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Gore Vidal en una entrevista en el año 2009 pronosticó que la aventura de Estados Unidos en Afganistán sería el fin del Imperio. En aquellos años, cuando nadie cuestionaba el poder de Washington, escuchar algo así parecía provocador. Pero ahora suena diferente. Por algo Gore Vidal ha sido uno de los intelectuales estadounidenses más lúcidos de la segunda mitad del siglo XX. No ha pasado una década desde entonces y la decadencia imperial ha empezado a tomar forma de manera brutal y peligrosa. ¿Qué significa si no el Presidente Donald Trump?
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El escritor Gore Vidal
Trump no es el comienzo de una república nueva sino el fin de un Imperio; el producto de una democracia secuestrada por los intereses especiales de multimillonarios, militares y corporaciones. ¿No ha formado su gobierno con ricos de Wall Street como Steven Mnuchin o Wilbur Ross, generales como Jim Mattis el Perro Rabioso o CEOs como Rex Tillerson de Exxon Mobil, defensor del uso de combustibles fósiles?
Trump no es la enfermedad. Es el síntoma brutal de un cáncer que corroe desde dentro al sistema económico y social de los Estados Unidos. Puede echar la culpa a los de afuera, a los mexicanos, a los musulmanes, a los chinos. No importa. El enemigo está dentro.
Bastarán algunos datos para darse cuenta de que en el país algo profundo no funciona. Familias sin suficiente comida. Condados sin médicos. Uno de cada cuatro hombres negros conocerá la cárcel. 43 millones viven en la pobreza. 28 millones de ciudadanos no tienen seguro médico (antes de que se revoque el Obamacare). Estados Unidos tiene la mayor tasa de mortalidad infantil en el mundo industrializado. En los últimos 15 años las corporaciones multinacionales han cerrado 60 mil fábricas y movido millones de empleos con buenos salarios al extranjero en busca de salarios de miseria o lugares donde no pagar impuestos o poder contaminar libremente. Cientos de empleados de Wallmart dependen de la asistencia pública para llegar a final de mes por sus bajos salarios. La economía creció, pero la clase media y los pobres siguieron con Obama consiguiendo un trozo del pastel menor que antes mientras los ricos siguen aumentando su riqueza.
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Protesta de trabajadores de Wallmart en Illinois.
Trump, en su narrativa de “América Primero”, supo explotar el odio acumulado contra las elites por la clase obrera blanca abandonada a su suerte por los demócratas. Las corporaciones los habían sacrificado en la hoguera del desempleo para aumentar escandalosamente sus beneficios y los salarios de los CEOs. Las encuestas mostraron que muchos que votaron por él lo hacían por no votar a Clinton, a la que asociaban con Wall Street y las corporaciones, sin mirar más allá de sus sentimientos. Los que leen las novelas de William Faulkner en las que cuenta cómo los sureños sobrevivieron a su derrota en la guerra civil, lo entenderán. Estamos hablando del manicomio en que se han convertido los Estados Unidos, donde los ciudadanos eligen como Presidente a un multimillonario que pertenece a la misma familia de la que se quieren deshacer. Solo se puede explicar porque han asimilado las formas imperiales de pensar. Se han convertido en trabajadores dóciles y fieles consumidores. Ven a Trump como uno de ellos que, gracias a la valía que ellos mismos “supuestamente no tienen”, se ha hecho millonario y hará algo por ellos. No es fácil entenderlo. Posiblemente se deba al lavado de cerebro de FOX y a las nuevas redes sociales de la derecha radical como “Breitbart News”, donde Steve Bannon –el actual jefe de estrategia de Trump– saltó a la fama. Lo hizo fabricando historias, muchas de ellas falsas, que han hecho de los e-mails de Clinton, el aborto, el Islam y las armas el pasatiempo de las comunidades de blancos empobrecidos.
En cierta forma el caso Trump es uno de eso casos de estudio de manual sociológico. Una elección que puede ser interpretada como resultado del miedo existente entre grupos sociales amenazados, que creen perder su estatus social y económico a causa de grupos externos. Trump los reconforta y se afianza entre ellos levantado un muro en la frontera con México, prohibiendo la entrada de musulmanes y organizando redadas en todo el país contra inmigrantes. Como si eso resolviera los problemas. Pronto atacará a las comunidades negras. La amenaza de mandar los federales a Chicago es una señal. El populismo de derechas no es nuevo en Estados Unidos. Tiene su propia historia, pero nunca había llegado tan lejos.
