
Sobre la función religiosa de las pinturas: Lewis-Williams 2002, 2009; véase también Clottes 2009, Donald 2009, Mellars 2009a, Whitley 2009. Para una crítica: Marshack 1991: 404-6, Guthrie 2005.
Sobre la influencia de los alucinógenos: Allen 1999. Y sobre la alucinación autoinducida: Lewis-Williams 2002, 2009.
Sobre la función calendárica: Marshack 1991.
Discusión crítica de la afirmación según la cual las pinturas rupestres eran una forma mágica de propiciar la caza: Ucko y Rosenfeld 1967, Collins y Onians 1978, Hadingham 1979, Halverson 1987, R. White 2003, Montelle 2004, Bataille 2005, Guthrie 2005, Currie 2009, Klein 2009.
Sobre las pinturas rupestres como una forma de “arte por el arte”: Halverson 1987. Frost 1987 lo comenta.
[16]. Lamarque 2005: 22.
[17]. Pigmento calentado hasta los 1000 grados: Ucko y Rosenfeld 1967, R. White 2003, Currie 2009.
[18]. Condiciones climáticas duras: Ucko y Rosenfeld 1967, Joyce 1975, Mellars 1996, Mithen 1996, Lewis-Williams 2002, Berghaus 2004.
[19]. Dunbar 2004: 6.
[20]. Estatuillas de Venus: Dobres 1996, C. Renfrew 2009. Las Venus mucho más antiguas de Tan-Tan, Marruecos, y de Berekhat Ram, Israel, que tienen más de 200 mil años, son toscas y su interpretación como representaciones femeninas es dudosa: Mithen 1999, 2005, Davidson 2003, R. White 2003, Conrad 2005; pero véase Klein 2009: 410.
[21]. El propulsor de lanzas de Le Mas D’Azil es uno de los siete que comparten un diseño similar. Según una interpretación, el animal es un íbex joven que está defecando, con dos pájaros carpinteros representados en la parte extruida más grande de las heces: Guthrie 2002, 2005, B. Boyd 2009a. Una interpretación estéticamente más coherente es la que dice que el animal es un rebeco hembra que está pariendo, y que lo que se muestra no son pájaros, sino el saco fetal del rebeco: Bandi 1988, Demoulin 2002. El diseño representacional de este atlatl maximiza su fuerza: Guthrie 2002, 2005: 290.
[22]. Sobre la flauta primitiva encontrada en la cueva de Hohle Fels, Alemania: Conrad et al. 2009. Conrad 2005 describe otras flautas que pueden ser igual de antiguas; véase también Klein 2009. Diversos huesos con orificios han sido calificados de flautas primitivas, pero su estatus como instrumentos musicales es cuestionado: Kunej y Turk 2000, Mithen 2005. Para una discusión sobre instrumentos musicales, o artefactos para generar sonidos, del Paleolítico tardío: Morley 2009.
[23]. Tambores y sonajeros: Huron 2003. Pfeiffer 1982: 180-1 especula que el hueso de la cadera de un mamut golpeado con un martillo hecho de asta podía utilizarse como xilófono; véase también Hadingham 1979: 71.
[24]. Sobre el arco de caza de 64 mil años de antigüedad: Lombard y Phillipson 2010. Klein 2009 le atribuye una antigüedad menor (unos 20 mil años o algo más).

Fuente: primeras páginas de la introducción del libro de Stephen Davies La especie artística.

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