La desobediencia civil

desobediencia civil Thoreau

¿Cuál es la conducta propia de un hombre de verdad con respecto del gobierno americano actual? Mi respuesta es que no puede asociarse con él sin desacreditarse. Ni por un momento puedo reconocer esa organización política como mi gobierno, mientras sea igualmente el gobierno de los Estados que mantienen la esclavitud.

Todo hombre reconoce el derecho a la revolución, o sea el derecho a negar obediencia y a resistir a un gobierno cuya tiranía e incapacidad sean excesivas e intolerables. Pero casi todos dicen que eso no ocurre ahora; pero que sí era el caso, a su juicio, en vísperas de la Revolución de la Independencia.

Si alguien viniera a decirme que el gobierno colonial era malo porque gravaba ciertas mercaderías extranjeras que llegaban a nuestros puertos, es probable que no me hiciese ninguna impresión, puesto que puedo vivir perfectamente sin ellas. Todas las máquinas tienen sus puntos de fricción, y posiblemente eso produzca ciertos beneficios que compensen por sus males. En todo caso, es una maldad protestar por ello. Pero cuando la fricción se convierte en sistema, y la opresión y el despojo están reglamentados, entonces yo declaro que ha llegado el tiempo de descartar la máquina.

En otras palabras, cuando la sexta parte de los habitantes  de una nación que se ha propuesto ser el asilo de la libertad, son esclavos, y un país es invadido injustamente y conquistado por un ejército extranjero sometiéndolo a la ley marcial, creo que ha llegado el momento de que los hombres honrados se rebelen y se levanten en armas. Lo que hace tal deber más urgente es el hecho de que el país invadido no es el nuestro, sino nuestro ejército el invasor.

Paley, autoridad reconocida por muchos en materia de principios morales, en su capítulo sobre el “Deber de someterse al gobierno civil”, reduce todas las obligaciones ciudadanas a lo expediente, o sea aquello que se justifica por su conveniencia práctica, ya que no por su valor ideal; y añade que “en tanto que el interés de toda la sociedad así lo requiera; en tanto que el gobierno establecido no pueda ser reemplazado o resistido sin causar pública molestia, es la voluntad de Dios que tal gobierno sea obedecido hasta allí, y no más.

Admitido ese principio, el grado de justicia de cada caso particular de resistencia se reduce al cálculo del volumen de peligro y abusos, por una parte, y a la posibilidad y el costo de remediarlos, por la otra”.

En cuanto a eso, agrega, cada uno debe juzgar por sí mismo. Pero Paley a lo que parece no llegó a pensar nunca en esos casos en que las consideraciones de mera experiencia no son ya aplicables; aquellos casos en que un pueblo o el individuo debe hacerse justicia a cualquier costa. Si contra toda justicia le ha arrebatado a un náufrago la tabla a que se asía, mi obligación es devolvérsela aunque en ello me vaya la vida. Esto, según Paley, no sería conveniente. Pero en tal caso, aquél que prefiera salvar su vida, la perderá. Este pueblo debe renunciar a la esclavitud y a llevar la guerra a México, aun cuando eso le cueste su existencia como nación.

 

Fuente: Fragmento del libro de Henry David Thoreau  La desobediencia civil, 1849.

Libros relacionados:

 Por la desobediencia cívica. José Bové y Gilles Luneau  

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