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Portada de la publicación del Ku Klux Klan con apoyo a Trump.
Ocurrió en los años veinte del siglo XX, cuando los negros y otras minorías étnicas y religiosas se convirtieron imaginariamente en un peligro para los hombres blancos, anglosajones y protestantes (WASP) que habían mejorado su estatus social con la increíble bonanza económica de aquello años y se sentían amenazados. Eran los años de la supremacía blanca, el Ku Klux Klan y los valores del WASP como los únicos valores posibles en los Estados Unidos, los que ahora parece perseguir Trump. Y volvió a ocurrir en los años setenta, cuando el capitalismo de postguerra entró en crisis y se estableció la Nueva Derecha como reacción a la amenaza de los nuevos actores sociales: feminismo, derechos civiles, derechos sexuales, de género, conciencia negra, ecologismo… Un movimiento populista, fundamentalista y conspirativo que acabó empotrado en el Partido Republicano ante el ascenso neoconservador y ahora ha aprovechando su crisis para llegar al poder.
Trump llego a la campaña sin otro programa que su ego. Se fue alimentando de las sobras dejadas primero por otros candidatos republicanos conservadores que se iban retirando. Estamos hablando de los racistas supremacistas blancos, de los cristianos anti-aborto, de los halcones nacionalistas, de los anti-inmigrantes sureños, de los que niegan el cambio climático, para acabar cortejando a los obreros blancos que tradicionalmente votaban demócrata y posiblemente hubiesen votado a Sanders, pero que sintiéndose traicionados acabaron votando republicano. Trump sabe que los obreros blancos forman parte de su coalición y esa es la razón por la que ha sacado a Estados Unidos del tratado comercial TPP y está cuestionando el tratado comercial con México, una medida que puede abrir una guerra comercial pero también favorecer al empleo y los salarios en Estados Unidos.
La cuestión es si este gobierno reaccionario de derecha radical apoyado por Wall Street y sectores de la clase obrera blanca tendrá al mismo tiempo el apoyo y la habilidad para aplicar una política llena de contradicciones y no estallará por los aires. S. Lipset decía en La política de la sinrazón que es fácil defender los intereses de grupos concretos amenazados, lo difícil es cómo hacerlo sin amenazar los valores sobre los que está establecida la sociedad como un todo. ¿Cómo se puede implementar una política que ataca a los servicios de salud, a las escuelas públicas, a las minorías en nombre del populismo? ¿Cómo servir al Wall Street que espera un futuro brillante y a los trabajadores? ¿Cómo puede existir un Presidente populista reduciendo los impuestos y aumentando todavía más la desigualdad? ¿Cómo van a coexistir conservadores con radicales dentro de la Casa Blanca?
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Ku Klux Klan de Carolina del Norte convoca desfile para celebrar la victoria de Trump
Un gobierno populista necesita apoyo en las calles y Trump no lo tiene, o al menos no el suficiente. Perdió el voto popular por 3 millones de votos. El fin de semana de la inauguración estaban las calles de Washington mucho más llenas de gente que no lo quería como Presidente que de gente que lo quería. Sin apoyo en las calles la resistencia popular puede acabar con sus políticas reaccionarias como parece ha empezado a ocurrir con sus órdenes ejecutivas sobre migración. Lo que da miedo pensar es que, como otros presidentes autoritarios, decida ante su fracaso doméstico acudir a la guerra para “hacer América grande otra vez”. La Nueva Derecha siempre se ha valido del sentimiento patriótico y de su supremacía militar para no renunciar a la hegemonía mundial. Otra cosa es que Estados Unidos esté en condiciones de mantenerla después de perder las guerras de Vietnam, Iraq y Afganistán. China es cada vez más un actor temible que no va a renunciar a una hegemonía compartida.
Imagen de portada: Obra de Shepard Fairey, autor de la campaña Obama Hope, destinda a la lucha contra el odio, el miedo y el racismo. Los carteles se realizaron para la marcha Women’s March. Estas imágenes están libres de derechos para su divulgación.
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